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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos |
Diciembre, mes de las
montañas, de los Derechos de los animales; |
Hoy |
1. Saliendo a la campiña El sol ya se pinta dorado en las ventanas. Y qué raro, mamá no nos ha despertado para ir a la escuela. ¡Y canta! ¡Ah!, es que ya terminaron las clases. Ya hemos rendido los exámenes finales. Ya nos dieron nuestras libretas de notas. ¡Ya estamos de vacaciones! Ayer se clausuró el año escolar. Ayer cantamos en el patio la canción de despedida. ¡Ayer, ayer, ayer! Cómo al final del año se siente tanto el ayer, y el tiempo que acaba. Y hoy día ya estamos libres. Libres de horarios, de tareas y de obligaciones. ¿Hasta cuándo será? Por ahora las vacaciones las inauguramos saliendo a la campiña. Y trepando peñas de donde desprendemos el shayape para hacer los nacimientos. 2. Encanto en sus frentes El shayape es una penca breve de hojas lanceoladas, que ha aminorado al máximo su tamaño hasta ser casi un juguete, que da lugar a que se eleve un tallo esbelto desde el centro en donde se traban otras hojas tiernas, pero a la medida de nuestras manos y de nuestro abrazo. Que sea así nos conmueve, que las pencas ariscas de las cercas se hagan dóciles, mínimas y compasivas nos enternece, sin dejar de tener todas sus espinas, como también es la vida para nosotros. En lo alto del tallo del shayape se erige una flor insólita que expande una iridiscencia de cálices de un violeta intenso, de donde se abren diminutas campánulas fucsias y blancas. Crece en las piedras altas y en las peñas empinadas. Gusta de los abismos y precipicios, como si se compadeciera de la aridez y del silencio en que la roca está sumida. Y siendo sus flores tenues, bellas y candorosas es como si quisieran alegrarles, uniendo el alma arisca de las rocas, y la hondura de los abismos, al ser sencillo que ellas tienen, poniendo una gota de gracia y encanto en sus entrañas. 3. Bajo manojos ¡Y claro que lo logran!, porque desde entonces las piedras enhiestas, tupidas de shayape, lucen ornadas de hojas y flores, como si tuvieran trenzas, moños, rizos y encajes. Es con estas pencas diminutas que hacemos el nacimiento del Niño Dios en un rincón de nuestras casas, devotas y ungidas. Es por eso para nosotros una planta casi sagrada, animada por el hálito de lo que es puro e inocente, como es el Niño Dios, a quien en verdad ella se debe. Por eso es así, una planta de devoción y para adorar a Jesús, quien supo hacer de la ofensa y del mal hasta una senda de salvación. De allí que, durante estos días de diciembre, pasan por las calles pollinos y hasta caballos y mulos encrespados hasta desaparecer bajo los manojos de estas plantas solidarias con su flor. – ¿A cómo está la carga de shayape? – A un sol nomás mamita. 4. Y su flor, ¡viva! Son tantos bultos que emergen hacia el fondo de las calles, que parecen rocas que caminan. O carros alegóricos ingresando peregrinos tropezándose por las lajas y piedras de que están hechas las calles. Como si los bosques quisieran habitar en nuestras casas y vivir con nosotros, en familia. Pero son atados de shayapes que los burros parsimoniosos cargan y que se vende con el mero pasar delante de las puertas. – ¿A un sol me dices? – Sí, igualito que al año pasado. Y que el antepasado también. – Y, ¿por qué, pues? – Así no más mamita. Para qué más, ¡dado que el shayape ni se siembra, ni se riega ni se aporca, ni se deshierba siquiera! ¡Solito crece para gracia del Niño Dios! – A ver, bájame la carga. – Y mire cómo está, ¡verdecita! Y su flor, ¡viva y radiante como si fuera regada! – ¡Será por nuestro Dios bendito! 5. Cuelgan en los precipicios Pero nosotros preferimos ir al campo a traerlo, porque además vamos a recoger musgo. ¡Y trompitos de eucalipto para empedrar los caminos! ¡Y guijarros del río, para adornar una laguna cercada de piedras! Y traemos arena pulida que jugamos a escurrirla entre los dedos, antes de darle brillo y hacer con ella estrellas fosforescentes. ¿Cómo es no? Las estrellas, que son de aire y fuego las hacemos de tierra y mar, porque en la arena ha estado en del fondo del río. ¡Y traeremos ramas de alcanfor para sahumar la casa! Por eso, hoy día saldremos al campo, para subir a las peñas, para desprender el shayape que a veces al caer se quedan enredados a otros arbustos que cuelgan en los precipicios. 6. Va a llover – Lleven sus sobreros. ¡El sol está fuerte! Nos advierten los mayores antes de que emprendamos la travesía. Somos una tropilla de chiquillos. Unos más grandes que otros, que apenas pueden caminar. A quienes queremos dejarlos en casa, pero que lloran también por querer ir. Y cargamos con ellos. Para eso hemos salido con hermanos y hermanas, primos y primas, a las cuevas de Huacapongo, saltando sobre las piedras para cruzar las aguas azuladas del río. – ¡Oye, mira cuánto ha crecido el río! – Es que ya está lloviendo en la jalca. Y ya viene el invierno con aguaceros fuertes. – ¡Un poco más y no podríamos cruzar esta corriente! –Y hay que apurarnos porque va a llover y van a cargar estas aguas. 