Soportó estoicamente cuando a Hipólito Tupac Amaru Bastidas, su hijo
mayor, le cortaron la lengua y el borbotón de sangre manchó la camisa
celeste que llevaba puesta.
Era su primogénito, de 20 años, que no dejó de mirarla tiernamente desde
que subió a la tarima en la cual lo ejecutarían, dejando posados sus
ojos en los ojos de ella, hasta el último momento de su vida.
2. Una masa hierática
Pero cuando subido al patíbulo le anudaron la soga al cuello y
súbitamente templaron hacia arriba, estremeciéndose en al aire su
cuerpo, con las manos atadas hacia la espalda, solo allí se escuchó
aquel grito desgarrador que conmovió hasta a las mismas piedras,
torreones y montañas del Cuzco. Y el sol pareció oscurecerse.
Solo a partir de entonces lo que era un circo, una feria y un carnaval
de horror y de infamia, se tornó en un silencio sepulcral, en las diez
mil almas que contemplaban los suplicios que se estaban infligiendo a la
familia y colaboradores de la gesta que encabezara Tupac Amaru II,
sublevación que contó con la colaboración de su esposa, capitana del
ejército de retaguardia, la bella y tenaz Micaela Bastidas.
Desde el amanecer se habían ejecutado a los grandes capitanes del
movimiento insurreccional.
Y antes del martirio del linaje del cacique de Surinama y Tungasuca se
dio muerte a José Berdejo, Andrés Castelú, Antonio Oblitas y Antonio
Bastidas.
Luego a Francisco Tupac Amaru y a Tomasa Titu Contemayta.
El público colmado en la plaza, exclamaba gritos de furor y palabras
soeces, apoyando el ajusticiamiento de cada uno de los reos. En cambio,
hacia los cerros una masa hierática de indios permanecía silenciosa e
inescrutable.
3. Los sayones vinieron a llevarla
– ¡Escarmienta indio criminal! ¡Delincuente! ¡Asesino!
– ¡India desgraciada! ¡Salvaje! ¡Homicida! –Gritaba la turba enardecida,
ante cada muerte.
Había sido demoledor el terror que habían sentido meses, semanas y días
antes, ante el asedio e inminencia de la captura del Cuzco por parte de
los rebeldes.
Por eso ahora los que habían sentido que peligraban sus posesiones,
canonjías y hasta sus vidas, se desahogaban, escarneciendo a los
vencidos.
El grito de Micaela, inconsciente y desvalido, traicionándola a ella
misma, emergió desde sus entrañas de madre. Y recién el llanto se le
agolpó en sus ojos y bañó sus mejillas al ver a su hijo colgado y
bamboleante en la cuerda.
Mirándolo lloraba como una niña indefensa, sola en el universo, como
está siempre una madre con el hijo que pare y ha albergado en sus
entrañas.
Ningún momento antes se quebró, ni suplicó, ni imploró, ni depuso su
actitud digna y señera ante las autoridades españolas y criollas que la
escupieron y patearon.
Después de ejecutado Hipólito ella sería la inmolada. Los sayones
vinieron a llevarla, la ataron una soga al cuello y la arrastraron por
el suelo de la plaza.
4. Ser mujer
Micaela Bastidas la esposa de Tupac Amaru II, era cabeza indiscutible de
la rebelión más devastadora del siglo XVIII en contra del poder más
implacable y omnímodo del continente americano y del planeta Tierra.
Ella acompaña decidida y cabal esta sublevación por dos razones
sencillas y fundamentales. La primera: porque le duele en el alma y en
todo su ser el dolor y el oprobio con el que se persigue, se abusa, se
explota y mata a la gente.
Y dos, lo hace por una razón mucho más conmovedora y admirable todavía,
cual es: porque ama y cree en su marido, a quien invoca en todas sus
proclamas y en todas sus cartas. No solo en las que le dirige a él sino
a los otros y estando lejos, que es como tenerlo a él inherente e
íntimamente formando parte de sí misma.
