La madre en César Vallejo

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
Danilo Sánchez Lihón

1. Mundo con madre es el mundo andino 

La cultura andina, pertenencia esencial de César Vallejo, a la cual da expresión, voz y palabra, está signada por el sentimiento, la emoción y el sentido de madre.

Todo en ella es madre, relación consustancial, afectiva y de filiación con el origen, la matriz y lo sagrado de la creación. Es, además, afinidad profundamente tierna y dulce; con mucho candor. Y César Vallejo tenía esas claves y anagramas incrustadas en el alma. Y la pena es que, salvo en su infancia, le tocó vivir después en un mundo ajeno a esas relaciones afables. Y he allí la clave del dolor que él encarna.

Madre, para la cultura andina es también la tierra que se respeta, reverencia y adora, con la cual no cabe desunión posible. La vida es inherente a la naturaleza, que es la madre tierra. Y madre es hogar, casa, rincón familiar. Y se puede ser todo lo humilde que se quiera pero sin aquellas ubicaciones de madre el mundo resulta miserable.

Aunque pobre la cultura andina construye casa. César Vallejo fue un exiliado de un mundo de amor y de solidaridad hacia otro hosco y desalmado, sin madre. De allí que anheló tanto y militó en la causa de erigir un orden nuevo, una casa solidaria y una mañana eterna en que desayunemos todos.

Quizá ningún personaje puede encarnar tanto a la cultura andina como la madre, honda, sublime, enigmática; representando el misterio de la vida, lo que está adentro, lo que se calla, con quien solo se puede establecer una relación de afecto y totalidad.

Lo opuesto a la madre es la nada. Su no existencia da lugar al abandono, la desolación y orfandad. Y madre es, además de un ser biológico, nuestra tierra, la casa, nuestro sitio en la mesa y en el fogón familiar a la hora del yantar. Mundo con madre es el universo andino. Y que es lo que nos hace regresar desde muy lejos a nuestros pueblos de origen y a la patria idolatrada de nuestra infancia.

Y esos contenidos son esenciales en la trayectoria vital de César Vallejo, que se reflejan en su obra, que como poeta instintivo lo supo sentir y expresar.

2. La madre biológica de César Vallejo

Hay imágenes de ella, extraídas de fotos de conjunto, de las cuales se ha recortado y separado su retrato.

Se la ve sencilla, honda y esencial, envuelta en un reboso raído, sin nada artificial que lo distinga, un arete, una cinta o un anillo. Se la siente arcilla, gleba, espiga; de rasgos muy andinos, telúricos y bondadosos, con ojos profundos, cabello lacio, pómulos salientes. Con mucha alma; servicial y entregada. Agua clara de manantial, mujer andina cabal.

Se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero, hija del sacerdote Baltazar Joaquín de Mendoza, quien fue natural de España. Su madre en cambio fue lugareña de Santiago de Chuco.

Nació en esta villa el 1 de noviembre de 1850. Se casó a los 17 años, el 22 de junio de 1867, con Francisco de Paula Vallejo Benites, también hijo de sacerdote, en la iglesia matriz del pueblo. Al casarse su madre y hermana le donaron la casa donde nació y nacerían luego sus doce hijos, siendo el último César Vallejo Mendoza, a quien dio a luz a los 42 años y en cuyo parto estuvo a punto de morir.

Murió el 8 de agosto de 1918, cuando César Vallejo se encontraba en Lima y aún no había publicado libro alguno. Los Heraldos negros, recién aparecería en julio del año 1919.

Doña María de los Santos falleció después de tener un proceso de fiebre alta que se declaró en el mes de julio, para complicarse después en una enfermedad dolorosa y mortal en su época: angina de pecho, que inflama los órganos de la deglución y la respiración.

Su sepultura está identificada en el cementerio general, en la colina que domina el pueblo de Santiago de Chuco.

