1. En la luz de tus ojos
tiembla el agua
Nada es tan afín a Dios como el agua, de allí que todos los
bautismos y abluciones de consagración en las religiones se hagan
con agua.
Antes se creía que era propia de nuestro planeta, ahora se sabe que
de agua es la cola de los cometas que surcan por el cielo
estupefacto, con su bola de fuego adelante y con su cola de agua
incandescente detrás.
Hay agua en la luna en forma de hielo. Y es vapor de agua la aureola
de muchos cuerpos celestes que rotan en la bóveda sideral. El agua
es constante en el cosmos. Y también en el microcosmos, y en la vida
cotidiana.
Te miro, amor mío, y en la luz de tus ojos tiembla el agua. Y tus
labios donde abrevo mi sed para siempre, son de agua; por eso
también está en los afectos.
Pero en Santiago de Chuco que es mi pueblo y Tierra de Vallejo, el
agua ha sido enajenada, capturada, convertida en propiedad privada
por una empresa minera que ha cercado con alambres de púas el área
que abarca 92 lagunas.
Este hecho parece delirante que ocurra en estos tiempos. Y el que
los refiera, como yo lo hago ahora, corre el riesgo de parecer un
loco. No me dolería que eso creyeran de mí, con tal de que la
realidad no fuera cierta.
En el camino de regreso de la escuela en mi pueblo cuando estudiaba
la Educación Primaria, nos detenemos en las esquinas.
Y lo hacíamos porque allí se abre un pozo por donde fluye el agua
corriente del alcantarillado, que teje con una red embrujada porque
sube y baja por mil recovecos, por donde corre el agua clara, helada
y borbotante que viene desde las alturas y entrelaza su malla
desplazándose subterránea por aceras, calles y veredas.
El rito es agacharnos y en el vaso de nuestras propias manos
ahuecadas y anhelantes, sorber el agua sonora y caritativa,
paladeando su néctar y ambrosía.
Agua recién nacida, flamante y primigenia, incluso en la luz que
forma parte de su esencia y de su entraña.
Virginal en todo para cada una de nuestras bocas; secreta y
confidente en su ofrecerse y brindarse, única e intransferible para
cada garganta sedienta. De cada hoyo ya conocemos cada una de sus
piedras y lajas del borde y de su fondo alucinado con sus partes
planas y hendiduras.
Para beber, tenemos que arrodillarnos. Y en el fondo del agujero ver
las piedras y la arenisca. Y al levantar la mirada cegarnos con el
reverberar del sol en las paredes blancas de las casas.
Ya nada de eso será verdad, porque ahora para cualquier niño el agua
vendrá contaminada.
3. Nace allí suelta,
sencilla
De niño fue también mi mundo ver entrar el agua en el patio de
nuestras casas, como una visitante cotidiana.
Venía al principio turbia, pero luego se hacía diáfana, trayendo la
brisa fresca de todas las colinas y la fragancia de limones y
naranjas de todas las hondonadas por donde había pasado.
Agua fresca, rica y la mejor del mundo. Se llena en el pozo y desde
allí circula por todo el contorno del patio, deslizándose
translúcida con alguna musaraña sonámbula en su regazo.
Pero ahora, una empresa minera festinando trámites se ha adueñado de
las 92 lagunas de la cabecera de cuenca, conocidas por nosotros con
el nombre hialino de Callacuyán, y las ha acordonado con un cerco de
alambres de púas al cual nadie puede acercarse porque hay un cuerpo
de vigilantes armados, con teléfonos y camionetas en lo que antes
era propiedad inalienable de mi pueblo. ¿Qué hacen dentro? ¿Para qué
quieren las lagunas una empresa minera?
El agua que nace allí suelta, sencilla e impoluta, ha sido sometida
a las leyes de compra y venta del mercado y a la codicia de
empresarios y políticos corruptos.
Pero mi pueblo, el colectivo y el común, no sabe nada de este dolo,
y acerca de cómo ha sido el proceso para su enajenación, solo
registran el hecho que los campesinos junto con el alcalde quisieron
plantar árboles, ni siquiera adentro sino alrededor del cerco, y los
corrieron.
La otra imagen que guardo del agua desde cuando yo era niño es la
del contingente de hombres cargando sus picos y lampas que pasaban
de madrugada a limpiar la acequia del pueblo. Es la acequia que trae
el agua desde los terrenos de jalca que siempre fueron propiedad del
pueblo y que ahora aparecen como propiedad privada de una empresa
minera extranjera.
Pasaban por delante de mi puerta, jubilosos, pletóricos y
entusiastas, haciendo sonar sus tambores, sus flautas y sus sones de
fiesta. Actividad denominada, no sé por qué, La República.
Subían a limpiar el curso del agua de la acequia legendaria que
lleva el nombre de Vicente Jiménez y que a veces se desborda, se
llena de palos y hay que dejarla libre del musgo y de las piedras
que han caído en su corriente.
Se hace en el mes de diciembre antes de las lluvias de los meses de
enero, febrero y marzo.
Allí van, felices y contentos acompañados de banda de músicos, de
mujeres y niños que llevan la comida que van a cocinar en las
alturas, así como otros atuendos.
5. Entre niños
de mi barrio
Este trabajo comunal es herencia de nuestra cultura ancestral, la
misma que rendía culto al agua y la reverenciaba.
Pueblo sabio el nuestro, cultura prodigiosa porque sabía respetar y
venerar a la naturaleza en donde lo fundamental es el agua, porque
hay castigo cuando se la merma, daña y maltrata.
