1. Se anhela
volver
– Desdichados son los amaneceres en tierra extranjera del inmigrante, y llenos de amargura. Recuerda su casa materna, su leche, su pan y su miel. Su lluvia y su sol.
Ni bien amanece despierta.
¡Cómo quisiera revertir el tiempo y escuchar las voces de su madre en la cocina haciendo alguna fritura!
En cambio ahora una niebla y un vacío oscurecen la ventana. Y con ello sus párpados y sus sueños.
Permanece tendido boca arriba en el lecho, sin moverse, y sin querer despertar: su pueblo natal sí habita en su ensueño y quimera que desaparece en la luz cotidiana. Sin ganas para levantarse se adormila.
Además, afuera llueve tenuemente y hay tristeza. ¿A dónde salir? ¿Con quién hablar? ¿Para qué deambular más en esta casa vacía? Allá están las voces alegres de su infancia.
Extraña su tierra nativa, añora a su gente, anhela volver a su lengua.
2. Soy un extranjero
Alucina algún día volver a su tierra de origen. Su mente y su alma están subyugadas en el lar materno.
– ¿Por qué estoy tan lejos de dónde he nacido? ¿Qué estigma e insensatez es esta? –Se pregunta.
Desearía que esta tarde alguien lo escuchara, tener un oído abierto adónde confesarse. Tener a su lado a un confidente.
Pero no hay nadie. Todos andan ocupados, cumpliendo horarios, o entretenidos en los juegos y diversiones más descabelladas.
La casa está vacía. Todos han salido. Llegarán de noche y cansados, solo con el tiempo justo para preparar la lonchera del día siguiente, arreglar algunas cuentas, pagar con las tarjetas unas compras, y continuar laborando.
– Soy un extranjero y mi patria es lejana. Extraño mi tierra y de cómo yo en ella vivía. Dice, con la mirada ausente y perdida.
3. ¿Qué queda?
Aquí, el último fin de semana almorcé con una familia que había venido de Piura con cuatro de sus miembros a fin de pasar la entrevista en el consulado norteamericano.
Dos casi niños, y dos ancianos. Antes emigraban jóvenes y después adultos. Ahora todos indistintamente se van. ¿Qué es esto? Comían sin hablar, casi de manera automática. ¿Qué les pasa?, me pregunté.
Ahora no solo se van los hermanos, sino los sobrinos, los primos, los yernos y nueras. Todos. La culpa la tienen los políticos que cada vez empeoran las cosas.
Cien dólares cuesta el pago únicamente para pasar la prueba para obtener la visa. ¿Cuánto dinero les ingresa por este concepto? Y son colas interminables.
¿Y en nuestras aldeas, qué queda? Pueblos vacíos. Los jóvenes vienen a las capitales jóvenes con inmenso candor y a los pocos meses están convertidos en delincuentes.
4. Dolor en el alma
Sin un mínimo de preparación arriban a las ciudades monstruos de siete cabezas, también en el fondo vacías.
Pero no saben a lo que se arrojan. No saben a lo que se exponen.
Porque desdichados son los atardeceres del inmigrante y llenos de amargura.
Solo en el lugar natal las voces son las verdaderas voces. Las casas son las verdaderas casas. La vida es la verdadera vida.
Donde todos los huecos de las mesas y las puertas se ajustan al pálpito y al temblor de las manos que allí nacieron.
Yo terminé mi educación secundaria y tenía mucho dolor en el alma. Quise dejar mi pueblo y no regresar nunca.
Este desgajarnos como ramas del árbol que somos.
5. Es regresar
¡Cuanta añoranza tengo en el alma! Añoranza de mi casa donde la luz se ajusta a mis ojos.
Miro los montes aquí y son hermosos. Y las flores son de mil colores.
Pero extraño mis árboles silvestres. Son mucho más rústicos, pero al final algo mío.
Sueño, que todo va a mejorar en nuestro país. Sueño que todo va a funcionar bien.
Sueño que los políticos desaparezcan. O se vuelvan seres que no hagan tanto daño. Ojalá surja una nueva clase de líderes que sean honestos y probos.
Entonces lo que vamos a hacer nosotros es regresar. Arreglar la casa, rellenar los huequitos de la pared, poner focos, sembrar flores.
6. Todo está previsto
Sentado en una mecedora o en una banca en el porche de su casa en el país extranjero el inmigrante recuerda, medita, rememora.
Y, de repente, solloza en la sombra.
