1.
El nido siempre es tibio
Ha
levantado tanto la hoguera que la leña ha empezado a transpirar hacia
el extremo opuesto de la punta que arde, rezumando en el corte que hizo
el hacha unas gotitas cristalinas de agua.
Estas gotas purísimas sin duda, han estado antes en alguna nube y luego
han bajado al fondo más intrincado de una cañada para subir, hechas
savia, por dentro del tronco del árbol.
Quizá antes incluso cayeron en el follaje viendo cerca a un nido con
pajarillos aparentemente ateridos. ¡Pero no, frío es el paisaje!, pero
el nido siempre es tibio y desde ahí se mira el cataclismo y la
conflagración exterior de la tempestad que se desata.
Para luego esas gotas de lluvia deslizarse por el tronco y penetrar a la
tierra para tocar las raíces del árbol y ser absorbidas.
2.
El mar incognoscible de las cenizas muertas
Para
allí permanecer quietas.
Y pese a que el árbol ya haya sido derrumbado.
Para estar allí como las avecillas en el nido que vieron cuando el árbol
aún estaba vivo.
Y luego ser pacientes e imperturbables en algún recodo escondido de la
leña, aparentemente seca, añosa y arrugada bajo el alero de la casa.
Así es también la vida. Dentro de lo que acaba aún hay existencia.
Porque ¡nadie podría presentir que en la leña seca estuviese guardado
este collar de perlas vivas que ahora se deslizan y se precipitan a
morir en el mar incognoscible de las cenizas muertas!
3.
¿Serán duendes? ¿Serán hadas? ¿Serán almas en pena?
Lo
que no sé es cómo permanecían aún entre las fibras añosas de esta
madera retorcida expuesta tanto tiempo al sol de la mañana, del medio día
inacabable y de la tarde ignota en el corredor del patio.
Allí permanece la leña armando un castillo cruzado de las rajas en uno
y otro sentido, a fin de que la leña seque.
Ahora son tantas las gotitas que se escurren y desaparecen, cual llanto
indefenso de alguien que quiere esconderse, entre las cenizas.
¿Serán duendes? ¿Serán hadas? ¿Serán almas en pena?
La fragancia de la leche que está por hervir en el fogón inflamado de
llamas vivas, se hace oblonga se confunde tanto al olor de la leña que
no cesa de destilar sus lágrimas.
4.
Del lar que tanto se le quedó incrustado en el alma
Recuerda no sé qué tiempos idos en que fuera árbol y como tal rey,
emperador o monarca sobre alguna aldea que añora.
O elevado sobre alguna casa en donde tiene presente las voces, los
rostros y los juegos de los niños que allí habitan y que al arder
ahora sabe que pronto volverá a encontrarse con ellos, a mirarlos desde
alguna nube distante.
Hecha humo invisible ha de contemplar, desde lo alto por lo menos algún
fragmento de tierra del lar que tanto se le quedó incrustado en el
alma.
5.
Lo mejor de los campos, las fuentes y el cielo
O simplemente son las más íntimas savias del árbol que emergen desde
las fibras retorcidas por el calor de la hora que afrontan.
Y que corren a morir en su ley. Precipitándose como gotas de agua
inocente en el desierto ignoto de los carbones y el mar desolado
de las cenizas.
¡Cuánta maravilla y milagro en el hecho simple, pero a la vez lleno de
sortilegio, de avivar el fogón con rajas de leña seca que guardan
dentro de si un manantial escondido!
Y en hervir la leche que contiene lo mejor de los campos, las fuentes y
el cielo estrellado en las noches o iluminado por el sol del mediodía.
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