1.
Espera
– ¡No hay nadie!
– De todos modos, aquí me bajo don Mardonio.
– Pero, ¡cómo la voy a dejar aquí en esta soledad, señorita!
– Me deja nomás en esta curva, por favor.
El vehículo se detiene y ella baja con su maletín. El aire es translúcido
y el verde de la meseta de ichu y pajonales se extiende en un mar de
suaves colinas que se recortan lejanas en el cielo azulino.
– ¡Suba niña que se va a resfriar!
– ¡Don Mardonio, yo he nacido en estas punas! Vaya y no haga esperar más
a sus pasajeros.
– ¡No le voy a dejar aquí niña! ¡Imposible! ¿Han avisado a la
hacienda que usted llegaba?
– Desde hace un mes mis tíos desde Trujillo han avisado que venía hoy
sábado 22 de febrero, y en su carro.
– Entonces ya no demoran en venir a recogerla. Esperaremos tranquilos
todo el tiempo que sea necesario.
– Pero las demás personas querrán llegar temprano a Santiago de Chuco.
Yo espero nomás, ¡de todos modos tienen que venir!
– De ninguna manera niña. Ni lo vuelva a repetir.
2.
¿Qué habrá pasado?
– Me va a dar mucha vergüenza estar haciéndoles esperar.
–Esperemos nomás don Mardonio, –se escucha desde dentro del vehículo
la voz de una mujer–. En estas punas cómo vamos a dejar sola a la señorita,
¡ni que no tuviéramos entrañas!
– ¡Ay, gracias, señora! ¡Pero no quisiera causarles molestias!
– No son molestias, niña, –contesta otra persona desde dentro, esta
vez un varón– ¿Porqué tiene que ser molestia detenerse un momento en
estos pajonales? ¡Al contrario, es muy bonito.
– La verdad que es hermoso ver este paisaje, estas lomas y cerros tan
bellos e imponentes. Y la Cordillera Blanca de nieves eternas. –Dice
otro.
– ¡Cuántas veces viaja uno y quisiera bajar, dar siquiera unos pasos
por estos lugares de nieve!
– ¡Es el techo del mundo!
– Yo, por ejemplo, voy a salir a caminar.
– Ah, gracias señores, gracias. Me alivian y me hacen sentir menos
culpable.
– Además, así se enojen los pasajeros yo no podría dejarle sin
protección en estos confines. –Concluye el chofer.
– ¡Usted tan bueno, don Mardonio! Pero, ¿qué habrá pasado que no
vienen? Deberían estar aquí.
3.
Flores rojas, azules y amarillas
Ella es María Isabel, hija del hacendado de Uningambal.
Las tierras de su padre abarcan más de veinte mil hectáreas y cosechan
alrededor de 18 mil sacos de papa al año, aparte de otros tantos
productos agrícolas.
En estas tierras también pastan rebaños de ganado, cada uno con sus
pastores que tienen miles de cabezas que se extienden de banda a banda
cruzando los riachuelos.
Veinte grandes ríos y cientos de quebradas cruzan por toda la extensión
de sus comarcas.
María Isabel estudia medicina en la Universidad Nacional de Trujillo.
En su rostro, sus profundos ojos verdes se pierden ahora por el horizonte
reflejando el paisaje por el que deberían haber llegado quienes tenían
el encargo de recogerla hoy día.
La tierra húmeda tiene aquí y allá chorrillos de agua que se deslizan
tenues formando estalactitas de hielo bruñido que penden entre diminutas
flores rojas, azules y amarillas que brotan de los tallos de una yerba
silvestre que crece entre la escarcha.
Igual es el atuendo de María Isabel que resalta la tersura de su rostro,
haciendo más misteriosas las piedras preciosas del fondo de sus ojos.
– ¿Su papá está en la hacienda?
– No. Él viene la próxima semana de Estados Unidos.
4.
Este aire y este horizonte
– ¡Con razón! De lo contrario ya él estaría aquí desde temprano,
como otras veces; ¿no es cierto?
– ¡Sí, pues!
