Instituto del Libro y la Lectura del Perú |
Tras los pasos de Vallejo |
Telúrica
en Santiago de Chuco del 21 al 23 de
septiembre, 2007
Partimos en caravana el jueves 20 a las 10.30 PM Empresa Horna, Paseo de la República 645. Lima
Tras
los pasos de Vallejo
Festival
Trilce de la canción, poesía y danza
andinas
Artistas
confirmados:
Doly
Príncipe,
Walter Humala
Canifo,
Hermanos Valle
En la Plaza de
Armas
de Santiago de Chuco
días 21 y 22 de septiembre
Testimonios
del viaje de Capulí Vallejo y su tierra
Crónica
de un viaje al extramundo
Helmut Jerí Pabón
Nos embarcamos aquel jueves, con la sensación maravillosa de que enrumbábamos a otro planeta. La nave era ovalada, semitransparente y tan pequeña por fuera como una caja de zapatos. Así era en esta época, de inventos versátiles. Bastaba eso si, poner un pie para internarse mas bien en una estructura amplísima, donde bien podía caber el mundo entero. Eran las 63 de la noche aproximadamente, cuando habíamos superado ya el desorden del primer momento. Nos conocíamos un poco más, pero un poco menos todavía. Nadie hacia preguntas, había mucho deseo de hacerlo pero era mejor mantener en pie la sensación de lo desconocido. Se apagó la luz, había que descansar para el largo viaje. Todo buen suceso en la vida merece ser disfrutado a plenitud. La noche serena, entre meteoros y estrellas fugases, desconocido para quienes lo hacíamos por primera vez, cuantos años luz viajaríamos, no importaba. Todo buen suceso de la vida merece cierto tiempo de espera. Una mañana llegamos al primer puerto, lo llamaban Trujillo, y allí nos invitaron a bajar, a conocer, a respirar aires distintos a los de nuestro planeta contaminado. Caminamos algún trecho por esas calles geométricas, con más ansiedad por enrumbar nuevamente que por seguir en aquel puerto..... Cuando volvimos al terminal nos habían renovado la nave, pues la ultima parte del viaje, decían era la mas difícil. No había diferencias mayores, o no nos importaba, las formas siempre son las mismas para un corazón entusiasmado. Algún tiempo después muchos de los viajantes sentimos los estragos maravillosos del nuevo mundo, teníamos la sensación de una revolución en el cuerpo, que se salía de la orbita ordinaria de ser mortales, para quedar solo armazón límpido, pues decían los grandes que, al nuevo mundo no se podía entrar cargado de rezagos terrenales. Mientras superábamos ese momento nos contaban que alguna vez a alguien se le ocurrió denominar a esa limpia “soroche” pues la intención era que nadie olvidara la condición para entrar al nuevo mundo. Algún tiempo después la nave salió de la zona de convulsión, para entrar a una vía sedosa que se asemejaba más a deslizarse por un trozo de terciopelo. Latiendo mucho mas el corazón, pues había una sensación extraña, el cielo cambiaba de color y el cuerpo era cubierto por un aura mística, jamás vivida. Y un día llegamos a ese mundo, el mismo que había albergado el nacimiento de un hombre convertido en mito por su grandeza, habíamos hecho un largo viaje solo para saber más de su vida, recorrer los lugares que él había recorrido alguna vez, andar sobre sus pasos imperecederos, fuimos al encuentro de Vallejo y en cuanto llegamos, ya éramos parte de su sangre, parte de su alma, pues todo aquel que tiene afanes contra la miseria y la injusticia, tiene algo de Vallejo. Bajamos a prisa de la nave, volamos como pájaros por el universo, dejamos los cuerpos reposando para el retorno, nos hicimos solo espíritu como mandaban las reglas del nuevo mundo. Cayeron algunas lágrimas y se perennizaron en el cielo. Sin interrogantes, sin buscar un rumbo determinado, solo nos dispersamos por las calles indefinidas de Santiago, y quisimos perdernos ojalá para siempre. No se sabia con certeza si ese lugar existía, nadie salvo quienes habían logrado llegar a el, se tejieron hipótesis muchas veces, se creyó que era un invento de las edades antiguas, y ciertamente era inimaginable que en épocas como esta, pudiera existir, o sobrevivir un lugar como Santiago. Nadie sabia de aquel lugar, nosotros si, estábamos allí, aletargados cada diez metros. Pues todo suceso bueno en la vida, no podía siquiera aproximarse a este. Nos identificamos con los habitantes, como representantes de la tierra, y nos recibieron como recibirían a un visitante de cualquier otro planeta, dando lo mejor de si. Pasamos algunos siglos, adaptándonos a las maravillas del mundo Chuco, a su cielo diáfano, y sus calles hechas artesanalmente, a esta vida extraordinaria, entre fogatas cálidas, entre poetas espontáneos que podían emerger de cualquier rincón, bailando con entrega generosa, con el regocijo de vivir en un lugar de estructura etérea. Santiago de Chuco existía, enclavado en el cielo, existía. Alguna otra vez, unos pocos visitamos la morada de quienes estaban ya en otra dimensión, mientras otro grupo enrumbó a la luna, que quedaba ahí a unas cuadras nomás, para rendirle culto. Y vivimos al máximo aquella época, sin tiempo, sin saber cuando era de día o de noche, que allá daba igual, el espíritu estaba libre de costumbres físicas, de dolencias humanas, de moléculas mortales... Llegar no había sido tan difícil, pero marcharse parecía imposible cuando se dio el aviso del retorno, nos abordó la sensación de estar terminando un sueño que antes parecía eterno, nos volvimos entonces almas tristes, y como cuando llegamos, cayeron lágrimas, pero ahora muchas más, para incrustarse en el firmamento, y confirmar que cada luz brillante en el cielo de Santiago es una lágrima derramada por quien llega a sus entrañas, y por quien se va. La nave se abrió, y volvimos a nuestros cuerpos, tampoco se habló mucho, ya que en el mundo Chuco todo estaba graficado, plasmado en cada pedazo de suelo, para que nadie olvide. Y regresamos.... Érase una vez Santiago de Chuco, en un viaje de ensueño. O quizá solo una utopía de los mortales...
