Programa:
Manuel
Masías Oyanguren
Alcalde del Municipio de Miraflores
Danilo Sánchez Lihón
Presidente de Capulí, Vallejo y su Tierra
Lino
Bolaños y Ricardo Elías
intervenciones
artísticas
César
Vallejo Ynfantes, Evocación
Max Silva Tuesta, Conferencia magistral
Centro
Cultural Ricardo Palma
Av. Larco 770. Miraflores. 7 pm.
Ingreso
libre
Se agradece su gentil asistencia
* * *
PRIMERA
MESA REDONDA
JUEVES 10 DE ENERO
"César
y Georgette, amor constante
Panelistas:
Raúl
Fort
María Regla Villa
Julio Yovera
Intervenciones artísticas:
Catherine Porlles, Avelino
Rodríguez,
Segundo Vara
Centro
Cultural Ricardo Palma
Av. Larco 770. Miraflores. 7 pm.
Ingreso
libre
Se agradece su gentil asistencia
* * *
1.
Huérfana de padre
Aprendió
en París a bailar la marinera para complacer a su esposo. A partir de
entonces los amigos de la pareja la llamaban “la chola Georgette”.
Aquel le dedicó un poema: Palmas y guitarra, donde dice:
Ahora,
entre nosotros, trae
por la mano a tu dulce personaje
y cenemos juntos y pasemos un instante la vida
a dos vidas y dando una parte a nuestra muerte.
Ahora, ven conmigo, hazme el favor
de cantar algo
y de tocar en tu alma, haciendo palmas.
¡Hasta cuando volvamos! ¡Hasta entonces!
Georgette
Marie Philippart Travers, la jovencita parisina que llegaría a ser
esposa de César Vallejo, el poeta más asombroso de la poesía
universal de los últimos tiempos, nació en París el 7 de enero de
1908.
Sus padres fueron Alexander Jean Baptiste Philippart, que se desempeñaba
como dibujante y orfebre.
Su madre, Marie Travers era modelista quien, junto con madame Virot y
madame Lanvin, conformaba el “Grupo Real”.
Diseñaban los vestidos para las reinas de Europa. Y para nadie más. Su
labor era entonces de fina y alta costura que más parecía una categoría
social.
La señora Marie murió a la edad de cuarenta años cuando vivía junto
a su hija Georgette en la región de Bretaña, al noroeste de Francia.
Su padre Alexandre, quien no había llegado a casarse con la madre de
Georgette, fue uno de los primeros soldados en caer en la Batalla del
Marne ocurrida en septiembre de 1914, a inicios de la primera Guerra
Mundial.
Cuando Georgette tenía siete años su padre murió a la semana de ser
gravemente herido.
Todo lo anterior está documentado porque el Tribunal de Juzgamiento
Civil llevó a cabo un proceso para determinar la legitimidad de la niña.
Y el 14 de octubre de 1917 sentencia a favor de tal apelación.
Dicho organismo decreta que Georgette sea reconocida como hija de
Alexandre Philippart, para lo cual fue decisiva en el momento del
veredicto, una carta que dejó el agonizante progenitor donde hacía
referencia a su hija Georgette Marie.
Antes de esa fecha la niña era registrada solo con el apellido de la
madre: Travers.
Sin conocerla, en una latitud lejana, César Vallejo escribía en unos
versos:
Hay
un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Los
abuelos paternos de Georgette fueron Alexandre Philippart, comerciante
de vinos nacido en Bélgica, y Marie Elise Bouveret.
Sus abuelos maternos: Constant Travers y Jeanne Bagot, eran campesinos
pobres que no tenían tierras, quienes se mantenían cultivando predios
ajenos a cambio de un austero beneficio, afincados en la región de
Bretaña, en la parte nordeste de Francia.
La madre concibió a Georgette cuando aquella frisaba los 19 años de
edad.
Desde el año 1912 se la registra a madre e hija viviendo en el Nº 19
de la rue Moliere, en el centro de París.
