1.
¿Por qué temes, si te hice ratón?
El
ratón temblaba de miedo. Castañeteaban sus dientes por el horror que
sentía. Había escapado del gato quien lo persiguió hasta casi
atraparlo. Pudo llegar y guarecerse en un agujero.
Pero
incluso estando allí, lo más dentro que ha podido, pegado al final del
rincón, teme que hasta ahí en cualquier momento pueda alcanzarlo ese
ser del infierno y devorarlo. En su angustia, mientras se adormila un
poco, ya tiene la pesadilla de caer presa de ese animal temible a quien
considera la encarnación misma del demonio.
Dios,
atento a estos hechos y compadecido del ratón lo alza en sus manos. Ha
puesto en él cualidades excepcionales; por eso, acariciándole, lleno
de bondad, le habla así:
–
¿Por qué temes, si te hice ratón? He puesto en ti extraordinarios
poderes, músculos flexibles para correr, vivacidad para ser ingenioso,
máxima inteligencia en correspondencia a tu tamaño, que te favorece en
muchos aspectos. No vivas pensando que eres víctima ni indefenso.
–
¡No puedo, Dios! ¡No puedo!
–
Incluso, hay un reino, una mansión y un trono glorioso dentro de ti.
Descúbrelo y construye poco a poco tu destino sobre la base de él.
2.
El gato te recuerda lo mucho que vales
–
Dios, ¡pero soy tan pequeño!
–
Eres único. Y tienes habilidades que no he dotado a nadie más que a
ti. ¿Permitirás que se desperdicien? Tú
puedes
caminar por un techo con el cuerpo suspendido hacia abajo. ¡Solo tú
vence la fuerza de gravedad! Y ¿quién tiene un sistema óseo elástico
capaz de hacer que tu cráneo se achate y pases debajo de una ranura o
un resquicio, adaptable al instante, mientras vas corriendo? ¡Solo tú!
El
ratón por la voz dulce que le puso Dios, se fue calmando y los ahogos
se le fueron haciendo un agua mansa.
–
Pero Dios, ¿porqué junto a mí has creado una fiera como el gato?
–
¡Ah, el gato! Te ayudará a descubrir tus fortalezas, a confiar en tus
músculos que están templados con la máxima precisión e intensidad.
Te enseñará a confiar en tu inteligencia que es aguda, sincronizada
con tus reflejos que son veloces, hasta tu tamaño, tu forma, tu color,
¡todo está hecho para que tú triunfes! Sin el gato no descubrirías
que eres poderoso. No le temas y alégrate que alguien te recuerde lo
mucho que vales. ¡En ti confío! –Y se despidió.
–
¡Dios, no te vayas! –lo llamó suplicante–. ¡Elimina al gato para
que yo pueda vivir!
Dios,
mirándolo con ternura, le expresó:
–
No puedo quitarle la vida al gato, hijo mío. En realidad, ¡no debo!
–
Entonces, yo...
– Te propongo algo. –Le dijo antes que termine la frase, que ya sabía
cuál era–. ¿Qué tal si te convierto en gato, a quien tanto temes?
¿Te parece?
– ¡Eso sí! –gritó el ratón, saltando de contento.
3.
Un ser confiado en sí mismo, y dichoso
Y
Dios, que es bueno y compasivo, lo hizo gato. Al instante, un felino
hecho y derecho, se ufanaba admirando su bello pelaje. Se sentía ágil,
fuerte y grande.
De repente, sintió en sus oídos un rugido: era el perro que lo miraba
adusto y fiero. Y avanzó a él con gesto destructivo.
Apenas pudo escapar con el pulso y los latidos que le explotaban en el
pecho. Y con la respiración que le anudaba la garganta. Trepado en un
escondrijo pudo escuchar los ladridos espeluznantes del perro y admirar
su tupido pelaje, sus músculos recios y la confianza absoluta que tenía
en sí mismo.
Empezaron otra vez a castañetearle los dientes y a temblarle las
piernas. Y clamó a Dios que lo auxiliara en esa hora tremenda.
– ¿Qué ocurre? –dijo Dios acercándose.
– Has hecho a una fiera como enemiga del gato. Bastó con su mirada y
la sangre se heló en mi cuerpo.
– ¡No! El perro es un ser perfecto, hermoso, bravo; dueño de un
ladrido intenso, total y profundo. Un ser confiado en sí mismo,
soberano y dichoso.
– Yo te pido Dios que en vez de gato sea un perro.
