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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Agosto, mes de los niños, las cometas, el deporte y los pueblos indígenas

 
 

Sucesos: 1 de agosto 1920, en Santiago de Chuco
Mañana arde Santiago
Danilo Sánchez Lihón
dsanchezlihon@aol.com 
danilosanchezlihon@gmail.com

 
 

1. Absoluto secreto

Pedro Lozada siente respeto y cariño por don Gerardo Sánchez Mendocilla, propietario del fundo Chaguín, agricultor y ganadero próspero, por eso toca nerviosa, compulsiva y por tercera vez la puerta de la casa de su amigo en la calle Manco Cápac, en la parte alta del pueblo.

Son más de las nueve de la noche, que para Santiago de Chuco es hora honda, solemne y ya muy avanzada, en que la gente está recogida en sus camas. Y es posible que en la mayoría de casas sus moradores ya hayan conciliado profundamente el sueño.

– ¡Quién es! –contestan desde adentro, entre molestos, inquietos y preocupados en respuesta a los golpes vehementes de la puerta.

– Soy yo, don Gerardo. Soy yo, su amigo Pedro Lozada. –Se escucha decir desde afuera, pero pronunciando las palabras con una voz como si fuera resuello, como queriendo que nadie más se entere ni escuche nada.

Don Gerardo abre la puerta cautelosamente, con la lámpara en una mano. Y Pedro Lozada, le susurra sin dar un paso adelante, pero metiendo la cabeza hacia adentro, y bajando la voz hasta ser apenas aliento, cubriéndose con una mano el lado de la boca para que no se expanda lo que va a decir, y con absoluto secreto:

– Don Gerardo, mañana no salga. Va a arder Santiago.

2. ¿Quién es?

– ¿Qué?

– Mañana no salga por nada del mundo a la calle don Gerardo, porque mañana va a arder Santiago de Chuco.

– ¿Ah? ¿De qué se trata Pedro, que me has despertado siendo ya tan tarde?

– No puedo decirle más don Gerardo, pero ni bien pasa la procesión se va a desatar el infierno en el pueblo.

Este aviso lo da a las nueve y trece minutos de la noche del 31 de julio del año 1920. Y tiene importancia porque se vincula con el amotinamiento de la gendarmería del lugar, con el saqueo e incendio de la casa comercial de Carlos Santa María Aranda, el asalto y destrucción de la oficina de correos y telégrafos, que ocurre al día siguiente 1 de agosto, en plena Segunda Fiesta del Apóstol Santiago el Mayor, y tiene que ver con todo aquello que motivó la persecución y el encarcelamiento posterior del poeta César Vallejo.

¿Pero quién es Pedro Lozada, apodado también e identificado como el "zambo Lozada?

3. Calmada y tranquila villa

Es uno de los guardaespaldas de Héctor Vásquez Ruiz, propietario de tierras, activista político y hombre temible por su ofuscación.

Él, hace un año y medio ha hecho suya a Francisca, hija de don Vicente Jiménez, quien es Alcalde de la Provincia, hombre influyente y potentado en tierras agrícolas, quien recibe este episodio de su vida y en el seno de su familia como una afrenta, dando lugar a que desherede a su hija y sancione este percance con una decisión tajante y un anatema implacable:

– ¡Deja de ser mi hija quien se une con un sujeto como ése!

Y esto lo exclama pese a que ambos son partidarios de la misma agrupación política, el leguiísmo, corriente que resulta perturbadora para los civilistas o “pardistas”, como Carlos Santa María, seguidores de José Pardo que constituyen una fuerza ya tradicional en esta casi siempre calmada y tranquila villa.

Ha transcurrido año y medio desde que el padre condenara así a su hija y por extensión a su no aceptada pareja: Héctor Vásquez Ruiz. Sin embargo, este no ceja en sus intentos para congraciarse con su rico y notable suegro o, para mejor decirlo, con el padre de quien es ya su mujer.

4. Oiga usted

Pero ahora Héctor Vásquez Ruiz pasa y vuelve a pasar por la esquina donde está la tienda de don Carlos Santa María, comprobando que es cierto lo que sus ojos están viendo.

Se detiene con disimulo en la vereda de enfrente, tratando de avizorar todas las consecuencias que traerá la escena que acaba de percatarse que está aconteciendo.