La niña tocaba el piano y también la guitarra, siendo este último
instrumento el más preferido por ella.
Cuando terminó su educación primaria viajó a Londres a continuar sus
estudios de violonchelo.
Sin embargo, solamente cursó tres años de Educación Secundaria, de
1919 a 1922, en la comunidad de Vitré, cerca de la ciudad de Rennes.
Ella ha dicho de sus primeros años de vida:
“Fue
una infancia atormentada”.
Como
todas sus compañeras de colegio dibuja el perfil de su príncipe azul.
Rememorando ese hecho, ya de adulta, expresaba que era siempre el perfil
exacto de rasgos abruptos de César Vallejo, el que salía de sus manos.
En 1924 o 1925 una señora le dice la suerte. Reproduce las siguiente
palabras de la adivina:
“Viene
de lejos… ya ha cruzado los mares. Un hombre feo… pero un ser
luminoso. Será usted siempre la primera en su mente”.
4.
La vida regala a la vida
Y de su adolescencia y juventud anota:
“yo
era muy bruta, no estaba preparada para la vida... leía cosas
insustanciales”.
Y
agrega algo verdaderamente conmovedor:
“Jamás
tuve una conversación interesante con mi madre”.
Y
nos preguntamos entonces: ¿Cómo una niña así puede, de repente,
interesarse en un genio severo, hirsuto y decisivo como es César
Vallejo?
¿Cómo una persona que proviene de un ambiente confortable, con
menosprecio por lo extraño, foráneo y enigmático,
Una niña de una edad en la cual se desestiman las expresiones del espíritu,
mucho más si estas notas son oscuras, escabrosas y crípticas,
Sin antecedentes culturales, literarios o artísticos, sin “requisitos
previos”, por decirlo así,
Completamente al natural, sin que fueran presentados por alguien que los
recomendara, sin que nadie a ella le hablara a favor de César Vallejo,
¿Cómo pudo ser capaz de ser atraída de manera implacable por un
abismo, un hueco negro, un “bloque de hielo” como era él?
Esto habla mucho a favor de Vallejo mismo.
¿Cómo pudo acercarse y entrar al centro de su mundo? De aquel que tenía
oído para percibir esto:
“Golpes
como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma Yo no sé!
Son pocos; pero son...
Es
la vida quien regala a la vida. Es esa textura intrincada e
inconmensurable que teje y desteje sus designios.
5.
¿Cómo se propició el encuentro?
En el momento en que se conocieron Georgette era así en la pluma de
Armando Bazán, quien compartió días y acontecimientos con los Vallejo
en París y en Madrid:
“Una
niña de cabello castaño y ojos glaucos quien frisaba unos 16 años,
alma inquieta, soñadora, de temperamento firme y voluntariosa, de
talle regular, bien proporcionada, con su delgadez empezando a ser
esbelta, su rostro tiene el encanto de una extraña belleza, porque su
frente es angosta y abarca, dibujada al pincel, todo el ancho de la
cabeza; tiene los labios finos, pero carnosos, su nariz es pequeña,
un poco respingada, graciosa, su tez presenta la blancura tostada del
lirio. Lo que más llama la atención son los ojos verdes que colorean
a veces tintes de violeta en la sombra y otras veces resplandores de
oro iluminando el aire libre.
¿Qué
es lo que propició el encuentro?
Ocurrió que en el verano de 1925, dos años luego que Vallejo llegó a
Europa, consigue un empleo en el Bureau des Grands Journaux Ibero-Americains.
A fin de estar más cerca a las oficinas donde ha de laborar deja el
taller de la rue Vercingetórix que le cediera el artista costarricense
Max Jiménez y que ocupaba, y se traslada al hotel Richelieu situado en
el 19 de la calle Moliere.
6.
Amor de ventana a ventana
Al frente de la habitación que ocupa en el 2º piso del hotel, cuya
ventana da a la calle, vive una niña junto con su madre, en un
departamento con un amplio balcón desde donde la adolescente salía a
espiar el acontecimiento del mundo externo.
