“Amorosa llavera de
innumerables llaves,
si estuvieras aquí, si vieras hasta
qué hora son cuatro estas paredes.”
César Vallejo
1.
Ese día salía libre también un libro de poemas
Un día como hoy, el 26 de febrero del año 1921, hace exactamente 86 años,
los amigos de César Vallejo esperaban en la puerta de la penitenciaría
de Trujillo, que él saliera en libertad después de permanecer preso
desde el 5 de noviembre del año anterior en que fuera capturado.
Rememoro estos hechos porque igual que ayer hoy estamos pugnando que se
abra la puerta de la justicia y la esperanza para nuestro país con el
mensaje de César Vallejo, a fin de realizar la utopía vital que
debemos realizar aquí y en el mundo. Los amigos habían esperado desde
el día anterior en la puerta del establecimiento, que se cumpliera la
Resolución del Tribunal Correccional de esa ciudad, que recién se
efectivizó el día 26 a las 6 de la tarde.
Era sábado y después de 112 días con sus respectivas noches se abrían
los cerrojos de la celda para dejarle libre gracias, en gran medida, a
las campañas de adhesión de la juventud universitaria y de
intelectuales que se movilizaron en todo el país exigiendo la libertad
del poeta.
Pero aquel día de 1921 no salía libre solamente el poeta sino un libro
de poemas que había sido –sin saberlo ni quererlo sus captores–
también encarcelado, junto a su autor. Ese libro fue Trilce, escrito en
su mayor parte antes de ser apresado y puesto en cautiverio César
Vallejo, pues entró a la cárcel junto a él, para salir otro
completamente transfigurado.
Fue este personaje Trilce quien, aquel sábado salía con libertad suma,
porque entró siendo en parte deudor de una estética en vigencia, de
una manera de ser y entender la poesía; entró él, sí, arrastrando
todavía algunas cadenas y grilletes –como los tenían todos los demás
libros de poesía de su época– pero después de los 112 días de cárcel
salió ¡puro, insospechado y libérrimo!, por la fragua al rojo vivo a
la que lo sometió su autor al mirar las cosas de tal modo como puede
hacerlo quien vive, en ese trance, el momento más grave de su vida.
–El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del
Perú.
Ya
no reiré cuando mi madre rece
en infancia y en domingo, a las cuatro
de la madrugada, por los caminantes,
encarcelados,
enfermos
y pobres.
Pruebas
al canto con relación al cambio radical de la poesía en Trilce. El
primer poema de ese libro es tan abrupto que la poesía deja todo lugar
imaginable donde ella se había posado hasta entonces –como eran los
salones, los templos, los campos de batalla, los jardines, o los sueños–
para aparecer, igual de rotunda, en un retrete, más aún, el excusado
de una prisión.
Es allí donde los reclusos son acosados con sonidos estridentes a
apurarse en los pocos minutos que les conceden para desahogar sus
intestinos “en la línea mortal del equilibrio”, como concluye en el
verso final y que traslada este acto hacia una dimensión metafísica
del hombre quien, además de mente y alma –que siente y que piensa–
es también organismo que suda, tose y padece “con sus propios líquidos”.
¿Por qué no habíamos de trasponer esto a un plano metafísico?
2.
El recuerdo en la prisión
Pero también es Trilce un libro donde César Vallejo afina sus
recuerdos, cribando sus cariños más puros, como lo dice en una carta a
Oscar Imaña, el 12 de febrero de 1921:
En
mi celda leo de cuando en cuando; muy de breve en breve cavilo y me
muerdo los codos de rabia... Es cosa fea ésta, Oscar... y si viene a
mi alma algún aliento dulce, es la luz del recuerdo... ¡Oh, el
recuerdo en la prisión!
Como
es recuerdo de su casa y de su infancia el siguiente:
Las
personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.
Madre dijo que no demoraría.
Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.
Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos
partir.
Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.
Dos
fueron, entonces, los seres encarcelados el 6 de noviembre de 1920 a las
siete de la noche en el panóptico de Trujillo y dos fueron los seres
liberados el 26 de febrero del año 1921, ellos son: César Vallejo y
otro es Trilce, este último el libro que él tenía escrito en su mayor
proporción antes de caer preso, con algunos poemas bajo la forma de
sonetos y que ahora sale transfigurado.
Todo lo que fue aquel libro lo desestructura y rompe en pedazos, sometiéndolos
a una forja nueva y despiadada, confrontando su voz, su respiración, la
circulación de su sangre con lo que es mirar el mundo desde un punto
donde el tiempo se vuelve ábside; el instante se hace período o era
histórica o algo aún más tremendo aún: se vuelve destierro y
eternidad.
