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Capulí, Vallejo y su Tierra

Construcción y forja de la utopía andina

Navidad del mundo andino
La navidad de mi pueblo

Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

1. Encanto en sus frentes

Por ahora las vacaciones, después de un año de estudios, las inauguramos saliendo a la campiña y trepando peñas de donde desprendemos el shayape para los nacimientos.

Es una penca breve de hojas lanceoladas que ha aminorado al máximo su tamaño, a fin de dar lugar a que se eleve un tallo esbelto.

En lo alto de aquel tallo se erige una flor insólita que expande una iridiscencia de cálices de un violeta intenso, de donde se abren diminutas campánulas blancas.

Crece en las piedras altas y peñas empinadas. Gusta de los abismos y precipicios, como si se compadeciera de la aridez y silencio en que la roca está sumida.

Y quisiera alegrarles el alma sencilla que ellas tienen poniendo una gota de gracia y encanto en sus frentes. 

Y claro que lo logran, porque desde entonces las piedras enhiestas, tupidas de shayape, lucen ornadas de hojas y flores como si tuvieran trenzas, moños y rizos.

Con estas pencas diminutas hacemos el nacimiento del Niño Dios en un rincón de nuestras casas, devotas y ungidas.

2. El rostro  sonrojado

Por eso, durante estos días de diciembre han pasado por las calles pollinos y hasta caballos y mulos encrespados hasta desaparecer bajo los manojos de esta planta con su flor.

Son tantos que parecen rocas que caminan ingresando peregrinas, como si quisieran habitar en nuestras casas y vivir con nosotros en familia. Pero son atados de shayape que se vende.

– ¿A cómo está la carga?

– A un sol nomás mamita, ¡qué pué el shayape ni se siembra, ni se riega ni se deshierba!

Pero nosotros preferimos ir al campo a traerlo, subiendo a las peñas para desprender sus brotes que a veces al caer se quedan enredados a otros arbustos que cuelgan en los precipicios.

Aquellos que llegan hasta el suelo las mujeres los van recogiendo y acomodando uno por uno en sus pañolones tendidos en el suelo haciendo que las flores sobresalgan.

Y los cargan en sus espaldas y así nos venimos. Los chiquillos llenas nuestras alforjas que van en nuestros hombros, con el rostro sonrojado por la cuesta que subimos y el entusiasmo de llegar y armar el pesebre.

3. Cruzando  las aguas azuladas

– Lleven sus sobreros. ¡El sol está fuerte! –Nos advierten los mayores antes de emprender la travesía.

Para eso hemos salido con hermanos y hermanas, primos y primas, a las cuevas de Huacapongo, saltando sobre las piedras para cruzar las aguas azuladas del río. 

– ¡Oye, cuánto ha crecido el río! 

– ¡Uno poco más y no podríamos cruzar!

Ahora estoy subido en lo alto de la peña, desde donde las miro hacia abajo, a mis hermanas y primas, pequeñitas. 

Los shayapes que les voy arrojando se demoran en el aire, porque vuelan unos como cuculíes, otros como picaflores y otros como golondrinas, gritándome desde abajo que tenga cuidado al aventarlos, ¡que me puedo caer!

¡Que no suba muy arriba!

¡Que tienen miedo! ¡Que por Dios no escale más! 

¡Que ya se van y me dejan! ¡Que si sigo trepando ellas tirarán el "shayape" al río!

4. Pero es diciembre  y Navidad

– ¡Has estado tan alto que tuvimos temor de que te cayeras! –me resondran atando los rebozos, con las mejillas arreboladas por el sol resplandeciente. 

Y antes de cargarlos, con los brazos me rodean el cuello y me hacen rodar por la hierba a modo de castigo.

Y me jalan de los cabellos en signo de reproche. Y de cariño. 

¡Mujeres! ¡Como si no dolieran sus rodillas de palitroques y sus uñas puntiagudas! ¡Y se arrojan sobre uno como si no pesaran!

– ¡Chifladas!

Pero es diciembre y Navidad. Y hay que tener paciencia, y estar felices y contentos. 

Además, cuando no se hacen las engreídas, nos llenan los bolsillos de golosinas y pasteles.

– ¡Oye, hemos recogido bastante! ¿Qué les parece si el nacimiento lo hacemos abarcando toda la sala?

– ¡Sí!

5. Caminos  que se pierden

– ¿Han visto que de estas peñas la flor del shayape es color carmín?

