1.
La tierra es un planeta
–
¡La tierra es...! ¡La tierra es...!
–Jacinto, vestido con su mejor pantalón de bayeta, que deja ver sus
tobillos límpidos y sus canillas rojizas, con sus ojotas bien lavadas
de madrugada en las aguas heladas y cristalinas de la quebrada, y con su
camisa zurcida pero blanca de inocencia, ruega a San Isidro Labrador, a
San Judas Tadeo y a Santa Bárbara Doncella que lo salven del apuro en
que se encuentra en el examen final que le están tomando en el aula
donde reverbera la luz azafrán, naranja y gualda, de aquella mañana diáfana
de diciembre.
Moviendo sus ojos ingenuos que se pasean entre las vigas del techo, el
atuendo del Jurado Examinador, que lo mira expectante, y se evade
por la puerta por donde le gustaría escapar, hacia allá por donde
se divisa un sol de oro que estalla en todas las espigas de las
sementeras.
Pero, un haz repentino de memoria le asalta y recuerda feliz y
triunfante la siguiente palabra de la definición:
– La tierra es... un planeta, ¡la tierra es un planeta! –repite
victorioso, ¡pero qué difícil le ha resultado retener la palabra planeta!
– La tierra es un ¡planeta...!
Pero
después, ¿cuáles son las palabras que siguen?
– La tierra es un planeta... La tierra es un planeta...
Repite, retorciéndose los dedos hasta casi querer arrancárselos de las
manos, sin poder recordar las palabras siguientes de la definición
que el maestro le había insistido tanto que la aprendiera, porque eso
le iba a preguntar en el examen, y que era: "La
tierra es un planeta que gira alrededor del sol".
2.
Con el perdón de sus señorías
Su
padre, don Joaquín, un chacarero viejo que no puede soportar la vergüenza
de que su hijo no sepa responder una pregunta para él simple; y, sobre
todo, habiendo venido y estando presente su primo como presidente del
Jurado Examinador, el destacado profesor don Tomás Palomino Gastañuadí,
al cual aprecia sobremanera, avanza entre la concurrencia y acercándose
a su hijo le grita fuera de sí:
– ¿No sabes inútil y zopenco lo que es la tierra? ¡Es el sitio que
sirve para sembrar trigo, cebada, habas, ollucos!; –profiere, temblándole
las manos de indignación.
Y dirigiéndose al jurado expresa con reverencia estos términos:
– Con el perdón de sus señorías, pido permiso para llevarme a este
badulaque a surcarle con el látigo, pero eso sí: lejos de este templo
sagrado.
Templo sagrado decía refiriéndose a la escuela y con el vocablo señorías
se refería a los tres maestros venidos desde Santiago de Chuco; a
quienes les había tomado mediodía a lomo de mula, saliendo en el
oscuro amanecer, para llegar y participar en el examen final de la
Escuela Fiscal de Capiluy, anexo de la provincia.
3.
De pie con la mirada torva
–
Espere don Joaquín –habló así el maestro.– Cada alumno tiene
derecho a una segunda pregunta si no responde la primera.
Cuchicheó
a un lado con el jurado examinador, a cuyos miembros la comunidad envía
acémilas y los recibe como a autoridades importantes, sancochando las
mejores papas para agasajarlos y matando los mejores cuyes que fritos o
guisarlos lo sirven como estofado, aliñado con ajos y perejiles,
extendiendo el mantel en la cocina aldeana en donde a través del humo
de leña pugna por entrar el sol.
Tanto el maestro como el presidente del jurado, don Tomás Palomino,
convencieron a los otros miembros de la mesa para aprobar a Jacinto que
ya sobrepasaba en estatura a su padre.
Don
Tomás siente también cariño por este muchachote ingenuo a quien
reconoce como su sobrino. Se convino entonces en hacerle una pregunta
para ser respondida con una sola palabra. Una interrogante que según el
maestro todos sus alumnos saben de memoria. Y la respuesta es una sola
palabra lacónica y directa.