7. Sus pañolones tendidos Ahora estoy subido en lo alto de la peña, desde donde las miro hacia abajo, a mis hermanas y primas. – ¡Ahí va el primero con su flor! –Y la arrojo con fuerza para que caiga cerca de ellas. Los shayapes que les voy lanzando se demoran en el aire, porque vuelan unos como cuculíes, otros como picaflores y otros como golondrinas, agitándose en el aire Escucho que me gritan desde abajo que tenga cuidado al aventarlos, ¡que me puedo caer! Aquellos que llegan hasta el suelo las mujeres los recogen y acomodan uno por uno en sus pañolones tendidos en el suelo haciendo que las flores sobresalgan. Pero me advierten, ¡que ya no suba más arriba! ¡Que tienen miedo! ¡Que por Dios no escale más! 8. Rodar por la hierba ¡Que entonces ya se van! ¡Y me dejan solo! ¡Que si sigo trepando ellas tirarán el "shayape" al río! – ¡Has estado bien arriba, tan alto que tuvimos miedo de que te cayeras! –me resondran atando los rebozos, con las mejillas arreboladas por el sol resplandeciente. Y antes de cargarlos, con los brazos me rodean el cuello y me hacen rodar por la hierba a modo de castigo. Y me jalan de los cabellos en signo de reproche. Y de cariño. ¡Mujeres! ¡Como si no dolieran sus rodillas de palitroques! ¡Y como si no lastimaran sus uñas puntiagudas! ¡Y se arrojan sobre uno como si no pesaran! 9. De estas peñas la flor – ¡Chifladas! Pero es diciembre y es Navidad. Y hay que tener paciencia. Y estar felices y contentos. Además, cuando no se hacen las engreídas como ahora, nos llenan los bolsillos de golosinas y pasteles. – ¡Oigan, hemos recogido bastante, ah! ¿Qué les parece si el nacimiento lo hacemos abarcando todo el frente de la sala? – ¡Sí! – ¿Han visto que de estas peñas la flor del shayape tiene un color más intenso? – ¡Es color carmín! – ¡Y la flor es más coposa! – Coposa no, ¡más esbelta! – Sí. 10. Guijarros y arenisca ¡Sí! Es por eso que hemos ido y vuelto hasta la otra banda del río. Y es por eso que lo cargamos sin zamaquearlos, teniendo mucho cuidado de que no se estrujen ni marchiten. Y así nos venimos. Los chiquillos con nuestras alforjas llenas que van en nuestros hombros. Las mujercitas con su rebozo repleto sobre sus espaldas en donde sobresalen los pétalos y los cálices fulgurantes. Todos con el rostro sonrojado por la cuesta que subimos y el entusiasmo de llegar y armar el pesebre. Ya en el camino vamos recogiendo el musgo que crece en las piedras humedecidas. Y en el río los guijarros y arenisca. 11. Pastores y majadas Y ahora vamos colocando planta por planta en el andamio hecho de mesas y cajones que hemos hecho hasta casi alcanzar el techo. – Mira, esta ¡qué bonita es! ¡Ponlo en lo más alto, arriba en la cima, junto al pastor que hace sonar su cuerno señalando la estrella! – ¡Todas son bonitas! Pero antes, en las paredes de adobe de la sala, enjalbegadas de barro mezclado al ichu de las alturas, hundimos clavos y estacas. De ellos amarramos y templamos hilos para que los shayapes cubran el andamio en donde hemos hecho una gradería para abrir los caminos por donde bajen pastores y majadas en base a cajas vacías de frutas. 12. Una luz Solo así se perfilan las cuevas, las montañas erguidas y los senderos que se pierden por recodos y barrancos. Tal y como existieron en el nacimiento de Jesús. Cuando todo ya está terminado entonces mi abuela Sofía, mi madre, mi tía Carmen y la tía Miguelina, abren la urna donde durante un año ha permanecido cuidando nuestras vidas el Niño Dios. Y con delicadeza suprema lo alzan acunándolo en sus brazos para que nosotros lo adoremos, antes de ser puesto en su pesebre. Es un momento de arrobamiento y de dulzura infinita, como si se encendiera una luz o relumbrara una hoguera en nuestras vidas. 13. En su mano el mundo Y el niño, reliquia de mi abuela, como si estuviera llorando levanta sus bracitos y sus pies en el aire. Calzado con unas sandalias de oro, ha pasado de generación en generación, desde mis tatarabuelos y mucho más atrás todavía. Tiene el rostro encarnado de mejillas encendidas, con unos ojos grandes y llorosos, brillantes y felizmente negros. Luce en la frente una corona de Rey del Mundo, vistiendo siempre un traje de tafetán de color lila pero con bordes de flecos dorados. – ¡Se lo ve precioso! – ¡Es él quien nos ampara en todo! En su mano izquierda porta las siete potencias y virtudes. Y en su mano derecha el mundo con una cruz de plata en su cima. 14. Él nos salva Antes de recostarlo en su pesebre tierno y pródigo que nuestras manos cariñosas le han tendido, tal y como fue la cueva y las montañas en que él nació, nuevamente lo adoramos esta vez besando sus pies. Y nos invade una ternura infinita que el shayape, que lo ha de proteger por estos días, sea aquel por el cual hemos arriesgado la vida, subiendo a las altas rocas y asomándonos estupefactos a mirar los precipicios. Y caminamos en puntillas, creyendo que estando ya el aquí, adelante en la cabecera de la sala, nuestra casa está protegida por sus manos santas, por sus palpitaciones sagradas y su divina gracia de Niño Dios misericordioso. – Mamá, pero si apenas está en su cuna. – Y desde ahí él nos salva y salva el mundo. |
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