 
 
3. Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
 

En múltiples poemas, así como en páginas sentidas de su prosa, César Vallejo evoca a su madre con amor entrañable. Hasta en su libro póstumo “Poemas Humanos” empieza diciendo:

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.

El poema XXIII de Trilce, publicado en 1922, está dedicado completamente a ella. Y comienza así:

Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
pura yema infantil innumerable, madre.
Oh tus cuatro gorgas, asombrosamente
mal plañidas, madre: tus mendigos.
Las dos hermanas últimas, Miguel que ha muerto
y yo arrastrando todavía
una trenza por cada letra del abecedario.

¿A quién se le ocurre expresarse de ese modo? ¡Qué tal arrojo! “Tahona estuosa”. ¡Y qué manera de tratar con la poesía! Porque, ¿quién lo entiende? Eso él no se preocupa. Había escrito en Los heraldos negros: “qui potest capere capiat” que quiere decir: El que pueda entender que entienda. ¿Arrogancia? ¿Capricho? No, porque ya sea como sonido o ya sea como significado, madre es ciertamente tal como él lo dice: “tahona estuosa”. Cabal para el sentimiento y el concepto de madre.

Así como Dios puro sonido es “¡ommm!”, madre en puro sonido es “tahona estuosa”. En términos semánticos, tahona es: casa en donde se hace y se reparte el pan; y estuosa: íntima, cálida, abrigada. Y la madre es eso.

Por algo dijo de Trilce:

“Sólo Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado en donde pudo quedar yerta mi pobre ánima viva”.

¿Y gorgas? ¿Qué es? ¿A quién se le ocurre llamar a los hijos gorgas? ¡Gorgas!, que es alimento o comida para las aves de cetrería. ¿Y qué relación tiene el significado de la palabra los hijos pequeños? Toda. Absoluta y cabal relación. Pero solamente a un genio se le ocurriría encontrar esa relación.

Y así cómo introduce este lenguaje total, introduce toda la vida, su biografía y su mundo. Y su muerte. Porque uno de esos hermanos ya estaba muerto, hacía cinco años, pues Miguel murió el 22 de agosto de 1915. Y su madre también ya era occisa. Pero eso ¿qué importa? Aquí, con Vallejo, se transpone la vida y la muerte.

Porque él conversa para adentro, para sí mismo. Habla de los insignificantes que resultan trascendentes, de los cuatro mendigos que son él y sus hermanos pequeños. ¡Qué diferencia ¿no? con los grandes temas y autores con los cuales él ahora se equipara!

Las batallas y los fastos de los dioses en Homero. El cielo, el purgatorio y el infierno en Dante. El amor, la duda o los celos, en Shakespeare. En Vallejo la vida cotidiana, el hombre, lo íntimo, como comer, tan común y corriente. Pero, ¡al fin la vida!

4. El mundo con madre y sin madre

 Y continúa:

En la sala de arriba nos repartías
de mañana, de tarde, de dual estiba,
aquellas ricas hostias de tiempo, para
que ahora nos sobrasen
cáscaras de relojes en flexión de las 24
en punto parados.

Hay dos mundos entonces. Uno es el de la sala de arriba en donde totalizando el día, en cual estiva, se repartían esas ricas hostias de tiempo que la madre ofrenda en esa comunión del amor total. Ese pan es sagrado, son hostias de tiempo que ella dona y entrega como sacerdotisa del amor maternal. Como fue el mundo andino que fue destruido por mano codiciosa que impuso el saqueo y la usura, mundo en el cual ahora somos reos, reclusos y parias.

Ese pan generoso es oblación y es sagrado. Tú lo diste, madre, y es pan de amor. Pero ahora nos lo cobran. Y aquí se presenta la ruptura, lo quebrado y trágico: Y en vez de hostias de tiempo son cáscaras de relojes, salario, tiempo falso, mecánico y artificial.

Madre, y ahora! Ahora, en cuál alvéolo
quedaría, en qué retoño capilar,
cierta migaja que hoy se me ata al cuello
y no quiere pasar...