Los cerros ondulan a lo lejos y pareciera que, más allá, poco a poco se
hundieran haciendo redondo el universo. El viento silba en la paja brava.
Algunos pasajeros bajan, y absorbiendo una sola bocanada del viento gélido
regresan tiritando a acurrucarse en sus asientos, frotándose las manos y
cubriéndose con lo que sea orejas y cuello.
– De repente van a demorar mucho don Mardonio. Váyanse nomás. Yo
espero. Ya vendrán. ¡Qué me va a pasar nada!
– ¡De ninguna manera señorita! Más bien pase y abríguese aquí
adentro.
Y dando más énfasis a su decisión apaga el motor de la góndola.
– Aquí está bien. Tengo que mirar que aparezcan.
El sol de las seis de la mañana dora levemente las cimas de las colinas y
el cierzo deja mil astillas en los ojos, las mejillas y los labios.
El viento, entretanto, ha dejado de silbar y entona una canción
indescifrable.
5.
Desde una orilla hasta la otra orilla
La mayoría de los pasajeros suponiendo que la espera será larga se
arrellanan para dormir un rato.
Es el mundo inmóvil de la jalca, donde las garzas cruzan a lo lejos con
las alas muy abiertas y las patas estiradas hacia tierra.
De repente, a lo lejos, en los cerros difusos, se hace nítido un trazo en
el amanecer. Si estuviera en el cielo sería un cometa por la velocidad
con que avanza. Es un pelotón de jinetes que refulge entre el suave velo
de la niebla distante y el verde intenso de los pajonales. Es un dardo que
se desplaza en velocidad pareja, o una saeta que vuela disparada.
– ¡Ahí están! ¡Allá vienen! –dice jubilosa.
– ¿Dónde?
– Allá, ¿lo ven?
– No veo nada.
– Un punto que se desplaza en esos cerros del fondo. ¡Allá!
– ¿Y puede mirar hasta ahí?
– ¡Sí!
– Ya lo vi, sí, ya los vi. ¡Pero allá! ¡Allá!
– Bueno. Muchas gracias por acompañarme, muchas gracias. ¡Les he hecho
perder tiempo!
– Tenemos que esperar a que lleguen, niña. ¿Qué tal si los que vienen
no son su familia, sino bandidos que asolan por estos caminos Y en vez de
llevarla a su casa se la roban?
– Ellos son. Es Rodrigo mi hermano. Lo podría reconocer desde una
orilla del océano hasta la otra orilla, –dice, ya llena de contento.
6.
Mientras piafan los caballos
Dentro del ómnibus los pasajeros comentan:
– ¿Tú los ves?
– Al fondo entre esas montañas.
– Entonces. ¿Cuánto crees que demoren en llegar?
– Por lo menos dos horas, o más. Porque tienen que dar vuelta a cada
cerro.
– Ya los vi. ¡Pero mira cómo avanzan!
De la curva, desde donde miran los pasajeros y está detenido el vehículo
la caravana es una flecha que se asoma y oculta entre el perfil de las
colinas y desaparece por las quebradas y hondonadas de los cerros
sucesivos.
Los jinetes han dado ya la última curva y se divisa cómo flamean sus
capas con el viento, a la velocidad de una centella.
Son más de cuarenta hombres montados a caballo que han devorado las
distancias como bólidos con sus caballos de fuego de crines levantadas y
altas ancas.
Dan un rodeo para amenguar la fuerza de la carrera y luego todos se
alinean detrás de uno de ellos que se arroja a tierra y levanta a María
Isabel en sus brazos, llenándola de besos y sacudiéndola con una alegría
rebosante.
– ¡Mi golondrina! ¡Mi golondrina!
– ¡Por qué te has demorado!
– Perdón, perdóname cariño, te hice esperar. Pero desde que el ómnibus
se detuvo ya te vigilábamos desde las alturas.
Mientras, los caballos piafan y se acercan a la góndola dando vueltas y
juntándose, resoplando briosos y potentes.
7.
Es una alhaja
– Gracias don Mardonio por cuidar a mi hermana, –dice el muchacho que
apenas tendrá unos veinte años.