Y siendo así su lucha, su himno y su canto son desde la inmensa y
hermosa condición de lo que es ser mujer.
Porque tiene esa sabiduría de lo que es lo femenino: ¡ser mujer!
Y esta es una omnisciencia que, en quien la tiene, no caben equívocos.
De allí que no se ha retractado nunca de su participación en esta
rebelión que ha tenido una grandeza y dramaticidad totales, porque es
una rebelión biológica.
Es la culminación de un largo proceso de rebeliones frecuentes y
continuas.
5. Y en el mismo cadalso
Negarlo hubiera sido negar a su familia. Más que ideología en esta lucha
hubo familia, vecindad, sentido humano de naturaleza herida. De allí que
han luchado los hijos, los hermanos, los primos, los cuñados. Y el gran
contingente de ofendidos que han sido millares.
Ella ha acompañado a Juan Gabriel en toda su gesta, en la cual ha sido
su confidente, el muro de sus lamentos y en donde él se sostiene y
reclina su frente. Es su paño de lágrimas al ver tanta injusticia e
iniquidad para su raza y su pueblo.
Ella en todas estas confidencias no lo desanima, no le dice: ocúpate de
algo útil y conveniente. No le dice: sé realista. No le dice seamos
prácticos, tenemos una posición que mejorar. Forjemos riqueza. En la
medida que somos ricos otros lo serán. No le insiste: hagamos nuestra
casa, nuestra fortuna y dediquémonos a nuestros hijos.
No. Supo entender algo más hondo, inherente a lo que es dignidad de
especie, a heredad social y sentido histórico.
Por eso, de sus manos después han salido los permisos para franquear
caminos, para asignar responsabilidades, para comprometer contingentes
en la lucha.
De sus labios han salido arengas, proclamas y contraseñas. Ha sido su
promesa, su juramento y su consigna: “Morir donde muera mi marido”.
¿No es glorioso? Y así se cumplió. Porque ella murió a su lado. Y en el
mismo cadalso.
6. Mujer lluvia, humus, fogón
Nació en Tamburco, distrito de la provincia de Abancay, a cuatro
kilómetros al norte de esta capital, el año 1745.
Era muchacha de una belleza sin par, rara e insólita. Hija de padre de
ascendencia africana y de madre mestiza.
Por eso, su porte era esbelto. Y tenía la tez clara, del color del pan;
aunque le decían “zamba”.
Dicho apelativo era porque además de alta y delgada, su cuello era largo
y empinado, que en la serranía era poco frecuente tener aquel cuello de
garza, de parihuana o de vicuña, como ella lo tenía.
Fue mujer notable por su hermosura. “Bellísima”, dijo de él un
contemporáneo que la conoció. Pero, a la vez, su actitud era tierna,
fiel y trabajadora. Mujer lluvia, humus, fogón.
Se casó en Surinama, el 25 de mayo del año 1760, a la edad de 15 años.
Aprendió a leer y a escribir, enseñada por José Gabriel, su esposo,
hecho que en aquel tiempo estaba prohibido que lo pudiera practicar una
mujer.
Sus hijos fueron Hipólito, quien nació en 1761. Mariano, en 1762 y
Fernando en 1768.
7. Es la madre amorosa
Su esposo, José Gabriel Tupac Amaru era arriero, dueño de piaras de
mulas. Indio, en cuanto a fisonomía, alma y temperamento. Pero indio
instruido, culto, que estudiaba y leía mucho.
Él la formó pacientemente y compartió con ella todas sus inquietudes,
ideas y esperanzas.
Ambos se sublevaron por indignación ante tanto oprobio y atrocidad. Se
levantaron en armas por impaciencia sacrosanta; por el dolor, el abuso,
el sufrimiento y la muerte que se blandía sobre la gente.
Se sublevaron con ellos la gente más castigada, miserable y empobrecida
de la Tierra. Y esa es la desmesura sobrehumana de este levantamiento.
Capitaneado por una pareja de esposos con un sentimiento muy hondo y muy
claro con respecto a su pertenencia a su lar de origen y a su cultura.
