Emilio
siempre quiso tener un animalito en casa.
– ¡Un perrito! –Pero no. Su mamá le explicó que no, que los
perritos traen muchas enfermedades. Que necesitan estudiar y nada de
distracciones.
– ¡Un gatito! –
Tampoco. Su pelusa podría causarles resfríos a la hermanita pequeña.
– ¡Un Conejo! –Suplicó.
– ¡Ni pensarlo! Los conejos hacen huecos en las paredes y en el piso.
Y si lo hacen ¡verás que esta casa se derrumba!
– ¡Entonces un sapito, mamá! –Gimió, sintiendo que el mundo se le
venía abajo.
– ¿Cómo se te ocurre que vamos a criar un sapito aquí? ¡Ellos
necesitan una laguna y una charca para bañarse y nadar!
– ¡Una hormiga, siquiera! –Se le ocurrió pedir.
– ¡Hijo! Las hormigas son sucias y una trae a otras compañeras; al
final esta casa tendría una invasión de hormigas.
2.
Como el oro bajo la luz del sol
Emilio
andaba cabizbajo, malhumorado, sin poner mucha atención a todo aquello
que hacía.
Hasta que un día preguntó a su papá:
– ¿Cómo nacen los pollitos, papá?
– De los huevos de las aves, cuando se los abriga. –Contestó
despreocupado el padre.
Con esta respuesta anduvo meditando hora tras hora, hasta que se le
ocurrió una idea.
Escondió un huevo recién llegado a la cocina.
¡A que no sabes dónde lo puso!
¡Bajo el sobrero que siempre llevaba puesto! Y que desde ese día no se
quitó por nada del mundo, ni siquiera para dormir.
Y cada vez que podía abrigaba su cabezota bajo el calor del sol. Hasta
que un día...
Sintió unos piconcitos y se le agrandaron las pupilas.
Corrió a buscar a su hermana Lucía y entre ahogos le contó el
secreto.
– Jura que no mientes, –le dijo ella.
– ¡Juro, hermanita!
– A ver, ¡quiero verlo!
Y levantando levemente su sombrero ahí estaba un pollito, amarillo como
el oro bajo la luz del sol de aquella mañana de primavera...
–
Ahora, ¿dónde lo escondo hermanita?
– No puedes esconderlo en ningún sitio.
– ¡Pero tengo que criarlo, darle agua, granitos de maíz y de trigo!
– ¡No puedes!
– ¿Si lo escondo en una caja?
– Lo descubrirán
– ¿En la azotea?
– Se escucharán sus piídos.
– ¿En un rincón del patio?
– Darán con él. Y te dirán de inmediato que tienes que dejarlo en
la casa de la abuela. O que salgas y lo regales al primero que pasa por
la calle. O que lo dejes en el parque. O que lo lleves al mercado.
– Y allí ¿que harían de él?
– Lo venderán. Lo harán engordarán y después...
– Entonces, ¿qué hago?
– Es tu secreto.
– ¿Qué es un secreto?
– Es lo que nace de ti, para ti, que solo a ti te pertenece.
Emilio
desesperado de que pudieran levantar su sombrero, descubrir su pollito y
que le ordenaran dejarlo en cualquier sitio se sentó en la oscuridad de
su habitación y el llanto le invadió por completo.
En eso sintió unos piconcitos al borde de su cabeza y que el pollito le
decía:
– No llores, Emilio.
– ¡Hablas pollito?
– ¡Solo para ti, Emilio!
– ¿Qué haré contigo entonces?
– ¡Llévame al patio bajo la sombra del manzano!
– ¡Te descubrirán y tendré que regalarte!
– Haz lo que voy a decirte: Mañana al amanecer llévame a la sombra
del manzano. Allí yo me esconderé.
– ¿Cómo?
– ¡Así como he nacido! Y cada vez que sientas la necesidad de hablar
con alguien allí me encontrarás
– Así lo haré.
– Pero esta noche piensa un nombre para mí. Y nadie, solo tú,
conocerá ese nombre.
–
Pero tú, ¿volarás?
– Sí, volaré.
– Te ocultarás en la hierba?
– Sí, y también dentro de ti
– ¿Volveré a verte?
– Sí. Siempre. Cada vez que pronuncies mi nombre yo estaré a tu lado
y podrás contarme todo lo que anheles decirme.
Al otro día Emilio se levantó muy temprano con el sombrero bien
ajustado a su frente.
Todos dormían.
Avanzó hasta el manzano que emitía a esa hora su más intensa
fragancia.
Levantó el sombrero y el pollito saltó hacia sus manos.
Y pió.
Allí estaba núbil, intenso, primoroso. Era el sol.
Emilio
lo acunó entre sus manos.
Acarició sus alas diminutas y le fue diciendo su nombre.
Muchas veces repitió su nombre.
Hundió la cabeza en su plumaje, lo puso entre sus ojos y sintió que
iba volviéndose pálpito, pulso, compás.
Cuando iba a entristecerse sintió hacia el fondo unos piídos, desde
otra dimensión que le decían.
– Aquí estoy. ¡Estoy bien!
Emilio ya es anciano. Y largas horas se sienta en la banca bajo el
manzano.
Y escucha que su pollito pía señalándole un camino nuevo.
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