1. Pero,
hoy regresa
Hoy regresa nuestro hermano, después de nueve meses de doliente ausencia. Tuvo que ir a estudiar el primer año de Educación Secundaria en la Gran Unidad Escolar San Juan de Trujillo.
Hoy es 24 de diciembre y estallan avellanas y bombardas en el cielo. Y llegan jirones de música que entona algún coro que participará por la noche en la Misa de Gallo. Y llegan voces sencillas, alegres e inocentes de la gente que pasa. Y se escuchan comparsas de labriegos y pastoras que bajan de los caseríos por uno y otro confín.
Cuando volvimos con mi madre después de dejar a Juvenal en Trujillo, lloramos a lo largo todo el viaje. Y durante los nueve meses de su ausencia todo ha sido aflicción en nuestra casa.
Pero, hoy regresa.
Antes ningún miembro de nuestra familia se ausentó por tanto tiempo. Mi padre una vez se demoró 15 días en una excursión, durante la cual yo enfermé con fiebre continua hasta el día en que él volvió a entrar por esta puerta.
Y otra vez, con la orquesta de cuerdas que él dirige, fue a Usquil, durante cinco días. Y la tristeza solo se desvaneció la noche cuando retornó cargando en todas las fundas de guitarras y mandolinas, frutas que iba recogiendo para nosotros en todos los caminos.
Naranjas, manzanas, guayabas, pacaes, limas, chirimoyas, mandarinas y todo lo que dan los árboles convertidos en flores, y estas en frutos, y que había llenado hasta en el estuche de su violín.
2. ¡Qué suerte!
A su llegada las regó arriba y abajo de la mesa grande cuya fragancia inundó la sala a oscuras donde, él tendido de largo en las sillas, nos relató hasta el mínimo detalle de sus peripecias en el viaje, mientras mamá y nosotros escuchábamos embelesados hasta altas horas de la madrugada.
Pero Juvenal ha terminado la Educación Primaria en nuestro pueblo y debe estudiar la Educación Secundaria en Trujillo, porque aquí no hay colegio. Y a él le encanta estudiar, hacer sus tareas, trazar y colorear sus mapas.
Para escribir utiliza además de la azul, tinta roja y verde, como alumno aplicado y brillante que es. Las páginas que escribe en sus cuadernos yo las contemplo maravillado, como joyas de buen gusto, cuidado y primor.
Ha viajado y vuelto con papá de rendir examen de ingreso en la Gran Unidad Escolar de San Juan. Y ha obtenido uno de los primeros puestos, haciéndose merecedor a la beca integral; que abarca gozar del internado en ese centro de estudios y tener allí su cuarto, comer, dormir y estudiar dentro del mismo plantel.
Pero, a punto estuvo de perderlo todo, porque el mínimo reglamentario de edad para ingresar es de once años y él tenía diez. Cuando ya todo parecía perdido los mismos profesores de ese colegio al ver sus notas encontraron lo que parece un ardid: que tenía 10 años y medio, porque nació en agosto, y eso le han hecho valer. ¡Qué suerte!
3. Verdaderos tesoros
Pero Trujillo para nosotros queda en realidad al otro lado del universo, en la costa, al borde del océano, pasando la cordillera de los andes.
Trujillo es industria, pesca y comercio, en cambio nosotros somos sierra: agricultura, ganadería y explotación minera.
Trujillo es transportes, autos y camiones, y nosotros nos servimos de burritos, mulos, caballos.
Mañana viajamos con mamá y Juvenal a dejarlo instalado en la Gran Unidad. Esta tarde ha abierto sus cajones y ha empezado a regalarme todas sus pertenencias. Verdaderos tesoros que yo he admirado y ahora pasan a mis manos.
– Todo lo que es mío ahora es tuyo. –Me ha dicho.
