1.
El sol de junio alumbraba espléndido y luminoso
– De su boca ha salido.
– Pero repítanme qué ha dicho
– Yo lo he oído que ha dicho: “La vaca Tránsito”
– ¿Eso ha dicho de mí?
– Eso mismo. ¡Yo también lo he oído!
– ¡Júrenme, por Dios y la Virgen que eso ha dicho el Subprefecto!
– ¡Lo juramos!
– Y yo juro, por Dios, por mi madre, por mis hijos y por Santiago de
Chuco, que mataré al Subprefecto.
– ¡Tampoco es para tanto mujer!
– ¡No, por Dios, cálmate Tránsito!
Al contrario, la señora Tránsito Bracamonte, vecina de Santiago de
Chuco, rolliza y temperamental, una mujer de un metro ochenta de estatura,
testaruda, pero buena madre de sus hijos y buena amiga de sus amigos,
aunque terrible e incendiaria de carácter, “de armas tomar” como la
gente decía, no soportó esta burla.
Consideró ofensiva dicha alusión, así como no soportó maridos, ya que
uno a uno los fue botando, aunque alguna gente todavía solía llamarla
como doña Tránsito Bracamonte de Rodríguez.
Salió a media calle y, en el sol de junio, espléndido y luminoso, con
los cabellos hirsutos por la cólera, dijo estas palabras imborrables:
–Juro que mataré al subprefecto el día domingo a las diez de la mañana.
2.
Miró con sus ojos enrojecidos
por la cólera
Las señoras que habían ido con el chisme estaban atónitas y se
santiguaron. Sabían que ella lo que decía lo cumplía.
– ¡Y ahora qué hacemos!, –dijeron.
Es más, quedándose allí paradas y mirándose entre ellas mismas –sin
saber a quién acusar por la ligereza de haber ido con el improperio dicho
por el Subprefecto, respecto a esta mujer de cólera descomunal– vieron
cómo se abría de un solo golpe el balcón y salía doña Tránsito con
una carabina y gritaba, dirigiéndose a los muchos vecinos que habían
salido a sus puertas:
– ¡Juro por Dios, por mi familia y por Santiago de Chuco que con esta
carabina mataré al Subprefecto el día domingo a las 10 de la mañana!
Miró con sus ojos enrojecidos por la cólera, cerró su balcón y dejó a
su anonadado auditorio más sumido en el desconcierto y la confusión que
nunca.
3.
No había nada qué hacer, la gente se pinta por sí sola
La noticia corrió como un reguero de pólvora y llegó inmediatamente a oídos
del Subprefecto que no hacía mucho tiempo había llegado de Trujillo.
Era un hombre alto, colorado y gordo, quien se rió a carcajadas,
celebrando que el apodo la hubiera herido tanto a la mujer que ya veía
como un obstáculo en su gestión, que había que neutralizar. Y esta era
una fórmula –según él– en sus medidas de política pueblerina.
–Así que la ha disgustado que yo diga “La Vaca Tránsito" ¿no?,
pero qué le vamos a hacer. Dios nos dio de más y nos quitó de menos.
Sentenció de ese modo, riendo otra vez a mandíbula batiente, sin que la
concurrencia supiera qué quiso decir con las frases que dijo.
Los dos días siguientes de la semana, esto es: martes y miércoles,
–porque el malhadado suceso había ocurrido el lunes– toda la gente
comentaba entre risas lo bien que estaba puesto el apodo de “Vaca Tránsito”
a doña Tránsito Bracamonte; de la precisa ocurrencia del Subprefecto
que, no hay duda, era un criollazo, hombre de mundo y de gracejo a flor de
labio. No había nada qué hacer, la gente se pinta por sí sola.
4.
Lo cual hacía más nítida y temible su amenaza
Pero nadie se atrevía todavía a dejar pasar al fuero de su conciencia
–pese a que todos lo tenían presente– el juramento solemne que había
hecho, por Dios, por sus hijos y sus ancestros y por el pueblo de Santiago
de Chuco, doña Tránsito y consistía nada menos que en matar al
Subprefecto que la había ofendido. Pero, a partir del día jueves cobró
peso más bien la amenaza y el pueblo empezó a ponerse tenso y nervioso.
Al Subprefecto también se le fue perdiendo el buen humor; se le veía
ahora más bien silencioso y empezaron a presentarse los achaques de que
padecía por su corpulencia. Sentía punzadas aquí, ahogos allá,
opresiones en el pecho, dificultades para respirar, todo ello motivado
también por la abultada gordura que lo aquejaba.
El día viernes pidió consejo a sus amigos y colaboradores inmediatos,
quienes se deshicieron en análisis de la situación, puntos de vista,
debates y advertencias, tomando ya en serio la terrible amenaza de la señora
Tránsito, cuidándose muy bien de no decir “Vaca Tránsito”, y la
sonrisita con que acompañaban la alusión en los días anteriores.
En lo que a doña Tránsito respecta, había clausurado sus puertas, no
hablaba con nadie, se la veía cejijunta. Cuando atravesaba por los
corredores del segundo piso de su casa, que a retazos se divisaba desde la
calle, se le notaba hierática, lo cual hacía más nítida y temible su
amenaza.
5. ¿Cuándo vamos a encarar los verdaderos
problemas...?
Las conversaciones, e incluso hasta los juegos entre los niños era: “Lo
mata” y “No lo mata”. Había quienes hasta deshojaban pétalo a pétalo
las margaritas de los jardines para saber cuál era el pronóstico que tenía
mayor incidencia respecto a este cada día más explosivo suceso.
– ¡Irá a la cárcel!–, decía uno.
