1. Y dónde?
– Buenos días, maestro.
– Buenos días, Gerardo, ¿a qué se debe tu grata visita?
– Maestro, mañana recién me llega mi remesa del mes, que siempre me envían mis padres. Pero, quisiera que me preste solo hasta pasado mañana 80 soles.
– ¡Ochenta soles es mucha plata! ¿Y, para qué quieres ahora 80 soles?
– Es para adquirir un libro que me interesa mucho tenerlo.
– Ochenta soles por un libro es muy caro. ¡Y qué libro es ese!
– Es la recopilación de la literatura quechua realizada por el padre Jorge A. Lira, titulado Canto de amor y Tutupaka Llaqta.
– Y, ¿cómo es que ese libro está en Ica?
– Por eso es sorprendente. Y hay un solo ejemplar.
– ¿Y dónde?
2. Allí estaba puntual
– Está en la librería Miranda. Y por más que le he rogado al librero, que me conoce, no ha querido dármelo fiado, hasta solo pasado mañana. Incluso le he ofrecido mi reloj, mi casaca, mi terno, cualquier cosa, en prenda. Pero no ha querido. Sólo hasta mañana el préstamo, doctor.
– Bueno, pero ven mañana por la tarde, a eso de las seis, porque ahora no tengo dinero. Pero para la hora que te digo sí te voy a conseguir esa cantidad, sobre todo porque eres un buen chico, ya que prestar dinero es perder a nuestros mejores amigos.
– Sí, doctor. Muchas gracias.
Gerardo Pérez Fuentes pasó por la tarde del siguiente día, y como lo había prometido su maestro allí estaba puntual el préstamo en un sobre blanco impecable.
Y de allí se fue directo a la librería, no sea que cerraran u ocurriera cualquier otro contratiempo.
3. Ya se vendió
El ejemplar codiciado había sido comprado a primera hora de la mañana de aquel día.
– Pero si yo le dije que me los guardara. Yo le rogué, yo le supliqué.
– Sí, pero uno nunca sabe si regresan los clientes.
– No me puede decir eso si yo le compro libros cada mes, ¿cómo podía haber dudado? ¿Por qué me hace esto, señor?
– ¿Pero qué vamos a hacer? Ya está vendido.
– Mire, usted, hasta he tenido que pasar la vergüenza de mi vida de ir a prestar dinero a quien nunca me hubiera atrevido a hacerlo por cualquier otro motivo.
– Sí, pero ya se vendió. Es que la mayoría prometen volver, pero nunca vuelven.
– ¿No me estará mintiendo? Si quiere un poco más de dinero yo le doy. Le ofrezco lo que me pidió al principio.
4. Él mismo ha venido
– Ya no lo tengo. Si lo tuviera ¿cómo no lo voy a vender, si de eso vivo?
– Quizá los tenga por ahí. Porque ¿quién se va a interesar por un libro tan raro? ¡Ni saben que existe ese libro! Además de un autor y un tema que a muy poca gente le interesa.
– Es que me lo ha comprado un cliente a quien yo no puedo negarle nada, porque me compra bastante cada mes.
– ¿Y puedo saber quién es él?
– Es el doctor César Guardia Mayorga.
– ¿Él?
– Él mismo ha venido, tempranito. Y lo hubiera cobrado su precio sin la rebaja que le di a usted, pero él ya sabía hasta en cuánto podía quedar.
– Bueno, pues. Entonces, hasta luego.
5. La mejor biblioteca
– Doctor, vengo a devolverle sus ochenta soles y a pedirle que me preste para leerlo el libro del padre Lira.
– Hijo, será después de que yo lo lea. Dime, ¿por qué tienes tanto apuro?
– ¿Para cuándo podría ser entonces, doctor?
– Será de aquí a un tiempo, porque por ahora estoy investigando sobre otros temas.
En realidad, nunca me prestó ese libro que yo había acariciado toda una tarde, que había olido su aroma y sabía a quién estaba dedicado. Y, es que él tenía una biblioteca estupenda, se dice que maravillosa. Y era un bibliófilo contumaz y exagerado.
Por más que le insistí nunca me prestó. En verdad el error fue mío. Era como ir a pedirle prestado un salero a un león diciéndole que es para comer una liebre apetitosa que ya está preparada y dispuesta a ser comida.
Y es que el doctor César Guardia Mayorga había logrado acopiar la mejor biblioteca de la región sobre el idioma quechua.
6. Déme un sol
Ahora bien, lo triste de esta historia es que después de algunos años y luego que mi querido profesor murió volví a encontrar ese libro en un puesto de libros tirados en el suelo, de un vendedor ambulante que al lado tenía su carretilla llena de trastos y cachivaches.
Estaba allí. Y yo lo reconocí desde lejos, siendo una calle oscura y por donde yo no tenía que pasar, pero fue como si el libro brillara para mí. De frente fui hasta él y lo cogí.
La misma fragancia íntima, la misma familiaridad de la primera vez que se ofreció a mis manos, o a mis brazos podría decirlo; al abrirlo la misma dedicatoria que leí la primera vez.
