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1. Muy temprano César Vallejo, refugiado de la persecución policial que se había tendido sobre él por los sucesos luctuosos ocurridos el 1 de agosto del año 1920, ocurridos en Santiago de Chuco y en los cuales resultó involucrado, permanece en el predio que tiene el periodista y hombre de letras Antenor Orrego en la zona de Mansiche, cercana a Trujillo. Sin embargo, el día 5 de noviembre de 1920 recibe allí la visita de una persona que le aconseja que se traslade a un nuevo refugio, y le dice cuál, en donde habría de estar más seguro. El día 6 de noviembre sale muy temprano de ese lugar rumbo a la casa de Andrés Ciudad en la calle San Martín 422 en donde estaba refugiado Héctor Vásquez, otro de los perseguidos por los sucesos de Santiago de Chuco. El juez del crimen ya había detectado el hecho y dictado orden de allanamiento de aquel domicilio en coordinación con el subprefecto Eduardo de la Flor. 2. La amistad multánime Hasta ahora César Vallejo se ha negado a revelar la identidad de la persona que le sugirió ese traslado. Ha callado aquel nombre. Quizá no ha querido hacerlo pasar a la posteridad al lado suyo, hubiera sido un premio o un halago inmerecido. Lo ejemplar de actitudes como ésta, es lo que hizo posible que él construya la amistad multánime que siempre tuvo. Y que se puso de manifiesto cuando el día de su liberación, el 26 de febrero del año 1921, tuviera un recibimiento tan sentido, que se le tributó a la salida de la penitenciaría. ¡Él no denunció a quien lo traicionó el día en que fue arrestado! La intervención y captura de César Vallejo hace 112 días, no dejó de ser espectacular: 3. Que no escape En primer término, fue numeroso el contingente de personas que participaron en el hecho, si contamos la presencia de Belisario Vásquez, Mayor de Gendarmes, Víctor Otiniano, Escribano del Crimen. Más un pelotón de seis guardias civiles y una nube de curiosos que se aglomeraron para contemplar la escena. A las 11.30 de la mañana parte el contingente se la calle San Martín llevando a César Vallejo esposado, como si se tratase de un avezado criminal. El recorrido que hizo el séquito y la gente que lo secunda, fue seguir el curso de la calle San Martín hasta el encuentro con la calle Mariscal Orbegozo, en donde la comitiva dobló a la izquierda su recorrido. El inculpado va rodeado de gendarmes y lo hacen caminar por la parte céntrica de la calle a fin de que no escape, sea por alguna esquina o sea por alguna puerta entreabierta. 4. Las huellas dactilares Al llegar el cortejo al cruce formado por la calle Orbegozo con Independencia, se produce un conato de nerviosismo, sujetando los custodios fuertemente al reo. Se trata de una diferencia de razones entre el Mayor de Gendarmes y el Escribano del Crimen. Uno opina que es mejor cruzar la Plaza de Armas y el otro es de la idea que mejor sería evitarla. Prevalece el primer criterio. Ingresan a la Plaza de Armas por la esquina de la Catedral. La atraviesan en diagonal, bordeando el monumento central. Llegan a la esquina de la Municipalidad, para de allí dirigirse por el jirón Francisco Pizarro, hasta llegar a la penitenciaría donde es introducido el acusado. Allí menudearon órdenes, mandatos, palabras soeces. Se llenan los papeles reglamentarios, se registran las huellas dactilares, siendo puesto luego César Vallejo en manos del alcaide del lugar, don Cipriano Barba, para luego ser encerrado en una mazmorra deplorable, sin luz y nauseabunda. 5. La tercera hora He aquí el relato que hace Antenor Orrego quien lo visita al día siguiente, 7 de noviembre: Habíanle recluido, separado de los otros presos, en una habitación semi oscura y astrosa. Un vaho pestilente y húmedo se desprendía de los muros y del piso. Me sacudió un vuelco angustiado, como si me hincaran el corazón con un hierro. Dolíame verle en condición tan desdichada y miserable. No pude contener las lágrimas. Al vituperio y al sarcasmo verbales que antes suscitaron la originalidad y belleza de sus versos, ahora se unía, bajo el pretexto de una inculpación vulgar, no probada, el hecho físico del cautiverio, la opresión material y densa que se abatía sobre su cuerpo como cogido entre garras inexorables. ¿Había comenzado para el forjador incansable y prodigioso de tantas y bellas canciones, la agonía angustiosa de la tercera hora?... 5. Roto el corazón Y prosigue: El prisionero estaba abrumado por la desdicha, sentíase infamado y cubierto de ignominia. Sabía que en la calle tenía enemigos frenéticos que harían todo cuanto les fuera posible para perderlo. En la desolación de su rostro pálido y afilado en sus rasgos más característicos, se adivinaba la intensidad de su desesperación. Reverberaba en todo su semblante un tenue resplandor que difuminaba un tanto sus facciones como si mirase su efigie a contraluz… Sus ojos estaban impregnados de una insondable tristeza. Transido de congoja, casi roto el corazón de pena, salí a la calle. Desde el día siguiente todos los amigos del Poeta nos pusimos a trabajar para librarlo de la prisión.” 6. Entre mi dónde y mi cuándo Escribió César Vallejo en la prisión, en el poema XVIII de Trilce: Oh las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan al mismo número. Criadero de nervios, mala brecha, por sus cuatro rincones cómo arranca las diarias aherrojadas extremidades. Amorosa llavera de innumerables llaves, si estuvieras aquí, si vieras hasta qué hora son cuatro estas paredes. Contra ellas seríamos contigo, los dos, más dos que nunca. Y ni lloraras, di, libertadora! Ah las paredes de la celda. De ellas me duele entretanto, más las dos largas que tienen esta noche algo de madres que ya muertas llevan por bromurados declives, a un niño de la mano cada una. Y sólo yo me voy quedando, con la diestra, que hace por ambas manos, en alto, en busca de terciario brazo que ha de pupilar, entre mi dónde y mi cuándo, esta mayoría inválida de hombre.
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