1. Hijos de la tierra
Wiracocha, dios creador del universo, hacedor y ordenador del mundo, la vida y las cosas; deidad todopoderosa que tiende sus dominios por todos los ámbitos y confines; creó el cielo y la tierra, mandó al sol y a la luna ocupar su lugar y dispuso a las estrellas su sitio y su movimiento, conjurando al caos a retroceder y esfumarse en la nada.
Entonces las aguas se empozaron y se elevaron las cordilleras. En su quehacer todo lo fue componiendo por pares: arriba, abajo; día y noche; antes y después; tierra u océano. Al borde de los mares alzó los acantilados y tendió las playas de arena y guijarros.
Y convocó a los hombres a que vinieran y poblaran estas riberas saliendo de diversas pacarinas que había por uno y otro valle.
– ¡Tampuy! ¡Tampuy!, –diciendo.
Y fue surgiendo la humanidad a tientas. La tierra la daba a luz, pariéndola satisfecha. Y amanecían entre nosotros. No son del aire sino hijos de la tierra.
2. Pachacámac, el benefactor
Hijo de Wiracocha es Pachacámac, el benefactor, quien fue el primero que visitó estos lugares. Y quedó complacido por la belleza de estos parajes y la laboriosidad de sus hombres y mujeres.
Y repartió dones. Y fue reverenciado. Esto encendió los celos del dios Kon quien tenía jurisdicción en toda la zona yunga o costera, al borde de las montañas y encima de los acantilados.
Y de enojo determinó que se hiciera estéril esta tierra, porque no se le adoraba, ni se le rendía culto, ni se le elevaban ofrendas como él quería.
Kon es un dios irritable, díscolo, que más bien siembra desiertos, desolación e inflinge castigos.
– ¡Que no haya lluvia! –dijo primero– ¡Destiérrense las aguas! –gritó después. Y severo sentenció– ¡Deténgase la vida! –Profiriendo así en su delirio.
3. Kon, dios tronante
Desde ese momento el viento se hizo de fuego, la arena ardiente y hasta la sombra sofocante.
En su cólera separó los montes e hizo un abismo. Y allí arrojó a la humanidad doliente.
Y transformó lo que era verde pradera por un campo pedregoso y eriazo.
El sol dio muchas vueltas conturbado por el firmamento. Y se sucedieron solsticios y equinoccios durante muchas lunas inconsolables.
Un día viniendo por estas riberas Challhua descubrió una playa desolada. Y en ella restos de una humanidad enterrada.
Y averiguó qué había ocurrido: Kon, dios tronante del fuego, la había sepultado.
4. ¿Quién es ella?
Pero, siguió observando más allá: los hombres habían resurgido inquebrantables:
Cavaron la tierra en busca de agua.
Arañaron los surcos para sembrar de nuevo lo que fuera.
Deshicieron los terrones resecos en exploración de una gota de lluvia.
Delinearon viviendas en el arenal y en la tierra árida. Y levantaron los ojos al cielo clamando por la lluvia a que viniera.
Más allá el desierto se extendía sediento e interminable.
Todo era reseco, cuarteado y rugoso. Aún así, el hombre pugnaba por hacer crecer una planta, que abriera una flor, que se erigieran las espigas. Por hacer sombra, y crezcan frescas otras cabañas.
Challhua lloró de compasión y de pena.
¿Quién es ella?
5. Es su ídolo
Es hija de Pachacámac y hermana de Rímac, el más jovial de los mancebos, dos hijos preciosos del dios compasivo.
Challhua es mayor y Rímac menor. Pero ambos hermanos se aman entrañablemente. Es conmovedor el afecto que se tienen.
Challhua es fina, delicada e inteligente. Con una extraña rareza en los ojos, que no se sabe qué color o destello poseen.
Rímac es súbito, de alegrías explosivas, así como de amargas tristezas. Le gusta la música, el canto y el baile. Es hablador hasta no más no poder. Challhua le reprocha a Rímac por el temperamento impetuoso que tiene, pero en el fondo lo adora. Es su ídolo.
– Challhua, mira lo que te he traído: ¡toda clase de frutas para que seas más fuerte y sana! Pero veo que no las acabas.
– ¡Claro que me deleitan, hermano! ¡Pero, traes tantas! ¿Cómo pretender que voy a poder terminarlas?
6. Hermanos del alma
– ¡Yo quiero una hermana que me gane en la carrera y me detenga en la lucha! ¡A ver!
Rímac es impetuoso, estallante. Le gusta hacer reír. Es hablador. Hechiza y a todos cae bien.
