Capulí, Vallejo y su tierra y jueves arguedianos de la Escuela Nacional de Folclore |
Homenaje a Luis Felipe de la Puente Uceda Honor al Héroe |
OFRENDÓ
SU VIDA EL 23 DE OCTUBRE DE 1965
Comentarios:
CÉSAR VALLEJO
YNFANTES
RAMÓN NORIEGA FRIDA MANRIQUE WALTER PALACIOS
Intervenciones
artísticas:
DÚO TAKANAMANTA
MAO FERNÁNDEZ MARGOT PALOMINO
Jueves 26 de
octubre. 7 PM
Local: Escuela Nacional de Folclore Jr. Ica 143, Lima. (Cercana al Jr. de la Unión) ºººººººººººººº
HONOR
AL HÉROE
Danilo Sánchez
Lihón
1.
Quien redime la historia
Luis Felipe de la Puente
Uceda nació en Santiago de Chuco, provincia de La Libertad, al norte
del Perú, el 1 de abril del año 1926, por lo que a la fecha frisaría
80 años. Cayó acribillado junto a su comando de guerra al cual dio
orden de dispersarse cuando estaba rodeado y toda posibilidad de
sobrevivencia estaba perdida, prefiriendo todos morir a su lado. Era el
23 de octubre del año 1965 en Mesa Pelada, en el valle de La Convención,
en el departamento del Cuzco. Tenía entonces 39 años, sufría de asma
y gastritis, cuando incursionó en las montañas húmedas, neblinosas y
enmarañadas, alzándose en armas contra una política y un sistema
social de oprobio.
Murió él y toda su dirigencia. Se había casado no hacía mucho, era padre de un niño de un año y seis meses y de otro hijo por nacer, que resultó niña. El significado trascendente de su lucha es que limpia y redime el concepto de izquierda, guerra de liberación y cambio de sistema, en un momento en que esos vocablos se habían desgastado, se habían tornado retórica de cafetín y se habían prostituido hasta palabras como "revolución". Hay grandeza en él de ir y marchar a la muerte decididamente, dejando a una mujer joven y hermosa, a un hijo tierno y a otro hijo por venir. Hay grandeza en hacerlo todo ello por una razón social, colectiva, histórica, de solidaridad humana.
2.
Un apostolado, una moral, una pedagogía y una fe
Hay hombres cuyo valor trasciende más allá de toda contingencia y constituyen ejemplos morales, sociales, culturales y políticos para todos los seres humanos. Y eso es Luis de la Puente Uceda, un hombre puro, que rebasa cualquier parcialidad y contingencia que todo hombre la tiene al pertenecer a una familia, a una asociación, o a un grupo político, doctrinario o ideológico. Pero en gestas como la suya, legítima y necesaria por las circunstancias que la determinan, dichos límites de época, circunstancia y filiación se rompen y alcanzan la categoría de ser hombres universales. Si bien Luis Felipe de la Puente Uceda fue un político y un guerrero rebasa ampliamente esa dimensión, aunque en ningún otro terreno quizá necesitemos más paradigmas, modelos de honestidad y buenos ejemplos, de sacrificio y limpidez que en dichos campos, ahora tan contaminados de una zoología humana rastrera, infame y procaz. Al respecto, fueron estas sus acciones y palabras: "Nuestra patria vive una profunda crisis de fe". Y estas otras: "Hagamos de la política un apostolado y una pedagogía". De allí que pese a que cayera acribillado su lucha es triunfante. Murió para restituirnos la fe en que podemos ser consecuentes, íntegros y valerosos. Fe para evitar que el pueblo desaliente creyendo que todo son discursos, discusiones y viajes; fe para evitar que el pueblo piense que ya no hay coraje. Él hizo de la política, en cada acto de su vida, un apostolado, una moral, una pedagogía y una fe. 3. Diez razones puras He aquí diez razones puras para reconocerlo como un héroe, un prócer, un abanderado y un patrimonio de la humanidad: 1. Encarna todos los valores humanos: fue intachable en su conducta, su acción tiene todas las condiciones de martirio y de heroísmo. Sabía que iba a morir, de allí que su vida tenga el sello indeleble del sacrificio y la inmolación. 2. Es un guerrero insigne, comparable en el Perú a José Santos Atahualpa, Túpac Amaru, Grau y Bolognesi. Se alzó en armas dentro de la legalidad, vistiendo uniforme militar y en el marco de las Convenciones de Berna y de Ginebra enfrentándose con el ejército mejor preparado de ese entonces, superior en fuerzas a las que él tenía. 3. Era un hombre bueno, quien prodigaba una profunda generosidad y adhesión a los pobres y desheredados de siempre, del Perú, América y el mundo. Lo alentaba el amor y no el odio: amor a los humildes, a los indígenas, a los niños. Amó la cultura popular, tocaba guitarra, compuso huaynos y yaravíes. Y cantaba a voz en cuello: "Yo quiero que a mí me entierren / como a mis antepasados / en el cuenco profundo y negro / de una vasija de barro". 