1.
Después pretende mirarla
–
¡Silvia! ¡Silvia! ¡Amor mío!
Repite Wilfredo mirándonos provocativamente a los ojos.
El ha llegado de Trujillo, ha conseguido matrícula en el Sexo grado de
Primaria en nuestra escuela. Es el más vivo, quien se atreve a muchas
cosas, el que puede abordar a una chica en la calle, pero con Silvia no
se atreve.
– El que no puede habla. A Silvia ni le importas. Hasta creo que ni te
conoce, –le dice César.
– Pero un día será mía. Mañana es el desfile u de repente me
enfermo para verla pasar desde la tribuna, mientras ustedes serranitos
sudan marchando.
– Oye, a ti nunca te hará caso. Es demasiado para ti. Ni pienses,
–le dice Antuco.
– Seré ingeniero algún día, entonces vendré y me casaré con ella.
– Primero estudia, sé bueno y logra que no te aplacen el los exámenes.
Después pretende mirarla.
2.
Ensayar en la Banda de Guerra
Alfredo le ha dicho eso, atrevidamente y con riesgo a que le pegue.
Nosotros lo miramos sorprendidos.
– ¿Y tú, por qué hablas tanto? ¿Ah? De repente también estas
enamorado de ella.
– ¿Y quien no?, –interviene el más chiquito–. Todos aquí están
enamorados de ella, solo que nadie se atreve a hablarle.
– Yo conozco a uno que no dice nada, pero su corazoncito late con
fuertes golpes por dentro.
– Ese eres tú, poeta, –dice Lucho empujándome con el hombro, y
sonriendo.
– ¡Ya, ya! No se metan conmigo que yo nada digo, –replico tratando
de defenderme.
– ¿Vamos a verla?, –sugieren.
– ¡Si ella nunca sale! Solo querrás mirar el portón y el ventanal
de su casa, –añade Antuco.
– A veces sale a comprar, –dice otro–. ¡Vamos, por si acaso!
– Yo tengo que ensayar en la Banda de Guerra. ¡Adiós!, –me
despido.
3.
Es como si recibiese una estrella
Esa
tarde, próxima al desfile del 28 de julio vamos a ensayar con
redoblantes y cornetas de la nueva Banda de Guerra, comprada en Francia
por los hijos de Santiago residentes en Trujillo y Lima.
Una tarola mayor, cinco tambores de aros rojiblancos, seis cornetas
fulgurantes y un clarín.
La tarola mayor, aquella que dará la orden para iniciar o callar a la
banda, es delgada y reluciente, toda plateada, con el brillo sereno de
un lucero, con el cuero liso y resonante, que no puede ser sino de un
animal divino.
El profesor, después de una arenga y nosotros con el rostro hacia el
frente y sin mirarle a él sino a un horizonte imaginario, nos asigna
los instrumentos.
Nadie sabe si le tocará alguno de los nuevos que han llegado.
Abre la faja de cuero, avanza y se detiene delante de mí. Con la banda
abierta la cruza sobre mis hombros y mi pecho.
Es como si recibiese una estrella.
4.
Las cornetas atruenan el espacio con sus notas puntiagudas
Tocar
la tarola es como entrar en el fragor de una batalla, es hacerse cargo
de un destacamento de combatientes que arremeten y entran al ataque con
pasos guerreros. Oyéndola las tejas de los techos resbalan hacia abajo
y las paredes de las casas se abomban de emoción y de miedo.
Silvia es Brigadier General de la Escuela de Mujeres. ¡Cómo late el
corazón al verla pasar, alta y seria con su blusa blanca y su falda de
pliegues perfectos!
El día 28 de julio por la mañana la Escuela en pleno está lista para
iniciar el desfile. En columnas de a tres formados las secciones.
– ¡Marchen!, –suena la voz del Director.
Dejamos caer las baquetas en los redoblantes al mismo tiempo que las
cornetas atruenan el espacio con sus notas puntiagudas. Todos damos el
primer paso y al unísono las tres cuadras de estudiantes, marchan para
tomar el emplazamiento en la Plaza de Armas.
5.
Se tensan los cuerpos con los brazos en alto
La
gente se arremolina para vernos pasar con los estandartes en alto.
Detrás, nuestros compañeros de la escolta asientan firme el paso en
las piedras disparejas.
Terminada la misa y los discursos alusivos a la Emancipación del Perú,
somos los primeros en avanzar por la vía de El Comercio. Damos la
vuelta e ingresamos por la calle principal rumbo a la Plaza de Armas
frente al Municipio está la tribuna oficial con las autoridades en
pleno.
Dos cuadras antes la gente espera alborotada, con los ojos brillantes de
entusiasmo, con escarapelas en el pecho y banderas en la mano.
Antes de entrar a la bocacalle de la plaza se hacen las últimas
arengas.
– ¡Banda de Guerra! ¡Listos!
Todos los que tocan tambores tensan sus cuerpos con los brazos en alto.
Los que tocan cornetas las levantan y las hacen girar tres veces con la
mano revolviendo los banderines y acercando la boquilla a los labios que
se los enjugan.
6.
Se alza una nube de polvo que dora el sol del mediodía
Las cornetas estallan mientras el parlante se desgañita diciendo:
“¡Inicia el desfile la Banda de Guerra de la Escuela de Varones 271,
el glorioso Centro Viejo de Santiago de Chuco, la escuela donde estudió
César Vallejo, Carlos Miñano Mendocilla, héroe de Zarumilla, Luis de
la Puente Uceda caído en Mesa Pelada..., quienes tomarán su
emplazamiento al lado de la tribuna principal!
