Instituto del Libro y la Lectura del Perú y Capulí, Vallejo y su Tierra En el 37 aniversario de su fallecimiento
Homenaje a: José María
Arguedas
La música y la danza en el mundo andino "Aquí es preciso morir" |
1. Dos cumbres tutelares Es inmensa y conmovedora aquí esta revelación contundente y absoluta con relación a César Vallejo, diciendo en aquel testamento que era el principio y el fin, trazando su arco de alianza. Y es que ellos dos son seres con trasfondo mítico, con raíces milenarias, con ancestro cósmico, seres que han fijado su residencia permanente en la tierra, que están incrustados a la tierra fértil como a los peñascos, al grumo de roca y al cielo azulino, para mejor retar a los abrojos, desde donde miran y nos permiten mirar el infinito y lo entrañable de la condición del hombre sobre la faz de la tierra.
Por eso, el homenaje que hoy le rendimos es poniendo cerca a su oído en la evocación los acordes de una banda de músicos de mi aldea, Santiago de Chuco, pueblo natal de César Vallejo. En vida José María caminó detrás de músicos y danzantes, pero de muerto va adelante de ellos, desde que en su entierro lo acompañaran sus amigos músicos Jaime Guardia, Máximo Damián y Luis Durand, tocando el arpa, el violín, la quena y el charango, como contorsionándose detrás de su ataúd fueron los danzantes de tijeras. Así la muerte era exorcizada por algo que está mucho más allá y más acá de ella, como es la música y la danza:
Ahora él va adelante. De niño él iba detrás. ¿No hay aquí un ritual y una consigna? |
Las bandas de carrizos de mi pueblo 1. Sones límpidos y dulces Desde el patio de nuestras casas oíamos los sones una o dos cuadras antes de las bandas de carrizos que bajaban a integrarse a la procesión del Apóstol Santiago en su fiesta patronal del mes de julio, en Santiago de Chuco. La presencia y la actuación de estas bandas era una expresión genuina de música popular tradicional en el desfile de bandas y delegaciones, hermandades y comitivas, mojigangas y comparsas de la fiesta jubilar. En nuestro caso las oíamos venir por el jirón Manco Cápac, voltear por la calle donde está la panadería de don Wilfredo Luján, doblar por la Caja de Depósitos y Consignaciones, para enfilar después por la calle Colón, delante mismo de mi puerta, donde escuchaba sus sones límpidos y dulces que traían el aire de los campos; entonando en su repertorio huaynos, serranitas y marineras. Eso sí: toda la banda compuesta de músicos que entonaban instrumentos de viento hechos de carrizo o de madera, como quenas, antaras, andaritas y traveseras. 2. con el candor que dan las espigas Había algo valiente, marcial e invencible en sus compases. Pero, a la vez, mucho de melancólico y acongojado, mucho de lento y adelgazado, como es en realidad la pena. Quizá, porque todas esas bandas eran de los caseríos de Santiago que con el candor que dan las espigas y las acequias cantarinas bajaban fervorosas y confiadas con los ojos inocentes de sus integrantes uniformados de rústicos pantalones y chaquetas azules en dirección a la plaza donde rendían su adoración al "patrón bendito", el taitito Santiago milagroso. Yo, que tanto amo las danzas y sones de mi tierra, pese a que me conmovían y emocionaban sobremanera, nunca las seguí a las Bandas de Carrizos por calles y plazas, como sí hice con otros conjuntos, porque encontraba que sus sones suenan más dulces y profundos tras los muros de las huertas o tras las paredes de adobe de nuestras casas extasiadas que se vuelven más amorosas aún ante esos compases inusitados. 3. Las notas quebradizas y ululantes de sus marchas Sin embargo, tengo en la mano datos que registran que en el año 1956 se realizó el Primer Concurso de Bandas de Carrizos, promovido por el instructor Premilitar de aquel entonces, en donde participaron cincuenta conjuntos musicales, siendo la premiada la Banda de Carrizos del Caserío de La Cuchilla, en primer lugar; ocupando el segundo puesto la Banda de Carrizos de Santa Cruz de Chuca. Varias veces que sus sones han llegado a retazos a mi recuerdo me he quedado imaginando que los ensayos, antes de las Fiestas del Patrón, debieron hacerlo de atardecida y alrededor de algunas parvas de trigo, frente a las cadenas de cerros y montañas estupefactas, teniendo abajo las hondonadas y los abismos, porque eso se sentía en las notas quebradizas y ululantes de sus marchas, que hacían más transparentes y asombrados los ojos de sus conmovidos y candorosos ejecutantes y más hondo, indeleble y translúcido el amor por nuestra tierra. |
por Danilo
Sánchez Lihón
Instituto
del Libro y la Lectura del Perú
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José María Arguedas en Letras Uruguay
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