Quienes conversaban mucho, alentaban sueños para sus hijos y desvelos
por el pueblo.
Ella es la esposa dulce y abnegada que sabe oír y comprender. Es la
madre amorosa que cuida, protege y se desvela por sus hijos.
8. Pelea con las entrañas
Él le confesó cuánto le hería el dolor y el padecimiento de su gente.
Ella lo escuchó, razonó junto a él y estuvieron de acuerdo en reclamar
primero, gestionar después y, poco a poco, la única alternativa fue
decidirse por la lucha ante la ignominia.
Tomaron preso al reincidente Antonio de Arriaga, abusivo excomulgado por
el Obispo Moscoso, por sus cruentos delitos y que seguía ostentando un
omnímodo poder. Y lo ejecutaron en la Plaza de Tungasuca, en reacción a
la explotación inhumana que causaba dolor, expiación y muerte.
Micaela siempre le dio a él la prerrogativa de las decisiones, amándolo
con amor tierno, reverente y consumado.
Él le encomendó en la lucha la difícil tarea de organizar la retaguardia
del ejército, conseguir y administrar la economía, tender la red de las
comunicaciones, proveer de los abastecimientos, controlar el movimiento
de las armas, urdir y mantener la malla fina del espionaje.
En todas sus apelaciones siempre lo hace invocando el nombre de “su
marido”. Y qué bien y que hondo suena en sus labios ese epíteto. O
cuando escribe con su propia mano esta frase: “Hijo Peche”. A él lo
llama su hijo. Y en las despedidas pone: “Tu Mica”. Combate pues bajo
una égida: lucha como mujer, pelea con las entrañas.
En sus cartas ya en plena campaña guerrera ella lo llama: “Chepe mío”,
“Cariño”, “Hijo pepe”, “Hijo de mi mayor aprecio”. Y en sus despedidas:
“Es tu Mica”, “Tu Micaco”, “De Vuesa Merced, su amante compañera”, “De
Vuesa Merced su amantísima esposa”.
9. Mira más al centro y al fondo
En esa vorágine, en esa crueldad y horrores de la guerra, en ese pavor
de los sables, los incendios y las batallas, jamás se apaga su ternura
ni su infinito cariño, pese a que él con sus acciones hacía que todo
peligre.
Sin embargo, al final esta relación tiene todos los visos de haber sido
no solo apasionada sino también irremisible. Eso ahora lo sabemos, no
solo por el contenido de las cartas en donde a veces le dice palabras de
reproche y desengaño, sino por una carta de lacerante despedida, donde
ella le dice como cualquier mujer: ¡adiós!
Todas las evidencias apuntan a que el motivo de tal desavenencia, y esto
se deduce por el contexto en que lo dice, es que él no cumple con lo que
ella lo ha hecho jurar: la capturar el Cuzco. Y esto antes de que fuera
reforzado por un ejército de 16 mil soldados que marchan desde Lima.
“Chepe mío: tú me has de acabar de pesadumbres, pues andas muy despacio
paseándote en los pueblos...”
Y con advertencias y consejos así se forja y se hace a un hombre. Y ella
lo hizo. Aquí se muestra cómo lo ama y lo modela. Con ternura le dice:
“Chepe mío”. Y luego: “Me has de acabar de pesadumbres”, ¡captura el
Cuzco! Porque ella mira más al centro y al fondo de los hechos y las
cosas.
10. Te digo adiós
Él tenía heridas. Ella el bálsamo, además de la luz y calidez para ver
más claro y más lejos. Y eso es saber forjar hombres.
Ella ve la meta final. A conquistar eso lo lanza, lo alienta y arriesga
ella misma la vida. ¡Capturar el Cuzco!, es la consigna.
Por eso, ha de quedar como bandera en toda lucha esa proclama: ¡Capturar
el Cuzco! O posesionarse de la ciudad sagrada de los Incas.
“Tú me ofreciste cumplir tu palabra, pero desde ahora no he de dar
crédito a tus ofrecimientos, pues me has faltado...”