Los nervios se tiemplan, las miradas se fijan al frente, los sentidos se
crispan.
Mientras tomamos nuestro emplazamiento el parlante anuncia:
"¡Ya se divisa el estandarte de la escuela de varones 271, el
Centro Educativo que ha dado tantos hijos ilustres a l patria...!"
Se alza una nube de polvo que dora el sol del mediodía.
Seis muchachos espigados como juncos mirando a lo alto.
A la primera línea blanca, pintada sobre el suelo, la voz de quien
lleva la bandera se oye como trueno y los otros levantan el pie más
arriba de la altura de sus cabezas con un sonido parejo.
– ¡Esa es mi escuela! –Grita alguien desde lejos–. ¡Esa es mi
escuela!
Detrás viene el brigadier. Con una voz que llega hasta las últimas
filas, exclama:
– ¡Paso de vencedores…! ¡Marchen!
8.
La cadera y el busto tirados hacia adelante
El
suelo donde estamos parados se estremece. De la tribuna hombres y
mujeres con los ojos iluminados aplauden entre el fragor de las
cornetas. De los balcones caen nubes de flores.
Los estudiantes van pasando con paso victorioso.
Cada pie cayendo en el suelo coincide con el golpe que damos en el
redoblante y el latido de nuestros corazones.
Detrás vienen las secciones en columnas de alumnos que desfilan con
paso metálico y parejo mientras la gente se arremolina a los costados.
Terminado el desfile de nuestro plantel, a una cuadra de distancia
enfila la escolta de la Escuela de Mujeres 272.
“Y ahora hará su paso otro emblema de nuestro pueblo donde se forma
lo mejor de nuestra niñez y juventud femenina”.
Seis alumnas vestidas con uniforme azul y guantes blancos avanzan con el
Pabellón Nacional.
Giran las cornetas haciendo sonar sus acordes.
La escolta acompasa sus pisadas y en la primera línea blanca marchan
con un movimiento parejo y cadencioso, la cadera y el busto tirados
hacia adelante.
9.
Los tambores trastabillan
–
¡ Bravo!, –gritan de las tribunas–. ¡Bravo!
Hacia el fondo el polvo es una niebla transparente que deja ver sus
filas perfectas de brazos que se alzan regularmente.
Adelante va la Brigadier General. El rostro erguido, la boina levemente
echada para un lado, los guantes y el bastón blancos.
En la primera línea de tierra blanca levanta el bastón hacia lo alto.
Nosotros reventamos los redoblantes marcando el compás también con los
pies y elevando las rodillas a la altura de la cadera, sin movernos de
nuestro sitio.
Al tiempo que baja su bastón, tendiéndolo hacia un costado, voltea el
rostro enérgico.
Allí siento sus ojos en mis ojos.
El corazón me palpita intensamente, pierdo el compás y los tambores
trastabillan.
10.
Una emoción profunda embargando mi pecho
A
los golpes alocados de mi tarola los redoblantes también caen en falso
y se produce un desbarajuste.
El maestro voltea rápidamente y mirándome marca con su varita el compás,
alzando los brazos y recuperando el ritmo y el paso marcial de la
Brigadier de la Escuela de Mujeres.
Levemente puedo ver en aquel rostro hermoso un mohín de sonrisa.
Terminado el desfile y bajo el sol de julio caminamos por las calles
empedradas con los tambores ya en silencio.
Tengo una sensación de culpa, por un lado, y por otro una emoción
profunda embargando mi pecho.
– ¿Qué pasó con el compás?, –alcanza a decirme el maestro.
– Creo que tuve un desvanecimiento, –consigo decirle.
11.
Como un alero que se quiebra
En
el salón donde guardamos los instrumentos desenfundo la correa que me
atraviesa el hombro, aflojo las mariposas de la tarola a fin de
destemplarla. Acaricio los aros plateados.
Salgo entre los últimos, cuando las calles están desiertas…
Camino cabizbajo y absorto.
Al voltear la esquina de la botica distingo a lo lejos a Silvia. Está
en el pórtico de su casa.
Yo camino por la vereda de enfrente e impulsado por una fuerza que no
entiendo paso a la vereda pegada a su casa, donde está ella.
Estando ya cerca, nos miramos. Ella serena pero pálida como un alero
que se quiebra.
12.
Las miradas aletean prisioneras sin poder moverse ni abrir sus alas
–
¡Hola Silvia!, –digo, deteniéndome.
Ella sonríe creo que al oír pronunciar su nombre como yo lo he
pronunciado.
Las miradas aletean prisioneras sin poder moverse ni abrir sus alas.
– Ustedes marcharon muy bien esta mañana, –prosigo.
– ¡Ah!... Y ¿Por qué dejaron de tocar cuando pasamos?
– Fue culpa mía, digo sin dejar de mirarla–. Me equivoqué en dar
los compases.
– ¿Siempre te distraes?, –dice traviesa.
13.
Un jardín donde estallan todas las flores
–
No me había ocurrido antes. Ni volverá a ocurrir, porque no volveré a
tocar en la Banda de Guerra.
– Yo mismo lo he decidido.
Sus ojos se ponen serios e inmensos. Nos quedamos largo rato mirándonos.
– ¿No crees que también ha sido culpa mía?, –dice.
No sé cuanto tiempo estuvimos con los ojos de uno, empozados en los
ojos del otro.
Y echa a correr, desapareciendo tras las rosas, las hortensias y
limoneros del patio de su casa; y luego veo su sombra cruzar como un hálito
y desaparecer por su corredor, dejándome solo, mirando desde afuera
aquel patio inmenso, con un jardín donde estallan todas las flores.
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