1.
Vallejo asume la condición del hombre
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Deviene en padre, madre, culpable, salvador, responsable, identificado
por, en, sí, a favor, infinita y en totalidad con la condición
humana.
Es la autenticidad para asumir el mundo y solidarizarse con los más débiles,
marginados, golpeados, indígenas, pordioseros, lo que legitima a un
ser humano o divino como un redentor.
Mucho más si es un ser humano que se erige y reconoce a Dios hasta en
el vendedor de loterías.
La opción de la poesía por los pobres, los míseros, los expulsados
y mendigos jamás fue, como en César Vallejo, tan honda, cabal e íntegra.
Sólo en el ámbito de la religión hay el referente sublime y
conmovedor de Jesús.
Pero en la literatura, ¿quién? No hay. No se registra. Nadie. Ni en
el ámbito nacional, americano ni a nivel mundial. ¿Quién con la
consagración y autenticidad de César Vallejo?
Nadie. Ninguno. Nada. ¡Jamás! Ninguno. Sino, digan ¿quién? ¿Cuál?
¿Dónde?
Y aún más: morir por las poblaciones agredidas, hechas escombros
sobre escombros, bombardeadas, fusiladas en la España crucificada en
el holocausto de la Guerra Civil española.
¿Quién entonces? Y murió por consustanciarse aún más con todos
ellos.
2.
Por él habla el hombre
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor:
Por la capacidad para recoger experiencias del mundo y proyectarlas en
un horizonte de valores hace que muchos seres humanos transformen su
vida.
Tal ocurre con la trayectoria vital y la obra de César Vallejo que es
un coloquio con el ser más íntimo del individuo, pero también con el
hombre hecho prójimo, pueblo y sociedad.
Él se encumbra como el habla del ser humano integral, es la voz
que interroga y que a la vez reniega, blasfema y condena. Que se
manifiesta individuo y trasciende en colectividad.
Por él se enuncia el hombre impertérrito en su soledad, como habla la
humanidad congregada, militante y multánime. Por él el hombre abatido
sonríe y por él acuna también su más pletórica esperanza.
Por él se expresa el individuo y por él se expresa la especie humana.
3.
Su gigantesca aventura humana
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Al explorar el fondo las raíces del alma encuentra inspiración para el
bien y con qué afrontar las adversidades y elevarse hasta las
estrellas. Más al fondo de donde puede ser posible, o donde pueda verse
y hasta si se quiere imaginarse o presentirse cualquier indicio de
unidad.
Los Poemas humanos son fruto de las entrañas más hondas y viscerales
del sufrimiento a que puede llegar el ser en alegato del hombre; y todo
esto sin una entidad segura, vigilante y protectora.
Sin alguien que lo ampare, sin una boya que lo sostenga, sin una brizna
que lo salve, sin un asidero al cual cogerse, hecho que resulta
despiadado y atroz. Y a la vez un acaecimiento hermoso.
Nosotros como individuo somos todos. Todos son uno a su vez en el hombre
colectivo. Esta mística de lo humano deja de ser teología de lo
divino.
Ya no es que se pone como el referente más alto, superior y supremo a
Dios. Ya no es Dios lo grande, sublime y excelso, sino el hombre. Hay
rebelión que no deja de ser sublime si por ello se arriesga la vida.
Su gigantesca aventura humana, de ganarle al dolor, de entresacar
algunos diamantes al sufrimiento y hasta arrancarle oro puro a la
muerte, es majestuosa.
4.
Comunión con la humanidad dolida
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Construye sobre el abismo, unas claves redentoras de la condición
humana.
Vallejo se pone de pie sobre el vacío, en “la línea mortal del
equilibrio” y todo lo transforma en infinita redención humana,
escanciando el dolor de familia, de raza y de especie. De humanidad íntegra
y total.
Y su solidaridad es sin excluir ni al rico ni al malo, ni al egoísta ni
al perverso, ni al criminal ni al pecador, ni a la víctima ni al
victimario.
Para Vallejo no hay excluidos. Todo lo humano merece nuestra emoción
solidaria. Y lo exalta. ¿Es acaso amoral? ¿No tiene entonces ni ley ni
principios? Al contrario: Opta por matar al mal. Se ensaña en abolir la
muerte mediante la acción solidaria. Predica y demuestra que es
posible.
Porque la muerte, el hambre, la pobreza no son humanos.
Hay en él la comunión con la humanidad dolida y representada en el
hombre común y corriente, pero en pasión vital.
5.
Pedacitos de pan fresco
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Se preocupa por tu dolor, lo hace suyo, lo encarna, lo padece igual o más
que tú mismo.
Cuando tu dolor lo introduce en su alma, por nada ilegítimo ni espurio
sino porque te quiere incondicionalmente.
Aunque pareciera que no lo conoces ha muerto efectivamente por ti y para
darnos a todos los hombres una muestra de hermandad universal.
Y lo hizo por nada que sea conveniencia personal, sino por puro cariño,
por “cariño doloroso”, por dulzura de ser, talvez porque naciera
muy feliz en Santiago de Chuco y por conciencia suprema del bien.