– ¡Y más copiosa!

¡Sí! Es por eso que hemos ido y vuelto hasta la otra banda del río. Como también a traer musgo de la hondonada, que crece en las piedras húmedas.

Y ahora vamos colocando las plantas en el andamio hecho de mesas y cajones que hemos hecho hasta casi alcanzar el techo.

– Mira, éste. ¡Qué bello es! ¡Ponlo en lo más alto!

– ¡Todos son hermosos! Dime, ¿cuál no?

Pero antes, en las paredes de adobe de la sala, enjalbegadas de barro mezclado al ichu de las alturas, hundimos clavos y estacas. 

De ellos amarramos y templamos hilos para que los shayapes cubran el andamio en donde hemos hecho escalas en base a cajas vacías de frutas.

Solo así nacen las cuevas, las montañas erguidas y los caminos que se pierden por recodos y barrancos, tal y como existieron en el nacimiento de Jesús. 

6. Hacia lo alto  de los tejados

Hoy es 24 de diciembre y ya las sombras de la noche vencieron a la luz amarilla y azulada de la tarde. Pese a la oscuridad y a la brisa que ulula en los carrizos, por la calle se oye de rato en rato un tropel de pasos de gente que se apremia. 

A intervalos llega por retazos la melodía aguda y tierna de "Las pastoras" que han dado la vuelta por la esquina y ya pasan delante de nuestra casa y se filtra por las rendijas de la vieja puerta carcomida. 

Bajan entonando melodías que a la luz de las lámparas, se escuchan más hondas y nítidas:
Venimos desde lejos
oyendo una sola voz
anunciando el ángel bueno
que ha nacido el Niño Dios.
Y repiten letra y música otra vez en coro, cantando hacia lo alto de los tejados y el cielo despejado de diciembre.

Bajan en comparsas desde los caseríos altos a adorar al Niño, cantando a viva voz y con toda el alma estos y otros villancicos de las serranías. 

7. Ataviadas  de flores

Con ilusión pero también con escondida melancolía, dicen.
Pajas y pañales
traemos para él
¡porque en el pesebre
desnudo se le ve!

¡Pobrecito el niño!
La última línea la dicen hablada, haciendo un puchero con sus bocas y con las pupilas enternecidas. Y esto lo dicen tiritando, como si el niño tuviera frío y ellos fueran fuertes y protectores, pese a sus atuendos desvencijados y a sus ropas toscas y raídas.

Cantan con júbilo que disimula un oculto sufrimiento. Las mujeres sí con sus vestidos blancos festonados de grecas y blondas. 

Con trenzas ataviadas de flores. 

Otro grupo, con un atuendo diferente, que viene seguro desde otra cumbre junto a su arroyo y abajo su cañada, canta de otro modo:

8. Con las miradas  ilusas
San Pedro se ha dormido
en las faldas del cerro,
ya le cantaron los gallos
ya le ladraron los perros.

¡Por eso, 
vamos corriendo!
Y corren. Como si representaran en la calle el drama que cantan. Detrás se apuran los niños con pequeños atados en sus espaldas, incansables de caminar por senderos empinados, otros llanos, otros de tierra anegada o humedecida y otros hoscos y pedregosos.

Detrás, cerrando el grupo, siguen los ancianos, algunos temblequeantes que en sus alforjas igual traen las más humildes ofrendas. A veces solo ataditos de hierba buena y albahaca.

También van ellos con las miradas ilusas repitiendo con voz grave solo la estrofa final, y como si fuera una fatalidad, que dice:

ya le cantaron los gallos
ya le ladraron los perros.

El resto de letras solo las escuchan moviendo los labios. O las musitan con los ojos llorosos y los pasos temblequeantes.

Pero ya la lluvia desatada arrecia en tempestad.

9. Con sus voces inocentes

Y así caminan, chorreando el agua por el borde de sus sombreros, porque ahora llueve a cántaros.

Como si el aguacero se conmoviera de tanta devoción y de tanto cariño y quisiera ir con ellos poniendo igual mirada de ternura y de pasión que llevan sus pupilas. 
Estando la virgen bella
los santos en un rincón
el niño se ha ido trotando
de Santiago hasta Porcón.

¡Por eso,
vamos corriendo!
Se detienen en la esquina pasada nuestra puerta mirando por qué calle avanzar, mientras tanto repiten en su canto:
el niño se ha ido trotando
de Santiago hasta Porcón.
Y echan a correr no por la vereda sino por el centro de la calle con sus voces atipladas e inocentes.

