1. Se
extraña
¿Cómo se curó mi hermano Mauro Guillermo del susto, la angustia y la depresión?
Él me llama desde Estados Unidos y hablamos el domingo por la noche de muchos temas y asuntos de la familia.
– Ojalá se arreglen mis papeles y pueda regresar siquiera de aquí a dos años, –sueña.
Él quisiera venirse. Si por él fuera mañana mismo, porque no todo es ganar dinero.
La vida también está hecha de otras esencias, contenidos y presencias del alma.
Se extraña a la gente, el habla, las calles. Se extraña la comida, hasta el bullicio del tráfico de Lima, tan lleno de voces y de vida.
Y aquí, sin embargo, todo lo vemos con ojos malévolos y torcidos.
Después lo extrañas, por una razón muy simple: es tu tierra.
2. Aquí es producción efectiva
Es una calamidad de los pueblos el que tengan que salir a insertarse en otras culturas dejando su origen y arrastrándolo como trastos viejos por los caminos.
Y mira pues, tengo un amigo que ahora aquí está sufriendo desmayos. Y ya felizmente un neurólogo argentino lo está curando mediante pastillas.
Siente ansiedad y pánico. Se despierta en las noches aterrorizado. Y ya no puede dormir.
Y le asalta el temor a la muerte. Siente que personas que han muerto lo jalan de los pies y lo arrebatan de esta vida.
Del buen trabajo que tenía lo han cambiado. De aquí a dos meses lo evalúan.
A los gringos aquí si no les sirves te botan, sin misericordias ni lamentaciones.
Aquí es producción efectiva o nada.
3. Cuando dobló el anda del Apóstol
¿Qué cómo se le presentó ese mal?
Creo que es algo que se acumula, que se va sumando una pajita tras de otra pajita y un día ese castillo de pajitas se derrumba o viene una chispa y lo incendia.
Como dice el refrán: “Es una pajita la que quiebra el espinazo de la mula”. Es siempre algo mínimo pero sobre algo que se ha ido acrecentando y a lo cual la pajita únicamente se agrega produciéndose el desastre.
Este amigo hace poco regresó de Santiago de Chuco. Y dice que ahí se le presentó esta enfermedad. ¡Qué raro! En Santiago, adonde precisamente llegamos para curarnos el alma. Pero esta vez lloró tres veces en un solo día:
Primero fue cuando dobló el anda del Apóstol para ingresar en su iglesia. Dice que le dio tanta pena que fue como si alguien le estrujara el alma. Felizmente estaba solo y se puso a llorar desconsolado.
La segunda vez que lloró fue cuando Teresa Vejarano recibió la Mayordomía y evocó la figura del Shongo Alcántara, quien recién había muerto. Y la tercera no quiso contarme.
4. La falta de trabajo
Pero yo le digo a él que he padecido lo mismo, igualito. Ni más ni menos.
Pero eso a mí me pasó en Lima, no aquí. De eso hace unos diez años, cuando no tenía trabajo y mi vida era insegura.
Es horrible, sientes vacío, sientes ansiedad, desgano. Solo se siente ganas de dormir. Es la depresión.
Y le asaltan a uno ideas en la mente que son terribles y desesperadas.
Y tú luchas, pero te sientes caer.
Y solo quieres dormir. Y cuando te despiertas todo es enojoso: líos, pleitos, peleas con los hijos.
Y sobre todo la falta de trabajo que te socava, deteriora y destruye.
Yo me sentía morir, estaba desesperado y fui a la posta médica.
5. Solo para que nos vean llorar
El doctor me dijo:
– Tiene que verlo el psicólogo, pero él atiende los lunes, miércoles y viernes, solo de once de la mañana a una de la tarde.
No importa, dije.
Pero solo había citas de aquí a un mes. Y había que venir a las cuatro de la mañana a hacer cola para ver si alcanzabas a obtener cita.
Mi mamá no estaba. Ya estaba aquí en los Estados Unidos.
¡Para lo que vale tanto una mamá!
¡Siquiera de paño de lágrimas!
Porque: ¿qué más pueden hacer las viejitas en una ciudad tan indiferente que ni siquiera ellas lo conocen?
Solo para que nos vean llorar, siendo que nosotros debiéramos darles seguridad, confianza y protección.
Me sentía morir y me acordé de mi tía Carmen.
6. Y yo tan ufano
Mi tía Carmen vivía en Cantogrande, al fondo, pero en Lima felizmente. Y aunque estaba lejos sí lo podía ir a ver.
Ya estaba muy viejita mi tía, pero me reconoció. Y qué agobiado estaría que mudo me tendí a sus pies. Y mi cabeza lo recosté en su falda. Y lloré.
Y ella me sobaba. Y me acariciaba. Seguro que lloré mucho, me abandoné en su regazo, completamente vencido, derrotado.
Y yo tan ufano a veces. ¡Cuando regresaba a la fiesta lo hacía siempre con aire de triunfador! Creo que lloré amargamente.
Porque ¿a qué hora habré llegado hasta su casa? No recuerdo, quizá a mediodía y ya eran las seis de la tarde cuando me sentí un poco aliviado.
