1.
Habían corrido a abrazarse
Seis televisores rodaban ya por el piso y en pocos segundos tres más
abollados se arrumaban, unos sobre otros, en la boca de entrada de la
cabina de impresión de letras en la planta de montaje de la Shimpo
Company en Nagoya, Japón.
Doce peruanos laboraban en el pabellón de montaje y, sin poder
evitarlo, habían corrido a abrazarse por unos instantes. Ya regresaban
veloces a sus puestos de trabajo con los ojos llorosos, enjugándose aún
las lágrimas. Pero, era tarde. Los estragos ocasionados eran catastróficos.
La alarma seguía resonando y las sirenas colocadas en los techos no se
detenían. La producción en la fábrica se había paralizado de
inmediato.
– ¡Es un sabotaje! ¡Es un sabotaje! –grita delirando Akki, jefe de
sección de la planta, mirando los televisores hacinados.
2.
¡Esto en el Japón es un delito grave!
– No ha sido intencional, señor, –trata de explicar Juan
Carrillo–. Es Navidad en nuestros hogares y apenas quisimos poner
nuestras manos en nuestros hombros, ni siquiera abrazarnos.
– Ya desde antes los veía complotando. ¡Es un sabotaje!
– Señor, este es nuestro centro de trabajo. Si nosotros mismos no
lo cuidamos y no funciona, ¿qué pan le llevamos a nuestros hijos?
Imposible que vamos a atentar, Señor, –trata de explicar Juan en
Japonés.
– ¡Esto en el Japón es un delito grave!
Pero, no entendían bien el japonés de Juan. Además, la
ofuscación y la alteración eran grandes.
Avisado de urgencia apareció el gerente, parco y meticuloso. Hizo
retirar los televisores dañados, dio reinicio al proceso de
ensamblaje, reemplazó al personal, señalado por Akki, que fueron
reemplazados por quienes ya estaban esperando entrar en el siguiente
turno.
La situación es gravísima: atentar contra la producción de una fábrica
en el Japón es sacrilegio. Es algo que las leyes, los códigos, las
normas, los reglamentos y los contratos de trabajo estipulan y condenan.
Es la moral, la fe y la religión de los japoneses y de los países
industrializados. Es peor que saquear una iglesia. Perpetrarlo supone
una denuncia ante la policía y atestado judicial; de lo cual deriva: cárcel
y sanción a los responsables con fuertes multas en dinero o bienes, e
inhabilitación de por vida para trabajar en cualquier fábrica, tienda
o función que sea. Es la muerte en vida.
– Desde temprano se han estado pasando consignas, señalando la hora
en que debía producirse este atentado, –alega Akki, quien teme también
por su puesto de Jefe de Sección. Y también ser sancionado, por eso es
implacable en su denuncia.
4.
Sintiendo que algo o todo les falta
¡Y, es cierto! Desde temprano los peruanos se han intercambiado
mensajes respecto a la hora en que en sus hogares estarían abrazándose
sus madres, esposas, hermanas, por ser la Noche Buena.
Ellos les envían el dinero para todo: un pavo, las luces, la torta, los
cohetes, pero ellos están lejos, ausentes. Sin embargo, es a ellos a
quienes tienen presentes cuando las luces se encienden.
Desde que se enrumbaron al trabajo, cruzando la magnificente ciudad
industrial, bajo el sol de la mañana, Juan Carrillo y Alberto García
conversaban en el bus:
–
Aquí será las dos de la tarde cuando en Lima suenen las doce
campanadas anunciando Navidad.
– Y nuestra gente estará reunida en torno a la mesa del hogar: feliz,
pero a la vez sintiendo que algo o todo les falta.
5.
Es lindo ver el rostro ilusionado de la gente
– ¡Imagínate! Noche Buena allá y aquí sufriendo en plena luz del día.
– ¡Con el alma estrujada y sombría! Como dice la canción.
– ¿Qué hora es, ahorita, en Lima?
– Allá las nueve de la noche del día anterior. Aquí las once de la
mañana de un día ya vivido. O, quizás, irremediablemente ¡perdido!
– Pero no empieces ya con tus tristezas.
– Entonces, faltan tres horas para que Dios nazca.
De todos modos. Irremediablemente se han entristecido. Viajan en
silencio, cada uno sumergido en sus recuerdos y melancolías.
– ¿Y, qué hacías a estas horas tú en Lima?
– Salíamos con mi esposa y mis hijos al mercado de Magdalena, siempre
con el pretexto de comprar algo. Pero más era por ver tiendas y a la
multitud de gente que transita por la calle. Todos felices. Es lindo ver
el rostro ilusionado de la gente en Navidad. ¿Y, tú?
– ¿Yo? El año pasado, ¡qué eternidad parece! ¿no?, en una mano
llevaba a mi hijo de cinco años y en la otra a mi hijita de dos años y
medio, mientras mi esposa escogía algo para la cena.
– Ella solita encenderá las velas, con mis pequeños. Quizá lo
acompañe mi cuñada. O mi hermana, que todavía son solteras.
– ¡Y ni cómo llamar por teléfono a esa hora!
– Cuando estás en la faja ni modo. Ni intentarlo; mucho menos con
Akki que es una fiera y no cree en nadie.