10. Apurémonos  nosotros

Otros vienen después a paso ligero porque piensan que se les hizo tarde. Pasan sin dejar de tocar panderetas, pífanos y flautines; entonando con voz aguda las mujeres y grave los varones, una letra que dice así:
Los ángeles que han llegado
se han ido entusiasmando,
ya tomaron sus traguitos
y se han quedado bailando.

¡Por eso,
vamos corriendo!
Nosotros nos reímos cuando alguien comenta:

– ¡Y estos pobres ya no van a hallar sitio en la iglesia!

Pero papá corrige:

– ¿Por qué son pobres? Tienen fe, que es lo más grande. Y, ¿desde dónde creen que vienen? ¡Desde la Cuchilla!, que queda en las alturas. 

– Papá, ¿y cómo sabes si ni siquiera has salido a verlos por la ventana? 

– Lo sé, por la letra del villancico que cantan. Ellos, ancianos y niños han caminado todo el día, desde la amanecida. ¡Y están llegando a la hora! Más bien, apurémonos nosotros.

11. Un coro  de niños

– ¡Ya van a ser las doce y ustedes ni se lavan ni se peinan!

– Yo ya me lavé, mamá.

– ¿Cuándo? ¿A qué hora que no te he visto?

– Temprano, en la mañana, tan pronto me levanté.

– ¿Qué? ¿Y así vas a ir? ¿Con esa cara?

– ¿Qué tiene mi cara? 

– Está sudorosa. Has jugado todo el día.

– ¿Y con este frío, mamá, he de volver a lavarme? ¿Con agua helada?

– ¡Sí! Al Niño Dios no le gustan muchachos desaseados.

– Si ni siquiera nace todavía Jesús.

– Dios nos está mirando siempre.

– Si me congelo vas a tener que enterrarme.

– ¡Ya, ves! ¡Qué buen mozo se te ve! 

– ¡Ya vamos! Tenemos que estar desde el principio de la misa. 

12. Rezos  y oraciones

– Aún faltan unos minutos.

– Si, pero es falta de respeto a Dios llegar a su templo en punto.

– Mamá: y es falta de cariño al Niño estar tan regañona justo el día en que él nace.

Felizmente ya llegamos a la iglesia y hemos pasado adelante, no sabemos cómo. Y es más, detrás ha llegado una silleta para que mamá se siente.

La iglesia es una algarabía de voces, ruegos y alabanzas que se elevan.

Rezos y oraciones que se confunden con el balido de corderos y chivillos, graznido de patos, aleteo de perdices, cacareo de gallinas y silbidos de vizcachas.

Y que no apagan los ronquidos de un berraco que se ha quedado dormido en los brazos de un chiquillo.

13. Indesmayable  esperanza

Rompen a cantar ya no las pastoras y labriegos, que entonan sus coplas desde atrás, sino un coro de niños que junto al pesebre elevan sus voces a los altares: 
Esta noche nació el niño
entre las pajas y el heno
quién pudiera niño mío
vestirte de terciopelo...
La iglesia es un estallido de luces, cantares, tonadas de conjuntos de las hermandades y de los barrios del pueblo. Y de cientos de pastores y pastoras que han bajado, subido o llegado de los caseríos y poblados.

Todos expresan con sus voces, miradas y gestos, y hasta con el modo de estar se pie o sentados, su cariño profundo a una ilusión, a una fe, a una utopías.

También fervores, ensueños y anhelos de vida nueva; de indesmayable esperanza que no se dice, si no que se da a entender en el brillo de luz de tantos ojos ingenuos y amorosos.

14. Paz  sobre la tierra

Por lo alto y desde el fondo llegan hasta el altar del Niño Dios –que es un pesebre hecho de gavillas de cebada y trigo–, canastas con manzanas, petacas repletas de huevos.

Azafates con humitas y tamales, vasijas bordeando leche de cabra y hasta porongos de chicha. 

Todo es una algarabía de voces y cantares:
Aquí te traigo María
esta ovejita lanada
para que le tejas al niño
una mantita morada...

 

 

¡Y todo lo ofrecen al Niño Dios con manos generosas, anhelando el bien de todos y paz sobre la tierra a los hombres de buena voluntad.

Yo me voy quedando dormido, justo al inicio del camino de regreso a casa, que son varias cuadras de calles empinadas. 