4. Amó entrañablemente a su tierra natal, Santiago de Chuco, a la que consagró sus mejores emociones, visitándolo siempre, participando de sus festividades, asumiendo sus costumbres y en donde tuvo especial dedicación a la juventud. Allí fundó la Asociación 7 de Junio y después la Federación de Estudiantes Santiaguinos organizándose para obsequiar bancas para la plaza de armas y libros para la biblioteca municipal. 5. Es un intelectual luminoso en el ensayo, la narrativa, en la oratoria política. Igual en la investigación social. Son sus palabras: "El marxismo tiene que respetar la fe y la forma de vivir de la gente" dichas ante jerarcas, comisarios, burós y cofradías, seguro e incólume en las convenciones más ortodoxas de esa orientación. 6. Es un maestro cuando escribe sus cuentos parábolas, encaminadas a hacer comprender algunas verdades de la estructura social y el cambio necesario, utilizando un lenguaje de imágenes, argumentos sencillos, explicaciones didácticas, como pequeños apólogos para sobre ellos tender el aparato doctrinario que quiere hacer entender, primero develando, poniendo al descubierto el engaño y luego construyendo una verdad nueva. Se lo siente sabio, noble y superior en estos discursos metafóricos. 7. Fue un esposo y padre de familia tierno y amoroso, profundo en sus sentimientos hacia su hogar, el mismo que tuvo que sacrificar en aras de sus ideales. Explicó su decisión a su esposa, consecuente y fiel hasta ahora, y se despidió de ella, de su hijo Juan Ernesto, quien contaba apenas un año y seis meses de nacido y de María Eugenia, aún en el vientre de su madre y por nacer. 8. Como político fue coherente primero con sus conclusiones de análisis de la realidad y luego con los principios que adoptó como consecuencia de sus reflexiones para orientar su acción revolucionaria. Fue absoluto en su decisión y disponibilidad de luchar pese a sus limitaciones y desventajas de salud, a fin de que no haya ignominia, legándonos una herencia de valor, de generosidad, de renuncia a las comodidades, halagos y complacencias del sistema. 9. Fue un hombre imbuido de ideales y de mística política, social y cultural. Pero también de convicciones religiosas. "Nada se puede hacer sin fe", decía. De allí que adoraba al Apóstol Santiago el Mayor de su pueblo, hacia donde llevaba la Banda de Julcán y dijo a sus correligionarios: "La revolución social en el Perú vamos a hacerla pero con el estandarte del Apóstol por delante". 10. Ninguna componenda, ningún lujo, ninguna prebenda aceptó ni mancharon su vida. Se negó sistemáticamente a postular a ninguna sinecura, cargo público, curul parlamentaria o alcaldía. Rechazó todo electorerismo. Rehusó el dinero y todo vínculo con ricos y poderosos. Su vida estaba signada por lo auténtico, lo preciso y exacto.
4.
Ya va a venir el día, ponte el sol
El día anterior a su muerte interceptaron a un enlace que había ido a traer y portaba medicamentos urgentes para el ataque de asma que lo tenía postrado. Lo torturaron y dio informes sobre el emplazamiento, el mismo que fue rodeado por una compañía que portaba armas pesadas y hasta por helicópteros artillados. Se parapetaron en un aserradero. Junto a él estaba Carlos Valderrama, estudiante santiaguino que se inmoló a su lado. Pese a que actuó dentro de la legalidad y de acuerdo a las convenciones de Berna y Ginebra se perpetró una masacre. Miremos por un lado su pureza, su corrección y dignidad de soldado de la liberación. Y miremos también hacia el otro lado, del sistema contra el cual él se enfrentaba, con manos y conciencia límpidas, al igual que a Túpac Amaru su cabeza fue cercenada, haciéndola rodar por la tierra y al igual que al casique de Tungasuca se cercenaron sus miembros que fueron enterrados en distintos parajes. ¿No se siente allí acaso la entraña malévola, salvaje y crapulosa del sistema? Pero su sangre derramada es generosa y de alborada. ¡Viva gloriosamente Luis de la Puente Uceda!, porque nos da razones, motivos, fuerza e inspiración por qué luchar. Porque su vida, como la vida de nuestros héroes es un ejemplo y una consigna; como su muerte es para los otros una afrenta. Hay muertos que son invencibles, que los jóvenes los encuentran cualquier día por los caminos y en ellos vuelven a encarnarse. Hay muertos que avisan a los combatientes cuál es la hora de levantarse y combatir. Muertos que estarán vivos eternamente en las montañas y en el corazón del pueblo que los tiene presente cuando se trata de erigir la dignidad y la patria soñada. Caben en homenaje a él estos versos de Walt Witman:
Y estas palabras de César
Vallejo, a quien él amó, admiraba y recitó sus poemas en las noches
de Santiago y por todos los caminos:
ººººººººººººººººº
EL CORAZÓN POSADO TIERNAMENTE EN TU PUEBLO
A Luis de la
Puente Uceda
1.