– Y a ella qué le importa eso con tal de lavar su orgullo y su honra
que han sido mancillados?
– ¡Oye! ¿Pero qué tanto es “Vaca Tránsito”? ¡Si hay apodos
peores!
– Sí, pero ella ya dio su palabra.
– Y aquí nadie deja de cumplir su palabra. Así nos han enseñado, como
también a no coger ni una aguja ajena, a no robar ni un pan...
– Pero ¡vamos con los chismosos que inmediatamente fueron con el
cuento! Y, ¡miren el conflicto que se ha desatado.
– Todo parte de un apodo.
– Y así como es malo el chisme igual son los apodos.
– Porque son minucias, ¿cuándo vamos a desarrollar?
– ¿Cuándo vamos a encarar los verdaderos problemas, como la luz, el
agua potable, las vías de comunicación, la salud y la seguridad.
6.
Se instaló su cama y demás utensilios en su oficina
De allí que, en sesión solemne, el Concejo Municipal llegó al acuerdo
de sugerir al Subprefecto, Sr. Augusto Gildemeister que, para guardar la
tranquilidad del pueblo, se ausentara del lugar por unos cuantos días.
La recomendación del Concejo se discutió entre los allegados del
amenazado y se concluyó que la huida del Subprefecto deterioraría
completamente su imagen haciéndola objeto de burlas ante la población,
al punto que haría ingobernable la provincia.
– Mejor que renuncie, sugirió uno.
– ¿Va a renunciar sólo por poner un apodo?
– ¡Miren el conflicto que se ha causado!
Pero se optó más bien, por pedir telegráficamente refuerzos policiales
a Trujillo y la dotación de una guardia especial que cuidara al
Subprefecto, día y noche.
El día sábado por la tarde la máxima autoridad política dejó su casa,
para mayor seguridad, y se instaló su cama y demás utensilios en su
oficina de la Plaza de Armas.
La Guardia Civil, más un cuerpo especial de la Subprefectura, rodearon
los contornos.
7.
Ocuparnos más de hechos y de obras
– Dicen que doña Tránsito ya arregló sus cosas para ir a la cárcel.
Porque está decidida en matar al Subprefecto.
– Y todo por los chismes.
– Eso es lo que atrasa a nuestro pueblo, los chismes.
– Pero este no fue chisme. Esto fue verdad.
– Chisme es cuando inventan cosas o las aumentan. Y cuando tergiversan
los hechos.
– ¡Entonces el chisme es peor incluso!
– Claro, es peor.
– ¡Pero éste no deja de ser chisme!
Es el comentario de niños y muchachos en la esquina:
– Bueno, pero es sencillo arreglar todo esto: ella sale con su carabina,
los guardias la atrapan, va un día al calabozo y pasa toda esta alharaca
que hace tanto daño al pueblo.
– Pero, ¡eso no es cumplir su palabra!
– Eso sería hacer una pantomima.
– Preferible que hacer eso es que se vaya.
– Tendrá que irse.
– Además, ella no solo ha empeñado palabra, sino que ¡ha jurado!
– ¡Sí pues, ha jurado desde el balcón de su casa!
Unos cavilan y otros pierden la cordura en el asunto planteado:
– No hay duda, es un problema difícil ¡Y con el genio que ella tiene!
– ¡Dicen que ya encargó todo a su familia y a sus conocidos!
– ¡Pero ese “dicen...” es chisme! ¿Cuándo nos acostumbraremos a
ocuparnos más de hechos y de obras?
– Bueno, apenas falta un día y sabremos el desenlace de esta historia.
8.
Minutos antes los policías rastrillaron sus armas
A partir de las cinco de la tarde del día sábado nadie pasaba por el
centro del pueblo.
El día domingo se suspendieron todas las misas y enmudecieron todas las
campanas.
Minuto a minuto se contaba el tiempo con el nerviosismo de ver a qué hora
salía la señora Tránsito Bracamonte o “Vaca Tránsito”, como todavía
se atrevían a llamarla aquellos que no le temen a nada, aunque de todos
modos lo decían susurrando entre dientes y con la voz en sordina.
Cinco minutos antes los policías rastrillaron sus armas y el Subprefecto
Gildemeister, más nervioso que nunca empezó a toser, a ahogarse y
agitaba sus manazas dentro del saco con su vientre abultado.
A las diez en punto se abrió de un golpe y de par en par la puerta de la
casa de la señora Tránsito Bracamonte.
9.
Disparos y sangre sellaban ese apelativo
Y apareció ella con la carabina echando humo entre sus manos y diciendo
con voz solemne:
– ¡Pasen a ver! ¡He matado al Subprefecto a las 10 en punto de la mañana!
En el centro de su patio un inmenso chancho sangraba de dos certeros
balazos que ella misma acababa de asestarle en la cabeza.
– Ése es el Subprefecto. “El Chancho Gildemeister”–, dijo.
Y para siempre se perpetró ese apodo, con la misma fuerza de los disparos
y de la sangre que sellaba ese apelativo, hasta el día de hoy que se
recuerda en mi pueblo.
Doña Tránsito dejó que todo el que quisiera pasara a contemplar la
parodia del chancho victimado y lo hacían callados y reverentes, como si
desfilaran ante un ritual.
Eso sí, a partir de entonces, fue inevitable referirse a los apodos de
“Chancho Gildemeister” para nombrar al Subprefecto, como también el
de “Vaca Tránsito” para designar –entre dientes pero con disimulada
sonrisa– a doña Tránsito Bracamonte de Rodríguez.
Sellaron así, con dimes y diretes, chismes, cóleras y ocultas lágrimas
su paso por la historia, rumbo a la banal posteridad.
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