1.
Atravesado por los dardos de lo que es arcano e incógnita
Quienes hemos nacido en algún arrecife del mundo andino nos hemos quedado
hechizados por un misterio indescifrable que nos mantiene despiertos,
fascinados y transidos.
Quienes hemos abierto los ojos al abrigo del tejado de los andes
desguarnecidos es imposible que no permanezcamos febriles o ateridos por
ese enigma.
Quienes cogimos el pulso y el aliento de la vida en el sitio más empinado
de la tierra colindante al techo de nubes, estamos atravesados por los
dardos de lo que es arcano e incógnita.
Zumban en nuestros oídos los moscardones nómades de lo incognoscible y
secreto que rozan sus alas en nuestros corazones desvalidos.
Y por eso retornamos cada tarde vivos o muertos, en cuerpo o espíritu,
hoy y siempre, eternamente, hacia esa región translúcida y aerolada.
Por eso volvemos.
2.
Desde donde observamos entristecido la casa y que tú vuelvas
Incluso,
quizá jamás nos hayamos ido del sitio de donde partimos. Es probable que
permanezcamos quietos y mudos bajo algún dintel en aquel lugar donde se
erigía nuestra casa nativa.
Es probable que si nos fuimos la vida verdadera se haya quedado temblando
mimetizada en una piedra. Y sea eso lo que padezcamos y tanto nos conturbe
y nos hiera.
Es probable que quien se fue, salió y se despidió haya sido otro: un
aventurero, trashumante y andariego.
Es probable que aquel esté intentando volver siglo tras siglo sin poder
hacer el viaje para que más le duela extrañar y querer. Sin encontrar el
camino de regreso.
Es probable que nuestro corazón se haya quedado inmerso en lo más pequeño
e inerme, en un grumo de arena, en un rayo de luz. O en una gota de lluvia
extasiada cuyo rastro ni se evapora ni se olvida.
Y vivamos en un universo latente que tiembla y se estremece. Incrustado el
espíritu en una brizna de hierba, en una gotera de la pared, en una
arista en la cumbrera del tejado desde donde observamos entristecidos la
casa y que tú vuelvas.
3.
Volvemos a la casa que guarda de nosotros, el anagrama de nuestro destino
Pero
ya emprendimos el retorno.
Volvemos porque para eso nos fuimos. ¡Para un día volver!
De lo contrario la vida no sería ni arco, ni flecha, ni el impulso que
vibra y zumba bajo el disparo en el aire.
Volvemos por tener que recoger nuestros pasos a fin de construir un
sendero en la morada que se nos asigne. ¿Porque acaso podremos ignorar lo
vivido por los siglos de los siglos?
Volvemos por la cruz que hace la casa con el cuadrante o la aureola que lo
corona. Pese a los caminos inciertos para regresar. Pese a los peligros
infalibles de quedarnos para siempre deambulando en los caminos.
Volvemos porque nos hemos quedado eternamente subyugados por el aroma
antiguo de nuestra casa soñada en el amanecer de un día propicio.
Volvemos a la casa que guarda de nosotros sumergido en su suelo el
anagrama de nuestro destino.
Y la cual abrimos en un retorno maravillado porque permanecimos sin irnos
jamás de ella.
Volvemos no importa a retazos. No importa hecho brizna, poñita, jirones.
Volvemos
desde la playa donde acampamos esperando con ojos humedecidos la nave que
nos conduzca hacia la tierra del origen, que no olvidamos jamás ni de
noche ni cuando el día despunta.
4.
De los pasos, sus cavilaciones y de los difuntos sus voces secretas
¡Desato
entonces mis sandalias y quiebro la punta de las flechas de mi aljaba!
Regreso porque siento que me estás esperando en algún recodo para ir
juntos a la matriz, a lo más hondo de la geografía de mi alma y tu alma.
Para entrar al epicentro de las montañas. Al fulgor de los bajíos y
nevados; de tus ojos y los míos, de tu mirada en mi mirada; de tus
olvidos y cariños.
También a lo más recóndito de los muros de piedra. A lo vetusto de las
paredes y de los balaustres pasmados.
Porque somos tú y yo las junturas de las claraboyas ya no afuera sino
adentro del alma. La argamasa del adobe en nuestras manos. Porque en los
aleros y en las cumbreras hubimos de haber muerto porque en ellas estamos
intrínsecamente unidos.