Todo cambia cuando dice: “Madre, y ahora!”. El pan se ha convertido en migaja que en vez de pasar se ata al cuello por fuera. El pan nutricio se vuelve soga del ahorcado. En vez de pan para alimentar ahora es cuerda que aprisiona. Se cambió el mundo del afecto por el mundo sin madre, la cultura del lucro, usurera y especulativa se impuso.

El lenguaje de exaltado se ha tornado dolido, infringido, no por los vocablos sino por la inflexión y el gesto, por la manera de hablar, por el tono confidente, de mohín. Y pueblerino.

Y todo medido en relación a una función básica cual es el acto de alimentarse y comer, de nutrirse. La madre es bolo alimenticio, es bocado. En la primera instancia los bizcochos son dulces. En la segunda una migaja se atasca al cuello.

 
5. El alquiler del mundo donde nos dejas

Y prosigue:

...Hoy que hasta
tus puros huesos estarán harina
que no habrá en qué amasar
¡tierna dulcera de amor

Así como en la poesía él llegó a lo real de lo real y a ser un poeta del hambre, así en el amor de la madre llegó al amor que se traduce en pan.

La madre es harina. Pero también es el cuenco donde se amasa el pan dulce, el bizcocho. Es el recipiente y la vasija, si no el amor no tiene forma ni estructura. La madre es contenido y continente, harina y utensilio, donde se pueda amasar el pan de la vida ser el horno que lo cueza.

hasta en la cruda sombra, hasta en el gran molar
cuya encía late en aquel lácteo hoyuelo
que inadvertido lábrase y pulula ¡tú lo viste tánto!
en las cerradas manos recién nacidas.

Las figuras y metáforas son bucales u orales, también dentales y de la función de comer. Y del tener hambre. Pero luego sigue: “Tú lo viste tanto!” ¿Dónde? Tú lo adivinaste. ¿Dónde lo adivinó? “en las cerradas manos recién nacidas”. En los signos, en el mundo cifrado y secreto de la mano. Y aquí llegamos al enigma pleno y atroz, porque es en las cerradas manos de un recién nacido que solo el secreto de amor de una madre los expurga. Y otra vez estamos hundidos en el hecho cotidiano, inencontrable salvo por el bendito y secreto amor de madre puesto en lo pequeño e insignificante, los trazos de una mano cerrada.

Tal la tierra oirá en tu silenciar,
cómo nos van cobrando todos
el alquiler del mundo donde nos dejas
y el valor de aquel pan inacabable.

Poema de lo propio y ajeno. Lo propio y auténtico si viene de la madre. Fuera de ella es un mundo ajeno. Porque el mundo de la madre es generoso, del desprendimiento total que ella ampara, lo nutre, lo acoge y protege. Reino del puro amor, lo contrario es ajeno donde todo nos cobran y tenemos que pagarlo. Es el “alquiler” del mundo.

Y nos lo cobran, cuando, siendo nosotros
pequeños entonces, como tú verías,
no se lo podíamos haber arrebatado
a nadie; cuando tú nos lo diste,
¿di, mamá?

Es el poema del divorcio, del cambio desde una posición de generosidad hacia otra de desamparo y de necesidad. Y él militó y entregó la vida por restituir el mundo de la generosidad y la solidaridad humanas.

 
6. Madre, me voy mañana a Santiago

Pero hay otro texto de Trilce dedicado también a la madre y es el poema LXV escrito en mayo de 1920 antes de retornar a su terruño, Santiago de Chuco, cuando hacía dos años su madre ya había muerto.

Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.

Pese a que la madre está muerta va a confiarle a ella sus desengaños y el rosado de llaga de sus falsos trajines. Porque la madre es quien entiende, es centro, hondura y vastedad. Es llanto para comulgar, mojarme en él, que es agua y lluvia. Es este poema el del retorno a la tierra natal:

El llanto es aquello tan hondo que no puede ser expresado de otro modo.