–
Yo sí no puedo hablar porque allá en mi casa no tengo todavía teléfono.
7.
Y ambos se voltean queriendo disimular sus lágrima
– ¡Pero nos pasamos la voz a las 12 en punto! ¿Está bien?
– Pero, ya saben, ¡sin movernos de nuestros puestos!
– ¡Claro! ¡Eso ni se nos ocurra!
– En Lima justo a esa hora pensarán en nosotros.
– Porque, ¿quién no extraña a un padre a un hijo o a un
esposo? Como dice la canción.
Y ambos se voltean queriendo uno a otro disimular sus lágrimas.
Luis, quien no ha dicho nada pero ha estado escuchando desde el asiento
de al frente en el ómnibus, vuelto hacia la ventana también se
restrega los ojos con el antebrazo.
– ¡Nos silbamos entonces!
– ¡Pero sin descuidar la faja!
– Tú, que estás más visible arriba, nos haces una seña.
– Oye. ¿Y aquí en el Japón no hay nada? ¿No hay Navidad?
– No. Ellos tienen otra religión.
– Son sintoístas, y creen en la divinidad no de Jesús sino de su
Emperador.
8.
El corazón se les acelera
– Ya escucho la reventazón de cohetes y la algarabía en la quinta.
– ¡Y en los labios el champán helado!
– ¡El pavo ya lo están sacando del horno!
En la faja siguen aplicando cada cual con la agilidad y la destreza
necesaria la autoparte en el sitio preciso, en los segundos exactos que
le corresponde.
El corazón se les acelera.
– ¡Es Navidad en Lima!, –gritan.
9.
¡Quiero abrazar a papá!
En el mercado La Aurora, Gladys y sus dos hijos no han podido tomar un
taxi porque pasan ocupados y veloces.
– Si tuviéramos teléfono en casa estaría desesperada porque quizá
tu papá estaría llamando, –le dice a su hijo.
Tiene pena, pero no se inquieta. Total, están construyendo su casa en
Los Olivos, un lugar bonito. Y entonces, ¿para qué tomar un taxi si
van a estar solos? En la casa no hay nadie. Solo piensa en el Japón en
donde está Juan.
– Mamá, –dice su hijo– quiero abrazar a mi papá.
– Pero él está lejos, trabajando para nosotros.
Explotan los cohetes en todas direcciones. El cielo se ilumina con las
bombardas. Salen disparados por el aire los buscapiques.
Faltan unos segundos para las doce de la noche. ¿Para qué apurarse en
volver? Será mejor recibir la Navidad aquí donde hay algunas personas.
10.
Sonaron las sirenas y se detuvo la faja
– ¡Quiero abrazar a papá! –llora el hijo.
– Mira cariño. Oremos por papá. No importa aquí. Y después corres
y abrazas a ese señor, porque él también querrá abrazar a su hijo.
¡Yo misma quisiera abrazar a mi papá. Por eso voy a abrazar a ese señor!
Fue en ese instante que corrían también a abrazarse los doce compañeros
en la planta de montaje de la fábrica Shimpo Company de Nagoya, en Japón.
Juan Carrillo y Alberto García estaban a unos pasos. Al juntarse
pensaron tocarse el hombro, a lo más darse unas palmadas y retornar
corriendo a sus puestos en la faja de producción.
Pero, al tratar de regresar los atajaron los cuerpos de sus compañeros
que también trabajaban allí y habían corrido con quienes hicieron un
racimo, en un abrazo que duró unos instantes pero que fue una
inmensidad.
Y allí se activó la alarma, sonaron las sirenas y se detuvo la faja
automáticamente. Y fue el colapso.
11.
¿Cómo dice que se llama la celebración?
– Explíqueme. ¿Por qué este sabotaje a la planta?, –interroga
adusto el gerente, quien entiende y habla español, aunque solo trabajó
en el Brasil unos meses pero donde habían quienes hablaban español.
– No es sabotaje, señor. ¿Cómo vamos a atentar contra nuestro
propio lugar de sustento? –Habla Juan–. Lo que ha pasado es que se
celebra la Navidad en nuestro país. Es el día y la hora del nacimiento
de Jesús, de Cristo, hijo de Dios.
– ¿Y es razón suficiente?
En nuestros hogares se lleva a cabo una reunión consagrada a la
familia. La mayoría de nosotros hemos dejado esposa e hijos. Y es el
instante en que ellos oran y piensan en nosotros.
– Pero es grave lo ocurrido.
– Trabajaremos hoy día si nos lo permite hasta el amanecer.
12.
Nace Jesús, el Salvador
– No, señor. Sólo queríamos avisarnos, sentir y pensar en nuestros
seres queridos, sin movernos de nuestros puestos en la faja.
– Un antecedente así es un desastre que se repita.
– No ha habido intención en hacerlo, señor. Ha sido un acto
involuntario.
– ¡Que afecta la disciplina y la producción!
– Mis compañeros me han encargado pedir disculpas. Las pido
encarecidamente en nombre mío y en nombre de ellos. Todos estamos
dispuestos a compensar los daños ocasionados; y ello trabajando más,
sea hoy o en cualquier momento que se nos indique.
– ¿Cómo dice que se llama la celebración esa?
– Nace Jesús, el Salvador, señor.
|