Somos el aire impalpable de que está hecha la escalera. El misterio que
roza y vibra en el campanario y en el asta de la bandera.
Como también en la mirada y en su sombra que se ha quedado quieta en el
espejo raído, en la repisa, el albañal y la grada que no acaba. Como en
el grito que se lanza a la hondonada de los ríos, quebradas y puquiales.
5.
Quien nunca partió, quien jamás se fue
Ya
hemos vuelto.
Somos el latido en lo más conturbado de la lobreguez y la clave en la
luminosidad de la alborada.
Y muchos que creíamos que habíamos partido volvemos a encontrarnos. Se
fueron nuestros pasos pero en esencia permanecimos quietos aquí sin
movernos.
Aquí estamos, tras el aire impalpable de los zaguanes, los pilares y
muros de los patios que nunca abandonamos.
Flotan fijos o a la deriva en el fondo de nuestra alma, así como nosotros
subsistimos petrificados en ellos.
Y qué hermoso es encontrarte a ti flor de la siempreviva que permaneces
aquí lozana, pese a la atrocidad de tanto misterio.
Quien nunca partió, quien jamás se fue, quien se consustanció con el
capullo y la espiga de la tarde que aquí muere.
Muchos definitivamente han muerto.
Pero la vida que lo abarca todo continúa y debemos entonces volver en
aras de todo lo que aquí está, a tientas dentro de lo oculto.
Estoy mirándote niña adorada de mi infancia. ¡He vuelto!
6.
Aquellas almas que penan porque nos esperan
Ya
sea en esta vida o en cualquier otra, he vuelto. En el fondo retornamos
porque es la búsqueda de la esencia estar de regreso.
Retornar al centro o a la matriz es lo que justifica la aventura del
vivir, siguiendo el rastro no de lo que fuimos sino de lo que somos. Para
no quedarnos ni afuera, ni lejos, ni siquiera adentro, sino aquí contigo.
Retornar con nuestros pasos a aquella patria interior que cada hombre
lleva clavada en el alma. Y deambula con ella aterido, afiebrado o
sollozando por los caminos.
Y en el fondo de su ser jubiloso o atribulado.
Cada noche regresamos en sueños porque estamos afincados de manera
definitiva en aquello que nos explica. Y que son nuestras raíces.
Aquí habitamos. Aunque nadie, ni nosotros mismos, nos hayamos saludado,
presentado ni reconocido. Ni talvez hecho evidentes.
Y somos los fantasmas que deambulan ilusos, extasiados o lastimeros.
Somos esas almas que se alegran o penan porque alguien o nadie los espera.
Salvo aquellas sombras que suspiran y vemos avanzar solemnes por las
habitaciones develadas, los por los zaguanes insomnes y los corredores
adormilados.
He llegado.
7.
Por el abismo y el infinito que nos habitan
Por
eso, ¡brindemos!
Por la casa y los caminos que de nuestra casa parten y hacia ella vuelven.
Por aquella dimensión de la utopía que es el origen desde el cual
venimos y hacia el cual regresamos.
Por el abismo y el infinito que nos habitan. Por ser delirio y misterio en
nuestras vidas.
Por haber nacido en el mundo andino prístino, intenso y acrisolado.
Por los amores furtivos, lejanos que ya jamás se olvidan. Por los cariños
aparentemente perdidos. Por todo aquello que late en el fondo del alma y
de los muros lánguidos.
Por haber vuelto a ti, como una ofrenda trayendo la lluvia, el sol en mi
sombrero, estas flores silvestres.
Pongo a tus pies de cada lugar su tonalidad, de cada objeto su luz, de los
pasos sus cavilaciones y de los difuntos sus voces secretas.
Por el deambular hacia adentro que han ido cavando nuestros pasos y
afanes.
Porque de la casa se sale y a ella se vuelve alucinados atravesando la
tierra del olvido y acercándonos a aquella otra imborrable tierra del
anhelo.
Brindemos por haber vuelto. Por nuestra casa y tierra nativa. Por ella
como el reino prometido que alguna vez se ofreciera en el alba, el mediodía
o penumbra en la cual nacimos. ¡Brindemos!
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