¿Qué es lo que han visto sus ojos y husmeado su olfato de ardilla?

Que Carlos Santa María y el Jefe del Puesto de gendarmes, el alférez Carlos Dubois, beben y conversaban secretamente.

El primero le sirve copa tras copa al segundo, a quien todo el tiempo le cuchichea algo al oído.

Ahora Héctor Vásquez espera en la esquina de la botica de don Luis Ruiz, el médico, para ver en qué termina esta evidente conspiración.

En un momento se acerca con disimulo a la puerta y escucha que Carlos Santa María le dice:

– ¡Ya ve, pues, alférez! Yo para pagarles a ustedes lo hacía de lo que me rinde esta tienda. ¡Era de la plata de este cajón de donde le pagaba sus haberes y emolumentos! ¡Y quiero decirle que de buena gana lo hacía, oiga usted!

5. Persecución de por vida

– Ahora lo veo muy claro, don Carlos. –Respondía Dubois– ¡Y pensar que a usted lo han tratado tan mal y de modo tan ingrato! Pero la política es así, oiga usted, como tiene sus altos tiene sus reveses.

– Yo para pagarles a ustedes no esperaba que llegue la plata de Trujillo a la gobernación, sino que de mi propio peculio lo hacía. ¡Y de buena gana, oiga usted! Tanto pagaba su sueldo como el de sus subordinados.

– En cambio ahora nos morimos de hambre con Leguía y los ineptos que ocupan los cargos públicos. Usted sí era un buen Subprefecto don Carlos. ¡Puntual y bien amigo de sus amigos!

– Pero ahora, ¡vaya a ver si hace lo mismo el sordo y ferrocarrilero ese de Ladislao Meza y su camarilla! Vayan y ¡cóbrenle el sueldo que les tiene atrasado!

Era cierto. Ladislao Meza no oía y además trabajó de Comisario General del Ferrocarril de Chuquicara-Cajabamba. Fue Sargento Mayor y Subprefecto interino de Santiago de Chuco, desde el 26 de julio hasta el 24 de septiembre del año 1920, período en el cual sucedieron los hechos que motivaron que César Vallejo sufriera 112 días de cárcel en Trujillo y persecución de por vida.

6. Quiero dar unas instrucciones

– ¡Qué desgracia es esta! ¡Ni fiesta hemos tenido, don Carlos! ¡Qué vida tan amarga! ¡Y con lo sacrificada que es esta función! ¡Ni comida tienen nuestros hijos!

– Pero, ¿por qué no van a reclamarle ahorita mismo? ¡A ver si a ese sordo lo apoyan sus compinches de este pueblo! ¡Vaya, pues, y reclámele su paga! ¡A él y a la sarta de brutos que lo secundan! Y que se han puesto tan insolentes, oiga usted, con eso de la “Patria Nueva” de Leguía.

– No sabemos qué hacer don Carlos. Pero usted cuente con nuestro apoyo para lo que necesite.

– ¡Pero por ahora reclamen enérgicamente! Y de mi parte llévele estas botellitas de pisco a sus subalternos, como una prueba más de mi afecto, cariño y amistad.

Ahí fue cuando Héctor Vásquez Ruiz se retiró en forma sigilosa e hizo una señal a Pedro Lozada y al negro Pozú, que lo esperaban a una cuadra. Se le acercaron, con toda prontitud y obsecuencia.

– ¡Vayan y reúnan corriendo a todos los nuestros, que quiero dar unas instrucciones precisas!

7. Se teme semanas antes

Más tarde, cuando estuvo reunida su gente de confianza, les dice:

– ¡Se está azuzando a los gendarmes! Beberán mucho alcohol esta noche; mañana estarán exaltados y será un día en que va a arder Santiago de Chuco.

– Díganos qué hacer, jefe.

– Será un plan secreto.

– Y ahora qué haremos.

– Tú –le dijo a uno de ellos–, anda avisa a don Vicente Jiménez de lo que está ocurriendo. Al final le reiteras que es un mensaje que va de parte mía. “De su yerno”, le dices. ¡Así le dices, ah! Y no se te olvide de repetir mi nombre al final:

– De su yerno Héctor Vásquez Ruiz.

