1. El azucarero que
reluce
A Emilio, el chiquitín, le encanta comer azúcar rubia que usamos en casa
para endulzar la leche en el desayuno y para tomar el te de la tarde.
Le deleita tanto que su mamá anda escondiendo el azucarero de porcelana
azul en donde se lo deposita y se lo guarda.
Pero hoy Emilio está en la cocina.
Y mientras su mamá le habla de distintos asuntos, este niño travieso
escucha distraído la conversación, atento más bien adónde ella esconde
la golosina, que a él tanto le gusta.
– Entonces volvía a posarse en la rama el ruiseñor...
Le va narrando su madre.
Pero Emilio no escucha nada, pendiente como está del azucarero que
reluce sobre la mesa y en estos momentos está al alcance de su mano.
2. Nadie responde
De pronto, y mientras ella adereza la comida, Emilio, sin salir de la
fascinación, coge el pocillo.
Y en silencio, y lentamente, se introduce en el cajón a medio abrir de
la alacena, casi debajo de la mesa.
Y despacio va cerrando la puerta hasta quedar dentro del mueble para que
nadie le reproche de verle devorar el azúcar.
– En eso el ruiseñor ve acercarse una mariposa y le pregunta...
Sigue en su relato la mamá, como si él estuviera atento y le escuchara.
Pero al sentir que nadie le pregunta nada, ni Emilio da signos de vida,
voltea y ve que su hijo no está.
Entonces llama:
– ¿Emilio? –Nada.
Nadie responde.
3. Va y lo busca
Echa agua a la olla antes de salir a buscarlo.
– ¡Emilio! –Llama otra vez.
Silencio absoluto.
– Emilio, ¿dónde estás?
Nada. Otra vez nadie responde.
Se seca apurada las manos en el delantal pensando que debe estar
subiendo las escaleras, y es peligroso, que se puede caer.
– ¡Emilio! –Grita más fuerte.
Nadie responde nada.
– ¿Se habrá ido al otro patio? –Se pregunta, hablando consigo misma.
Va y lo busca, llamándolo ya impaciente.
4. ¡No está!
– ¡Emilio! ¡Hijo! ¿Dónde estás?
Nada.
– ¿Estará en la sala?
– ¡Emilio!, –grita ya con zozobra y desesperación.
– Nada. Nadie responde nada.
Se exaspera y corre a la puerta de la calle. Mira por todos lados:
– ¡Emilio! –Chilla, ya llorando.
Entonces entra apurada. Y llama hacia arriba:
– Danilo, ¿Emilio está contigo?
– No. Aquí no está.
– ¡Entonces corre! ¡Amorito, corre! ¡Emilio se ha escapado!
5. ¡No está!
Baja el papá corriendo y resbala por la escalera al sentir la voz
dolorida de su esposa.
Bram, brum, bram. Rueda.
– ¡Qué ocurre!
– No, no está nuestro niño. ¡Corre a verlo afuera! –Dice, temblándole
todo el cuerpo.
– ¿No está aquí?
– ¡No está! ¡Seguro que se ha ido a la calle! ¡Corre, no se vaya a
perder!, –dice con un alarido de angustia.
El padre sale corriendo, llamando con todas sus fuerzas.
– ¡Emilio! ¡Emilio! ¡Hijo mío!
Voltea una esquina y ve cómo salen los vecinos asomándose alarmados a
sus puertas y ventanas.
6. ¡Ayúdenme a encontrarlo!
Ellos también empiezan a preguntar, a inquietarse y a buscar.
– Nosotros acabamos de entrar, pero no lo hemos visto pasar. –Dicen.
– ¿A qué hora ha salido?, –preguntan.
– ¡Ahorita! ¡Hace un instante!, –responden.
– ¿No estará en la casa? ¡En alguna parte de adentro debe estar!
– ¡No, no está! ¡Ya lo buscamos por todos lados!
– Pero no lo hemos visto salir, –vuelven a comentar.
Y nada. Emilio no aparece.
Entonces el papá telefonea a Radio Patrulla y viene la policía.
– Señores, mi hijo ha salido a la calle. ¡Se ha perdido! ¡Ayúdenme, por
favor a encontrarlo! –Suplica.
7. Hablaron desde sus aparatos
– Vamos a buscar inmediatamente por la zona, señor. –Dice el capitán–.
¿Pero díganos, cómo es su hijito?
– Es gordito. De ojos redondos. Despeinado. Y está con una camisa roja,
ya gastada, señor. ¡Por favor, encuéntrenlo!
– Pierda cuidado, señor, lo encontraremos pronto. Hasta ahora nunca
hemos fallado. –Repite el capitán. Y llama por la radio:
– Patrulleros, unidades motorizadas de toda la zona. ¡Atención!
¡Urgente! Un niño: Gordito. De ojos redondos. Despeinado. Y con una
camisa roja ya gastada... ha salido de su casa. Hay que encontrarlo
pronto. ¡Apresúrense! Esperamos respuesta. Cambio.
