1.
La teja que se ubica en la esquina, justo donde el techo da la vuelta
¡Qué
destino el de las tejas que les ha tocado la ventura o desventura de
estar al borde de los aleros!
Son ellas las que pueden mirar hacia arriba los cielos abiertos, o
cerrados por los nubarrones. U otear el horizonte lejano por donde se
reparten los caminos que van a unos y otros lugares y pueblos, cada cual
con sus fiestas y pesares.
O que pueden también esas tejas al borde de los aleros contemplar hacia
abajo la calle por donde pasa la vida. Y con ella entretejidos unos con
otros los destinos de la gente.
Pero entre las tejas de los dos aleros que se juntan hay una
excepcional, cual es la que se ubica en la esquina, justo donde el techo
da la vuelta con toda su galanura y su aire patriarcal.
Porque en el ser de los techos hay ese talante, ese buen tono y distinción,
sea que se trate de uno humilde o que se trate del techo de una casa señorial.
En todos, seguramente por el hecho indubitable de estar mirando el
horizonte hay ese donaire, esa actitud de ser, de sentirse o simplemente
parecer un señorón.
2.
Que opone al instante la eternidad
Decíamos
que entre las dos tejas canales de las esquinas que dejan los aleros que
se juntan, hay una singular, que cubre a las dos tejas hembras.
Esa teja tiene una pequeña abertura para mirar hacia abajo, rendija que
distancia a una de otra teja que pone hacia arriba su concavidad,
hendidura por donde mira hacia abajo la teja que se encumbra.
Pero, aparte de aquel resquicio tiene otras rejillas entre carrizo y
carrizo para tener el suficiente campo de visión a fin de mirar la
calle y en ella la vida que transcurre.
Así no se pierde nada de lo que sucede sobre el empedrado de la vereda
y sobre lo apisonado de la calzada, sea la procesión del Corpus Christi,
sea el desfile de las comparsas que ingresan al pueblo por ese sitio,
sea el paseo de Ño Carnavalón y sus bandas de músicos, o el desfile
de antorchas, o bien, y sobre todo, ver la vida dolorida o ilusa,
ingenua o intencionada de cada persona que pasa.
¡Ah! Pero esa teja también soporta toda la metafísica de vivir
expuesta a la contemplación del ámbito sideral.
Es frente a ella que ocurre el deambular de los astros, el revolverse de
las nubes en el cielo invernal, el compás lento o vertiginoso de las
estrellas, la elipsis de un meteorito o la parábola de un cometa fugaz.
No solo soporta ser testigo del acontecer cotidiano, el mismo que
transcurre hacia abajo y a sus pies, sino el de la bóveda celeste que
opone al instante la eternidad.
3.
¡Qué destino supremo el de la teja que junta en una esquina el borde
de los dos aleros!
Sobre
esta teja arrecian todos los vientos, todas las tempestades, todos los
soles dulces o inclementes.
Es también la que todos avizoran, contemplan y admiran cuando vuelven
los ojos para reparar acerca de un detalle que ocurre en ese vórtice se
casas.
Es el alfil, el pararrayos y la atalaya que da la cara a la vida que
discurre y desaparece; y al misterio que siempre está aquí y nunca se
acaba.
Es esa teja la que empuja a las otras hacia atrás, cuando la casa
quiere tirarse de miedo o de pena hacia abajo.
Sea por un malentendido, sea por un resentimiento o una pena, sea el
esposo que se ha ido o la madre que no ha vuelto.
Sea por pugnas entre hermanos, desavenencias de familia, desatinos de
uno que otro miembro.
Sea por alguien que está ahora, sea por alguien que se ha ido, tarda en
volver o ya no regresará nunca.
Ella es la que sabe más que todas de lo visible y lo oculto; lo que
ella calla es síntesis de haber mirado mucho, alegrías como
quebrantos. ¡De haber vivido tanto!
Es el faro que ilumina radiante en el alba, la vigilante que se enfrenta
más que ninguna a la noche tenebrosa.
¡Qué destino supremo el de la teja que junta en una esquina el borde
de los dos aleros!
Aquel de la izquierda y el otro de la derecha, el mundo creyente y el
que de todo descree; de lo que pende hacia abajo y de lo que se eleva
hacia lo alto, de lo que es minúsculo y de lo que es imponente, de lo
fugaz y de lo eterno coincidiendo en la misma herida.
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