Después de deslizarse por la oscuridad de las calles, Pedro Lozada cree oportuno prevenir también a don Gerardo Sánchez Mendocilla, para que no salga a la calle el día siguiente, 1 de agosto de 1920, que se le bosqueja como un día muy peligroso.

Hay evidencias de que tendrán lugar sucesos violentos, lo que se teme desde semanas antes, justamente para las fiestas patronales empezadas hace 15 días.

8. Algo muy grave

Y es que el nuevo gobierno ha originado un terremoto administrativo nacional, acabando con el cargo de Subprefecto antes ejercido en Santiago de Chuco por Carlos Santa María, función que ha sido transferida a manos de Ladislao Meza, del grupo leguiísta, al cual pertenecen Vicente Jiménez, Víctor y Manuel Vallejo –hermanos del poeta–, Benjamín Rabelo, Andrés y Antonio Ciudad, Pedro Peláez, entre muchos otros.

La atmósfera se ha puesto tensa. El pretexto: no ha llegado el dinero para pagar a los gendarmes. El resquemor: el cambio de autoridades que ha ocurrido, por la asunción al poder de Augusto B. Leguía es la mecha del incendio. El trasfondo: las rivalidades políticas y un hecho inusitado, increíble y explosivo, acaecido hace apenas cuatro meses:

¿Qué es él? ¿Qué ha ocurrido cuatro meses atrás? Algo muy grave, nunca visto en toda la historia del pueblo, de suyo pacífico.

Esto es: Que, aprovechando de su posición de Subprefecto interino, don Calos Santa María ha dado un golpe demoledor a su enemigo principal y acérrimo, nada menos que el Alcalde de la provincia, don Vicente Jiménez, convertido aunque sin quererlo ni aceptarlo él, en padre político de Héctor Vásquez Ruiz.

9. Pónganle cadena

¿Cómo es que se ha urdido este hecho tremendo? Así:

El Subprefecto interino Carlos Santa María ha acusado al Alcalde, ante la autoridad de Trujillo, de estar organizando un ejército de montoneros y subvirtiendo el orden en Santiago de Chuco.

Esta denuncia ha sido atendida y a partir de la cual se ha dictaminado una orden de captura, en marzo de este año, 1920, en contra de Vicente Jiménez, personaje de mucho arraigo y presencia en toda la comarca.

Al llegar el dictamen de arresto se procede de forma rápida y sumaria a darle curso. Los gendarmes, a incitación de Carlos Santa María, no hacen más que obedecer y ejecutar el mandato, tomando preso a Vicente Jiménez, lo cual constituye una osadía tremenda. Es el personaje principal y el más influyente en toda la provincia.

– Hay que amarrarlo. ¡Puede escapar! –Advierte, agravando más los hechos, don Carlos Santa María.

– ¡Pónganle cadena y pásenla por debajo de la mula!

Así ordena en la curva de Las Guitarras, que es la salida de Santiago a Trujillo.

Hasta allí ha ido para comprobar con sus propios ojos que se cumplan sus instrucciones, a todas luces insultantes y provocativas.

10. ¡Átenlo de manos!

Porta, además, don Carlos Santa María, un fuetecillo en las manos, que lo blande, para mayor afrenta.

– ¡Pobrecito, el niño Vicente! –se atreve a murmurar una viejecita.

– ¡Cállese la boca! –grita el Subprefecto Santa María. Y amenaza a la mujer con castigarla alzando el fuetecillo.

Y volviéndose a los gendarmes, para humillar más a su víctima ordena:

– ¡Átenlo de manos!

De allí que en Santiago de Chuco se recita todavía ahora como coplilla la respuesta o el comentario que alcanzó a expresar Vicente Jiménez:

¡Ay, cholito, cholito!

Ruega a Dios y a la Virgen,

y a todos los santos del cielo

que no regrese yo con vida.

Porque si regreso con vida

¡ya verás lo que te pasa

pobre y triste cojudito!

11. Para lo que sea

Eso dice Vicente Jiménez, con un rictus de desprecio dirigido a Carlos Santa María.

Cuando lo engrilletan, enlazando la cadena que le sujeta los dos pies por debajo de los ijares de la mula, vuelve a repetir su frase: ¡Ay, cholito, cholito!...

