1.
A encontrarse con el mar insondable
Resoplan
los caballos y se hacen más intensas las luces en los débiles e ínfimos
faroles que tratan de encender las luciérnagas.
Se detienen una a una las sombras que hacen las acémilas y las personas
que van montadas sobre ellas. El peón luego de un rato de silencio,
dice:
– Ha crecido mucho el río, niña.
– ¿No estaba así cuando viniste? –.e inquiere mi abuela Rosa,
madre de mi madre.
– No; en la tarde cuando pasé no rugía ni había cargado tanto.
En el silencio de la noche el río, que se extiende al frente, es un
rumor sordo, profundo y misterioso.
Mucho más al saber y pensar que estas aguas pasan por otras comarcas a
encontrarse con el mar insondable.
2. A la luz de las estrellas que titilan estremecidas
Las
mulas se agitan, levantan sus cabezas y hacen brillar en la noche sus
ojos asombrados.
– Hay que ajustar bien los aperos para cruzar, –dice mi abuela, con
voz que es a la vez cierta e incierta, al peón que nos guía.
El rumor del río no es de arrastrar las piedras que chocan unas con
otras.
Es rumor de algo que está mucho más allá o al fondo de lo que podamos
comprender. Está mucho más allá incluso de lo que siquiera el mundo
sepa qué es.
Nuestros ojos auscultan el río en la oscuridad. Es ancho y sosegado.
Rebrilla suavemente el reflejo de las aguas a la luz de las pocas
estrellas que titilan estremecidas en el cielo por lo que nos ven pasar.
3.
Al cauce sonoro que eleva sus sordos bramidos
Hacia
la otra banda nos esperan los cohetes que revientan en el cielo, pues es
fiesta en el caserío de Cachulla donde mi abuela tiene la mayor
cantidad de tierras y es siempre la mayordoma de la fiesta.
Nos esperan ollas humeantes de comida, humitas y pachangas, los rezos de
la misa, las voces de los niños. Nos esperan las mojigangas con sus
sones y sus danzas, pero a costa que pasemos esta prueba del destino.
– ¡Que entre el Pablo y vea el sitio por donde podamos vadear!
–ordena otra vez mi abuela dirigiéndose, al hablarle, a todos. Y sin
distinguir cuál de los bultos en la oscuridad es Pablo.
Pablo es el hijo mayor del peón, un muchacho fuerte quien de un momento
a otro se ha hecho alto. Candoroso en su mirar y en su respeto a los
adultos.
Pablo está a mi lado. Se remanga el pantalón en silencio. Y en su
caballo, cogiendo una vara larga, trata de entrar al cauce sonoro que
eleva sus sordos bramidos.
4.
Está hondo, pero hay un sitio por el que podemos pasar
Piafa
el animal y acicateado por su jinete se interna, primero tratando de
alzar altas las rodillas para asentar bien los pasos dentro del agua.
Tienta el caballo con las patas el suelo para ver si es hondo.
El grupo, compuesto de diez o doce personas, esperamos expectante. Vemos
en un instante que Pablo no puede avanzar pues el agua lo arrastra. El
caballo se encabrita.
Pero él felizmente sale, y vemos que pica al animal por la orilla
buscando un vado un poco más arriba.
Y así, caballo y jinete, se pierden en la oscuridad.
– ¡Ha crecido fuerte desde la mañana que pasamos! –reitera
solemnemente el padre.
Por fin al rato regresa Pablo.
– Está hondo, pero hay un sitio por el que podemos pasar.
5.
Los caballos resbalan en las piedras de fondo
–
A los niños hay que amarrarlos y que la soga del caballo sobre el cual
van montados que los sujete un adulto. No vaya a ser que el animal se
asuste y se vaya por otro rumbo.
– Si el caballo es arrastrado que también arrastre al adulto. –Es
la voz autoritaria, inapelable y fatal de la abuela.
– ¡Y no se despeguen del grupo!
Con nuestras acémilas entramos siguiendo la senda que nos señala Pablo
hacia adelante.
El agua nos moja los pies y los caballos resbalan en las piedras de
fondo del río. Uno de ellos se ladea peligrosamente. Hay gritos de
alarma.
6.
Mi abuela la mira extasiada
–
¡Cuidado!
– ¡Pronto!
– ¡La niña Rosita se cae!
Mi hermana menor está en peligro pero no da ni un solo grito sino al
contrario, en vez de contraerse afloja toda la rienda para que el
caballo tenga la libertad de maniobrar, mirando bien los ojos de la
bestia. Y ahí está el Anselmo que la cuida y empuja para adelante.
Milagrosamente todo sale bien. Cruzamos el río. ¡Y aflora la alegría!
Pero el comentario general es:
– ¡Qué serena y valiente es esta niña!
– ¡Cómo le dio rienda al caballo!
– ¡Parece una reina!
– ¡Es una reina mi hijita!
Mi abuela la mira extasiada sobre el camino que huele a retamas y se
oyen ya los compases de una diana detrás del grupo de casas recogidas
en la llanura como un nido de palomas blancas.
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