Viaje
maravilloso es Capulí, Vallejo y su
tierra
Grace Gálvez
Ahora, César Vallejo,
entiendo porqué escribías así, luego de ver los verdes de tus cerros,
lo limpio de tus caminos y lo vivo de tu recuerdo, porque esa tierra de
sombrero es tuya, tu nombre retumba en cada esquina, tu paso por cada
calle enaltece todo zapato que cruce por todos lados y tu presencia está
simplemente por donde sea y exactamente allí.
Escuché de ir a tu tierra sin querer, el saber que estaría tan cerca de tus raíces hacían increíbles los días que contaba para que llegue aquel jueves 19, el día de partir. Hasta que llegó y cuando menos me di cuenta ya estaba en el ómnibus, dejando mil dolores en la mía casa de Lima y entregándome ahora al mundo fantástico que te vio nacer. El viaje fue extenso, la enfermedad del soroche me sobrevino, cada tramo del camino se me hacía imposible, pero sabía que iría a tu encuentro y callé… Al fin llegamos, vi tus caminos, sonreí. Lo próximo sería visitar tu casa, la casa de César Vallejo, estaba ansiosa, ¿soroche? ¿Qué es eso? ¡Déjenme ir!... y allí estuve, como por encanto, observándolo todo, todo lo que tú alguna vez tocaste y tu poesía se alzó en voz y tu mano se hizo presencia. Era maravilloso cómo yo podía entenderte, mi nombre estaba en tus escritos, todo tu verso era común, del pueblo, era el grito de todos los allí presentes y hasta de los ausentes que intentan ignorar tu protesta, porque como necios no quieren conocer tu nombre y no saben que tu lamento también fue por ellos. Y allí estabas, húmedo, penetrante, profundo, y escuché tu palabra a través de mil voces y tu voz a través de muchas palabras y te vi renacer y andaste, galopaste de nuevo para llegar a nosotros, vi el poyo, tu piso, Capulí, sí, Capulí… Luego de eso no quedaba nada, era como haber escrito la obra cumbre, y me pregunté ¿luego de eso qué?, que podría superar ese momento impresionante, perturbador, que conmueve, que exacerba, que paraliza y hace que el tiempo se detenga para contemplar tu gracia, para venerar tu estirpe, tu casta. Era la hora de irse, yo me sentía triste, satisfecha… y de pronto estaba con Paco Yunque, en su mismísima escuela, bailando, zapateando sobre el patio de sus juegos, con fogata, música, estrellas y tú, contigo sobre todos, dentro de todos, inundándonos las entrañas y el alma. Qué borrachera de ti… y cantábamos, éramos felices, el tiempo no parecía andar, éramos millonarios, ricos, hombres bendecidos, únicos, favorecidos, qué tal placer… y tuve pena de los demás, de aquellos que pudiendo ir, rechazaron estar en el paraíso. Seguía Cotay, en pleno amanecer, era la fiesta de los colores, saludamos al sol, sentimos la energía de la tierra ingresar por nuestros dedos y la espalda, sentimos la naturaleza y comprendimos nuestro pasado. Luego la visita a la piedra negra sobre la blanca, le creo al vallejista legendario estudioso de ti. Allí debajo descansan orgullosos tus padres. Nuevamente entre poesía, canto y un regreso con conversaciones del pasado, de un balcón y una añoranza. Y noche de fiesta. La luna se hizo eco en el cielo, una luz hizo ronda a su alrededor, era un regalo de los incas para nosotros y bebimos y bailamos, hasta que complacidos tuvimos que volver. Ya era la hora de volver a la polución, al cielo gris de Lima. Los ronderos de Santiago nos dieron un mensaje inolvidable, los niños de Santiago nos ofrecieron un desfile inolvidable y hasta el paisaje mismo nos dio la mejor de sus despedidas con sus cerros de contraste verdes, con sus burros, y su gente… Me despedía Santiago de Chuco, me despedía de la tierra de Vallejo y volvía a Lima para reencontrarme con él y su poesía, para releerlo y comprenderlo dos veces, para contar lo que viví y así reivindicar tu tierra, el Perú y tu nombre. |
Ebrios
de caminos
Danilo Sánchez
Lihón
1.