Y reflexiona:
– ¡No lo voy a negar! Aquí todo es ordenado y marcha bien. Funciona perfecto, montado sobre una maquinaria de eficiencia. Si me pasara algo en este país todos los servicios de atención están garantizados. Y todo sincroniza sobre una máquina de precisión y excelencia.
Si en estos momentos me sobreviniera un infarto todo está previsto para que las comunicaciones sean operativas y eficaces.
Seguro es que se me lleve en un helicóptero, el mismo que sobrevuela prácticamente en el aire todo el tiempo y se me ha de aplicar los primeros auxilios.
7. Lo sé
Llegaremos en un santiamén donde está previsto todo para salvarme.
Y si un helicóptero atiende una emergencia otro sube de inmediato y está ronroneando en el aire. Así es aquí.
¿Pero de qué vale, digo yo, salvar a un corazón entristecido como el mío?
¿Para qué tanto éxito a fin de eternizar la pena más desgarradora?
Me salvarán, ¿pero sabe la máquina lo que mi corazón siente? ¡No!
Si le preguntaran a aquel corazón que salvan con tanto esmero si quiere o no quiere vivir yo le respondería que no.
Pero no le preguntan nada, ni les cabe en la cabeza. En ese punto la eficiencia no funciona.
Para aquel ámbito no hay máquina que funcione. Allí estamos nosotros, pueblo atávico y salvaje, donde todavía todo es origen y felizmente noche primordial.
Lo sé desde que empecé a vivir aquí. Lo que no se salva aquí es mi alma.
8. Y, me duele
En cambio en mi pueblo no hay nada. Sopla y aúlla allí el viento helado. Sin embargo ¡no sé por qué lo extraño tanto!
Incluso pareciera que todo el sentido del mundo estuviera concentrado aquí. Y en mi pueblo de origen no hubiera nada.
Pero no puedo olvidarlo. No puedo desprenderme de él, ahora sea de día o sea de noche. En mi vigilia y en mis sueños.
Después de los diez primeros años de estar aquí regresé. Y tal como lo dejé estaba idéntico mi pueblo, incluso un poco más triste y más viejo.
Más vacío y más mísero, que cuando yo lo dejé. Entonces, caminando absorto y silencioso por sus calles, le hablé así:
¿Qué me atrae de ti? Pareciera que incluso no es moral que yo te tenga este cariño. Porque es como el gusto por el atraso y por lo que está mal, aunque me corrijo: esto me subleva y, me duele. Es lo que más me lastima.
9. Un aire de la infancia
Son desdichadas las horas vacías del inmigrante. Los medios días.
Todo inmigrante recuerda al primer amor, así sea insignificante, aunque no hay primer amor insignificante. ¿Por qué será? En verdad, no lo sé.
Porque cabe incluso preguntarse: ¿cuál es el primer amor? Habría mucho qué dilucidar, pero como un símbolo en mi caso aparece inolvidable la niña de mi infancia.
Uno en verdad se siente ligado a sus raíces y a algunas imágenes. Y el primer amor es una de ellas, enlazada al lar nativo.
El inmigrante escucha el bordoneo de una guitarra y se detiene extasiado. Y luego desfallece.
Y basta que en sus arpegios haya un aire de la infancia entonces se arrebata, fuma, se entristece. O repentinamente se manifiesta eufórico, para luego deprimirse.
10. Por si acaso
– ¡Ah, los recuerdos que llegan, invaden y horadan el alma!
Por eso volvemos. Y desde que lo hacemos luchamos aquí a brazo partido. Somos otros. Somos seres que han regresado.
Yo, ¿por qué tuve que salir de mi tierra? Si hubiera hablado a esa niña y me hubiera aceptado, me hubiera quedado para siempre.
Tal y como ocurrió con mi padre, con mis abuelos y mis tatarabuelos, que jamás salieron ni siquiera a mirar cómo era Trujillo, Lambayeque o Chimbote.
No todos los hombres de la tierra han sido inmigrantes, por si acaso. Ser inmigrante es estar condenado a la nostalgia de la patria de origen.
Atroces son las noches del inmigrante. Vela el extranjero sumido en otros pueblos, puentes o torres enhiestas en un país desaparecido.
11. ¿Qué he visto?
Aquí vas a encontrar en todo instante y en todo espacio a personas cabizbajas, preguntándose por el qué soy yo, quién soy, qué hago, adónde he venido, qué sentido tiene mi vida.