Y así llegó hasta Trujillo, encadenados los pies y atadas las manos.

Todo esto ha ocurrido hace cuatro meses.

Vicente Jiménez ha regresado libre y con vida. Y ahora los ánimos están caldeados al rojo vivo.

Además, Carlos Santa María ya no es Subprefecto. Ha caído. Y la autoridad es un enemigo suyo, el huaracino Ladislao Meza.

Sin embargo los policías al mando del alférez Carlos Dubois todavía lo secundan y reciben sus órdenes y consignas, como si él siguiera mandando.

Acaba de ofrecerle botellas de pisco y su respaldo el alférez. ¡Y, para lo que sea!

De allí que previendo todo esto el Subprefecto Ladislao Meza ha traído días antes sus propios soldados desde Huaraz.

12. Viajes arduos y costosos

El guapo de Héctor Vásquez Ruiz también tiene su gente y quiere vengar la afrenta cometida contra Vicente Jiménez a quien él considera su suegro. Lo que persigue es congraciarse con él.

A todo esto, ¿dónde está el poeta César Vallejo?

Desde inicios del mes de mayo y todo el mes de junio del año 1920 César Vallejo, acompañado de su amigo Juan Espejo Asturrizaga permanece en Santiago de Chuco, recorriendo la campiña y gozando de días plácidos y amenos en el seno del hogar paterno, situado en el barrio de Cajabamba, o Santa Mónica, como también se lo llama. Su madre ya ha muerto.

Visita a Otilia, su sobrina, en Irichugo donde es maestra y adonde ella lo invita a pasar algunos días.

Terminando junio con Juan Espejo dejan Santiago de Chuco y regresan a Trujillo, llegando a esta ciudad el 3 de julio, después de cuatro días de penosa caminata a lomo de acémila, haciendo escala en Menocucho, desde donde toman el tren para llegar a la ciudad colonial.

Estos son viajes arduos y costosos que se dejan pasar largos períodos antes de emprenderlos, por lo difícil y arriesgada que resulta la travesía.

13. El curso del destino

Sin embargo, pese a recién arribar a la capital departamental, César Vallejo inesperadamente regresa, a menos de dos días de haber llegado a Trujillo. Otra vez emprende viaje a su pueblo, después de haberse despedido de él con mucho sentimiento.

Esto deja perplejo y sorprendido a Juan Espejo y a sus amigos de Trujillo.

– ¿Ha regresado? ¡Pero si acabamos de llegar! ¡Esto es rarísimo!

¿Por qué regresa así? La razón es el amor a su sobrina Otilia. Al no haber aceptado él proseguir la relación, ella abruptamente ha decidido casarse con un lugareño de Tulpo, quien la corteja.

Arrepentido en el camino César Vallejo vuelve, decidido a cambiar el rumbo y el curso que está tomando el destino.

Participa en la primera fiesta y uno de esos días apadrina al hijo de su hermano Manuel Natividad.

Mientras tanto, el alférez Carlos Dubois la noche del 31 de julio lleva al puesto de gendarmes las botellas de pisco generosamente donadas por don Carlos Santa María.

Allí, los custodios del orden conjuntamente con el alférez beben toda la noche. Se embriagan y se exaltan.

14. ¿Qué dicen?

Al amanecer del 1 de agosto, día que se inicia la Segunda Fiesta o “La octava del Apóstol”, gritan, lanzan varios disparos al aire y profieren insultos a las autoridades del nuevo gobierno, que los tiene impagos. Abren la puerta de la cárcel y dejan libres a los presos comunes, hecho deplorable y funesto.

Hay gran inquietud y nerviosismo entre la gente. Pasada la procesión vuelven a escucharse disparos y se ve a la gendarmería salir armada a reclamar sus sueldos ante el Subprefecto Ladislao Meza, quien previendo desmanes que pudieran atentar contra su vida ha apostado frente a su casa a su guardia personal de gente armada traída especialmente de Huaraz.

Los gendarmes agrupados y portando sus armas han dejado el Puesto policial, han cruzado la plaza y llegado hasta la casa de Ladislao Meza.

La manera de insistir de los custodios del orden, que están ebrios y furibundos, es descomedida e insolente, de tal modo que las personas que han seguido al cortejo se sienten indignadas.

