–
¿Quién barre mi choza y prepara mi comida? –Se preguntó de un
sobresalto el cazador.
Es al borde del entresueño del mediodía, mientras permanece
descansando recostado en la floresta.
Se ha despertado con esa interrogante. Y en ello sigue cavilando varias
horas más.
Es siempre al regresar, bajando el arco y las flechas de su hombro, que
desata el pañuelo en torno a su cuello y observa los ricos potajes
servidos en su mesa.
Pero ahora, aún lejos de su cabaña, se hace la misma pregunta:
– ¿Quién barre mi choza y prepara mi comida?
Y no atina a dar una respuesta satisfactoria a este interrogante.
Solo sabe que los alimentos que encuentra servidos están calientes y
que es fresco y bueno el aderezo como salidos de una mano maravillosa.
2.
Encuentra que las viandas están otra vez servidas
Hoy
día ha cazado un cervatillo y dos paujiles. Se los echa a los hombros y
emprende el camino de regreso remando suavemente a contracorriente.
Su cabaña aún está distante pero la hora es propicia para retornar; aún
con la luz del día, aunque ya apagándose.
El atardecer ha roto sus celajes amarillos y rojos en el poniente.
Ve su imagen reflejada en un remanso de la laguna. Y se siente bien al
mirar el arco que lleva en la espalda, las presas que ha cazado y su
cabello hirsuto sobre su rostro anguloso.
Contempla largo rato los copos de neblina blanca sobre el verde del
follaje y de los cerros.
– Pero ¿quién hace mi comida? –Se dice de nuevo al llegar y
encontrar que la vianda está otra vez está servida y que los
condimentos son recientes y sabrosos.
– Mañana me esconderé y vigilaré quién visita mi choza.
Sin embargo, al otro día no se acuerda de su propósito.
3.
Un atado de frutos silvestres
Se
levanta temprano, prepara su aljaba, alinea sus flechas y sale como
siempre de madrugada.
Pero al desamarrar su canoa irrumpe otra vez el carbón encendido de su
pregunta sin respuesta.
Y allí mismo toma la decisión de esperar.
– ¡Hoy debo saber quién entra en mi choza y amorosa me prepara la
cena!
Suelta su canoa y deja que el agua la arrastre río abajo. Y regresa a
su morada a buscar explicación a su dilema.
Sin despojarse del carcaj que lleva, toma sitio en un rincón en
penumbra desde donde puede observar todo el ámbito de su aposento.
Al cabo de un momento se escuchan unos pasos menudos y a pie descalzo
sobre la tierra. Y luego el chirrido de la puerta cuando se empuja y se
abre.
Ha entrado una niña trayendo un atado de frutos silvestres que extiende
sobre la mesa.
Presta
enciende el fuego, corta carne reciente que allí encuentra, pela las
papas, desgrana el maíz y lo coce.
Sancocha las verduras y las adereza.
Luego
lava, arregla, pone las cosas en orden. Sirve la comida y la cubre con
hojas de palma para cuando él llegue.
A él desde su rincón le cuesta pronunciar palabra, pues permanece
extasiado:
– ¿Quién eres?, –dice por fin.
Con el susto la niña suelta lo que lleva y busca entre las sombras el
lugar desde donde la voz la ha asustado.
Él, dejando su escondrijo, vestido aún con su atuendo de caza, sale
completamente y otra vez le inquiere:
– ¿Quién eres? –le repite mientras ella se sonroja.
– ¡Soy el agua!, –dice tímida y balbuceante.
5.
Sus vestidos idénticos a las flores
– En el manantial. –Dice, ya mirándole de frente, cuan bella y
hermosa es.
– Y, ¿cómo es que me conoces?
– Porque cada día te inclinas para beber agua en mi fuente. Y me
besas. –Dice, encendiéndosele más aún el rubor en sus mejillas.
Es él, esta vez, quien se siente estremecido y avergonzado.
Y ella recobra su prestancia.
Allí está. Con sus vestidos idénticos a las flores que crecen en las
orillas del camino.
– ¿Y por qué preparas atenta mi comida? –Le indaga él.
– Porque regresas cansado. Y en tu cabaña nadie te espera.
6.
Tiéndete a mis pies, recuéstate y sé manantial
–
Sí. Y mucha. El sol y los nevados son mis abuelos. La lluvia, la
neblina y el granizo son mis parientes.
– Mi padre es el río que fue convertido en piedra, porque no le
correspondía enamorar ni pretender a mi madre.
La laguna de Alcacocha criada desde niña como doncella. Y consagrada a
un Dios implacable.
– ¿Pero aceptó a tu padre?
– Sí. Mi madre desde el principio lo adoraba. Y por eso él y
ella fueron castigados. Él fue convertido en roca. Y mi madre cuando
pudo acercarse hasta él, llorando le pidió de rodillas quedarse junto
a su cuerpo endurecido. Él le dijo entonces: Si quieres tiéndete a mis
pies, recuéstate y sé manantial.
7.
Donde las flores y las espigas se mecen ondulantes con el viento
– Ella estiró sus muslos cogida a él y se fue convirtiendo en ojo de
agua que mana y aflora desde el fondo de la roca donde está el corazón
de mi padre. La hija de ellos dos soy yo.
Él cazador la miró y sintió ternura. Y le dijo:
– Eres verdaderamente el agua. Quédate a vivir conmigo, –le dijo.
La niña vio sus ojos y el brillo en su frente. Recorrió palmo a palmo
su destino. Y respondió:
– Sí, para siempre, eternidad tras eternidad.
Y allí se unieron. Juntos el cazador y el agua sembraron los campos y
edificaron nuestro pueblo.
En el lugar donde ellos viven las flores y las espigas se mecen
ondulantes con el viento.
Pero
hoy ella se despertó llorando.
– Amor, amor, –la acarició enternecido el cazador–. ¡No llores!
¡Despierta!
– Sí, qué pasa. –Balbuceó ella.
– ¡Ay, he tenido un sueño terrible!
– Cuéntalo para que nunca suceda.
– Soñé que me iba secando. Me iba volviendo turbia, amargada y
vieja.
– ¿Tú? ¡Eso no, amor mío!
– Así ocurría en mi sueño.
– Pero eso nunca acontecerá en la realidad, amor mío. Tú eres
transparente y tierna. Linda. Y siempre buena.
– Yo me iba volviendo arena, cascajo y luego polvo y humo calcinado.
– ¡No! Y, ¿por qué ocurría eso?
9.
Aún lo esperaba habitando en su casa
–
Ocurría así porque el hombre se había vuelto soberbio y perverso:
incendiaba los bosques, mataba animales por gusto, contaminaba los
lagos, pisoteaba las plantas, destrozaba los bosques.
Luego de escucharla el hombre aquel día subió a su barca. Desamarró
el nudo de la soga de su canoa que estaba atado a un horcón de la cerca
de su casa. Navegó largo rato cabizbajo. Y lloró amargamente.
¡Era él quien hacía lo que su amada el agua le había señalado!
Vio, sin embargo, que aún quedaba algo hermoso y que la tierra aún
florecía. Se enterneció que aún era tiempo de salvarla, de lograr que
el agua no se secara, ni se volviera vieja ni se tornara amarga.
La laguna por donde navegaba aún estaba limpia y hacia el fondo se
contornaban felices los peces.
Juró que ya nunca la destruiría.
Y suspiró sintiéndose dichoso de tener aún una oportunidad en la vida
y que la niña bella que era su esposa aún lo esperaba habitando su
casa.
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