Ningún señorito, ningún togado, iba en el contingente encendido de
colores, todos campesinos felices y pletóricos que subían desde las
tierras bajas que nosotros llamamos temple.
La acequia Vicente Jiménez que se limpia, es una proeza de
construcción, es una obra en donde se ha roturado peñas. Y avanza
abrupta y hacendosa, a veces por riscos y despeñaderos.
Tal es el portento de su cauce que hay una leyenda acerca de los
vericuetos por donde circula, que nos contábamos entre niños de mi
barrio y que ahora la escribo de este modo:
Se había trabajado tanto y apenas logrado hacer unas ranuras
que parecían solo rasguños a las rocas unas enterradas y otras
salientes por donde debía proseguir la ruta de la acequia y
hacer que pasara necesariamente el agua rumbo a nuestro pueblo.
No se podía hacerle un tajo, ni un orificio siquiera, para
luego forzarla a reventar con dinamita. Nada.
Cuadrillas de otros trabajadores daban vueltas buscando
algún atajo y otras opciones por donde llevar el curso de agua.
Nada.
Volvían a golpear y las barretas como los cinceles saltaban
rotos, magullados y haciendo saltar solo chispas y candela del
granito.
Todos se sentían agobiados. Entonces se apareció el diablo.
Se asustaron de ver la cara horrenda del shapingo, quien les
ofreció sus servicios, cordial, amable y comedido:
– Estoy al servicio de vuestras personas, hombres abatidos
por el trabajo ¿Qué quieren que haga? –Dijo zalamero.
– ¿Qué se les ofrece? –Pregúntenme con toda confianza. Aquí
estamos para ayudarnos. Hablen, digan sin ningún compromiso.
Se miraron. Y uno se atrevió a decirle:
– Abre la acequia por en medio de estas rocas.
– Hagamos una apuesta de caballeros, –les contestó
inmediatamente el Satán.
– Que si termino la obra, –que ya vieron que es difícil y
complicada– antes del amanecer tienen que darme sus almas.
– ¡Ah! Entonces ustedes ganan. Y tendrán este tramo de su
acequia completamente gratis.
– ¿Qué les parece? ¿De acuerdo?
Otra vez se miraron los hombres y asintieron:
Estaban tan cansados los peones que aceptaron.
Pero más lo hicieron pensando que era imposible incluido
para el propio diablo que pudiera avanzar ni un metro abriendo
la trocha por esa roca.
El demonio con pico y pala se puso a trabajar y la roca se
le abría como mantequilla.
Pero era mucho el tramo, tanto que da la vuelta a ese cerro.
Sudaba a chorros el pobre diablo y aún más en este frío
tremendo, que es gélido. Pero aún así avanzaba con presteza.
Ya por eso de las cuatro de la mañana estaba casi por
terminar la obra.
Todos los peones se habían quedado dormidos por el
agotamiento.
Solo el hijo de un trabajador se había quedado despierto,
atento y escondido, vigilando la tarea del diablo.
Al ver el peligro que corrían todos los comuneros, incluido
su padre fue corriendo a su choza. Sacó un espejo y lo puso
delante del gallo.
– Kiquirikí. Kiquirikí. Kiquirikí.
Allí fue que el diablo dando un brinco desapareció
arrojándose por el barranco, pensando que ya había amanecido.
Felizmente toda la acequia en ese tramo de roca granítica ya
estaba hecha.
Y corría el agua cristalina discurriendo por esa peñolería.
Así salvaron el alma de los campesinos, el niño, el gallo y
el espejo.
Ahora, esta acequia, cuando llega a mi pueblo lo hace desde
lo alto, precipitándose el agua rumorosa y cristalina por el
cerro de Quillahirca.
Y se contiene en los estanques del pueblo que se llaman: La
Poza, en plena falda del cerro.
Agua niña, agua virgen, agua bendita.
10. Bajo el compás
de tinyas y pincullos
Esa agua ahora ha sido arrestada, hecha presa y rodeada de un
perímetro de alambres de púas en donde se han puesto letreros que
dicen: propiedad privada de la empresa minera.
Las lagunas de los picachos nevados de Callacuyán que son tiernas,
inocentes y candorosas, han sido infamemente circundadas,
encadenadas, corrompidas, y vendidas para las minas.
El agua, cuya presencia reverenciaban nuestros antepasados, cuyas
acequias se limpiaban bajo el compás de tinyas y pincullos en el
trabajo comunal.
Por ella salíamos a bailar como ella baila en las cascadas. Esa
doncella, esa niña, esa madre ha sido objeto de negocio y
compraventa.
Y alguien ha recibido dinero a cambio de ella. ¿Para enriquecer a
quién? ¿Para ir a qué bolsillos?
11. Luchar por el agua
es luchar por la vida
Sin embargo, el agua en su estado natural es la representación de
Dios. Quizá del Dios mujer.
Porque Dios es mujer en el agua. Mayor razón para defenderla. Es
Dios mujer, o en forma de agua o hecha agua.
Por eso debemos aún más amarla y respetarla. Porque es la Pacha Mama
amorosa. Por eso, habremos de desagraviarla.
Restituyendo nuestra primigenia cultura del agua. Y en una actitud
coherente seamos seres morales, generosos y agradecidos.
Por todo ello, defendamos el agua de nuestras lagunas, ríos y
nevados.
Y hagamos del agua y para siempre un motivo más de nuestras luchas,
gestas y esperanzas.
Porque luchar por el agua es luchar por la vida.
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