Todos reconocen que en el pueblo no debe faltarse al principio de autoridad, si es que se anhela un clima mínimo de paz ciudadana.

– ¿Qué dicen? ¿Qué dicen? –pregunta desesperado Ladislao Meza, que no oye casi nada.

15. Sale un disparo

– ¡Le han insultado señor Subprefecto! ¡Le han insultado!

– ¡Han insultado al Subprefecto! –es la voz que corre apremiante por las calles.

– ¡A la autoridad política no se le falta el respeto! –Repite la gente–. ¡No se le puede faltar el respeto!

– ¡Los cachacos han insultado al Subprefecto con palabras soeces! ¡Su jefe es un crápula insolente! –alegan los partidarios de Ladislao Meza.

– ¡Esto no lo podemos consentir jamás! –Profieren los viandantes.

Los gendarmes han vuelto a su local, delirantes y amotinados. Pero se ha congregado un grupo de personas que han visto por conveniente acercarse al Puesto de vigilancia para reclamar que se guarde la debida compostura.

Los uniformados se han acuartelado. Entre ellos, y una comitiva que está adelante, intercambian palabras que cada vez resultan más airadas.

Repentinamente desde dentro sale un disparo que pasa rozando la cabeza de Telésforo Paredes, del Subprefecto Ladislao Meza y de César Vallejo, presentes en la comitiva.

16. Campanas a rebato

La bala va a dar en el cráneo de Antonio Ciudad, cuyos sesos se esparcen y quedan pegados en la pared de enfrente, que es la casa de don Santiago Calderón.

Todo esto ocurre a las 3.20 de la tarde del 1 de agosto del año 1920.

Vicente Jiménez enterado de estos sucesos baja desde su casa situada en la parte alta del pueblo. Porta un fuetecillo en la mano y se le oye arengar a la gente: “¡El pueblo se levanta!” “¡Santiago se subleva!”. “No pueden ocurrir estos desmanes!”

Ya en la plaza insta a Manuel García, apodado el “cojo García”, quien es el guapo del pueblo, a que suba a la torre y toque la campana llamando a la gente.

Trepa por un lugar denominado La Huairona y, caminando por el borde de las paredes, llega al campanario donde echa a volar las campanas llamando a rebato.

– ¡Justicia!

– ¡Justicia! –repite el pueblo.

La gente enfurecida arremete contra el Puesto de gendarmes, destroza la puerta e ingresa.

17. El arma le cuelga del hombro

Mientras tanto Pedro Lozada, el “zambo Lozada”, ha entrado por el hueco que hay en una pared posterior y dispara dando muerte a dos guardias civiles mientras los otros huyen por los techos.

A uno de los agentes muertos lo arrastran hasta la vereda de la calle donde la gente le hinca con cuchillos. Es el cuerpo del custodio Lucas Guerra. El otro que yace inerte es Julio Ortiz.

Los policías que escapan con el alférez lo hacen saltando por paredes y techos de las casas en dirección al establecimiento de Carlos Santa María, en donde se refugian.

El pueblo al asaltar el Puesto de gendarmes captura armas, las que se distribuyen entre los presentes.

César Vallejo recibe un fusil y una cartuchera de balas que se la amarra a la cintura.

El arma le cuelga del hombro y con ella recorre las calles de Santiago de Chuco, junto a otros ciudadanos que han recibido rifles y carabinas de la armería capturada.

18. Tres casas ya ardían

Otro grupo ha violentado las oficinas de correo y telégrafos, cuyo titular responsable es el ciudadano César de la Puente.

El Subprefecto está preocupado en informar de todos estos sucesos a Trujillo. Al no contar con el secretario de su oficina Américo Escobedo, quien en estos días de fiesta se ha ausentado, solicita los servicios del escritor y poeta César Vallejo.

Ambos se dirigen a la casa de Demetrio García donde se reúnen para hacer los comentarios del suceso y redactar los informes correspondientes.

Hasta ahí llegan simpatizantes del Subprefecto y amigos de los presentes.

A las 11 de la noche les avisan que están saqueando e incendiando la casa y la tienda comercial de Carlos Santa María Aranda, el mejor establecimiento comercial de la ciudad y de toda la provincia.