Estoy acomodando mis desengaños. Llevo en mi maleta no regalos ni obsequios como en la sociedad de consumo, sino mi confesión que nos hace más humanos. Llevo mi alma indefensa y mi ser adolorido, equivocado ante ti que eres verdad y puro amor. Los llevo para que tú los alivies de solo oírlos.

Mojarme en tu llanto es una purificación. Porque el llanto no siempre es de pena, es también de identificación y reconocimiento. También de felicidad. De la madre viendo llegar al hijo.

Es el poema del retorno, del regreso, de la madre que ve llegar al hijo de sorpresa. El hijo pródigo arrepentido. Y del padre o madre que acogen. Pero ella ya está fallecida. Hace dos años que murió. Y él lo sabe. Entonces, ¿a quién se refiere?

Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida.

Que se acaban la vida es una manera de hablar en el pueblo. Este gesto, este mohín, este detalle para hablar.

¿Qué madre no espera a un hijo que está lejos como si le hubieran desgajando o cercenando el ser? ¿Y qué es o puede ser un arco de asombro? Desde los brazos, que se elevan de alegría, hasta las cejas o la frente.

El mundo mismo es un arco de asombro. O puede ser la puerta del templo. Puesto que es llegada y es recibimiento. Es el encuentro. Pero puede también ser el nacer. Para cada madre el hijo estará siempre naciendo.

 
7. Estoy plasmando tu fórmula de amor

Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.

Madre es la tierra pero también la casa; el corredor, el patio. Se describe la casa, ¡y en época de fiesta!

Pero no solo es la casa sino el sitio que se ocupa en la mesa subido en el sillón ayo. “Me esperará mi sillón ayo,”. Solo la infancia nos espera y acoge. Solo una madre nos escucha y nos bendice. Solo la tierra nos acepta otra vez de regreso, cuando retornamos a ella incluso estando muy lejos.

Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.

La madre está muerta y él le reclama que le oiga. Que oiga al hijo y es natural, porque madre e hijo en la comunicación han tendido un lazo imperecedero. Reclama que sienta no solo lo que le dice sino aquello que ni él sabe lo que es. “Estoy ejeando” “no oyes jadear la sonda”, que es una inmersión en lo profundo de nuestro ser.

Ahora bien, ¿cualquier madre puede inspirar un poema así? Desde que hay culturas sin madre, no. La inclinación del mundo actual con el fenómeno de la globalización tiende a eliminar el ser madre. Por eso el mundo andino es reservorio moral e inspiración para la humanidad del presente y del futuro.

“estoy plasmando tu fórmula de amor”. ¿Que sabiduría es mayor que el ser madre? ¿Y qué fórmula más perfecta de amor real, ideal o utópico que el ser madre?

 
8. La madre es casa eterna

Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.
Así, muerta inmortal. Así.

“muerta inmortal” es: estuvimos aquí y es para siempre. Nos amamos, siquiera un instante y ese amor ya no desaparecerá jamás. Es para siempre.

Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Porque eso es el varón frente a la mujer como género, donde mi padre con ser mi padre se humilló hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal.
Así.

Columnatas y arcos. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos evoca? El templo, la iglesia, el altar. Es el edificio para orar. En donde el padre humildóse hasta menos de la mitad de un hombre, es decir, donde se arrodilló. Desamparado ante ti, ¡misterio adorable!

“Así, muerta inmortal. Así” Ya para siempre nadie te puede olvidar. Y así sea hace dos, diez o mil años, iremos a mojarnos en su bendición y en su llanto. Es lo irrevocable, lo insustituible que ni siquiera puede caer ni a lloros. Es eterno, tanto que ni nuestra pena, ni nuestra tristeza al llorarla, la hará sucumbir ni dejar de ser. Es eterna. Es muerta inmortal.

¿Quién puede atentar contra lo que es inmortal? El destino. Pero ni él, que todo lo cambia y rige, puede entrometer ni un dedo suyo.

La madre es el misterio perfecto, el origen de la vida y ella contiene la fórmula del amor consumado.

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

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