Están pensando en el retorno, cuándo y adónde regresar. Es atroz el desarraigo, y es fundamental la pertenencia, en dónde y cómo me ubico.
¿A qué pertenezco? ¿Por qué trabajo? ¿Por qué laboro tanto? ¿Cuál es el sentido de la vida? Y allí tiene mucha ingerencia tu espacio y tu tiempo. Tu ancestro, la construcción de tu origen.
¿De donde vienes? ¿Cuál es tu lenguaje? ¿En qué crees? ¿Qué he visto yo en Norteamérica? Edificios, autopistas y grandes supermercados.
Y ¿en Europa? Museos, jardines con estatuas, bibliotecas de centenares de miles de libros. Y eso: ¿de qué me justifica?
Desgarradora es la medianoche del inmigrante. No puede dormir y lo aqueja el insomnio con sus garras de pájaros.
12. Y me quedé ahí
Yo no pensaba en regresar. Me había acostumbrado a la idea de morir en suelo ajeno. Y sentía que no iba a tener reposo jamás.
Pero un día regresar se me hizo urgente, compulsivo e indetenible.
– No habrá regreso. –Se me dijo en todos los tonos: mi familia, mi presupuesto, el no tener ya a nadie aquí.
– Ya no hay regreso. –Me siguieron repitiendo.
– ¡Sí hay regreso! –Contesté, animado por un coraje extraño.
– ¡Sí hay regreso! –Me dije a mi mismo.
Empecé a reconocer que había tejido redes y barrotes invisibles alrededor mío, como si yo mismo me alzara una prisión y me encerraba en una cárcel.
Pero esta vez ingresé a mi mundo interior. Y me quedé ahí.
Oí decir que había enloquecido.
13. Pero, llora
Ahí empecé a cortar en mi mente las amarras. Y decidí quitarme la vida.
– ¿Qué haría de peor? ¿Si haberme ido de mi tierra ya lo había hecho?
Y me corté las venas. Me ataron de manos y de pies.
Yo seguí enfermando.
Lo peor que podía ocurrir es que no muriera. Y eso estaba aconteciendo.
Me llevaron al psicólogo y desde que me vio creo que supo lo que a mí me pasaba.
– Vete a tu país, inmediatamente. –Me dijo–. Y en tu pueblo embriágate. Y llora. Llora fuerte, mucho, todo lo que puedas. Busca tus raíces. Confínate, por ahora. Pero, llora. No dejes de llorar. Suelta todo el sentimiento que tienes dentro y que ha cargado como un nubarrón que necesita hacerse lluvia y caer a tierra.
14. Y aquí estoy
– ¿Y podré quedarme para siempre allí, doctor?
Mi pregunta le asombró. Y, me di cuenta, que me salió como un ruego. Me miró como si fuera a decir por primera vez una verdad, de vida y muerte.
– ¡Quédate para siempre! Y bebe en mi nombre, porque tú vas a poder hacer lo que yo ya no puedo. Te estoy recomendando algo que yo debiera haber hecho hace tiempo, pero no he tenido el coraje de hacerlo.
Fue como si me hubieran liberado, como si ese doctor cortara de un solo tajo todas mis cadenas.
Después de esa receta se aceptó que yo vuelva. Y me vine.
Y aquí estoy. He regresado. Y para qué, estoy bien. Ahora me siento sano. Soy un hombre nuevo.
15. Recuperar lo que somos
– Intuitivo el médico, ¿no?
– Claro. Era un hombre viejo. Júntate con tu gente, me dijo. Y llora. Canta. Busca una banda de músicos y bebe hasta el alba.
Una corriente de espíritu, una devoción, un cariño al bailar en la plaza de mi pueblo recorre al inmigrante.
– Aquí bailo a más no poder, cuando allá ya era un inválido, –dice con sus ojos lagrimeantes.
– E igual, he visto bailar a otros que han venido, –me grita desde lejos. Y después, acercándose me sugiere confidente:
– Pero hace falta una doctrina, unas ideas nuevas, unas imágenes, un sentido por donde enrumbar nuestras luchas. Porque sino: otra vez vuelve la inercia.
Él ha regresado. De eso se trata, de volver, pero a recobrar valores, sin dejar lo conquistado, sin renunciar a lo ya ganado.
Pero tender el puente y recuperar lo que somos, y el tiempo perdido.
Ver:
Es
inmigrante,
vive en una casilla y salió abanderada .. (co autora Paula Soler) |