1.
Peregrinación y hermandad
Cuatro
eran las fiestas principales en tiempo de los incas: el Cápac Raymi, el
Siluay, el Aymaray y el Inti Raymi, esta última la más grande
encabezada por el Inca con la cual se festejaba el inicio del año agrícola
como también el origen mítico de la cultura incaica.
Su celebración se hacía en todas las ciudades y comarcas a lo largo y
ancho del Tahuantinsuyo, ocasión en que venían al Cuzco los curacas y
nobles de las panacas principales acompañados de sacerdotes, músicos y
comparsas en peregrinaciones, que ingresaban por cada una de las
esquinas de la plaza de Aucaypata, hoy Plaza de Armas de la ciudad
imperial.
La fiesta tenía un sentido de integración, de unidad y reforzamiento
de vínculos con los pueblos, ya que toda peregrinación es hermandad,
ayuda mutua en el camino y compartir servicios; símbolo y representación
de ese viaje que es la vida y que los incas quisieron inculcarlo de
entendimiento y fraternidad.
Este propósito es también propio del movimiento Capulí, Vallejo y su
Tierra, que es peregrinación y hermandad, y se propone relevar estos
valores del mundo andino para hacerlos más vigentes en nuestra cultura
y sociedad.
2.
Las estrellas del firmamento
El
Inti Raymi se celebraba el 21 de junio en el inicio del solsticio de
invierno, cuando el sol se aleja más de la tierra, teniendo un
sentido de invocación.
Nos revela esta celebración aspectos fundamentales de la cultura
incaica. Además de su carácter matinal, el que en ella el arte se
cultivara de manera consumada.
Pero igual la excelencia científica, donde la precisión astronómica
estaba basaba en múltiples sistemas de observación.
Esto se grafica en los adoratorios, en los monumentos solares,
en los sistemas de orificios aéreos que lucían los edificios públicos
y donde la ubicación de las estrellas era captada con total perfección.
Incluso, se contaba con vasijas de uso ceremonial que tenían un
sistema de señales en base a huecos y relieves, en las cuales se
depositaba agua sobre una superficie cóncava.
Era en esas superficies en donde se veían reflejadas las estrellas
del firmamento, sabiendo de ese modo su exacta ubicación al posarse
en un determinado punto del recipiente.
En
la cultura andina hasta ahora honrar al sol tiene el sentido de
glorificar la vida que bajo su poder germina, crece y madura.
A cuyo abrigo nacen, se crían y sustentan las especies y cuya luz
esplendente es tomada como metáfora de conocimiento, virtud y
sapiencia.
La incaica era cultura solar. Y en el astro diurno representaban el círculo
de sabiduría de la vida. Todas las actividades significativas se hacían
a la luz del sol.
Las puertas de las casas se construían en dirección de la salida del
disco solar. Los terrenos se trabajaban bajo su claridad.
El brillo del rostro y los brazos por el sudor del trabajo bajo la luz
del sol se destacaban en las composiciones que eran los hayllis.
En la noche anterior al Inti Raymi en el Cuzco se reunían en la Plaza
de Aucaypata el Inca con su pueblo y esperaban descalzos la salida del
sol.
Todos estaban sumidos en profundo silencio y gran respeto, empezando por
el Inca y sus parientes, con los brazos abiertos y en oración.
Allí
el gran sacerdote creaba el Nuevo Fuego, del cual todos extraían una
llama votiva.
Porque el sol es fuego. Y el fuego es energía que purifica seres y
cosas.
El Inca permanecía inclinado y reverente esperando la salida del sol,
mientras todos entonaban el himno que dice:
Poderoso sol
de la felicidad eterna,
cálida fuente
principio de vida.
Y así como esperaban la salida del sol en la plaza lo hacían en las
cumbres de los cerros y en las llanuras.
Toda la familia estrechamente reunida: varones y mujeres, ancianos y niños.
Cuando el sol aparecía en el horizonte atronaban los huáncares, se oía
el agudo silbar de los pututos y estremecían la plaza los sones de júbilo
de las flautas, pincullos, zampoñas y tinyas con sus compases de
fiesta.
La
música en particular y el arte en general, son manifestaciones
primigenias, naturales y espontáneas en el mundo andino.
En él se alcanzó a plasmar una cultura de fiesta del espíritu, fiesta
del alma, fiesta moral.
Esta fiesta ritual se la unía al trabajo y a lo sagrado. Es fiesta de
cara al sol, a las nieves, a las lagunas y a los apus que son las montañas.
Es fiesta de la solidaridad, de reverenciar lo venerable.
De reconocer al padre y a la madre que el mundo tiene, cuales son: el
sol y la tierra.
Y en todos nosotros reconocernos hijos y hermanos entrañables.
La cosmovisión andina hizo que el mundo tuviera padre y madre. Y
consecuentemente respeto y adoración.
Por eso, no hay pueblo del Perú, por pequeño que él sea, que no tenga
su fiesta solidaria, fraterna y de unción. Fiesta, originariamente
pura.
Y no hay pueblo por humilde que sea en el Perú que no tenga danzas y
canciones para celebrar a sus divinidades.
Es
más: no hay pueblo entre nosotros, por mínimo que sea, que no tenga su
banda de músicos, conformada por iniciativa propia de sus cultores y
habitantes.
Es seguro que no haya fábricas, es posible que no haya luz eléctrica,
pero hace filigranas y encajes en el aire la banda de músicos.
Ellas constituyen grupos excelentemente organizados, imbuidos de normas,
principios y hasta de mística, pues muchas de sus actuaciones son de
sacrificio. Acompañan con fervor las celebraciones religiosas, cívicas
y sociales.
Las bandas de músicos son un símbolo de la fortaleza del Perú
milenario, de su convencimiento y de su proyección al porvenir.
Ensayan en medio de los bosques, en las faldas de las colinas, en la
cumbre de los cerros frente a los abismos. Ya en la sombra descorren
notas, acordes y compases que convocan, integran y curan las heridas del
alma.
Convocan a toda resistencia heroica. Ellas harán regresar a los
hermanos, padres e hijos que se han ido. Atronarán los aires con gritos
de victoria.
En
Capulí, Vallejo y su Tierra por eso, cada vez que llegamos a Santiago
de Chuco lo primero que hacemos es subir a una cumbre. Y de amanecida
hacer el saludo al sol recibiendo los primeros rayos en nuestras
frentes, brazos y en el corazón.
Y le decimos al sol: Aquí estamos, hemos venido de regreso a la tierra.
Te ofrendamos padre estos granos de maíz, unos morados, otros negros,
otros azules.
Te ofrendamos estas hojas de coca, tu planta sagrada.
Te traemos estas flores silvestres que hemos recogido en los caminos.
Aquí estamos, ave sagrada.
Y nuestra felicidad a partir de ahora es tan grande como ha sido nuestra
desdicha hasta ahora.
Porque hemos probado que somos fuertes, recios y puros. Y por la
victoria futura que el destino nos debe.
Oh padre, hemos venido, te saludamos reverentes este día.
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