1. Mujan, balen, píen, aleteen
– No llores mamita – le ruega Justina a su oveja detrás del muro del corral de la usurera.
En su casa ya no tenían qué comer y ella misma llevó a su mascota a empeñarla para no dejar morir a su familia.
Hace tres días la vio entrar en la cerca de la vieja que se niega a darle de comer a los animales.
La mujer presta dinero y cobra intereses para que las personas recuperen sus prendas puestas en empeño.
Como la gente ya no tiene qué dejar ni cómo pagar empieza a llevar ovejas, chivillos, gallinas, pavos y hasta hay en su corral una vaca con su becerro.
Los animales gimen de hambre implorando al cielo, quien al menos descarga una tempestad que llena los pozos desde donde sorben un poco de agua.
Los hombres se arrodillan suplicándole a la señora:
– Dele un puñadito de cebada a mis chivillos, por amor de Dios.
Pero ella les regaña:
– ¿Qué se han creído? ¿Encima que les presto dinero debo de darles de comer a sus animales? ¡Qué sin vergüenzas habían sido!
Y entra a su corral gritando:
–¡Mujan, balen, píen, aleteen para que sus dueños les rescaten, pagándome lo que me deben!
– ¡Señorita, por piedad!
– ¿Yo darles de comer? ¡Nunca! ¡Si sus crías les da lástima vayan a traer la plata y paguen la deuda!
2. Resiste, corazón
Desde lejos los campesinos vienen hasta la pared. Y hablan para adentro, dándoles palabras de aliento a sus animales:
– Ya mi linda. No llores mamita. Preciosa. Yo haré lo que sea. Yo mismo me venderé, con tal de sacarte. Para mañana ya estarás libre. Pero no te mueras, mamita. ¡Resiste, corazón mío! Yo te prometo llevarte mañana conmigo. Pero no llores así, mamita.
De ese modo se apaciguan los animales al otro lado del muro, sollozando en silencio.
Ellos sí entienden. Se calman para no hacer sufrir más a sus dueños. Ya no sufren ellos por su hambre sino por las penas de los seres humanos. Y a ratos gimen juntos: oveja y hombre, vaquita y hombre, chivillo y hombre; frente con frente rogándose, pero separados por los adobes dolientes.
Después deambulan, hombres y mujeres, por la ciudad mendigando trabajo.
En esa demora los animales mueren. En tal caso, al dolor inmenso se mezcla el consuelo infinito porque el animal ya no sufre.
Si muere no hay lugar a reclamo, porque el papel firmado dice incluso que se tiene que pagar más por el gasto de arrastrar el cuerpo hasta una zanja donde lo coman gallinazos y cuervos.
Pero antes de que eso ocurra la gente se humilla en los pueblos y en los caminos haciendo cualquier labor y diligencia con tal de rescatarlos. Entonces llegan corriendo y acesantes con el dinero. Y gritando:
– ¡Ya logré rescatarte, mamita, papacito!
La vieja sale y cuenta la plata a la orilla del río porque hay ahí una piedra en donde hace sonar las monedas para ver si son falsas. Encima de los billetes pone una piedra para que no lo rasgue el viento.
3. Justina empezó a mendigar para pagar por su oveja
Justina empezó a mendigar para pagar por su oveja.
Pero, por más que hizo y se esforzó no completó la suma. De todos modos, vino hasta donde aquella estaba encerrada. La llamó. Ya casi no respondió. Apenas baló. Agonizaba.
La noche es fría. Oveja y niña, por la congoja, la extenuación y el viento helado no resistieron ya sufrir tanto.
Las encontraron a una y a otra, cabeza con cabeza, solo divididas por el muro.
Fue entonces que el río se hizo turbio, violento y súbito.
En su cima nevada se han formado nubes funestas. Ya sus aguas se revuelven aciagas. Atruenan con furia y se precipitan turbulentas, peña abajo.
Todo lo arrasan. Primero sus espumas y luego su lava y su correntada invaden la casa de la vieja.
De los pies la arrastran. Se la ve revolviéndose con sus faldellines, sus calcetas y los billetes que sujeta con sus manos.
– ¡Misericordia! ¡Ayúdenme! –clama.
Y desaparece debajo de la cascada, dando tumbos.
El oleaje ingresa por el umbral y luego invade los rincones de las habitaciones, devorando todo con fauces ávidas.
Los billetes que el río encuentra los trastoca en peces.
De los fajos de diez soles se desprenden las gamitanas. De los atados de veinte soles saltan temerosos los pejerreyes dorados. De las rumas de cincuenta se mueven las palometas. De los cien soles corren sigilosos a esconderse los peces ojos de uva.
Las monedas metálicas son convertidas en almejas, en mariscos y en crustáceos que ahora pueblan estas riberas.
Así se hizo la comida abundante que nos prodiga el río. Él convirtió la codicia en dádiva, lo sórdido y mezquino en generoso y espléndido.
Así: de los reales y pecetas nacieron las conchas de abanico y se estiraron a caminar las machas y muymuyes. Del medio sol, o cincuenta céntimos, avanzaron moviendo sus colas los camarones. Y de las monedas de a sol se vio cómo surgían y corrían a esconderse presurosos para vivir bajo las piedras, los langostinos colorados.
4.¿Qué corresponde que hagamos ahora?
– El río de esa manera quiso que nunca padeciésemos hambre. Desde entonces es que abunda la pesca en estas aguas, que son pródigas.
Aquí ahora nadie se queda de hambre. Todos comemos.
– La vieja avara se ha ido lejos. Pero se ha vengado de nosotros de otra manera, cobrándonos una deuda más grande y ominosa: la deuda externa que diezma, saquea y siembra de muerte silenciosa e invisible nuestros campos.
– La viejas avara se fue, pero ahora ha regresado con otro atuendo, vestida de empresa minera.
– Y ya comenzó a envenenar el agua del río, donde todo empieza a morir.
– El río nos dio la comida todos estos años. La minera ha empezado a arrojar en él sus relaves y lo inunda de desechos químicos.
– Ya empezaron a desaparecer los peces.
Antes la usurera mataba de hambre a nuestros animales. Ahora convertida en empresa minera mata la vida del río, con lo que demuestra que es la misma.
El río es nuestro padre, nuestra madre, nuestra heredad y hasta nuestra progenie. No podemos dejar que en él todo se torne muerte.
¿Qué nos corresponde hacer ahora? |