Y ahí estuve, acariciándolo con nostalgia, como si el doctor César Guardia Mayorga me tendiera la mano, me sonriera y me hubiera estado esperando para prestármelo.
– ¿Cuánto vale? –pregunté al ambulante.
– Déme un sol, –me dijo. Y quedé anonadado.
7. ¿Cómo así?
– ¿Qué era? ¿Un pacto, una consigna, una cita secreta? No salía de mi asombro. Y busqué un sol a tientas.
Pero luego reparé que muchos otros libros que estaban allí habían sido de mi querido maestro. Y que ahora se encontraban esparcidos para el remate.
Y le interpelé al vendedor:
– ¿Cómo es que tiene estos libros, ah? –Vi que se asustó. ¡Cuál sería mi tono, mi reacción y mi talante, pues–. Porque estos son de la biblioteca del doctor César Guardia Mayorga, un intelectual egregio, un hombre sobresaliente, un sabio.
– ¡Ah, yo no sé quién habrá sido el dueño anterior de estos libros!
– ¡Él jamás hubiera consentido que sus libros estén en la calle, como estos que encuentro ahora aquí regados y mal vendidos!
– ¡Ah! Me respondió. Los vendo barato porque son regalados.
– ¿Cómo así? –le seguí acorralando.
8. Maestro de a verdad
– Hace unos días, al pasar por una casa vi un aviso que decía: SE REGALAN LIBROS. Toqué y ciertamente la señora quería que me lleve todo, hasta los armarios.
– ¿Porqué, ah? –Ya tenía arrinconado al hombre.
– Tuve esa misma curiosidad y le pregunté a la señora porqué los regalaba y me dijo: Porque esos libros me quitaron por completo a mi marido.
– ¿Así? –Le dije retirándome y dejándolo libre.
– Tal como ocurrió le cuento. Pero yo le vendo a sol, si es que lo quiere.
Ya tenía el sol en la mano, pero lo solté
No lo compré, por respeto a mi maestro, un hombre que si bien tuvo el gesto infantil que he contado, un gesto ingenuo en verdad, sin embargo yo me he preguntado: ¿por qué no recurrí a otro profesor, sino a él? Es curioso. Porque otros profesores más asequibles eran mis amigos. Para prestarme dinero, ¿cómo es que recurrí a un tótem? Porque él era casi sublime para nosotros. Y un maestro de a verdad.
9. Ojos en el misterio
Ese libro tenía para mí ya un signo mágico, que me unía con mi maestro y quise por eso que permanezca en ese infinito, en esa región donde él ya está: en lo indescifrable, en lo ignoto, en el misterio, o en la eternidad.
Solté el sol y dejé el libro ahí.
El doctor César Guardia Mayorga tenía una paciencia infinita para enseñar. A mí me descubrió muchas cosas básicas de la vida. Es un filósofo raigal, un profesor universitario inolvidable y un hombre de un pensamiento claro y profundo.
Me enseñó a amar el quechua. Era uno de los grandes quechuólogos de nuestro país.
Escribía poesía en quechua bajo el seudónimo de Kusi Paukar.
Gerardo hunde sus ojos en el misterio y sonríe melancólico.
10. Es un idioma libre
César Guardia Mayorga escribió una Gramática Quechua y un Diccionario Quechua-Español, que son obras básicas en la bibliografía sobre el Runa Sini, el idioma de los Incas.
Enseñó expresiones en quechua para su campaña electoral a Fernando Belaúnde Terry, dos veces Presidente de la República del Perú, quien le ofreció un puesto expectante en la lista de postulantes a una senaduría por Acción Popular. Le agradeció gentilmente diciéndole: prefiero su amistad a tener las divergencias que vamos a tener.
Sufrió prisión en el Sepa por sus ideas a favor de los desfavorecidos y desheredados socialmente. Es uno de los grandes visionarios .de nuestra patria.
Hay un signo en relación al quechua, cual es que se resiste a ser escritura y a estar encasillado en los libros. Es más bien un idioma oral libre, expresivo y pujante.
Y siendo ágrafo es admirable que en ese idioma se alcanzara el dominio de la ciencia más extraordinaria de los pueblos en el mundo, como la tuvieron los Incas.
Epílogo
Sara Guardia, hija de César Guardia Mayorga, declara en una entrevista que los libros de filosofía de la biblioteca de su padre fueron donados por su madre a la Universidad de Ica. Sin embargo, en esa misma entrevista, revela lo siguiente:
“…un día me llamó Pablo Macera y me pidió que fuera al Parque Universitario inmediatamente. Yo fui y me di con la triste sorpresa de que en el suelo se estaban vendiendo varios de los libros de mi papá que habíamos donado.”
El Perú es un país mágico, no lineal sino complejo y laberíntico; de significados profundos. No es un país lógico ni cartesiano –sería triste que lo fuera– ni únicamente pasional, abrupto o embrujado.
Sus claves son hondas, de allí que parezca indescifrable. Es mítico y eterno.
|