Instituto del Libro y la Lectura del Perú, y Capulí, Vallejo y su Tierra

Mes de marzo 
Inicio del año escolar 
Por qué voy a la escuela 
Danilo Sánchez Lihón 
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

 

1. Con los números en los papeles

 

– ¿Y por qué tengo que ir yo a la escuela? –Dice Manuel con las mandíbulas apretadas y bajando las lajas del camino a pasos bruscos.


Estaba enojado.


Pero su padre sabía o no se sentía capaz de explicarle exactamente por qué razón había decidido hacer el tremendo esfuerzo de matricularlo este año para seguir estudios en la escuela del caserío a él a quien tanto necesitaba en casa.


– Aprenderás a leer y ya no tendremos la vergüenza de mirar las cartas sin saber lo que dicen. O tener que caminar hasta la casa de la maestra y estarla molestando para que nos lea.


– ¡A mí nadie me va a escribir!


– Aprenderás a contar. Ya no con los dedos o juntando habas, maíces o piedras, sino con los números en los papeles.

 

2. La pena de ver postrada a su vicuña

 

El niño ya no respondió.


Pensaba para sus adentros: ¡Tantos años que vivimos y lo hemos pasado bien sin conocer letras ni números en los papeles!


¡Eso lo necesitarán los que viven en las ciudades, pero nosotros siempre viviremos en el campo!


Pero a Manuel le pesaba el bulto que cargaba entre sus brazos.


Era su vicuña, con la que prácticamente había nacido y se había criado. Y que, de un momento a otro, estuvo tirada en el suelo de la entrada de su casa, temblando como si le hubiera dado la terciana.


El padre sabía que más que el fastidio de ir ese día a la escuela, lo que verdaderamente acongojaba a su hijo era la pena de ver postrada así a su querida vicuña.

 

3. Contigo serán buenos y amables

 

– Aprenderás a saber qué le pasa a tu vicuña.


– ¿Y dónde va a decir qué le pasa a mi vicuña?


– ¡En los libros! Allí está todo escrito! También: cómo hacer una casa, cómo hacer los nidos a los pollos, cómo curar las heridas a las vacas.

 

– ¡Todo esto qué dices ya sé cómo se hace! –Respondía de cuando en cuando.


– Aprenderás a leer la partida que hay en el registro.


Pero al padre le pareció que su hijo ya no escuchaba nada de lo último que estaba diciendo.


La vicuña que iba en sus brazos, hacía un buen rato que había cerrado sus ojos y ya no los habría.


Manuel tenía el corazón oprimido de angustia.


– Aprenderás a no tener miedo cuando viajes. Sabrás hablar sin ocultar tu cara de vergüenza. Contigo serán buenos y amables cuantos te traten.

 

4. Pareció adivinar lo que tenía

 

Desde que dijo esto hasta cuando llegaron al pueblo no volvieron a cruzar palabra, cada uno abstraído en sus propios pensamientos.


– Primero vamos a la Posta Veterinaria. Ojalá puedan salvar a la Rosacha, tu mascota. –Dijo el padre.


– Ya ni se mueve, –dijo el niño con la voz quebrada.


Y allá fueron.


Los recibió un hombre atento que al ver al animalito tendido sobre una mesa, pareció adivinar lo que tenía, pese a que aún ni lo había examinado.


Siempre en silencio, trajo unos aparatos con los cuales miró los dos ojos del animal, abriéndolos con sus dedos.

 
Le tomó la temperatura y el pulso. Y luego, extrayendo una jeringa le aplicó una inyección.


– Vienes en la tarde, a ver cómo anda tu consentida. –Le dijo el médico cariñosamente.

 

5. Ahora corre por el sendero

 

El niño en la tarde encontró que su vicuña ya tenía la cabeza levantada. En sus ojos brillantes vio la alegría que ella sentía de volverlo a ver.


La abrazó tiernamente, juntando su cara con la cara tibia del animalito.


– Ya puedes llevarla –le dijo el médico–. En unas horas ya estará corriendo tanto por el campo, que no podrás ganarla.


– ¡Gracias, doctor! ¡Muchas gracias! –Dijo el padre.


– Y, ¿dónde señor aprendió a curar?, –le preguntó lleno de admiración el niño al hombre vestido de blanco.


– ¡En la escuela! ¡Estudiando en la escuela aprendí todo lo que sé! –le contestó el doctor.


Por eso, ahora Manuel cada mañana corre por el sendero de lajas camino a la escuela. Y regresa a su casa cantando y celebrando todo lo que ese día ha aprendido.

6. Sobre el verde de los campos

 

Hoy le tocó hacer el camino de regreso junto a su primo Iván.


Ya al atardecer, de pie en lo más alto de la colina, antes de echarse a correr para llegar a sus casas esparcidas en el valle, con el humo azul saliendo de entre las tejas rojas, se preguntan:


– Tú, Manuel, ¿que vas a estudiar al terminar el colegio?


– Veterinaria, desde niño lo he pensado. Quiero poblar estos campos, ahora vacíos. De vicuñas, alpacas, guanacos. ¡Que majadas de vacas, ovejas y llamas se extiendan por la pradera! Quiero hacerles sus rediles, sus estanques, sus bañaderos. Y yo enseñaré a la gente de cómo cuidarlos.


– ¡Sí!


– Todo lucirá blanco o marrón por el vellón de los rebaños sobre el verde de los campos. Y entonces nuestra gente será feliz: niños, madres y padres. Y serán prósperos y habrá paz.

7. ¡Temprano! Ahí nos encontramos

 

– Y tú, ¿qué serás?


– Yo, ingeniero electrónico. Pondré luz a todos estos pueblos, caseríos y anexos, donde viven personas que tienen sus casas y ahora se sientan oprimidos por la oscuridad. Quiero que aquí todo por las noches esté iluminado. Que aquellos pueblos de enfrente y estas casas tengan medios de comunicación. Que en el invierno haya abrigo y claridad.


– ¿Lindo, no?


No habrá casa de esta comarca en donde no se encienda la luz. Así, todos podrán estudiar. Las calles lucirán animadas porque hay tiendas, farmacias y restaurantes. Y todos viviremos felices poblando las llanuras, las quebradas, las faldas de los cerros, sin tener que emigrar ni dejar jamás nuestros pueblos.


– ¡Ya hemos llegado!


– Mañana, ¿a qué hora sales para la escuela?


– ¡Temprano!


– Ahí nos encontramos.

Danilo Sánchez Lihón

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