“Yo ya no tengo paciencia para aguantar todo esto, pues yo misma soy
capaz de entregarme a los enemigos para que me quiten la vida...”
En otra carta le advierte:
“...y puedas despachar otro propio para Pachachaca a cortar el puente
cuanto más antes... y si no lo puedes hacer avísame para que yo lo haga
sin demora, ¡porque en esto está el peligro!”
Y en otra:
“Ya que te has hallado en esos lugares, caminaremos el día citado a
entregarnos y morir sin remedio por lo que te digo adiós...”
11. Esposo, amante y cómplice
Ahora son las 10.15 de la mañana y ella sube, paso a paso, al patíbulo,
una tarima pintada de color verde, de 4 por 4 metros, alzada frente al
atrio de la iglesia catedral del Cuzco. Viste blusa blanca muy sencilla
y una falda negra y larga.
Ha subido ya al estrado y quieren abrirle la boca para cortarle la
lengua y aún atada se niega, apretando los dientes y retorciéndose. Y no
pueden separarle las mandíbulas, por más forcejeos que hacen los
verdugos.
Le dan golpes de puño en la cara que sangra. Sigue doblándose sin poder
introducirle el cuchillo. Finalmente desisten de cortarla. Lo recuestan
al garrote y violentamente los esbirros dan vueltas a la palanca que
tuerce el dogal. Ajustan lo más que pueden, pero ella sigue respirando.
Su cuello es muy fino y delgado y el mecanismo del aparejo no logra
asfixiarla.
Cogen entonces una cuerda entre varios y de ambos lados jalan y
aprietan, mientras otros verdugos con las culatas de sus fusiles la
golpean la cara, los seños, el vientre y el sexo, hasta dejarla exánime
arrojando su cuerpo de la tarima al suelo.
Por la tarde sería cortada la cabeza, descuartizada y sus miembros
repartidos por diversos confines. Y otros quemados en una pira en el
cerro Piccho, junto con los restos de su jefe, esposo, amante y
cómplice.
12. Jinetes y palafrenes
Y después le llegaría el holocausto a su copartícipe y cónyuge, el
cacique José Gabriel Tupac Amaru.
La macabra y espeluznante manera de cómo debe cumplirse la condena para
él ha sido diseñada especialmente por el Visitador General José Antonio
de Areche, quien ahora observa desde un balcón de la plaza. Él ha
dibujado, trazado en planos y figuras, y ha dejado solazarse sus bajos
instintos acerca de cómo debe ser la ejecución.
Nunca antes en la historia humana hay un antecedente que se parezca a
este bestial y monstruoso espectáculo.
Sus miembros serán arrancados por cuatro caballos que tirarán hacia las
cuatro esquinas de la plaza, briosos y espoleados.
Jinetes y palafrenes irán arrastrando los pedazos cercenados por las
calles.
Atravesarán las esquinas con el sonido bronco de la carne humana
rebotando en las piedras.
Y, sobre todo, dejando el rastro sanguinolento en todo adoquín que
toquen, para que toda la gente después registre esas huellas en sus
sueños, pesadillas, conciencia y subconciencia.
13. Obligándole a mirar
Subirán las colinas arrastrando los miembros extirpados, para luego ser
quemados en una pira. Y la cabeza del caudillo puesta en una picota.
En estos momentos a él sí logran cortarle la lengua.
Ahora, amarrado de pies y manos se tienden riendas sujetas a las
monturas de los caballos.
Se lo jalona y su cuerpo flota y vibra en el aire, pero no pueden
arrancarlo.
Tiran una y otra vez en que se tiempla, subiendo y vibrando en el aire
por sobre los techos y cayendo a tierra con golpes secos.
Mientras lo hacen la gente aúlla, grita, chilla, vocifera, entra en
paroxismo.
Se alza un sordo rumor de los indios en los contornos. Aún está vivo en
el suelo. Y alza la mano dirigida hacia los cerros ordenando a su gente
que se calme. Reconocen que no pueden arrancarlo a pedazos.