– ¡Atención! ¡Atención! Mensaje recibido. Lo encontraremos de inmediato,
capitán. Hablaron desde sus aparatos.
8. Se ha perdido un niño
– Pronto le tendremos con nosotros, señor. –Dicen sonrientes los
policías.
Encienden sus autos, otros sus motocicletas y parten veloces, haciendo
sonar sus sirenas y dejando que fulguren sus luces intermitentes:
amarillas, rojas, verdes y azules.
Al cabo de un rato los policías regresan con rostros desencajados. Nada.
Es como si se lo hubiera tragado la tierra.
– Hemos recorrido y peinado toda la zona, señor. Y no está. Es rarísimo.
Hay que avisar a la radio y a la televisión.
Marcan el teléfono y se interrumpe la programación de la televisión. La
locutora anuncia:
– ¡Aviso!, ¡Aviso de servicio público! Se ha perdido un niño de tres
añitos: Gordito. De ojos redondos. Despeinado. Y con una camisa roja ya
gastada. ¡Si alguien lo ubica den aviso a los teléfonos 420-3343 o al
420-3860! O bien llamen a esta emisora. ¡Como comprenderán, sus padres
están desesperados!
9. las sombras, al principio tenues
Pero nada. Hasta los vecinos entran y salen a sus ventanas registrando
cada palmo de suelo. Nadie encuentra a Emilio.
Avisan entonces al helicóptero que día y noche da vueltas encima de la
ciudad.
El piloto baja hasta rozar las copas de los árboles y los techos de las
casas, observando a través de unos potentes larga vistas.
Van mirando metro a metro, por las calles y plazas buscando al niñito:
Gordito. De ojos redondos. Despeinado. Y con una camisa roja ya gastada.
Nada. Es increíble. Ya las sombras, al principio tenues de la noche, se
hacen más densas en el horizonte.
Y llega la oscuridad.
Y entonces avisan a los barcos para que son sus potentes luces y sus
catalejos de aumento enfoquen el malecón y avisen si ven a un niño:
Gordito. De ojos redondos. Despeinado. Y con una camisa roja ya
gastada...
10. ¿Dónde está?
¡Nada!
La mamá llora desconsolada y la tía Rocío le da ánimo diciéndole:
– No te desesperes, Elvira. Ya aparecerá. El ejército ha salido a las
calles.
Los soldados lo buscan por todos los rincones.
Todos los canales de televisión y las emisoras radiales están pidiendo
que toda la población lo busque hasta encontrarlo.
Se ha paralizado el tráfico en las calles y avenidas.
– Ya aparecerá. Es lógico.
– ¡Dónde está mi hijo! ¡Quiero ver a mi hijo! ¡Dios mío!, devuélvemelo.
–Suplica.
– ¡Cálmate, por favor!
– ¡Hijo de mi alma! ¡Hijo de mi vida! ¡Hijo de mis entrañas! –Repite
llorando la madre.
– Te prepararé un mate de panisara, para los nervios. –Dice la tía
Rocío.
Y entonces se pone a buscar el frasco de azúcar.
11. ¡Mi hijo!
– ¿Pero dónde guardas el azúcar? –Pregunta ya impaciente, rebuscando los
cajones.
Y al abrir la puerta inferior de la alacena y mirar hacia adentro
descubre a Emilio, acurrucado y durmiendo.
– ¡Elvira! –Grita–. ¡Mira! ¡Aquí está tu hijo!
Emilio se ha quedado dormido dentro del mueble, envuelto como un ovillo.
Está abrazado al azucarero que ha dejado completamente vacío,
embadurnada la cara hasta las orejas de azúcar.
Y, eso sí, con un rostro feliz de haber comido a sus anchas y a su
antojo, hasta dejar vacío el recipiente.
– ¡Mi hijo! –Se abalanza la madre–. ¡Hijito!
– ¡Mira a tu hijo! –Le dice la tía Rocío al papá–. ¡Qué bien duerme!
12. ¡Felizmente apareció!
Lo tiene alzado la madre en sus brazos, llenándole de besos y caricias,
que por nada del mundo despiertan a Emilio.
Han ido y lo han acostado, durmiendo a pierna suelta en su cama,
abrazado aún al frasco de azúcar.
Han avisado a la policía, que ha avisado al helicóptero que da vueltas
sobre la ciudad, que ha avisado a los barcos que han apagado sus
reflectores, que han avisado al ejército que rastrea en las calles, que
ha avisado a los coches, camiones y autobuses paralizados en las
avenidas, que han avisado a los satélites, que han avisado a la radio,
que han avisado a la televisión, de donde han lanzaron la noticia al
mundo entero:
– ¡Flash! ¡Flash! ¡Flash! El niño: Gordito. De ojos redondos.
Despeinado. Y con una camisa roja ya gastada, que había desaparecido,
¡felizmente apareció! Estaba dormido en la alacena de la cocina de su
casa, después de comerse un pocillo lleno de azúcar. En estos momentos
duerme, sin peligro alguno.
Tan feliz que por nada del mundo quiere despertar.
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