El pellejo de las palabras |
Saúl Ibargoyen sabe que la existencia es un espejismo. Los entes que la dibujan y desdibujan, así como sus relaciones son sólo una apariencia en el paisaje desértico que nos rodea. La certeza más palpable que el poeta posee es la que le otorga su relación con las palabras como único instrumento de expresión que, también de manera paradójica, crea la sensación de vida aunque sea instantáneamente. La existencia, regida por el correr del tiempo, es sometida a la compleja relatividad del concepto que robó el sueño de Einstein. Es por eso que el poeta, respetuosa y cabalmente, encierra entre paréntesis la palabra mágica que da título a este libro y sentido a su quehacer de presunto humano en busca de una respuesta a la eterna duda que representa la existencia misma. La herramienta que le permite existir a través de la escritura, como a los antiguos sumerios, está también expuesta al silencio que acecha al principio y al final de una interrogación. Nada es absoluto y Saúl Ibargoyen lo sabe por eso escribe y escribe como camina y camina por los territorios de este planeta. Cada poema es un intento de conocimiento y autoexplicación. Cada verso la confirmación de que no puede detenerse en el camino porque es “animal incesante”. Por eso nos invita desde la primera línea: |
“Mira
nada más estas ni viejas ni
púberes palabras... estas
marcas como los cuerpos de
lluvia que estallan en una milpa equivocada.” |
¿Quién puede tener la certeza de estar siendo en el lugar correcto? ¿Cómo conocer la verdadera edad de la existencia? Las interrogantes que Saúl Ibargoyen desata con sus versos son profundas y nos introducen en un laberinto que parece no tener salida excepto seguir cuestionándonos. Algo es seguro, el poeta conoce sus herramientas. Ha trashumado con ellas a cuestas. Sabe lo que pesan y lo delicado de su manejo. Conoce la importancia de que estas “lenguas de cristal” de “frágil transparencia” formen parte del menaje esencial de un viajero de pellejas abiertas o “pétalos de barro” que absorben todo lo que encuentran a su paso por el mundo. Y por eso afirma: “apártate de las pesadeces de la tinta... no lastimes el verbo natural”. Por eso en el poema “No son”, el poeta juega con el ser de estos “fragmentos de frío” de los cuales afirma: “No son no: ni fueron sin ser ni serán no siendo”. En este juego de palabras Saúl Ibargoyen resume su paradójico quehacer: otorgar apariencia de realidad a lo no existente que, sin embargo, existe gracias a sus atinados oficios. Afirma que las palabras que escribe “no son” pero, desde el momento en que son plasmadas en su frágil tablilla de papel, adquieren el atributo de la existencia gracias al poeta. Luego entonces, las palabras SI SON contradiciendo la, también aparente, intención del poeta que pretende “convencernos” de su no existencia para ver si caemos en la trampa. Las palabras, entes sonoros que permitieron al hombre reconocerse, comunicarse y agruparse, en los albores de la humanidad, se convierten en este libro en la razón misma del ser, en un ente tan vivo como el hombre mismo. En su poema “Muchacha con ciudad”, el poeta nos muestra a “una palabra muchacha usando el verbo caminar”. No es ya el hombre quien utiliza la palabra sino la palabra utilizando al hombre. En este cambio de roles subyace, de una manera revolucionaria y justa, aquella máxima de Berkeley que afirma que es necesario nombrar, señalarse a sí mismo con trazos y sonidos para reconocerse y recuperar la pertenencia, -si no somos percibidos no existimos, dice el filósofo-, y aquí, en la poesía de Saúl Ibargoyen, la palabra se nombra a sí misma y hace uso de sí misma para confirmarse en el universo sin, aparentemente, requerir del favor del hombre aunque, no nos engañemos, ahí está la mano del poeta permitiendo la expresión de la palabra y regalándonos versos tan hermosos como este par: |
“Solamente
una muchacha utilizando los primeros verbos del día” |
Me gustaría señalar también una constante en la poesía de Saúl Ibargoyen hermanada con esta concepción suya de la apariencia de las cosas: me refiero al uso de la palabra “pellejo” y sus derivados. Esta palabra parece ser de una importancia vital en la obra del poeta que la utiliza frecuentemente en sus textos. En su libro “El escriba de pie”, publicado en esta misma colección “Autores del 2000”, el autor, en un apéndice inicial que él nombra “Comentario Menor”, nos habla de “la presunta existencia de todas las mínimas fibrillas de humanidad que se entretejen en una única fecundidad, cósmica y cotidiana” y se describe a sí mismo en el poema titulado “Monte Albán aquí”, como “una flaca fruta de pellejas abiertas y semillas parlantes”. De igual modo en la “Canción del escriba de pie” nombra el “pellejo amarillo” de los dátiles y los “pellejos partidos” que forman parte del paisaje del escriba espectador. Asimismo en su poema “No quiero mirar la violencia del verbo”, del libro “La última bandera”, donde por cierto, utiliza también ese revertimiento de roles entre el hombre y la palabra antes mencionado, el poeta se pregunta: |
“Cuántas
serpientes fornicarán enredándose
en los huesos y
en los pellejos de soldados y albañiles...? |
Saúl Ibargoyen dibuja también en su poesía “cráneos despellejados”[1], o “una mano despellejándose contra el segundo sol”[2], o “la frente despellejada de cada cadáver amigo”[3], o recuerda el “nombre asentado en la vaciedad / de cada pellejo... que se va...” Y
cada pellejo nombrado por el poeta me parece que es precisamente esa piel
que nos muestra ante los demás. Esa
cubierta, cáscara o escama, como también le llama, que parecemos ser y
que con frecuencia se aleja de las profundidades.
Tengo la impresión de que Saúl Ibargoyen está alertándonos
constantemente acerca de esa apariencia que puede resecarse, desgarrarse o
incluso partir y abandonarnos dejando lo esencial intacto.
Como la cáscara que cubre la carne jugosa, no siempre gustosa, de
un fruto pero que, sin lugar a dudas, constituye la sustancia de su ser.
Su poesía siembra la duda a cada verso porque, como dijo alguna
vez el escritor austriaco Stefan Zweig, “La duda es la madre de las
ideas; sólo los ignorantes y los fanáticos no vacilan nunca”. En este libro que hoy se presenta el autor nos habla también del pellejo de las palabras. De la aparente función de esos entes posibles que pueden devenir fungidores y fingidores de una intrincada y compleja relación entre el ser que las necesita como medio de expresión y el empoderamiento de éstas como consecuencia de este vínculo estrecho entre poeta y palabra. En este libro Saúl Ibargoyen confirma que es un maestro de su oficio aunque él se considere un presunto maestro sin que podamos, tampoco, negarle esta calidad que él prefiere ostentar con su acostumbrada sencillez. Asomémonos pues, tras el verde pellejo de este libro. Tal vez podamos enterarnos del secreto de las palabras o, como dice sabia y lúdicamente el autor de: |
“Lo
que sabe cada palabra nombrando
esas partes ocultas y
nombrándose a sí misma en los nombres de otros”. |
Angélica
Santa Olaya
México, D. F. julio 2006
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