Nosotros, sus hermanos menores, le hemos rodeado y obsequiado una cinta de serpentina que hemos tejido para él, entre todos, con acordeones y ventanas de varios pisos, combinando colores: el rojo, amarillo, azul, verde y blanco que hemos juntado de las fiestas de carnavales, que ha guardado entre la ropa que lleva.
Me abruma llenarme de tantos obsequios que siempre había codiciado. Y que él ahora me los da: tinteros, porta fotos, álbumes de figuras recortadas, cajitas de latón, ¡un prisma!
4. De pie en la vereda lluviosa
¡Es que nos hemos criado tan unidos!, dejándonos azotar juntos por hacer las mismas travesuras, haciéndonos cómplices de todas las malacrianzas. Alegrándonos al igual y entristeciéndonos también.
De la misma tela nos han hecho los mismos ternos, abrigos, pantalones. Siempre se ha comprado de a dos: tirantes, cinturones, maletines. Hemos ido juntos y en la misma tarde al mismo peluquero. Y el corte tenía que ser idéntico. El mismo zapatero nos ha medido los pies el mismo día para confeccionarnos similares zapatos.
Las visitas a los familiares las hemos hecho juntos. Si él pateaba la pelota yo la tapaba. Y si yo pateaba él era quien la atajaba. Nos hemos perdido y vuelto a encontrar.
Nos hemos demorado ambos en jugar en algún recodo que ahora de miedo nos frotamos las manos al acercarnos a casa. Yo le digo “Hoy nos latiguean, hermanito” Él ha estado pensando lo mismo, porque retorciendo las mangas de su uniforme me confía:
– Voy a decir que yo fui quien empezó a jugar. Que te atajé. Que tú querías venirte. Que tú no tienes la culpa. ¡Que a ti no te peguen!
Así fue nuestra infancia.
Ya tenemos puestos nuestros abrigos para el viaje. Mi padre nos despide de pie en la vereda lluviosa del Hotel Bolívar.
5. Sin aleros ni tejados
Estamos atascados tres días en la jalca. Las ruedas traseras del camión han patinado tanto en el barro que han quedado hundidas. Y por último se ha roto una pieza del embrague.
Desayunamos, almorzamos y merendamos solo panes con queso que nuestra mamá parte a pedazos con sus manos, porque no hay cuchillo. Y nos acurruca porque el frío de la puna durante dos noches nos ha entumecido los huesos y tenemos los pies como dos bloques de hielo.
Después de tres días ha pasado un camión llevando madera para las minas de Quiruvilca. A él hemos subido y llegado hasta aquí para hacer un trasbordo.
Pasamos por la fundición de Shorey, bajamos por Cerrosango, por donde se ruedan y caen los carros al río; entramos a Samne, escondido entre árboles frutales.
¡Qué abismos de pavor y de miedo! ¡Qué fríos inclementes! Y después qué climas cálidos y ardientes.
Y he aquí Trujillo, una ciudad extraña, desconocida, colonial; con otras costumbres y otra gente. No se entiende su manera de hablar. No dicen ni pronuncian como nosotros. Hablan un castellano rápido, agudo y lleno de sonidos extraños, en “costeño”.
Trujillo es ciudad de casas achatadas, sin aleros ni tejados, con olor a vaho, a humedad. Y el agua tiene el sabor a cañería estancada.
6. ¿Dónde está?
Pero, cuando ya se ha ido acercando el día en que volvamos mamá y yo, a Juvenal se lo ve nervioso, cabizbajo y compungido.
– ¿Cuándo se regresan a Santiago, mamá?
– Será el domingo en la noche, porque tus clases ya empiezan el lunes, hijito.
– Yo no quiero quedarme, mamá. ¡Júrame, que no me vas a dejar aquí, mamá! –Le dice repentinamente–. ¡No me dejes, te ruego, mamá!
Al principio ha sido tan entusiasta de seguir sus estudios, pero ahora ante la inminencia de quedarse a estudiar solo ha empezado a angustiarse y a llorar inconsolable.
– Me voy a morir si tú me dejas, mamá. No quiero quedarme solo, sin ti, sin papá y sin mis hermanos.
