1. Con los números
en los papeles
– ¿Y por qué tengo que ir yo a la
escuela? –Dice Manuel con las mandíbulas apretadas y bajando las
lajas del camino a pasos bruscos.
Pero su padre sabía o no se sentía capaz de explicarle exactamente por
qué razón había decidido hacer el tremendo esfuerzo de matricularlo
este año para seguir estudios en la escuela del caserío a él a quien
tanto necesitaba en casa.
– Aprenderás a leer y ya no tendremos la vergüenza de mirar las
cartas sin saber lo que dicen. O tener que caminar hasta la casa de la
maestra y estarla molestando para que nos lea.
– ¡A mí nadie me va a escribir!
– Aprenderás a contar. Ya no con los dedos o juntando habas, maíces
o piedras, sino con los números en los papeles.
2. La pena de ver
postrada a su vicuña
Pensaba para sus adentros: ¡Tantos años que vivimos y lo hemos pasado
bien sin conocer letras ni números en los papeles!
¡Eso lo necesitarán los que viven en las ciudades, pero nosotros
siempre viviremos en el campo!
Pero a Manuel le pesaba el bulto que cargaba entre sus brazos.
Era su vicuña, con la que prácticamente había nacido y se había
criado. Y que, de un momento a otro, estuvo tirada en el suelo de la
entrada de su casa, temblando como si le hubiera dado la terciana.
El padre sabía que más que el fastidio de ir ese día a la escuela, lo
que verdaderamente acongojaba a su hijo era la pena de ver postrada así
a su querida vicuña.
3. Contigo
serán buenos y amables
– Aprenderás a saber qué le pasa a tu
vicuña.
– ¿Y dónde va a decir qué le pasa a mi vicuña?
– ¡En los libros! Allí está todo escrito! También: cómo hacer una
casa, cómo hacer los nidos a los pollos, cómo curar las heridas a las
vacas.
– ¡Todo esto qué dices ya sé cómo se hace! –Respondía de cuando
en cuando.
– Aprenderás a leer la partida que hay en el registro.
Pero al padre le pareció que su hijo ya no escuchaba nada de lo último
que estaba diciendo.
La vicuña que iba en sus brazos, hacía un buen rato que había cerrado
sus ojos y ya no los habría.
Manuel tenía el corazón oprimido de angustia.
– Aprenderás a no tener miedo cuando viajes. Sabrás hablar sin
ocultar tu cara de vergüenza. Contigo serán buenos y amables cuantos
te traten.
4. Pareció adivinar
lo que tenía
Desde que dijo esto hasta cuando llegaron al
pueblo no volvieron a cruzar palabra, cada uno abstraído en sus propios
pensamientos.
– Primero vamos a la Posta Veterinaria. Ojalá puedan salvar a la
Rosacha, tu mascota. –Dijo el padre.
– Ya ni se mueve, –dijo el niño con la voz quebrada.
Los recibió un hombre atento que al ver al animalito tendido sobre una
mesa, pareció adivinar lo que tenía, pese a que aún ni lo había
examinado.
Siempre en silencio, trajo unos aparatos con los cuales miró los dos
ojos del animal, abriéndolos con sus dedos.
Le tomó la temperatura y el pulso. Y luego, extrayendo una jeringa le
aplicó una inyección.
– Vienes en la tarde, a ver cómo anda tu consentida. –Le dijo el médico
cariñosamente.
5. Ahora corre
por el sendero
El niño en la tarde encontró que su vicuña
ya tenía la cabeza levantada. En sus ojos brillantes vio la alegría
que ella sentía de volverlo a ver.
La abrazó tiernamente, juntando su cara con la cara tibia del
animalito.
– Ya puedes llevarla –le dijo el médico–. En unas horas ya estará
corriendo tanto por el campo, que no podrás ganarla.
– ¡Gracias, doctor! ¡Muchas gracias! –Dijo el padre.
– Y, ¿dónde señor aprendió a curar?, –le preguntó lleno de
admiración el niño al hombre vestido de blanco.
– ¡En la escuela! ¡Estudiando en la escuela aprendí todo lo que sé!
–le contestó el doctor.
Por eso, ahora Manuel cada mañana corre por el sendero de lajas camino
a la escuela. Y regresa a su casa cantando y celebrando todo lo que ese
día ha aprendido.
6. Sobre el verde
de los campos
Hoy le tocó hacer el camino de regreso
junto a su primo Iván.
Ya al atardecer, de pie en lo más alto de la colina, antes de echarse a
correr para llegar a sus casas esparcidas en el valle, con el humo azul
saliendo de entre las tejas rojas, se preguntan:
– Tú, Manuel, ¿que vas a estudiar al terminar el colegio?
– Veterinaria, desde niño lo he pensado. Quiero poblar estos campos,
ahora vacíos. De vicuñas, alpacas, guanacos. ¡Que majadas de vacas,
ovejas y llamas se extiendan por la pradera! Quiero hacerles sus
rediles, sus estanques, sus bañaderos. Y yo enseñaré a la gente de cómo
cuidarlos.
– Todo lucirá blanco o marrón por el vellón de los rebaños sobre
el verde de los campos. Y entonces nuestra gente será feliz: niños,
madres y padres. Y serán prósperos y habrá paz.
7. ¡Temprano!
Ahí nos encontramos
– Yo, ingeniero electrónico. Pondré luz a todos estos pueblos, caseríos
y anexos, donde viven personas que tienen sus casas y ahora se sientan
oprimidos por la oscuridad. Quiero que aquí todo por las noches esté
iluminado. Que aquellos pueblos de enfrente y estas casas tengan medios
de comunicación. Que en el invierno haya abrigo y claridad.
No habrá casa de esta comarca en donde no se encienda la luz. Así,
todos podrán estudiar. Las calles lucirán animadas porque hay tiendas,
farmacias y restaurantes. Y todos viviremos felices poblando las
llanuras, las quebradas, las faldas de los cerros, sin tener que emigrar
ni dejar jamás nuestros pueblos.
– Mañana, ¿a qué hora sales para la escuela?
|