Tiene ella 16 años. Y no es César Vallejo quien se da cuenta de ella
sino a la inversa. Es ella la que vigila, hace suposiciones, comenta con
su madre acerca de el vecino de al frente diciéndole que no es mudo
sino que habla. Es ella quien finalmente lo despierta de su
ensimismamiento.
Le ganó la curiosidad por saber quién era y qué hacía aquel hombre
circunspecto, aunque atildado sombrío, de apariencia tan exacta pero
sorprendente, tan armonioso con la vida y el mundo y a la vez tan
contradictorio con ellos.
Y lo que tenía que ocurrir ocurrió: su primer encuentro en una banca
de los jardines del Palais Royal, lugar cercano al lugar en que vivían.
Después se citaron con frecuencia en el restaurante del hotel Le Corillón
donde él le traducía de viva voz algunos poemas de su libro Los
heraldos negros.
Esto no era aún de conocimiento de la madre de Georgette quien tenía
cerrado prejuicio en contra de personas que no fueran de su raza y de su
propia cultura. Mucho más era su rechazo a personas de Sudamérica.
Pero aún más: veía con total antipatía a los poetas.
De allí que cuando su hija la consultó si podía cultivar amistad con
un poeta sudamericano, ella fue tajante y sin apelaciones:
–
Aún así se tratara de un poeta francés te diría: ¡No señorita!
Fue
tan preocupante la situación para la madre que en el acto tomó la
decisión de abandonar París con su hija. Y cambiar de residencia
viajando ambas, y en la idea de la madre para siempre, a la región
francesa de Bretaña.
Esta decisión nos da idea y nos muestra la proporción del desatino
–desde la mirada materna– de lo que significaba la inclinación de
aquella niña por lo que después se concreta y se torna destino de dos
frente al mundo. Siniestro.
Y en verdad, desde una mirada común y corriente era fractura de mundos,
eclosión, parto de los montes. Una inclinación delirante para ella.
No era un decurso normal de los acontecimientos. No era una relación
permitida, aceptada o admisible desde un criterio convencional.
La señora Marie Travers falleció dos años después de esta cortante
decisión, el 12 de noviembre del año 1928.
Georgette entonces escribe con dirección a Les Grands Journaux Ibero
Americanis en donde sabía que trabajaba César Vallejo una nota donde
le decía que muerta su madre nadie se encuentra más cerca de su corazón
que él.
Y le consulta si aprobaría que ella viaje inmediatamente a París.
Sin embargo, César Vallejo, cuando todo ello ocurría en el entorno de
Georgette hacía tres meses que se encontraba en Rusia.
Al llegar el 15 de noviembre a París y al revisar los sobres de su
correspondencia se encuentra con uno especial e inconfundible, era la
nota de Georgette, la niña de los cabellos castaños y los ojos
glaucos, donde le expresa lo que ya hemos anotado.
Y esta fue, cuenta Georgette, la forma de declararse de César Vallejo:
“Me
dijo –así como si me dijera– por favor alcánzame los fósforos–
que debíamos vivir juntos... yo sentía que tendría que ser así:
era la predestinación”.
Ella
para entonces tenía veinte años y él treinta y seis.
Existe esta nota de César Vallejo escrita en francés, en una tarjeta
de presentación de 10.2 por 5.7 cm., fechada en París un jueves a la 1
de la mañana del año 1928, sin consignar día ni mes, y que es la
gratitud por la primera noche de amor. Para nosotros, además,
reveladora de algo cardinal: la transfusión de la pena hacia ella, para
asumir la causa del hombre.
El original de esta tarjeta la donó Georgette a la clínica hogar de niños
minusválidos San Juan de Dios, en cuyo archivo permanece.