Mamá también llora apretándolo contra su pecho, con un rictus de tormento y amargura en el alma. Y yo lloro también.
Es que hasta ahora, basta que uno solo faltara en nuestra casa y ya estábamos averiguando a cada momento:
– ¿En dónde está? ¿A qué hora vuelve?
7. La vida no ha sido vida
A partir de este momento todo movimiento nuestro es vigilado estrictamente por él.
Está pendiente de cada uno de nuestros pasos. Si salimos a comprar corre tras de nosotros. ¡Pobre Juvenal!
Según ha prometido nada del mundo hará que nos volvamos sin él.
– ¡Júrame, mamá!
Y mamá sin poder hablar, también sufre viéndolo sufrir.
Nuestro ómnibus de regreso ha partido a medianoche cuando él está dormido. Salimos en puntillas de pies. Mi hermano duerme.
El ómnibus nos lleva por calles oscuras.
El amanecer no apaga nuestros sollozos ni seca nuestras lágrimas, ni borra de nuestros ojos su imagen.
Nos contaron después que al despertar y no encontrarnos quería golpearse la cabeza contra el muro.
Que estuvo gimiendo en los brazos de mi tía. Que se quedó dormido y suspiraba en su sueño.
Nosotros todo el camino de regreso también lloramos con mi madre.
Y la vida no ha sido vida durante estos nueve largos meses en que él ha estado ausente y que para nosotros ha sido una eternidad.
8. Una voz quebrada
En realidad, no sabíamos antes cuánto sufriríamos por no tenerlo entre nosotros.
Cuando mi madre amanece contenta y hace una fritura, nos sentamos a la mesa y al estar sirviendo, dice:
– ¿Estará comiendo? ¿Estará abrigado? ¿Estará contento?
Y ahí nos viene la pena. Y ya nada es igual. O cuando llega la hora del almuerzo, escuchamos su llamado:
– Ya, bajen a comer. ¡La mesa está servida!
Hay cuy con mote de trigo y papas revueltas. Y caldo de cordero humeante, que a mí me gusta tanto. Al centro de la mesa hay habas humeantes, cancha ¡y choclos!
Papá en la cabecera de la mesa acaba de sentarse y esperamos todos con la cuchara en la mano para iniciar la comida.
En lo más alegre volteamos a ver a alguien que está derramando lágrimas.
– ¿Algo te duele? –Es la pregunta, llena de ansiedad y zozobra. Y se oye una voz quebrada:
– ¡Mi hermano! –Es la respuesta, entre gimoteos.
Allí sentimos cómo se nos encoge el corazón en el pecho. Se mueven los ojos en nuestras órbitas tratando de que las lágrimas no se desborden.
9. Ahí nos miramos
Pero mamá es quien más resiste y disimula su pena. Cuando está sirviendo algo rico tenemos que voltear para verla:
– ¿Pero tú mamá, a qué hora vas a comer?
– Ahorita. Aquí está mi plato.
– Primero empieza tú mamá.
Y lo hace. Y todos miramos. Se lleva el primer bocado y ahí se detiene.
– Pero sigue comiendo, mamá.
– ¡No puedo! ¡No puedo! –Llora.
Y ahí se queda agachada, mirando primero la lejanía. Y después solo vemos su espalda gimiendo.
Entonces cesa el tintineo de todas las cucharas o tenedores en los platos. Y todos miramos hacia el lado vacío donde se sienta Juvenal.
Ahí nos miramos los hermanos. Y, uno y otro se va agachando y empiezan a caer grandes goterones al mantel y hasta a la sopa caliente.
Y si vamos pasando los alimentos lo hacemos con un golpe duro en la garganta.
10. ¿Y, cuántos días faltan?
Y hay un silencio sepulcral que nada lo interrumpe. Y una silla vacía. Y un aire hueco.
Papá, dándonos valor, trata de consolarnos y nos anima diciéndonos:
– Él está bien. –Y enternece su voz.