Y tanto el hombre César Vallejo como su “clon”, el libro,
transpondrán la prueba de fuego de cruzar los infiernos de lo que es
una palabra medida y sopesada en razón de la vida en sosiego, por
aquella otra suspendida en el borde del abismo, donde lo dice él de
este modo:
¡Dios
sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo,
temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para mi pobre ánima
viva!
3.
Como si este mundo fuera a la vez otro mundo
En
Trilce César Vallejo ya no versifica ni compone; le importa la sensación,
la emoción y el vuelo del genio que marcan el ritmo, que imponen el
tono y el gesto en la expresión, dejando caer o surgir la palabra en la
química pura de la poesía, sin andamiajes ni soportes, donde está el
abismo nato, donde las palabras explotan o afloran con libertad
absoluta, con un impulso vital inatajable, con una libertad que asombra
y estremece, con un poder que ciega y que espanta:
En Trilce el lenguaje es fundacional, las palabras emergen como placas
tectónicas de un subsuelo en estado de sismo, de tragedia cósmica,
donde se entresacan no sólo palabras nuevas, inusitadas y asombrosas
–como si ellas hubiesen estado esperando siglos o milenios para ser
liberadas– para surgir rotundas y naturales desde un infinito
inaugural, donde se vuelven a designar las cosas y las situaciones por
vez primera, como si se descubriese otra vez la realidad, o como si la
vida –advertida a pedazos– se mostrase entera, como si este mundo
fuera a la vez otro mundo.
Graniza
tánto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.
No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella, o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.
En
él la lógica estalla, se tritura. Y qué bueno que el primer explosivo
se ponga en la racionalidad y el orden establecido, donde se hacen
astillas y detonan también las convenciones y las formas, adquiriendo
las palabras un nuevo poder cataclísmico pero, a la vez, dulce y
piadoso, con un nuevo ritmo estructural, con marejadas de antítesis, de
rupturas esquemáticas, de vendaval existencial; de ser, sufrir y morir.
Si no he aquí el poema XIV de Trilce:
Cual
mi explicación.
esto me lacera de tempranía.
Esa manera de caminar por los trapecios.
Esos corajosos brutos como postizos.
Esa goma que pega el azogue al adentro.
Esas posaderas sentadas hacia arriba.
Ese no puede ser, sido.
Absurdo.
Demencia.
Pero he venido de Trujillo a Lima.
Pero gano un sueldo de cinco soles.
Pero,
también donde hay lugar a la dulzura y a la confidencia:
Mentira.
Si lo hacía de engaños,
y nada más. Ya está. De otro modo,
también tú vas a ver
cuánto va a dolerme el haber sido así.
Mentira. Calla.
Ya está bien.
Como otras veces tú me haces esto mismo,
por eso yo también he sido así.
4.
Supra conciencia cósmica de la poesía
Aquí todo resulta inusitado y dispuesto a tomar otra configuración. El
mundo se ha deshecho para que él le dé a cada palabra un nuevo y
exacto lugar, pues ha ocurrido una hecatombe para que él escoja los
elementos convertidos en palabras y, con soberanía, con sumo poder y
omnipotencia, vaya situándolas de un modo totalmente nuevo, reciente y
original: con una conciencia absoluta de lo inmenso e incorruptible que
es el acto creador, que es situarse al lado de Dios.
Y es que César Vallejo tenía frente a la poesía una supraconciencia cósmica,
como un arte que exige la más ceñida, fiel y ardua dedicación, donde
cada palabra es un mundo dominado, un reino conquistado, un territorio
vencido y puesto a los pies.
Y así como Machu Picchu fue un refugio de piedra de los Incas de
Vilcabamba que defendieron la última luz primigenia del Incario, igual
Trilce encarcelado es el libro que funda de nuevo cada vocablo en su
significación.
En él se vuelve a someter a un orden de verdad y autenticidad cada
rasgo y cada giro del lenguaje; en él se inaugura una nueva manera de
asumir la poesía, donde las palabras están suspendidas en una
eternidad como fondo o como marco, y se siente que ellas emergen de la
esencia más honda y total del ser, del alma humana y del mundo.
5.