César Vallejo se preocupa por el dolor de toda la humanidad no como
Dios sino como hombre, por el padecimiento hasta del rico a quien cabe
ayudarlo a ser más rico si así lo anhela; por la justicia, por la
libertad, por quienes son agredidos y padecen el abuso y la explotación.
Porque se desvive por todos aquellos a quienes falta algo, a quienes ha
de repartir “y hacerle pedacitos de pan fresco / aquí, en el horno de
mi corazón...!”.
No es un ser con insignias de realeza ni divinas. Surge del común pero
su proeza es sublime, gigantesca y descomunal.
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Abraza al hombre concreto y también al hombre ideal, como invención y
entelequia. Como sueño del ser y don supremo.
Y lo hace con una rigurosa conciencia histórica. Y lo proyecta como un
mensaje de fe y esperanza hacia todos los confines, utilizando además,
como Jesús, el lenguaje insigne de la poesía.
Su palabra es una radiografía esencial del hombre sin ambages ni
tapujos, presentado orgánicamente, con sus vísceras, su tos, sus
vagidos; sus nos y sus todavías. Es decir como un recién nacido y
pequeñín.
Sin embargo, como nunca traza la perspectiva de una humanidad
dirigida a la utopía.
Es el hombre en el heroísmo colectivo de resucitar con un ruego común,
solidario y unánime a otro hombre.
Es lo humano en el mensaje absoluto de la fraternidad, rogando ante la
muerte: “¡Quédate hermano!”.
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Carga con el peso del mundo, como si se echara a los hombros el destino
de toda la grey humana, como si asumiera por un deber sacrosanto la
representación plena del hombre, más aún en su estado de cruel
sufrimiento y dolor.
No estaba obligado a desvivirse por el drama de España. Incluso no
estaba ahí sino lejos ¿Qué otros hombres lo siguieron con la angustia
y la tribulación con que él lo siguió?
A tal punto de morir como un miliciano de la república, voluntario de
un deber moral, como una cifra más de esa contienda, como un soldado
que apunta a matar no al prójimo sino al mal, al dolor y a la muerte.
Porque en su vida y en su obra todo está visto desde la óptica del
amor en contraste del mundo impávido, indolente y feroz.
Vallejo el dulce, consustanciado con el hombre débil, el hombre con
defectos, que tose, que nació muy débil y que adolece.
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Padeces, sientes y sabes que hay alguien que padeció más por ponerse a
tu lado y solidarizarse contigo.
Cuando sabes que alguien pudo ser feliz y dichoso pero renunció a ello
y se sacrificó por estar a tu lado sin que se le ofrezca nada.
Cuando depuso todo interés personal por el interés colectivo. Y eso es
la medida de la santidad. porque es santo quien hace suyos los
padecimientos ajenos y la suerte de todos lo liga a tu suerte, si es
posible hasta sucumbir. Y él lo hizo así.
Él sufrió por el destino del hombre. Pero su sufrimiento no es por
incapacidad, sino por solidaridad.
El sufrir de Vallejo no es porque se ensañara con él la vida y él no
pudiera combatir. Es que él se arroja a hacerse cargo de los males del
mundo, se consustancia con la muerte de todos para revivirla:“¡Solo
la muerte morirá!”.
El sufrir de Vallejo no es individual. Él sufre en representación del
hombre. Y cuando sufre individualmente lo dice:
“Hoy
sufro como César Vallejo,
hoy sufro solamente.”
Reside
la grandeza de un hombre y se hace un redentor cuando:
Asombra y sobrecoge solidarizarse con un mal que no le pertenece ni le
toca. Que se desata muy lejos y distante, allende las montañas. Y sin
embargo lo asume con integridad pudorosa.
Sobrecoge y asombra su adhesión al hombre en holocausto. Y por ello
pierde la vida. Como ocurrió en el trance de la Guerra Civil española.
¿Qué hizo que este hombre asumiera con ardor total esa contienda? No
era su patria, estaba lejos y, aparentemente, no le incumbía. Dejándonos
además un testamento moral y supremo, como es: “España, aparta de mí
este cáliz”.
La respuesta es llana: era su honestidad, su honradez intelectual, su
naturaleza de hombre íntegro, cabal y completo.
Era la conciencia heroica de su destino personal. Y su compromiso con la
historia humana.
Es la misma consideración que se todos se formulan al conocer su
brillante trayectoria de estudiante y de escritor, interrogándose:
¿Qué hizo que este hombre dotado de talento excepcional se hiciera un
mendigo?
Reside
la grandeza de un hombre y lo hace un redentor cuando:
Nos ayuda a vivir, nos enseña a morir, nos da y nos prueba razones para
luchar por los demás.. Cuando nos acompaña como un paradigma en la
vida y nos ayuda en el trance de la muerte.
Cuando es un maestro y un ejemplo cabal. Cuando deslumbra como un
paradigma, por su talante moral y su humildad.
Vallejo es infinito, por él afloran elementos que nadie jamás pudo
haberlos extraído porque cavaba muy hondo y muy dentro de sí. Muy
hacia abajo, arriba, allá y muy lejos. A lo profundo, poniendo en cada
paso su vida en riesgo.
Escribió en “Un hombre pasa con un pan al hombro”:
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