– No hay de qué, joven. Sus tíos me han recomendado mucho, ¡y tienen
razón!, ¡la niña es una joya!
El muchacho levanta otra vez orgulloso y feliz a María Isabel como si
fuera una pluma. Y le da varias vueltas en el aire.
– ¡Rodrigo, ya! ¡No seas loco!
Después la sienta sobre su caballo.
– Mil gracias por esperar –dice a todos pasando por cada ventana y
estirando la mano a aquellos que la abren para saludarlo.
Y se despide feliz, seguido por su corte marcial que emprende detrás de
él el camino de regreso.
– Es la hija del hacendado –dice don Mardonio suspirando cuando el
carro emprende la marcha–.Ya casi está para recibirse de doctora en
medicina.
– Ciertamente, es bella, –dice una persona ya mayor.
– ¡Pero, han visto!, ¿además de linda lo buena que es? Y ¡cómo
quiere a su tierra, señor! A otras muchachas ¿qué les importa volver?,
se van al extranjero o se quedan en las ciudades de la costa, pero a ella
no.
– ¿Y siempre viene por aquí?
– Siempre. No ve ocasión de estar aquí, curando y sanando a la gente.
¡Es una alhaja esa niña!
8.
Con su escuadrón comando
– El que ha venido a recogerlo es su hermano que también estudia en
Trujillo –agrega un joven desde atrás.
– Es increíble cómo han galopado. No han pasado ni veinte minutos
desde que lo vimos aparecer y ya estaban delante nuestro.
– Son caballos muy bien entrenados.
– Lo ganan a su vehículo don Mardonio.
– La verdad que sí, –sentencia el chofer, abstraído en los ojos de
María Isabel mirando las lagunas de Coypín y las garzas que sobrevuelan
las aguas cristalinas.
– Pero, ¿vieron la formación en escuadrón de esos caballos?
– Es de estrategia militar.
– ¡Claro!
– Rodrigo es del MIR –dice la misma voz desde atrás–. Ha repartido
sus tierras entre los campesinos. Uningambal es un polvorín. Sólo se
esperan las órdenes de Luis de la Puente Uceda, que está en el Cuzco,
para atacar gobernaciones, puestos policiales, municipalidades.
– Julcán, Sangual y Uningambal están listas para levantarse en armas a
favor del movimiento. Es cuestión de días…
– Pero, ¿son los hijos de los hacendados?
– Es el pueblo. Y también…
–Luis de la Puente es hijo de hacendado. Él ya repartió Julcán. Y
otros le siguen.
– Con razón, vieron cómo rapidito han revisado todo el vehículo.
– Rodrigo ha venido con su escuadrón comando.
– A recoger a una linda y preciosa flor, –concluye el chofer.
– O quizá a una comandante guerrillera, –dice misteriosamente el
joven.
9. Tiene sentido entonces esperar en la
jalca
– ¿Y su padre?
– Su padre adora a Rodrigo y a María Isabel. Son la luz de sus ojos.
– Pero, no creo que soporte lo que va a venir.
– Entonces se irá.
– Los tiempos cambian, ¿no es cierto?
– Sino, ¡qué fuera!, la historia se detendría.
– ¿Y María Isabel sabe?, –se interesa en preguntar una señora.
– ¡Señora, María Isabel tiene la estrella de comandanteen la solapa
de su sacón marrón!, –dice el joven.
– No imagino a una niña así vestida de guerrillera
– La que no puede seguir así es la situación en que vivimos y la
miseria en que muere la gente.
– Luis de la Puente ha dicho: Santiago de Chuco, la Sierra Maestra del
Perú.
– Ahora está en el Cuzco para desde allí lanzar su grito de rebelión,
escapará y vendrá a estas tierras y se habrá desatado la insurgencia.
– Y ¿tú?
– ¿Yo? ¿Por qué cree que regreso a Santiago de Chuco?
– Entonces, ¿sabes cuál el la consigna?
– “¡Esperar en la jalca!”
– ¡Viva, compañero! |