– Challhua, hermana, ¿por qué no sales más? En vez de estar aquí, encerrada. ¿Por qué no te diviertes? Ven conmigo. Hay dioses que a cada momento me preguntan por ti. Y que quieren casarte contigo.
– Rímac, si quieres hacer de tu vida un jolgorio, tú sufrirás las consecuencias. A mí me gusta la calma y el silencio. ¡Y las cosas que hago! Y deja de fastidiarme, por favor.
Así hablaban, aunque eran hermanos del alma.
Challhua es recogida y discreta. En todo bondadosa. Es la hija más querida de su padre, Pachacámac.
7. La gente es buena y sencilla
A ella le gusta caminar solitaria estas riberas. Le encantan estas orillas del mar, deambula por sus playas y ensenadas. Por eso, ahora ha ingresado abrupta, impaciente e indignada:
– ¡Padre! ¿Estás? ¿Padre? Padre: yo sé que tú me quieres y siempre harás que se respete el lugar por donde tu hija mora, pasea y se deleita, tu querida y amorosa Challhua.
– Sí, preciosa, ¿que ocurre? ¿Qué sucede?
– Hoy deambulando y deteniéndome por donde suelo ir siempre, pasear por la playa y por la costa, por territorios que tú asignaste a Kon, él implacable ha castigado a los pobladores de este lugar. ¡Sufren un horrible castigo, padre! ¡Mueren de sed! ¿Por qué permitir eso, padre?
– Hija mía. Tú sabes cómo es Kon. Tiene un carácter obstinado y violento. No vaya a ser que por ayudarlos les traigamos mayores pesares y aflicciones. Según sé, la gente no le hacía ofrendas.
– Quizá no, pero si bien no le hacían reverencias, la gente es buena y sencilla. Por eso, intercedo ante ti, padre: ¡no es justo que padezcan tanto!
8. Y crezcan las espigas
Y continuó rogando:
– Observa, padre mío, cómo los hombres se afanan por sembrar. Míralos sedientos.
– Es Kon quien tiene sobre ellos dominio.
– Por eso recurro a ti. Para que hables con él. O tú mismo envíes alivio a esa gente.
– ¡No hija! No puedo hacerlo. A Kon ya lo he desautorizado en varios aspectos. Y no es bueno que tenga con él una mayor desavenencia.
– Entonces permíteme a mí, padre, ayudarlos.
– Y, ¿de qué modo lo harías?
– Convirtiéndome en lluvia, para ensombrecer por un momento la tierra. Y caer pródiga para que renazcan los campos, aparezcan los manantiales, carguen las acequias, broten las flores y crezcan las espigas. Y se remocen los bosques murientes y resecos.
9. ¿Quien te causa pesar?
– No hija. Yo te quiero a mi lado. Eres a quien más prefiero. Y a quien anhelo encontrar cuando yo regreso a mi morada. Quédate con tu padre.
– Yo estaré contigo siempre, padre. Como una sombrita. Nunca me apartaré de ti. Tú bajarás a estar conmigo. Me verás todo el tiempo que quieras, cuando te asomes a mirarme. Yo saldré para encontrarme contigo. Y te tejeré el más hermoso arco iris.
– No, no, ¡y no! Desiste, asimismo de hacer enojar a Kon. Esa es mi última voluntad.
Y fue tajante Pachacámac.
Lloró Challhua y así lo encontró Rímac, sollozando llena de congoja. A Rímac le conmovía mucho verla llorar. ¿A quién no?
– ¿Qué ocurre Challhua? ¡Dime quien te causa pesar que soy capaz de enfrentarme al más fiero de los peligros! Dime, por favor.
10. Y, ¿no tener alma?
Y Challhua le contó todo, concluyendo así su relato:
– Es quemante el sol en lo que antes eran huertos y jardines. Las personas se agobian sin tener agua. Y si los vieras cómo se prenden de unos cuantos chorrillos que penden de los acantilados.
– Challhua, Challhua, me asusté al oír tus gemidos y verte llorar de ese modo. Pero si es como me cuentas tiene razón nuestro padre. ¡Tiene toda la razón! Y en esto debes ser como siempre has sido: juiciosa, perspicaz y sensata.
– Ver sufrir; y, ¿no tener alma?
– Challhua, tú eres buena pero, además, muy delicada. No podrás ser lluvia. Para ser lluvia hay que tener otro carácter. Ser incluso un poco torpe y salvaje. Tus buenos deseos no alcanzarán a cumplirse. Ven, te voy a llevar por sitios amenos a fin de que no estés triste.
Pero Challhua cada día se volvía más solitaria y apenada.