Si no fuera Navidad me pellizcarían despiadados para que despierte y camine. 

15. En el año venidero

Pero esta vez, mis primas jóvenes y casaderas les ruegan a mis padres que ¡pobrecito, no me despierten! ¡Tanto he correteado! ¡Que ellas me van a cargar! 

Que no me despierten jalonándome las mangas o sacudiéndome de los hombros. Y siento que sus brazos, y la agitación de sus pechos en flor, se turnan para hacerme llegar hasta mi cama.

Ya en la casa, al sentir que se enciende la candela y se alegra la cocina, repentinamente me despierto, porque hay ponche de chocolate con tajadas: bizcochos de Chancay, roscas nevadas de espuma blanca, basitas y pan de yema.

Además, temprano vi que mamá hervía jamón y hacía mazamorra de Chiclayo.

Y, sobre todo, siento que habrá relatos de apariciones del Niño cuando “Las pastoras” ya de regreso a sus pueblos, lo encuentran convertido en luces cercanas o en lontananza, en aromas inusitados o en susurros imprevistos. 

Y lo encuentran en las risas de contento porque lo han adorarlo este año. Y que ojalá la vida alcance para poder hacerlo en el año venidero. 

Entonces me despierto definitivamente. 

16. Hoy día no sienten miedo

Hoy día 25 de diciembre es feriado y el día central y verdadero de la Navidad. Lo sienten y saben todos.

Lo sienten y saben los cerros, los ríos y los caminos al filo de los abismos que hoy día son dóciles, protectores y amables en sus talantes, de por sí temibles.

Lo sienten y saben los vientos que silban en sus zampoñas canciones de amor entre árboles y peñas; y tocan más alegres que nunca sus castañuelas entre las piedras de los apriscos.

Lo sienten y saben pumas, toros y cervatillos de los potreros, que hoy día no sienten miedo ni venganza sino que intuyen que este mundo es bueno, incluso en el sacrificio por algo que ni siquiera importa tener claro cuál es su sentido.

Lo sienten y saben las ovejas, vacas y chivillos de las majadas que triscan y saltan de contentos, cerca a sus dueños sin explicarse el motivo que los regocija.

17. Oran y velan

Lo sienten y saben las aves del cielo que trinan con más ahínco en el tejado, haciendo que las casas pobres se enjoyen con los más ricos atavíos que lucen los plumajes multicolores de sus alas.

Lo sienten y saben los manantiales que hoy ofrecen su mejor agua que brota fresca y luego gorgotea cantarina regando huertas y jardines.

Lo sienten y saben los copos de neblina, que se elevan para ver aparecer los colores de las sementeras y del pueblo, de las casas embelesadas con el blanco de sus muros y tapiales, y el añil de sus puertas y balcones.

Los sienten y saben los hombres rudos y fríos que hoy –sin poder evitarlo– dedican su alma hacia los demás, sonríen y de ella entresacan, como de un horno caliente, el mejor pan.

Lo sienten y saben los hombres buenos que por saberlo viven la Navidad todos los días del año, y hoy más bien se entristecen de que la Navidad, por ser tan bella, quizá no sea eterna. Y, entonces, oran y velan. 

18 Salvar el mundo

En la tarde nos reunimos en el comedor a tomar lonche. Ya han llegado mis tías Bety y Zarela, con mi abuela Rosa. 

Ya está sentada mi abuela Sofía con la comisura de sus labios sonrientes, sus ojos y semblante enternecidos. Y mis tías Carmen y Miguelina se afanan por cortar y servir algo.

El olor a café que toman los mayores invade con su fuerte aroma. 

Pero yo y mis hermanos pequeños preferimos el toronjil, el limoncillo o la panisara, cuyo verde tenue y profundo impregna el cielo y la tierra.

Por la ventana observo hacia afuera el cielo anubarrado y hacia adentro las recias paredes. Ellas soportan las tempestades. 

Pero me pregunto: ¿el shayape extrañará la piedra donde ha crecido? ¿Le gustará y encontrará firme esta casa?

Y mirando a todos, más aún a quienes ya hace años que han muerto pero hoy han venido, ruego en silencio, que este instante recóndito de ternura no termine nunca, porque este día vuelven a estar con nosotros y sentarse a la misma mesa.

Ternura que quizá sea la última hebra o hilacha que quede para salvar el mundo.

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