Y vuelve por undécima vez a leer textualmente la carta que coge de la alacena, los párrafos ya sabidos de memoria de la última misiva que él remitiera.
Papá es recio, pero también se le humedecen los ojos cuando lee. Y siempre culmina con aquello de:
– Debemos enviarle buen ánimo, porque su hermano disputa el primer puesto de su colegio con Alberto Cahuano, un estudiante magnífico. Pero ¡qué gracia!, él tiene a toda su familia en Trujillo que lo apoya. En cambio su hermano está solo y luchando como un gladiador, dejando bien el nombre de su familia, de su pueblo y de la serranía. Por eso debemos estar contentos. Él es juicioso, él es... –Y ahí se le quiebra también la voz. Carraspea, disimula y se recupera:
– El día 22 reparten las libretas, el día 23 se embarca y el día 24 estará aquí entre a nosotros.
– ¿Y cuántos días faltan papá?
– ¡Apenas, un mes!
11. Cumbres nevadas y peligrosos abismos
– Pero él llega mañana. Y esta noche no dormimos.
La casa desde inicios del mes ha sido un alboroto.
Hemos clavado repisas, alineado muebles, colgado cuadros, puesto adornos, pulido las mesas, empapelado cuartos, acomodado camas.
Papá desde aquí compró el pasaje hace meses, el asiento Nº 1 del ómnibus de la Empresa Ágreda.
Es que para esta fecha viajan repletos y se lucha por cada asiento, pues regresan todos los jóvenes de Santiago de Chuco que estudian en Trujillo.
Hace unos días vimos un ómnibus que llegaba. ¡Es el Ágreda! ¡Es el Ágreda! Saltamos.
¡En un ómnibus como este va a venir nuestro hermano!, gritamos.
¡Ómnibus fabuloso! Verde con blanco. Y bordes plateados.
Llegará mañana a las tres de la tarde. Ya han salido hoy y ya está en camino.
A mi madre le ha vuelto la luz a los ojos. Y el color de sus mejillas es rosado, como el de una chiquilla. ¡Está linda!
Pero, aún nos separan de Juvenal ríos, cumbres nevadas y peligrosos abismos.
12. Hasta el cielo añil
Hoy día la comida está lista desde muy temprano. Mamá cocinó de madrugada.
Ya estamos cambiados.
Las horas se desplazan lentas, pero estamos felices.
De un momento a otro saltamos de contentos y nos damos de volantines.
Mamá ya sirvió el almuerzo, aunque son las once de la mañana. Vamos a esperarlo en la Piedra bruja.
Es la una, y ya estamos aquí. Miramos la carretera serpenteante. Mejor sería esperarlo en Las guitarras.
Y vamos subiendo más y más. Yendo más lejos. ¿Por qué no esperarlo mejor en La Colpa?
– ¡Claro! ¡Mejor! Desde ahí caminamos con él para que vea lo hermosa que es su tierra. ¡Miren las colinas de flores amarillas y violetas, que se elevan hasta el cielo añil donde bogan nubes blancas!
– Y el olor a alcanfores y a manzanilla.
Pero mejor sería que nos vea en la curva de Pueblo Nuevo. Y si avanzamos a Huayatán. Ahí siempre se apea la gente.
13. Entre pencas, alisos y tunales
– ¡Vamos!
Estamos ya en la colina. Una parvilla de niños multicolores con mamá. Con Amelia, nuestra prima. Y Elvia, quien nos acompaña siempre.
Ya muchas veces hemos hundido nuestra cara en los guijarros de la carretera para percibir el rumor de algún carro que se acerque. Y siempre nos ha parecido escuchar que ya está ala vista.
Ya nos hemos equivocado tantas veces de mirar la lejanía, creyendo ver el humo de un carro en lontananza.
Pero, a eso de las tres de la tarde mamá grita:
– ¡Ahí está! ¿Ven? ¡Ahí está! ¡Es ese! ¡Es ese! ¡Miren! ¡Allá! ¡Arriba!
