1.
¡No lo olvidemos jamás!
Asistimos y estamos reverentes aquí, en el Reducto Nº 2 de Miraflores,
porque este es un altar, un lugar santo. Un hito sagrado en la
trayectoria de la patria, desde el 15 de enero del año 1881.
Estamos de pie en este lugar porque aquí velaron, aguardaron
despiertos, sin pestañear, anhelando una patria digna y libre en
aquella hora suprema los peruanos de corazón generoso y por tanto los más
egregios, que tenían que enfrentar a un ejército de invasión y
conquista.
Estamos aquí porque muchos compatriotas nuestros soñaron en este lugar
más que en ningún otro, un Perú cabal, lleno de júbilo y hermoso.
Porque aquí nos presintieron. Aquí nos anhelaron firmes, incólumes,
enterizos los miles de peruanos que iban a morir aquel día defendiendo
lo más sagrado del Perú.
Aquí
cayeron. Y aquí, debajo quedaron sus cuerpos, de aquellos
compatriotas que lucharon con coraje y valentía en la defensa de
Lima.
Hay confundidas con la pólvora, las esquirlas que saltan, el sudor y
el jadeo de la batalla, que libramos no porque agredíamos sino porque
fue premisa de honor el defendernos. Y con ello defender lo
irrenunciable: ¡el honor! ¡Esto que conste!
Hay en este lugar sangre regada de ancianos y niños por un enemigo
implacable. ¡No los defraudemos nunca!
Hay mucha esperanza aquí esparcida que es hora que debamos recoger. A
eso hemos venido.
Hay regada sangre insigne de peruanos de toda edad y condición que
nos defendieron a nosotros para tener orgullo en la frente. ¡Jamás
los defraudemos!
3.
Y un lucero en el alba
¡Porque
somos nosotros en quienes ellos pensaban en esos momentos!
Somos nosotros los que estábamos presentes en sus mentes, en sus sueños
y en sus corazones en momentos en que el estremecimiento de la guerra a
la cual asistieron con pundonor, era el anhelo de darnos dignidad para
siempre.
Heroicidad que les hizo sobreponerse a las escaseces, a las carencias y
desventajas frente a un enemigo bestial que no respetó heridos en
ninguna de las contiendas. Y que no ha cambiado absolutamente nada, sino
que al contrario: se atosiga aún más de soberbia.
Esa guerra no cesó, ha continuado. Está otra vez a la vuelta de la
esquina.
Gloria eterna a quienes se inmolaron aquí. En donde desde entonces este
es un lucero en el alba que nos inspira para no doblegarnos. Y estar más
pronto para concurrir a toda cita de conciencia, como aquella.
4.
La ofrenda de nuestro corazón
Hay
guerras en las cuales toca a un pueblo ofrendar su corazón y su coraje.
Como a otros sus finanzas, su industria, su expansión y codicia.
A nosotros en la Guerra del Pacífico sostenida con Chile entre los años
de 1879 y 1884 nos tocó ofrendar el alma y la vida. Y eso engrandece.
Lo triste es que eso haya ocurrido y no lo reconozcamos debidamente, que
solo extraigamos amargura y desilusión.
Hemos puesto más énfasis en la crueldad del enemigo. Y esto nos ha
hecho olvidar la generosidad de los nuestros.
Nunca fue tan inmensa esa vocación nuestra por la adhesión a valores,
resguardar el patrimonio de nuestros antepasados, enaltecer la dignidad
nacional, ser solidario con el hermano de al lado, con la familia
conocida, con el vecino de enfrente.
Nunca resaltó tanto la defensa de la justicia, de la verdad: de lo que
no se puede permitir hollar ni mancillar.
En dicha contienda de parte nuestra no pelearon individuos sino la
familia entera: el esposo, los hijos, la esposa, el abuelo, los niños,
en suma: el colectivo social. Peleaba la unidad sacrosanta del hogar.
Hemos
puesto mucho acento en las debilidades y traiciones, hecho que nos ha
hecho olvidar la abnegación, la renuncia y los altruismos sin límites.
Y esta óptica de ver lo malo es más que una traición para quienes
ofrendaron su vida generosamente en esa contienda.
Ahora nos toca poner énfasis en las generosidades, porque nunca fuimos
tan magnánimos al ofrendar la vida por la patria.
Nunca se sintió más inmensa la noción de ser o tener padres. Nunca
fue más nítido ser o tener hijos. Nunca adquirió más sentido ser o
tener hermanos, ser o tener amigos. Formar parte, crecer y fenecer con
una comunidad de vecinos. Y de prójimo.
Porque esta para nosotros fue una guerra defensiva.
Afrontamos esta prueba que no la buscamos. Pero supimos ofrendar nuestro
valor, sacando a flote los sentimientos más genuinos, apelando al
sacrificio y hasta a la inmolación.
6.