Tiene tachaduras que le hizo la propia Georgette, porque quiso así
ocultar intimidades que solo a ella y a él le correspondían conocer:
“Mi
niña adorada. Vengo a decirte adiós y mi corazón palpita aún con
inefable dicha. Me has hecho feliz esta noche como no lo he sido
nunca. Me siento arrebatado y loco por la emoción de haberte tenido
por completo entre mis brazos. ¡Estuviste tan llena de comprensión
femenina! Me siento verdaderamente dichoso y eres tú quien opera ese
milagro en mi vida.
Tú partiste con un aire indefiniblemente pensativo, se diría
incluso triste. Vuelvo a ver tus ojos melancólicos diciéndome
“buenas noches”. Tal vez yo (tarjado por Georgette de Vallejo).
Tal vez yo te lastimé con una palabra o con una actitud torpe pero de
ninguna manera deseada. Es porque te exigí (tarjado por Georgette).
Al pensar en tu tristeza del último instante, sufro muchísimo.
Hablaremos mañana. Buenas noches y todas mis caricias.
10.
Asumir la causa de los humildes
César Vallejo hizo transfusión de su pena, porque a partir de este
momento ella estaba invadida de la misma angustia y responsabilidad que
asumiera Vallejo.
Vallejo entró en ella. Y fue como un licor de aguardiente que se
imprime en un lienzo intacto.
Y a partir de entonces estaba ella transida de todo aquello que hizo de
Cesar Vallejo un ser absoluto.
Le transpuso su sentido esencial de la vida: nada de vanidades, de
superficialidad, nada de complacencias.
La misión es hacerse cargo del destino de la humanidad, de corregir la
injusticia prevalecente sobre la faz de la tierra, asumir la causa de
los pobres, de los humillados y ofendidos.
Quedaba descartada en su vida todo lo que fuera halagos personales. Ni
menudos ni mezquinos regodeos, muchos de ellos bajo la apariencia de
arte, tradición y cultura.
Ya era una bautizada y su desempeño prueba que había una consagración
tácita.
Porque acaso ¿se la vio a ella alguna vez en una fiesta? ¿O en una
tertulia de intelectuales o escritores?
¿Envuelta tal vez en un escándalo banal y frívolo? ¿Envuelta en un
ambiente de poses e hipocresía?
Y eso jamás le perdonó la caterva intelectual que pulula en ésta o en
cualquier otra ciudad del mundo.
11.
Ella era una niña. Y él amaba la vida
Juan Domingo Córdova, el biógrafo más fidedigno de César Vallejo en
Europa precisa que Georgette aporta a la unión con César Vallejo:
“Doscientos
ochenta mil francos en efectivo, producto de los ahorros de la
madre... y además una reducida pensión del estado a las viudas y huérfanos
de la guerra por muerte de su padre en el campo de batalla”…
Y
un departamento en el centro de París.
En enero del año 1929 viajaron en luna de miel a Niza, a las playas del
Mediterráneo. Luego partieron para Moscú, pasando antes por Bruselas,
Berlín y Varsovia. Regresaron por Leningrado y siguieron la ruta de
Kiev, Budapest, Viena, Berna, Roma, Niza. Y nuevamente de regreso a París.
Ella era una niña. Y él amaba la vida y estaba maravillado.
Tanto es así que cometen locuras: se alojan en hoteles lujosos algunos
de ellos en donde la habitación vale 500 dólares por noche.
Al volver a París se instalaron en el departamento que ella tenía en
el 19 rue Moliere, de cuatro habitaciones.
Era un piso profuso en muebles, espejos, lámparas, armarios, cuadros de
pintura y un piano donde Georgette interpretaba música clásica.
Y ordenaron su vida con las mejores y buenas intenciones del mundo como
si fueran a quedarse a vivir a allí mil años.
Ella cocina y él sirve el vino. Muchos amigos fueron invitados a comer
en una mesa bien servida. Posterior a la comida Georgette ejecuta en el
piano piezas de Mozart, Beethoven, Stravinski.
Pero él no hacía concesiones. Era un ser que en el amor nunca rogó.
No se dio la licencia de un solo halago. Fue siempre duro e implacable.