– No creo haber hecho al perro mejor que al gato; ni al gato mejor que
al ratón.
– Concédeme. Y ahí se acaban mis aflicciones.
– Si eso te complace y ahí acaban tus temores, concedido.
– ¡Gracias, Dios mío, gracias!
4.
En tu interior yo he puesto una clave
Y
ahora era un perro hermoso, alborozado y radiante, dueño del bosque, de
las cumbres y de los prados.
Pero un día casi sucumbe a la persecución de un hombre. Apenas pudo
salvarse.
Y se apareció ante Dios, diciéndole:
– No he venido a pedirte ser otro, sino a reclamarte: ¿qué clase de
mundo has hecho? Has concebido a un ser feroz que no solamente se vale
de sus uñas y dientes, como yo y los otros, sino que además utiliza
armas: cuchillos, flechas y carabinas, mata animales no solo para comer
sino por divertirse dejándolos regados por el campo. Es un ser cruel,
sin escrúpulos, avezado, que alza trampas. A quien, además, le has
dotado de una astucia asombrosa. ¿Por qué lo has hecho?
– Habíamos quedado a que ya no habría quejas...
– Sí; en realidad he venido a devolverte la vida que me diste. ¡No
la quiero! Es amarga e ingrata. Tampoco quiero ser parte de este mundo
imperfecto, que es tu obra. ¡No soporto tu creación, Dios! No me
explico, ¿por qué has hecho al hombre?
– En cada uno he dejado el poder para afrontar dificultades y
aparentes peligros. Y para ser nobles y dichosos.
– ¿Qué se puede hacer con un animal que utiliza el fuego del sol, la
fuerza del viento y la caída del agua, pero en sus armas?
– En tu interior yo he puesto una clave para hacer frente a eso.
– ¿En mí? ¡No me engañes ni te burles de mí, Dios! Nada se puede
contra la maldad que has puesto en el hombre.
5.
Imposible. Frente a él nada ni nadie
–
Sí es posible. Incluso te digo, en confidencia, que puedes llegar a
dominar al hombre.
– Descúbrela tú mismo, está dentro de ti.
El perro quedó desconcertado con aquellas palabras.
Estaba bañado en lágrimas, pero se sentía tranquilo, sereno y
calmado, como si le hubiera hecho bien desahogarse y decirle a Dios los
reproches que le dijo y haber escuchado de él lo que escuchó. Y se
preguntaba:
– ¿Qué será aquello que está en mí y que es capaz de hacer que yo
venza al hombre? ¿Alguna arma secreta, aparte de mis colmillos? ¿Dónde?
¡No! Frente a él nada ni nadie.
Se acercó cautelosamente. Vio a cierta distancia que un hombre caía y
rodaba por el suelo. Se acercó diciéndose asimismo:
– Ahora es oportunidad de descubrir aquella fortaleza para hacer
frente al hombre. Aprovecharé ahora que está malherido.
6.
hasta disimuló unas lágrimas
Y
corrió para ultimarlo con sus dientes feroces.
Estando ya cerca vio que un oso había llegado primero y ya iba a
asestarle un zarpazo.
Ladró con fiereza y arremetió contra el oso que sorprendido se retiró
cauteloso.
El perro, puestas las dos patas encima de su futura víctima, terminó
de ahuyentarlo.
Al reconocer la ayuda del perro el hombre pudo alargar su mano y
acariciarle la cabeza, diciendo:
– ¡Gracias, amigo! –Y se desvaneció, exhausto.
Viéndole inerme el perro sintió que una oleada de afecto, de un
sentimiento de identificación con ese ser que yacía tendido a sus
pies, le inundaba el alma. ¿Qué era? Cariño y hasta amor. No supo qué
hacer. Hasta disimuló unas lágrimas, Y dándose vuelta vigiló otros
peligros.
Y lloró al sentir que sus temores huían.
Y ahí se quedó, cuidando esa vida que sentía que también le pertenecía.
Que era suya. Ya no solamente era la vida de él la que importaba.
Y eso era lo que le daba otra clase de poder. En verdad un poder capaz
de hacerlo enfrentar cualquier peligro.
Y ahí se quedó, acompañando al hombre.
Cuando éste pudo recuperarse caminaron juntos en dirección de la
aldea.
El cazador, iba diciendo a quienes se encontraba en el camino y que
miraban al animal con recelo:
– El perro es amigo del hombre. Ha salvado mi vida.
|