Salen apurados y ven con horror lo que acontece. Tres casas ya arden, encontrándose que aquel bien dotado almacén ha sido saqueado, rociado de kerosén y ahora arde envuelto en un fuego grande que compromete a otras casas vecinas y amenaza con cruzar e incendiar las edificaciones de enfrente, al otro lado de la calle.

19. Oculta consigna

Los días siguientes son penosos y sombríos.

César Vallejo viaja a Huamachuco a encontrarse con su hermano Néstor Pablo.

Desde Trujillo se envía a Santiago de Chuco a un juez especial, el Dr. Elías Iturri, especialmente comisionado por el Tribunal Correccional Superior para levantar instrucción de los sucesos.

Lleva la oculta consigna de perseguir e involucrar a los simpatizantes de Leguía y opositores de Carlos Santa María Aranda, entre los cuales se encuentran los miembros de la familia Vallejo Mendoza.

Es interesante consignar que el Juez titular de la ciudad, Martínez Céspedes, al iniciar el proceso, no inculpó en absoluto a César Vallejo.

Sin embargo, el día 31 de agosto Iturri ordena la detención de 12 personas. Entre ellas están los hermanos Víctor, Manuel, Néstor y César Vallejo Mendoza.

Néstor posteriormente atestiguó y demostró que el día de los sucesos había despachado en su juzgado de Huamachuco.

20. El momento más grave de mi vida

César Vallejo después de algunas semanas de permanecer oculto en aquella ciudad capital de la provincia, Huamachuco, viajó a Trujillo donde Antenor Orrego le otorgó refugio en su casa de Mansiche.

El día 5 de noviembre recibe la recomendación de una persona a quien él nunca delató, de que debía de cambiar de lugar, ofreciéndole la casa del Dr. Andrés Ciudad, adonde había llegado también el perseguido Héctor Vásquez Ruiz.

Allí se traslada, casa que es allanada al día siguiente por los gendarmes, el 6 de noviembre de 1920.

Ese mismo día César Vallejo ingresa a la cárcel a las 5 de la tarde, para permanecer en ella 112 días con sus noches, hasta el 27 de febrero del año 1921.

En este lapso reescribe los poemas que después estructura bajo el título de Trilce, alcanzando con ello una transformación completa del lenguaje poético e inaugurando una nueva estética para las letras universales.

Más tarde diría:

“El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”.

NOTA EXPLICATIVA

1.

Todo lo anteriormente escrito y consignado forma parte de la tradición oral de mi pueblo Santiago de Chuco, que escuché repetidas veces durante mi infancia a las personas mayores que vivieron directamente estos sucesos, entre ellas mi abuela Sofía Gamboa.

Por coincidencia, mi casa queda en el mismo barrio donde vivían la mayoría de los implicados principales de estas ocurrencias, como es el caso del domicilio del propio César Vallejo.

Los acontecimientos en algún momento adquirieron la forma de un alzamiento popular, en reacción a hechos luctuosos perpetrados por gendarmes ebrios que liberaron a presos comunes.

Amotinamiento, insulto a la autoridad, asesinato a mansalva de un ciudadano notable de la ciudad, por parte de quienes su función es resguardar el orden, son eventos gravísimos.

De allí que el pueblo indignado asaltó el Puesto de gendarmes, capturó la armería y se distribuyeron armas entre los ciudadanos presentes más relevantes.

 

2.

Hay testigos todavía que confirman haber visto a César Vallejo con fusil al hombro y cartuchera de balas atadas al cinto.

Recorría las calles junto con el grupo de personas indignadas ante los sucesos producidos por el cuerpo policial desquiciado y enardecido.

Digo: ¿Cómo no lo iba a asumir así un hombre apasionado y de convicciones populares profundas?

Hasta ahora la actitud, muy comprensible, de parte de todos quienes se identifican con César Vallejo es presentarlo inocente y al margen de estos sucesos.

No le hacemos gran favor y, al contrario, es coherente con su vida reconocerlo más bien como un militante activo de todas las causas del pueblo, como la que tomó en Santiago de Chuco.

Y lo mismo hizo después, al identificarse con la revolución bolchevique en Rusia, con la Guerra Civil Española y con toda gesta en la cual estuviera de por medio defender valores y la causa sacrosanta del pueblo humilde y auténtico.

 

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Danilo Sánchez Lihón
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