"El
era muy seco: una vez que escribía —yo no sé por qué, porque yo
era muy discreta—, me acerqué sin pensar que iba a dejar de
escribir, me asomé por detrás de él y lo besé. Y él me apartó
con la mano. Y yo quedé tan herida que nunca más, nunca más hice un
gesto parecido. Así era, a tal punto que, muerto él, me bastaba su
mano y su mascarilla. Sólo sentía que me faltaban sus pasos. Pero me
dormía agarrada a su mano y no tenia la sensación de su muerte”.
No
tenía consideraciones de seductor, ni galanterías inútiles, ni
gratitudes, ni supeditaciones porque se le presta, otorga u obsequia
algo. Ni promesas ni halagos ni subterfugios. Era directo, escueto y
funcional, sin zalamerías ni sonrojos.
Había
llegado a una síntesis de vida y experiencia, a una especie de cima,
por su hondura y reflexión.
13.
El estallido en lágrimas
De allí que hay un momento en que él abandona el departamento y se va
a vivir en un hotel. Una carta del 5 de julio del año 1929 así lo
consigna:
“Me
he separado de Georgette... vivo en 32, rue Sainte Anne”.
Fue
ella quien cansada de esperar el retorno fue tras él en su búsqueda.
En septiembre de ese mismo año, 1929, ya estaban realizando un segundo
viaje a la Unión Soviética juntos. Él toma nota para su libro Rusia
1931.
El
biógrafo de su etapa en el Perú, Juan Espejo Asturrizaga, dice de él:
“Extraño
amante, sufría y hacía sufrir”.
Y
es que en Vallejo hay una conjunción de fuerzas que lo hacían complejo
en sus sentimientos. No olvidemos que era el “shulca”, el mimado, el
consentido y engreído de su familia.
“Hemos
sido testigos –continúa Espejo– de sus estados de angustia y
desesperación en que se sumía. Su inconformidad, su constante lucha
entre el hombre amado (...) por mujeres dulces, sacrificadas y a las
cuales nada se les podía reprochar por su adhesión a él, y ese otro
yo, celoso, exigente, descontento, minuto a minuto, cruel hasta
conseguir el estallido en lágrimas para después llenarse de
arrepentimientos.”
14.
Alma que se acopla perfecta
Georgette Philippart estaba predestinada para ser la compañera de un
ser prominente como es César Vallejo; de un hombre que a su vez estaba
estipulado para echarse a sus hombros el destino del mundo.
Son seres al mismo tiempo que se les impone un sacrificio, a quienes se
les asigna una recompensa, una ofrenda como puede ser la presencia
propiciatoria de alguien igualmente excelso en la abnegación de sus
vidas.
Y eso es Georgette en la existencia de César Vallejo, una sacerdotisa
de su culto, convicta y confesa, absolutamente puntual como si
obedeciera a un mandato divino. Es la compañera constante, cumplida y
sacrificada. Y él confía en ella:
De
veras, cuando pienso
en lo que es la vida,
no puedo evitar de decírselo a Georgette
¿Qué
hay de más hondo y a la vez íntimo y confidente que pensar en la vida
y eso confiárselo a alguien? Revela devoción y confianza, de un lado,
y disposición para escuchar, oír y amar, del otro.
Ella junto a él sobrelleva una vida que si bien es plena de luz, a su
vez es transida de penurias; llena de sentido pero aciaga; convencida de
su misión, pero martirizada.
Eso sí, incapaz de levantar la mirada y avizorar otro rumbo. ¡Eso es
inconcebible! ¡No podría ocurrir!
Es un imposible existencial mirar por encima del muro y ver afuera otras
opciones.
Son almas fusionadas como si pertenecieran ambas a un círculo mágico;
como si su materia fuera de meteoros únicos, que se buscan, encuentran
y se fundan en un tiempo inicial y postrero.
Y eso fueron César Vallejo y Georgette, almas que se acoplaron
perfectas y para siempre. Y juntos representan el triunfo del amor que
desde la tierra se proyecta eternamente.
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