De ese modo librarían a Jacinto de la cólera del viejo que ya no
aguanta más en su asiento y a cada momento se pone de pie con la mirada
torva, dispuesto a castigar la humillación que está sufriendo ante
parientes y no parientes, vecinos y no vecinos del caserío,
que como a un ritual solemne han concurrido a participar en el
examen final de la Escuela Fiscal.
4. La primera persona del pronombre
personal
–
El Jurado Examinador acuerda hacer la siguiente pregunta al alumno
Jacinto Gastañuadí –, expresó con voz nítida y engolada uno
de los maestros.
– Responda –dijo el otro– ¿cuál es la primera persona del
pronombre personal?
El maestro aldeano estaba feliz de salvar con esa pregunta fácil
a Jacinto, alumno al cual estima, pese a que es nulo para los
conocimientos formales pero ¡eso sí! un gran colaborador.
Además, insuperable
para capturar pajaritos sin hacerles daño, sorprender a zorrinos
dormidos, saber guiar el agua hasta la raíz de la planta, interpretar
el talante de las nubes, predecir la suerte de las siembras y hasta de
las crías de los animales.
Jacinto
toca la campana de la escuela sacándole diversas tonadas dado que es
alto, tanto que pasa en estatura al propio maestro y, como se ve en
ese momento, incluso es más alto que su propio padre.
– ¿Cuál es, hijo, la primera persona del pronombre personal?
Quien
pregunta esta vez es su propio maestro con voz cariñosa y compasiva, ya
angustiado por la demora en escuchar la respuesta a una lección que la
han repasado de memoria esta madrugada al borde de la acequia:
–
¡Yo! –Responden los niños mirando el humo que sale de las
casas.
–
¡Tú! –Responden mirando los capullos de las flores.
–
¡Él! –Responden mirando y escuchando el zureo de las torcazas.
5.
El chaleco de mi tío Tomás
Jacinto,
buscando otra vez la respuesta por los cultivos de alverjas, tomates y
coliflores que se extienden por las colinas que se divisan desde la
ventana, tiene ya pintado el gesto de dolor que le ha de producir el
zurriago torcido que tiene su padre para arrear a los burros.
El tío Tomás, viejo y trejo director de una escuela de la capital,
renunciando a su ética profesional quiere ayudar descaradamente al
sobrino. Entonces. Moviendo los labios pero sin pronunciar palabra le
dice: "Yo". "Yo". "Yo".
Pero Jacinto en estos momentos supremos tiene los oídos y la mente
tapados.
Entonces el tío le hace una seña de complicidad señalándose varias
veces el pecho con el dedo pulgar.
Ahí el muchacho recobró el ánimo y vio un resquicio que lo salvara
del cepo que le prometía su padre de modo perentorio:
– La primera persona del pronombre personal es... ¡el chaleco de mi tío
Tomás! –dijo con voz rotunda.
6.
Se quedó a vivir en la tierra
que
lo vio nacer aunque no supo definir
El
tío Tomás soltó un ¡ay! tan fuerte y lastimero que asustó a una
bandada de jilgueros que salieron revoloteando de las matas de rojos y
blancos geranios que hay en los corredores y jardines humedecidos de la
escuela.
El maestro se lleva las manos a las sienes en expresión de asombro y lacerante
pena.
Don Joaquín, el padre de Jacinto, por la expresión del jurado entiende
que la respuesta está equivocada.
Y no espera más. Cogiendo a su hijo del cuello, y después halándolo
de los cabellos, lo saca pausadamente como si ambos acataran un destino
aciago.
Cruzan el umbral de la puerta de la escuela y desaparecen juntos por el
camino florecido de retamas.
Jacinto Gastañuadi no llegó a ser geólogo que ahondara en el
conocimiento de la tierra, ni astrónomo que estudiara los planetas y
cuerpos celestes, ni mucho menos lingüista que propusiera nuevos
enfoques acerca del pronombre personal.
Pero sí tenía otros saberes con los cuales se quedó a residir, con
amor sencillo y entrañable, en la tierra que lo vio nacer, lo
cobijara aunque no supo definir en el examen final de la Escuela Fiscal
adonde ya no regresó nunca más.
Y
le ha quedado una frase que resuena titilante y misteriosa en sus oídos:
– La tierra... es un planeta...
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