11. Eso recordaba
– Padre, nunca consientas lo que Challhua te está pidiendo. Es muy débil y nunca podrá ser lluvia que hace germinar las plantas. Nunca será tempestad para roturar la arcilla endurecida, o deshacer los terrones macizos como piedras. No da su carácter para eso. Nunca podrá ella hacer surgir la agricultura entre los hombres. En cambio es intuitiva y sabia.
– Tú no sabes lo que podemos hacer las mujeres querido hermano, –dijo Challhua entrando y sorprendiéndolos en la conversación a ambos. Eso recordaba Rímac que ella dijo aquella vez en su deambular casi enloquecido.
Pero hay que reconocerlo: nunca pudo Challhua convencer a Rímac de lo que ya había decidido, aunque pensó que con el tiempo llegaría a aceptarlo.
Cuando Rímac se ausentó por un tiempo, al volver ya no encontró a Challhua.
12. Tú sabes cuánto te quiero
Pero, aquella vez él recordaba ahora, que ella terminó amargamente la confrontación, como nunca había sucedido:
– No podrás ser lluvia, Challhua. La lluvia es varón, para fecundar la tierra.
– Eso no es palabra concluida. Yo probaré si eso es o no es cierto.
– Ustedes las mujeres no toman muy en cuento lo que decimos los varones. Y después lloran. Y nos buscan para solucionar los problemas ya consumados. Tus intenciones son buenas, Challhua, pero ilusas. Y no darán resultado.
– Es que ustedes los hombres dudan mucho. No se arriesgan, no se arrojan. En el fondo son cobardes.
– ¡Challhua! No voy a contestar esa ofensa, porque estás alterada. Pero tus palabras me hieren. Y tú sabes cuánto te quiero.
13. Unas flores pequeñas
Challhua entró en una profunda depresión.
Soltó su largo cabello levemente purpurino. Y sus ojos se entrecerraron en un gesto de dolor.
Fue en ese instante que Challhua, despidiéndose de su padre y de Rímac apenas con un susurro, un resuello imperceptible, se esfumó en lluvia.
Pero duró poco y tal como lo había advertido Rímac, se fue haciendo nube, un viento de agua, una lluvia fina.
Eso sí, sutilmente cálida y hermosa porque dentro de ella ya están los hermosos ojos de Challhua, mas que negros verde azulados.
Hay unas flores pequeñas y finas que flotan en los desiertos o en los cercos de los corrales, que son idénticas a los ojos de Challhua.
14. La garúa de Lima
Pero no pudo ser lluvia. Era tan débil que solo cubría con una leve capa de humedad la tierra.
Eso sí, pudo ser un techo de neblina que alivia el calor de la gente.
O es lluvia menuda, apenas volátil: ¡la garúa de lima!
Rímac sufrió un colapso cuando supo de esta ausencia definitiva. Vagaba como loco.
– ¡Ya ves Challhua! –gritaba hacia lo alto–. ¿De qué ha valido tu sacrificio? ¿Has podido acaso ser lluvia? En cambio me has dejado solo y triste, sin compadecerte de tu propio hermano. ¿Así has sido ingrata conmigo? ¿A quién llevaré ahora frutas del campo? ¡Yo no te he importado nada!
– ¡Rímac!...
– Challhua, Challhua querida, ¿por qué has hecho esto sin importarte lo que siento por ti?
15. Los colores del vestido
– Rímac, claro que me importas. ¡Y mucho! ¿Acaso te he abandonado? Tú sabes dónde estoy y puedes hallarme. Y verme siempre. ¿Acaso me he escondido? ¿Acaso soy otra de la que siempre he sido?
– ¡Oh, padre!, –le ruega– al menos en homenaje a Challhua insúflale poder y has que llueva y germinen las plantas y broten las flores como ella tanto quería, para que su muerte no sea en vano.
Pero era inútil.
La garúa en que se ha convertido Challhua no alcanza a germinar ninguna hoja siquiera, salvo un breve musgo que ahora los campesinos llaman Challhua.
Es pegada al suelo, de flores mínimas, amarillas, violetas y blancas, que son los colores del vestido de Challhua cuando fue entregada a la tierra.
16. Lo ayudó a cumplir su destino
Fuera de sí, Rímac abandonó el palacio real. Y se dedicó a caminar por los alrededores.
Se palpaba el rostro. Y se miraba los dedos impregnados de unas breves gotas de agua y las besaba diciendo:
– Challhua, Challhua querida. Ya ves. Tu corazón es grande, pero débil. ¿En qué te has convertido? ¿Alcanzas a ser lluvia?