Desisten. Entonces le cortan la cabeza y los miembros con un hacha. Y
por la tarde sus miembros son divididos y enviados a las colinas hasta
donde iban a ser arrastrados por los caballos.
A su hijo Fernando, de 12 años que ha querido agachar la frente y
esconder la mirada para no ver morir primero a su hermano, después a su
madre y luego, de esta forma, a su padre, los soldados españoles le
alzan la cabeza tirándole de los pelos para que vea y le dan de
culatazos en el cuerpo obligándole a mirar.
14. Que nadie ose jamás
¿Por qué los mataron así? ¿Por qué tanta saña, atrocidad y vileza? Hay
razones ineludibles que lo explican. Y una es: ¡porque es mucha la
riqueza que explotan y que se llevan de este reino!
¡Porque son muchos los privilegios, placeres, posiciones, gangas y
ventajas; situación que para ellos no debía peligrar nunca!
Porque eran muchas las delicias, los halagos, la soberbia de los
españoles.
Y no querían que de ello se les despoje jamás.
Porque era mucha su fastuosidad. Y unos miserables no iban a venir a
querer arrebatárselas ni hacer peligrar esas ventajas.
Y les enfurece otro hecho peor: saben íntimamente que esos indígenas
tienen razón. Que ellos son los legítimos dueños de estas posesiones. Y
eso les duele mucho más en su conciencia.
Estas son tierras suyas, que los habían arrebatado con perfidia,
negándoles incluso su condición de seres humanos, de lo cual habían
hecho, incluso, doctrina de fe.
La desmedida crueldad y el ensañamiento son lógicos: quienes escarmentar
para que nadie ose jamás volver a pensar siquiera en ello.
Para ahogar todo grito de rebelión.
15. A la altura de su codicia
Porque, ¿dónde se ha visto que el público presencie el descuartizamiento
por caballos desbocados? ¿En qué lugar de la Tierra y en qué tiempo,
jamás?
Lo revela además la pena que se sentencia, que abarca no sólo a los
vivos sino a los que nacieran. Dice literalmente:
“que se extinga toda su descendencia, hasta el cuarto grado”
Perdieron toda cordura estas bestias enmascaradas de nobleza y señorío.
Es decir los que nacieran serían victimados.
Este es un derecho y una justicia que sentencia a los que aún no han
nacido.
¿Qué los hacía tan delirantes? La riqueza, las prebendas, la
concupiscencia.
Este suplicio fue a la altura de su codicia. El Perú valía mucho en oro,
en tierras, y en judicaturas.
Y castigaron ferozmente este movimiento porque venía a cuestionar toda
esa riqueza en base a la muerte de los indígenas.
16. Amor sublime e infinito
Para dejar constancia de que nadie cuestionara estos hechos de quitarles
su botín, su medio no de vida sino de ser viciosos y holgazanes, el
suplicio estuvo a la medida del susto que pasaron.
Estuvo a la estatura de las imágenes que sus reflejos había ya
elucubrado de lo que les iba a suceder, porque en su subconciencia ellos
mismos ya se habían condenado a los suplicios más horrendos.
Lograron entrever ¡qué les sucedería en relación a sus comodidades y
beneplácitos!, pero más en relación a las sanciones morales que merecían
ellos mismos.
Ya tenían configurados esos castigos, por la infamia en la cual estaban
sumidos, si triunfaba la revolución.
Sin embargo, dentro del horror queda algo por rescatar. En esta gesta
surge algo excelso para nuestras vidas. ¿Y, qué es ello?
Es el cariño de Micaela y el de José Gabriel, como un amor sublime e
infinito.
Juntos tejieron uno de los grandes amores de la historia humana.
¿Cómo? ¿Estos indios? ¿Estos salvajes? Sí. Por las siguientes razones:
17. Amor cristalino
Porque ellos dos creen, sienten y piensan juntos, abrazando el mismo
propósito.
Porque son ambos, fusionados, que se iluminan en función de ideales y de
principios supremos.
Porque es un amor hecho de coraje y valor totales. Que saben del horror
al cual se enfrentan y lo asumen.
