– Hasta luego, hijo. Cuidado con los toros. Mira de lejos y si vienen
volteas la esquina y mejor caminas por otra calle.
Traspaso la portada de nuestra casa con sus rendijas, huecos y arrugas
en la madera.
La conozco hasta el mínimo detalle, pues allí he perdido bolas,
abalorios y objetos diversos y lindos.
Me da paso a la calle y la cierro desde afuera, rumbo a la escuela.
El sol a las siete de la mañana recién dora los rastrojos de las
tapias y trasluce en las hojas de las malvas, pero ya revienta en los
cerros lejanos dejando nítidas las montañas azulinas y oscuros los bajíos
y quebradas.
Como todos los días, cruzo las sombras que dejan paredes y techos a los
pedazos de sol que se arrastran por las veredas de piedra.
2.
Las notas del Himno Nacional
En
el camino encuentro a Javier, a Mañuco. a Juan.
Con elos nos acompañamos intercambiando tesoros: papeles de celofán,
tejidos de serpentina, figuras de lata.
Ya en la escuela tres campanadas nos reúnen en el patío donde se pasa
revisión:
Si portamos un pañuelo limpio en el bolsillo y si tenemos recortadas
las uñas.
Si tenemos bien amarrados los zapatos y limpios los orificios de las
orejas.
Si tenemos todos los botones del pantalón y la camisa y si están bien
abrochados.
Alguien sale a declamar, otro a presentar una noticia, el último a dar
las notas del himno nacional.
3.
El cielo añil y sereno
Luego
pasamos a un salón mojado por grandes ramas de agua dejadas caer en la
tierra recién barrida.
El maestro entra saludando y nosotros también saludamos y nos ponemos
de pie.
Es casi al terminar la primera hora de la mañana cuando alguien llama
desde el corredor más cercano:
– ¡En el cielo hay un cometa!
El maestro se acerca a la ventana, observa afuera y nos hace salir en
fila.
Al principio no divisamos nada, pero luego se hace nítido un trazo minúsculo
de luz en el cielo añil y sereno.
4.
Al borde de la inmensa esfera
Es un brillo extraño que refulge con el sol de la mañana.
Está tan lejos que parece quieto y a ratos da la impresión de avanzar
a una altura a la cual no llegan ni las águilas ni los cóndores.
– Puede ser un satélite, –murmura Villena–, aficionado a leer los
periódicos.
La noticia se esparce a las demás secciones que van saliendo y formando
grupos en el patio.
– Es un ave, –afirma el maestro.
– ¿Y viniendo desde tan lejos?
Desde el borde de la inmensa esfera del cielo se va acercando
lentamente.
5.
Es un ave grande y fuerte
–
Parece ser un pato, –se atreve a decir Manuel.
– Hace poco se escapó uno de mi casa, –agrega César.
– Un pato al volar sacude las alas, –corrige Francisco.
– Parece un ganso–, arriesga el niño Porturas.
– Los gansos no vuelan así. Y, además, nunca viajan solos, –señala
Antuco.
–Será entonces un cóndor. –Supone otro.
Nuestro profesor, al centro del círculo, con las bastas del pantalón
delineadas y con los zapatos que reflejan el sol y los aleros, escruta
aquel punto entrecerrando los ojos y con las manos haciendo vícera.
–Es un ave grande y fuerte–, dice.
6.
La escarcha en
sus alas
Como
si presintieran algo extraño no revolotean las golondrinas que a
diario tejen enredaderas en torno a la campana.
Ni tos gorriones saltan del jardín a los tejados.
Han enmudecido los ladridos de los perros y el cacareo de las
gallinas.
Todos los seres parecen hallarse sobrecogidos.
– Entonces es un guanay, –dice César, que ha estado en Chimbote.
Pero todos recordarnos en nuestros libros el pico largo y el cuerpo
enjuto del guanay.
Además, ¿cómo explicar el brillo de esas alas?
– Es la escarcha en sus alas que las hacen brillar, –agrega, como
hablando consigo mismo.
A
mitad de la mañana está exactamente sobre nuestras cabezas, en el cénit
del cielo.
Podemos ver su vuelo trabajoso.
Podemos ver que una de sus patas cuelga dificultosamente.
Pero aún así, lleva erguida la cabeza. Y su vuelo es parejo.
Los demás alumnos se acercan a nuestro grupo.
– ¿Qué es, profesor? –Preguntan ansiosos.
– Es un albatros. –Dice por fin el maestro.
– ¿Un albatros? Y, ¿dé dónde viene?
– Viene del mar y va hacia el mar.
– ¿Y puede un pájaro llegar hasta aquí volando desde el mar?
Del mar solo alcanzamos a Imaginar que es una línea azul en un
horizonte mágico, algo infinitamente grande y distante.
Con ciudades a sus orillas que sólo conocemos por las etiquetas de
los productos que llegan a las tiendas:
Caramelos de menta, aceite de bacalao, gaseosas de Trujillo.
Enseres
traídos por camiones que durante semanas se atascan en los caminos.
¿Y va hacia el mar? ¿Al Océano Atlántico?
¿Hacia esos confines tantas veces repasados en nuestros cuadernos de
historia?
Los viajes de Colón dibujados con líneas, puntos y cruces. Trazados
de surcos, que ya jamás se cierran, señalando la ruta de las tres
carabelas.
El último – ¡oh infortunio!– cargado de grilletes y cadenas,
cubierto de harapos e ignominia el Gran Almirante.
9.
Saludo de pequeños soldados
–
Es un albatros que vuela herido.
– ¿Y desde cuándo está volando?
– Desde hace días, o tal vez meses.
Una emoción profunda invade nuestros corazones.
Los cuerpos tensos, con los ojos entrecerrados por el sol implacable y
nuestras pequeñas manos alzadas a la altura de nuestras frentes
hacemos calladamente un saludo de pequeños soldados al nauta
portentoso.
¿Qué paisajes sus ojos divisan hacía abajo?
¿Qué roquedales de pavor y de miedo?
10.
Vuelve a cruzar en mayo el cielo de Santiago
Alguien
alcanza a gritar su emoción alentándolo y todos al unísono
repetimos alcanzándole desde la tierra nuestro aliento:
– ¡Llegarás al mar! ¡Llegarás al mar!
Al crepúsculo nuestros ojos apenas lo encuentran en el horizonte. Es
un leve fulgor en la noche que cubre el universo.
Imaginamos su mirada vigilante, sus alas doblegando distancias, sus
latidos golpeando intensamente la noche.
Al volver y cerrar la portada de nuestra casa, los goznes chirrían
con una leve señal en las sombras.
Y en nuestros sueños el albatros vuelve a cruzar en mayo el cielo de
Santiago de Chuco.
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