– ¡Ahí está! ¡Ahí está!
– ¡Sí! Es el Ágreda.
– ¿Dónde?
– ¡Arriba, miren! ¡Por entre esos cerros!
– ¡No veo nada!
Ahora ya apareció a retazos, entre los árboles, las lomas y los arreboles de las nubes. Entre pencas, alisos y tunales.
14. Una llama de fuego
El corazón nos palpita aceleradamente.
Ya aparece, bufando por la Pampa de los Arrieros. Esta vez sí vemos al ómnibus inmenso y deslumbrante, cargado de bultos y maletas en su techumbre.
– ¡Todos agiten una prenda para que el ómnibus pare! ¡Todos!
– ¡A ver, empiecen a dar aviso para que el chofer nos vea y se detenga!
– ¡Ya está en la curva! ¡Agiten! ¡Agiten las prendas!
– ¡Ustedes de abajo! ¡Agiten más! ¡Que el chofer nos vea. Y pare!
Ya el ómnibus entró a la última vuelta. Y ahora debe aparecer por la curva blanca de la carretera, donde estamos parados nosotros.
Empezamos a saltar y agitar con nuestras chompas, chales, sombreros.
– ¡Ahí está! ¡Ahí está!
– ¡Fuerte! ¡Que pare! ¡Oiga, pare! ¡Pare!
– ¡Juvito! ¡Juvito! ¡Juvito!
Nada. El ómnibus pasó como un bólido, sacando chispas de las piedras. Y con una llama de fuego relumbrando en su cola. Y desaparece carretera abajo.
Y ahí viene el desamparo y abatimiento. ¿Y, ahora?
– ¡Corran! Ahí va su hermano. ¡Corran! ¡Pobrecito su hermano!
– ¿Quién va a recibirlo?
15. Cerros y quebradas
– ¡Yo lo he visto!
– ¡Agitó su mano!
Y todos nos lanzamos en estampida, con el golpeteo de nuestros latidos en el tambor de nuestros pechos.
El ómnibus ya se pierde distancia abajo por la curva de las peñas de Sáuca.
– Yo no pude verlo, mamá.
– Yo tampoco.
Somos una gavilla de niños que corren detrás de su madre. Y con Elvia, que va atrás.
– ¿Tú, lo viste?
– ¡Sí! ¡Saludó con su mano!
– ¡Yo no vi nada! –Se queja Mauro.
– ¡Yo sí lo vi! ¡Era mi hermano! ¡Es mi hermano!
– ¡Corran!
Y corremos por el campo, atravesando cerros y quebradas. Mamá tiene al bebé en la espalda y, además, coge de la mano a la hijita más tierna. Elvia tiene las cosas que hemos preparado y hemos traído para comer con Juvenal, en la campiña.
16. Viene del alma
Vemos al ómnibus que ya dobla La piedra bruja, la última curva antes de ingresar a Santiago de Chuco. Y nosotros estamos tan lejos.
De aquí ni volando como águilas llegaremos para recibir a nuestro hermano en la Plaza de Armas. Una angustia muy honda nos invade.
Jaime zapatea de llanto.
El ómnibus llegará a la agencia y no habrá ninguno de nosotros para recibirlo. Por eso partimos en desbandada. Rosita llora a gritos corriendo por el bosque.
– ¡Juvito! ¡Juvito!
Yo alzo a Sofía y la echo en mis hombros y alcanzo a Rosita que llora inconsolable, tiene las mejillas encendidas y un gesto de profundo dolor en su rostro, que le viene del alma. La abrazo y la calmo. ¡Cálmate! ¡Cálmate! Ya vamos a llegar.
Hemos corrido desde Huayatán y ya estamos en La colpa. Ya pasamos el Bosque del molino. La curva del Bosque de capulíes. Cortamos camino bajando a Los palitos. Ya ganamos la subida a La piedra bruja.