Un día
notamos las huellas de un hombre justo que había regresado al camino. Lo sentimos los humildes y hasta los pordioseros que dejaron sus escudillas y el ausente fulgor de sus ojos vacíos. Renació en todos una nueva esperanza. Lo hallamos después abaleado en el promontorio de una tierra recién escampada. Sólo sabemos de sus pisadas que la lluvia repetía paso a paso reverente. Y en esas huellas empozándose la luz de la tarde. Sabemos de los niños que juntaron fuertemente sus manos hasta forjar una cadena indestructible de abrazos esos días. Pero óyeme: he visto ondular otra vez su cabellera en los claros de la neblina. Y alzados en el horizonte sus brazos convocándonos a luchar y dándonos consignas.
2.
Yo
lo recuerdo alegre, zapateando jubiloso en las fiestas de su pueblo, fresco y niño como alborea en día en las hoyadas. Lo recuerdo indignado: su sombra enloqueciendo a los galgos en los corrales. Lo recuerdo también apacible: su calma como esas brumas de junio que colman de frutos amarillos y dulces los graneros. Ah, su sombra cayendo en los cercos de espinas! Ladrada por perros guardianes en las haciendas, amada por mineros y campesinos que esperaban anhelantes. A veces, tanto brillo y fulgor en su mirada hacía que las dueñas de fincas lo desearan odiando a sus maridos. Y en sueños mil veces enarbolaron para las aves sus testas carcomidas por los cuervos.
3.
¡Oh gesta!
Arrojaron tinieblas. Prendieron la noche en las patas del felino. Millares de ojos lo rodearon en la emboscada. Y negros ramalazos de fuego azotaron los cuerpos inmaculados. Y hendieron las bayonetas ahogando estertores de heridos. En los altos juncos de las mesetas aún se ven jirones de estandartes llovidos. Pero, ¿quién en el esfuerzo por incorporarse aparentemente no ha muerto pero en verdad ha ganado y vencido? No es hazaña esta ni victoria del oprobio ni la muerte, donde la codorniz parecía ahogada y yerta en su propio tormento, y arqueada en malparir la oveja gemía. Pero mira allá: ese tropel que esconden cuerpos malheridos. ¿No son acaso de los nuestros? Y mira este rodar del mundo entonando un himno de victoria. Y estos que aparentan ser estertores serán mañana vítores y olas de terror cuando hallen arrancadas del sitio sus puertas, desconocidas sus vidas y fuera de quicio sus mentes sean déspotas, sean los traidores.
4.
Y andando
lo abrupto hemos llegado. Venimos porque eres nuestro, porque has sonreído dichoso de morir entre luceros y árboles. Recostadas están tus manos en la tierra. ¿Hubo acaso manera más pura de confesarnos amor? Hemos venido por tu risa herida. Y porque has muerto a más altura que da el grito de un hombre. Y, en el último momento, tus pulmones ya agujereados todavía has pensado en la pobreza de todos los demás y en tus paisanos pidiendo que regreses. Porque hacia nosotros has tendido hecho viento los brazos. Y hombres y mujeres, jóvenes y niños, te han besado. Porque has hecho un claro de bosque en estos tiempos aciagos. Y al morir estuviste por primera vez ufano, lleno de confianza en el mañana. Porque nos legas la herencia de tu sangre derramada. Tú oyendo dianas, huaynos y marineras de tu pueblo; y cercanos chillidos de gorriones, de palomas chuscas. Y porque has sonreído, el corazón posado tiernamente en tu pueblo.
Danilo Sánchez
Lihón
Publicado en el libro Scorpius
del año 1972.
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Danilo
Sánchez Lihón
Instituto
del Libro y la Lectura del Perú
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