Porque es amor de empresa común, de proyecto mutuo y de intención
coligada, que en este caso es instaurar la justicia social, paliando los
sufrimientos de la gente, para después gestar la libertad de un
continente.
Es entrega total, absoluta, sin cálculo, medida ni disculpas.
Si es posible hasta morir en el intento, tal y como realmente después
ocurriera.
Porque estuvieron unidos en la vida y en la muerte. Guerrearon uno al
lado del otro.
Porque tuvieron inteligencia y valor para apoyarse.
Porque ella, sutilmente femenina, supo a él darle la jefatura de todo y
el poder para tomar las decisiones trascendentales.
Porque en el fondo de todo esto perdura el amor cristalino, profundo,
absoluto hacia los otros seres humanos.
18. Asumió ese destino
Es un amor sublime de la historia humana:
Porque fue un amor sin regateos, ni menudencias ni menoscabos. No en
función de las cosas, no en función de los intereses mezquinos.
Porque tomaron una decisión y la cumplieron, cual fue echarse a los
hombros los problemas que padecía la humanidad doliente.
Porque largas temporadas él se ausentaba por su oficio de arriero y ella
paciente y amorosamente lo esperaba anhelante.
Porque la separación física fue constante pero la unión espiritual fue
igualmente intensa.
Porque se confiaron mutuamente secretos. Y, si cabe denominarlo así:
secretos de Estado, porque cada carta que se intercambiaron sería botín
para los servicios secretos enemigos, porque eran decisivas
enfrentándose al imperio más poderoso de la Tierra.
Porque era imposible que en esa época una mujer pudiera alzarse en
armas. Y él la preparó para ese cometido. Y ella asumió ese destino con
arrojo y valentía.
Porque no lo abandonó, aduciendo que el sentido de ella era cuidar a los
hijos y de él hacer solo e independiente su campaña, como ocurrió en
casi todos los casos de los movimientos insurreccionales del planeta.
19. ¡Qué honor más grande!
Porque los derechos cívicos de la mujer no es pelear contra el hombre
sino junto a él contra la estructura social injusta y aberrante.
Porque la competencia entre hombre y mujer es pérfida, cuando el enemigo
es el sistema.
Porque se amaron de a verdad. Y, consiguientemente con ello, al bien, a
la belleza y a la virtud. Y se consagraron a cultivarlos.
Porque ella creía en él. Porque era noble, sincero y augusto. Y jamás
quebrantó esa majestad.
Porque estuvo a su lado y sucumbió con él.
Porque en algún lugar del cosmos se han reencontrado.
Porque queriendo castigarlos el enemigo los unió al final de sus vidas y
en sus muertes aparentes, porque están más vivos que nunca.
Porque al quemar juntos en una misma pira sus miembros cercenados, los
juntaron y los hicieron fuego eterno, que salva, redime y purifica.
¡Qué honor más grande les hicieron sin darse cuenta!
20. ¡Son herederas de Micaela!
Se unieron en cenizas. ¡Allí sus bocas confidentes, sus palabras
secretas están dándonos consignas!
Porque cuando construyamos el Perú del futuro, digno y hermoso, Micaela
será la flor que se siembre en todas las plazas de nuestro país
enaltecido.
Y con la misma crueldad con que los golpearon hemos de defender ahora
culturalmente a quienes sufrieron.
Y Micaela será la flor del color más fulgurante, pleno y valeroso.
¡Váyanla escogiendo, niños y jóvenes!
Daremos el nombre de Micaela a las nieves perpetuas de los andes, a las
cascadas, a los arroyos, a los valles profundos hermoseados con el vuelo
de las torcazas.
Micaela se llamará el mejor maíz, la mejor papa, la mejor quinua. Y la
fruta más dulce.
La mejor trinchera en el combate se llamará Micaela.
¡Jóvenes mujeres y hombres de mi pueblo! ¡Son herederas de Micaela
Bastidas!
Siendo así ¡siéntanse gigantescas, poderosas e invencibles!
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