La angustia todavía nos golpea, como borrasca en un mar agitado.
17. Todos juntos
Ya estamos subiendo, siempre corriendo, por la Parva de la Virgen, felizmente todos reagrupados. Estos son terrenos de la iglesia, donados a la Virgen de la Merced, madre de nuestro Señor Jesucristo.
Cruzamos por un campo de trigo, ya maduro de espigas.
Al alzar la vista vemos a papá con un joven que se echa a correr hacia nosotros. Es nuestro hermano.
¡Qué alto ha crecido! Y nos abrazamos todos, ahogados por la emoción, entre el rumor del viento en los árboles y en los tallos de las espigas de trigo, con el sol que ya se inclina para este lado en el cielo sereno.
– Papá, ¿felizmente tú lo esperabas en la agencia?
– Sí, allí también lo esperaba. Pero también estaba junto a ustedes.
Y lloramos todos abrazados. Y enlazados avanzamos hacia nuestra casa. Unidos en un abrazo interminable.
– ¿Cómo estás hijito?
– ¡Bien mamá! –Y no puede hablar más. Solo después recuperándose dice:
– ¡Qué felicidad inmensa volver a estar todos juntos! –Y se enjuga las mejillas.
18. Hoy, de noche, es Navidad
– ¡Nos viste, Juvito!
– Si, ¿nos viste?
– ¡Sí los vi en Huayatán!
Ya en casa, para todos ha traído juguetes y regalos que va entregando uno a uno.
Una mantilla preciosa para mamá, una casaca fuerte para papá, un pañolón para la abuela, instrumentos para la orquesta.
– Esta muñeca es para Rosita.
– El pingüino a cuerdas, es para ti Mauro.
– Para Jaime es esta pelota.
– ¿Tú eres Fredy?
– ¡Sí, hermano!
– Este disco volador, es para ti.
Lo que iba sacando del baúl parecía inagotable. Después nosotros le enseñamos nuestros tesoros. Los trabajos manuales que habíamos hecho durante el año y conservábamos para que él los viera.
Hoy, de noche, es Navidad.
19. Hay regocijo
En el cielo estallan los cohetes. Por las calles de oyen bandas de músicos.
– ¡Pasen a tomar asiento! –Dice mamá.
– ¡Y vayan por su abuelita!
– Estoy haciendo humitas para la cena. –Irradia de contenta el rostro de mamá.
En el lonche mamá sirve mate de cedrón y toronjil, en tazas de loza, con pan fresco recién horneado.
Temprano puso a hervir el mejor jamón, preparado por ella misma para esta ocasión.
Por fin nuestra casa rebosa de alegría.
Salimos a jugar al campo. ¡Somos otra vez felices!
A la hora de comer tintinean las cucharas en los platos.
Hay regocijo. Reímos sin saber por qué.
O, como nunca, sí sabiendo por qué. Porque todas las sillas de la mesa están ocupadas.
20. No hay nadie quien nos falte
No hay ningún vacío ni al lado ni al frente ni arriba ni al fondo.
No hay ninguna ausencia. Ni aquella lacerante pregunta:
– ¿Dónde estará? ¿Qué estará haciendo?
Todos no cabemos de gozo. Miramos a nuestro hermano, cómo coge cada cosa, con unción. Y nos mira con ternura.
Ha ido con nosotros a dónde hemos querido enseñarle: al nido donde la gallina está ovando. Al techo nuevo que hemos reparado.
Le hemos enseñado los dibujos y pinturas que hemos hecho. La máquina de coser que hemos adquirido.
Todo lo mira con atención, lo acoge, lo aprecia. De todo trata de ver sus virtudes.
Sentados a la mesa, Rosita con la luz en sus ojos, mirándonos a todos, envolviéndonos con la mirada ilusionada, dice:
– Ahora somos felices, porque estamos todos juntos, en nuestra casa. Estamos completos. ¡Y no hay nadie quien nos falte! |