Es de noche
en Santiago de Chuco, donde celebramos la vida, la esperanza y redención del hombre. Cantamos todos en un círculo de amigos, profesores y jóvenes estudiantes de todas las especialidades, y ensueños. 2.
Santiago de Chuco es un
punto
tan alto y tan hondo que pareciera estar ya fuera de la esfera que rueda y, a la vez, al centro de ella, muy próximo a las estrellas y galaxias pero muy profundamente inserto, a su vez, en la entraña volátil de la tierra y del hombre. 3.
Alguien
empieza a cantar. ¡Y cuántos caminos, quereres y quimeras en la evocación se agolpan en el alma! Cuánto de vida sufrida y aparentemente deshecha muerta y ya sepulta resurge palpitante. ¡Jóvenes!, siento que a partir de ahora se abren nuevos atajos, calzadas y surcos por donde orientar nuestra senda y pasos futuros.
4.
Otras canciones hacen
referencia
en sus letras al destino indescifrable, sea grande o menudo, que se ensaña con la gente sencilla; aconteceres ocurridos en alguna cornisa del tiempo, y encerrados en algún repliegue del alma; desengaños de este mundo que día a día anochece y amanece estremecido, herido o conturbado, pero nunca indiferente. 5.
Luego
bailamos enlazándonos de manos y, detrás de los rostros ilusos, la vida nos mira temblorosa, y conmovida por el arcano que somos; por la época presente, la historia que nos arremete y corresponde enaltecer, donde contemplamos aquel nudo y encrucijada de caminos que lleva cada uno tatuado en el alma, como una consigna una marca de fuego en lo más recóndito del ser y que hace que la dicha y la pena entonen aquí su canto. 6.
Se recita
a Manuel Scorza, a Sebastián Salazar, a Mario Florián; a Juan Gonzalo Rose, Alejandro Romualdo, Valcárcel; a César Calvo y Javier Heraud. Se musitan y gritan a pulmón lleno los poemas de César Vallejo. sintiendo la urgencia de consagrarnos más aún a la causa del hombre, al amor, la belleza para hacer la gesta de cambiar definitivamente y para siempre esta situación. 7.
Se insta
a erigir aquí y ahora lo incorruptible, a izar en este suelo la dignidad, la alegría y la esperanza. Se recuerdan a los héroes inmolados por legarnos una patria digna y hermosa. Se pone otra vez el dedo en la llaga de tantas heridas, en dolores pendientes, en deberes inaplazables que cumplir por los cuales vale hoy y siempre ofrendar la vida; por la causa irredenta de la justicia social. 8.
Declaramos
que es a partir de nuestro corazón generoso de donde debe iniciarse la apuesta por la vida nueva y la forja de un mundo mejor. Prometemos todos cerrar filas y militar a favor de las causas justas de la humanidad: una, mil y cien veces mil hasta que todo quede consumado. ¡Ese es el juramento! 9.
El bordoneo
de una guitarra y la honda quejumbre de una “serranita” nos conmueve y exalta el alma, nos erige a mirarnos extasiados en el hontanar de lo inmarcesible. El torbellino de los años se agolpa y nos evidencia el milagro de vivir en el afecto y cariño sincero de camaradas y hermanos. Se reclama imbuirnos de coraje y heroísmo. Y de jamás claudicar. De hacernos fuertes, invencibles, de vibrar juntos y ser un solo puño y latido. 10.
¡Qué hermoso
entonces que las canciones se eleven y recuperen del remolino que los envuelve a nuestros cariños. que hermoso que dejen abiertas otra vez las heridas. La limpidez y el precipicio de aquellos ojos negros, la falda de la niña imborrable quien desde el país de la infancia aún nos extasía nos mira y da valor para afrontar los retos a cumplir, y la misión que debemos asumir en estos tiempos aciagos. 11.
¡Qué hermoso
que entre tanta ruina, socavón y llaga, entre tanto charco y tanta espina sobresalgan todavía flores silvestres tan puras e imperecederas: ¡la ternura que llevamos palpitante en el alma! El rostro de la muchacha que baila es candoroso, el abrazo de los amigos y el recuerdo de los que partieron a morir en las montañas es un reto a cumplir y una deuda a saldar en nuestros afanes. 12.
Qué milagro
coincidir aquí y ahora en este tiempo lacerado en que es tan difícil unir voluntades. Tiempo dulce y amargo, formando todos un puño cerrado firmemente para sostener duras contiendas, unidos los que ahora aquí estamos. Y así, juntos, sentirnos llamados a emprender grandes hazañas y empeños sublimes.
13.
Y así,
proclamamos en Santiago de Chuco nuestro juramento por la revolución mundial, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer es nuestra sangre, nuestro corazón bondadoso, la vida que es milagro, el manantial de estas lágrimas que juntos derramamos emocionados. Y, al final, el cofre de nuestra sangre atribulada sí, pero a la vez plena de esperanza como una bandera flameando intocada en el aire. |
Danilo
Sánchez Lihón
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