Ella me consolaba y acariciaba, diciéndome nada más:
– ¡Ay hijito! ¡Ay hijito! –Eso nomás me decía.
7. Se ahogó
Cuando ella se durmió cansada también de tanta aflicción, angustia y pena mía, yo estuve todavía dos horas juntada mi espalda con su espalda de esa viejecita amorosa.
Ella entonces me dijo, como si hubiera estado atenta todo el tiempo y no dormida:
– Hijito, vas a hacer que el gallo te cante.
– ¡Ya tiíta! –Le contesté.
Yo tenía un gallo chiquito que quise que me cante. Pero era tan grande mi miedo que el gallo no pudo cantar.
Se ahogó. Cuando quiso cantar le salió un ronquido de agonía. Lo vi que trastrabillaba. Y se cayó temblando. Muerto. Como exterminado por un rayo.
8. Cayó fulminado
Entonces le pedí a Carmela que me traiga un gallo grande, fuerte, joven. Y lo trajo en una bolsa de mercado.
Era un gallo imponente, orgulloso. Con una gran estampa. Le corté la cresta como me había dicho mi tía. Y en una bolsita con un limón y ajo lo colgué a mi pecho.
El gallo me cantó a las cinco de la mañana. Me cantó fuerte y cristalino.
Instantes después todo se me despejó. Me sentí hombre nuevo, jovial, animoso.
Pero el gallo imponente, orgulloso y con una estampa de gladiador cayó temblando, fulminado. Quedó yerto como un cascajo. O un guiñapo. ¡Nuerto!
¿Cómo será nuestro miedo o nuestro dolor, digo yo, para que una naturaleza tan indómita caiga vencida de ese modo?
9. Esos gallos ni cantan
Por eso, yo le insisto a mi amigo que haga lo mismo. ¡Y que le cante el gallo!
Pero no quiere, se burla de esas cosas. Me dice que él no cree en esas patrañas.
Pero, yo le digo: ¿qué pierdes probando? ¡Prueba y si no te resulta, ahí queda!
Peor es que estés padeciendo de ese modo, arriesgando tu empleo y creando en tu casa una angustia sin límites, principalmente en tus hijos.
Pero no quiere. Además, ¿aquí dónde conseguir un gallo de esos? Hay, pero son de las avícolas. Esos gallos ni siquiera cantan.
Le han hecho más de cien tomografías, estudios de la irrigación de la sangre, de su cerebro. De la química de los elementos de su linfa raquídea y de las sustancias que irrigan hasta su corteza cerebral.
Porque dicen que la depresión es de química del cerebro.
10. Me curó llorar
Así, de ese modo curan aquí.
Así de ese modo le han curado también a la esposa de otro amigo, con puras pastillas.
Y con las pastillas que le han dado ahora está sana.
Aquella señora ya está trabajando y ha vuelto a ser el ama de la casa que era. Pero las pastillas las sigue tomando. Le han dicho que es de por vida, hasta que muera.
Pero yo puedo dar fe y testimonio de que mejor es el canto del gallo. A mí me hizo un hombre nuevo. Se me despejó todo.
Eso me curó a mí.
Y, sobre todo, me curó llorar en las faldas de mi tía Carmen.
Felizmente la encontré. Y estaba sola en Cantogrande. De lo contrario hasta hubiera tenido vergüenza de que me vean llorando.
11. El soplo vital
Porque esa mañana cuando me vio llegar Carmela aprovechó para salir y me dejó solo con mi tía.
Si no hubiera tenido vergüenza de recostarme en su regazo. Y de llorar como un niño, siendo un hombre viejo.
Y que ella durmiera espalda con espalda conmigo.
Porque yo me salvé, haciendo lo que esa viejita adorable me dijo que hiciera.
De lo contrario cuánto hubiera gastado en psiquiatra.
Y de repente mi vida hubiera sido irrecuperable. De repente ya me habrían enterrado.
Pero mi amigo ni me escucha cuando le hablo del canto del gallo.
Ojalá que él se cure de la ansiedad y el pánico de vivir en este mundo tan cruel y amargo.
Yo tuve suerte, me curé de un día para el otro. En realidad, al instante, con el soplo vital del canto del gallo.
12. De vuelta a mi tierra
Pero me curé también con el consuelo de esa viejita. Viejitos a quienes a veces ya ni les damos cabida en nuestras vidas.
Porque estamos en un orden en que si no producimos como fuerza laboral no valemos para nada. Donde el alma, el sentimiento y el espíritu no cuentan para nada.
Pero el caso es que no desaparecen sino que se ocultan y de un momento a otro afloran como un volcán o un turbión.
Y todo parte de que tengamos o no trabajo en nuestros países. Por eso debemos luchar porque haya buenos gobiernos. Y de que sepamos elegir
Y todo parte desde mucho más atrás, desde que nosotros dejamos nuestros pueblos de origen, cuando es allí donde debemos forjar el progreso, tal y como lo hicieron nuestros antepasados.
Por eso yo, si Dios quiere, regresaré para quedarme definitivamente allí, ojalá siquiera de aquí a dos años.
Mientras tanto a todo avión que veo pasar en dirección del sur, le digo:
– Avioncito, avioncito, no importa colgando de tus alas regrésame de vuelta a mi tierra.
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