Solidaridad con el hermano
La
Guerra del Pacífico fue una guerra signada por un principio para
nosotros fundamental: ser solidarios.
Porque esa es nuestra herencia, por ser descendientes del incario. Y es
solidaridad aquello que nosotros enseñamos al mundo.
No fue aquella contienda para nosotros una guerra militar sino moral. Es
una guerra en donde lo que resaltó de parte nuestra fue ser
fraternos hasta morir.
Cumplimos con nuestros compromisos y con nuestro deber. Supimos
comprometernos con el hermano, pese a lo mal que nos fuera.
¿Qué pueblo más hermoso entonces como paradigma y ejemplo?
Fuimos solidarios en los momentos más difíciles hasta con nuestros
agresores: ¡Salvábamos sus vidas!
Pese a que nos mataban no los tratábamos como a enemigos sino como a
seres humanos. Rescatábamos náufragos y heridos de las naves que hundíamos.
Teníamos el don, porque es un don para mirarlos como a hermanos.
7.
Un acto de solidaridad siempre
Qué
importante entonces que gracias a la invitación de la Municipalidad de
Miraflores, hecha al movimiento Capulí, Vallejo y su Tierra, celebremos
aquí, hoy día 16 de marzo, el aniversario del nacimiento de César
Vallejo. Y lo hagamos izando la bandera del Perú en el Reducto Nº 2.
Qué importante que lo conmemoremos aquí y no en un salón académico o
propiamente literario, sino en este santuario de la patria, donde se
inmolaron miles y miles de hombres en la Defensa de Lima, la sangre más
noble del Perú.
Qué bueno que lo celebremos de este modo, sus coterráneos, sus
compatriotas de tierra adentro, junto a las escoltas del ejército de
tierra, aire y mar del Perú.
Porque este hombre que naciera el 16 de marzo del año 1892 en Santiago
de Chuco, no solo es el astro más refulgente de la poesía y el
humanismo universales, sino un combatiente cabal de las causas nobles
del género humano, como es la justicia y la fraternidad, como fue la
defensa de Lima del año 1881.
8.
Insignia de valor y heroísmo
César
Vallejo aquel día estuvo aquí. Aquel gladiador civil, ejemplo de
hombre y paradigma de peruano, quien asumió los valores más genuinos
de nuestra cultura y que Capulí se esfuerza por hacerlos más vigentes
en nuestro país, peleó al lado de quienes aquí murieron, porque a los
heridos los mataban.
Entonces ¡cómo no iba a estar presente! Él que defendía todo lo
humano y todo lo justo. Porque Vallejo en muchas circunstancias fue un
soldado, un paladín y un guerrero.
Porque es un poeta militante, combatiente y luchador de todas las causas
supremas de la humanidad. Quien no permitía la ofensa ni el abuso,
viniera de donde viniera.
¡Y no lo permitirá! ¡Porque Vallejo está vivo en nosotros!
Porque Vallejo no es deliquio, ni éxtasis, ni mucho menos elucubración,
que son cualidades de excelencia pero que Vallejo es mucho más: es
praxis y es acción,
9.
La antorcha que encendieron
Vallejo
es también insignia de valor y heroísmo.
Y que estemos sus paisanos aquí, quienes han tomado la bandera del
vallejismo en el Perú, es extraordinariamente significativo.
Porque todos tenemos que estar vigilantes, no parpadear. Estar en pie de
guerra siempre. Eso es lo que nos aconseja la experiencia histórica.
Y Capulí es militancia en ese estado de desvelo. Y ser de Capulí es
ser militantes, soldados de un nuevo Perú.
Y juramos –y creo representar bien a mis compañeros aquí
presentes– asistir a todas las citas de honor en todo Reducto Nº 2
que nos demande la patria permanecer para siempre.
Juramos comprometernos por un país estrella, lucero matinal en la
alborada de un nuevo Perú.
Juramos ser paladines de la consagración a trabajar por un Perú de
valores, de honradez, de exactitud, de laboriosidad.
10.
Combatir hasta vencer
Juramos
en ser paladines en salvaguardia de la verdad; de no mentir y no engañar.
Por eso quiero decir aquí que Capulí como movimiento cultural recibe
la antorcha que encendieron para siempre quienes estuvieron y murieron
aquí. Y Vallejo estuvo.
Juramos enarbolar con honra y virtud el estandarte de César Vallejo
para ir a la marcha de un nuevo Perú y el encuentro de héroes como los
que aquí se inmolaron.
Nos comprometemos en la tarea de construir un país en base a los sueños
y a la cultura milenaria que nos conforma.
Nos comprometemos a que el Perú será un país hermoso como una espada
en el aire. Y por su capacidad para ser solidarios y fraternos, esencia
y mensaje que no lo perderemos jamás.
Aquí proclamamos combatir hasta vencer.
¡Viva Vallejo! ¡Viva Grau! ¡Viva Bolognesi! ¡Viva Cáceres! ¡Viva
el Perú!
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