Vallejo y el hallazgo del lenguaje
En Trilce él baja a los infiernos del idioma, deja la composición,
abandona los caminos trillados y otros aunque poco transitados, pero de
todos modos caminos perceptibles, intuibles, presentidos, para
sumergirse en los abismos del idioma, donde todo es sombra y rumor,
fragua y combate, donde la tierra y las rocas arden, donde no se
aventura nadie porque son regiones inexpugnables, prohibida para toda y
cualquier ánima viva, donde reza a la entrada de ese recinto de pavor y
de miedo: Caminante o viajero, aquí deja toda esperanza.
Con Trilce, él mismo lo dice y lo confiesa, sólo poniendo como testigo
a Dios, pudo asomarse y bajar al vacío del lenguaje y de la vida,
porque no hay lenguaje en la verdadera poesía que no cargue vida.
De allí sale felizmente vivo, pero completamente transformado, con una
dosis y carga de silencio muy grande. Antes de Trilce Vallejo era
jovial, dicharachero, pletórico con el idioma. Después de su descenso
al infierno carga sobre sus hombros, o domina sobre su alma, una dosis
muy honda de silencio, tanto es así que desde Trilce, cuya publicación
data de 1923, hasta Poemas humanos, fechados la mayoría de ellos en
1937, hay 14 años de silencio en que él rumia, medita, cavila; está
hechizado y herido, con las alas tan estupefactas que escribe pero solo
en el telón de fondo del silencio.
Escribe, sí, incansable y sin desmayo, pero sin lapicero, ni lápiz ni
pluma. Tampoco con máquina de escribir sino que escribe en el habla
interior de lo que no dice ni pronuncia.
Con Trilce él prueba, urde el idioma, y a partir de allí, de ese
desnudar, copular y arrojarse a la entraña del idioma, él aparece con
otra faz. Es un extraño. Deja a sus amigos de Trujillo con quienes todo
era fraternidad, tertulias, fiestas y busca un continente que para él
debió serle lo más amargo, cruel e implacable, a medida del infierno
que acababa de conocer con Trilce, reescrito en la cárcel de Trujillo.
A partir de entonces César Vallejo es un poeta que escribe sobre el telón
de fondo de su propia soledad y silencio interior.
Él pagó con un bien el mal que se le hizo. Dio a la poesía
latinoamericana el orgullo de inaugurar la poesía de vanguardia y el
verso libre con un libro que ocho años después se publicó en Madrid,
con prólogo de José Bergamín y colofón de Gerardo Diego, causando el
asombro que incluso el surrealismo estuviera no solo anunciado sino
plasmado en Trilce.
6.
La grande e inmensa poesía del hombre
Aquel sábado 26 de febrero de 1921 sus amigos esperaban a César
Vallejo desde las primeras horas de la tarde en la puerta de la cárcel
de Trujillo. A las seis las puertas se abrieron. Al verlo salir se
abrazaron uno a uno con él, emocionados. Después recorrieron en cuatro
automóviles, canturreando y dando vivas, alegres y eufóricos, por las
calles de Trujillo, ciudad tradicional donde irrumpieron años antes
aquellos jóvenes del Grupo Norte, con la fuerza de su talento e
irreverencia, causando maledicencias, celos y despechos.
Horas después se fueron a celebrar en la playa del balneario de Huamán,
donde Vallejo recitó el poema LXI de Trilce: “Esta noche desciendo
del caballo...”, el XVIII: “Oh las cuatro paredes de la celda...”
–lo que hizo casi llorando– y, por último, el poema LXV: “Madre,
me voy mañana a Santiago...”
Ni aquel día ni nunca César Vallejo tuvo una palabra de reproche
contra sus acusadores, contra sus detractores ni carceleros; porque
incluso en este aspecto fue grande y a todo hombre se le puede medir
tanto por lo que adopta y acoge como por lo que rehúsa. Y él rehusó
la mezquindad, la mediocridad y la vileza.
Es hermoso saber y comprobar no sólo que el nombre de nuestro poeta
figura entre las cinco o seis voces más universales del siglo XX sino
que él fue un hombre íntegro, bueno y cabal.
Roberto Paoli, prestigioso catedrático de la Universidad de Florencia
–en Italia, que es patria de Virgilio, Horacio, Dante, Petrarca,
Leopardi– advertía que en Vallejo hay más densidad genial que en
muchos otros de aquellos poetas universales que él cita. Divide él a
los poetas en sólo dos grupos, diciendo que “en uno están todos los
poetas y en el otro sólo César Vallejo”. Y es que nadie como el
poeta de Santiago de Chuco se situó tan en la esencia, como también en
la cima, de lo que es la grande e inmensa poesía del hombre.
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