Rímac en su vagancia subió hasta la serranía.
Y bastó ver despejado el cielo, sin nubes o neblina para sentirse lejos de Challhua, entonces buscó cualquier recodo y se ponía a llorar.
Y todas sus lágrimas se fueron juntando y haciendo arroyuelos.
Su desconsuelo era más que Challhua hubiera fracasado, que no alcanzara a ser lluvia. Que no tuviera fuerzas. Que poco a poco se iría convenciendo que su vida ha sido inútil, sin alcanzar a cumplir su destino.
17. Y se hizo río
– ¿Qué harás Challhua cuando veas que su vida ha sido en vano? ¿Qué de tus gotas leves no alcanzan a crecer árboles ni plantas ni a tener flores ni frutos, como tú querías?
Subiendo por las montañas ya vio que sus lágrimas eran enormes torrentes. Que ellas hacían lagunas entonces se enterró en el suelo con dos orificios en el lugar de sus ojos y sus lágrimas empezaron a correr más abundantes todavía. Era el río.
De sus lágrimas se fue formando un arroyo que cada vez fue más grande.
– ¡Pero yo te ayudaré, Challhua! Yo te ayudaré. Ahora me uno a ti.
Se despojó de sus sandalias, se remangó las bastas y se deslizó por los pedruscos. Y se hizo río.
18. Se unieron cuatro hermanos
Así le entregó todo su aliento, su sangre y su corazón. Y bajó fuerte, impetuoso, lleno de júbilo, cantando y dando gritos, como él era.
Y con él empezó a florecer y a fecundar la tierra de este valle.
Challhua es la neblina y la garúa que nos alivia del calor, nos enternece, nos da gracia y esplendor.
Rímac calma nuestra sed, lo estamos probando a cada momento y fecunda el valle del Rímac. Eso sí, es de carácter indomable, impredecible y estacionario. Pero nosotros lo queremos así.
Es el agua que bebemos todos los días.
Su padre Pachacámac se conmovió mucho al enterarse de su sacrificio. Y le envió a cuatro hermanos que quisieron, para que se le unieran, los ríos Santa Eulalia, San Mateo, Blanco y Surco, que acrecentaron sus aguas y el río se volvió impetuoso. Y otro que corriera a su lado, haciéndole la corte, como príncipe que era: es el río Chillón.
19. La flor de amancaes
Y Pachacámac quiso que el cauce del Rímac fuera el más hermoso. Que alrededor de sus playas hubiera campiñas y en torno a sus chorreras se alzaran los bosques.
– Mi cariño a ti, Rímac, mi hijo amado es que alrededor tuyo surjan muchos pueblos y la ciudad más hermosa que derivará de tu nombre: Lima. Ciudad llena de jardines. También la llamarán “Ciudad jardín”. Será una perla bellísima. Con gente que será como tú, hijo mío, generosa, pujante, bella, con puentes airosos. Y te celebrarán festejos y se bailará la marinera por haberte consagrado al amor de tu hermana y de tu pueblo.
– Padre amado, estoy feliz de ayudar a mi hermana y a la gente. Te agradezco por tus regalos. Pero quiero pedirte un favor. Siento ser música al bajar entre rocas y piedras donde yo arrullo y canto. Pero quiero ser también palabra que enseña y defiende.
– Concedido, hijo mío. Serás el oráculo más respetado de este reino. Y fundo ese pueblo digno arrojando esta semilla a tus aguas, que florecerá en tus orillas: la flor de amancaes.
20. En un tiempo ya infinito
Lima ha tomado la figura de Challhua: misteriosa, susurrante, soñadora. Tiene en sus ojos el misterio de los crepúsculos que estallan en los confines del océano. Su clima es benigno, primaveral siempre.
Así empezaron a fundarse aquí los primeros señoríos, las casas de adobe y de quincha. La flor de Amancaes floreció en el patio del palacio del gobernante, el cacique Taurichusco.
El dios Kon, de la aridez y el desierto, fue confinado a habitar en las profundidades. A veces se lo siente revolverse, entonces la tierra tiembla y se sacude. Pero luego se la reconstruye y edifica.
– ¡Kon, –le advierte Pachacámac– este lugar es sagrado, desde que mis hijos lo han venerado con sus vidas!
Challhua y Rímac fundaron Lima y Pachacámac los convirtió en la flor de amancaes luce en el patio del Palacio de Taurichusco, donde ahora se levanta el Palacio de Gobierno del Perú.
Así se creó Lima, ciudad de los dioses, en un tiempo ya infinito. |