1. Su corbata adorada
El día de hoy cambió totalmente su vida.
Pero antes que esto ocurriera, Javier era un niño muy gracioso. Le gustaba que su mamá le pusiese el mameluco blanco, la corbata con estampas multicolores y siempre le pedía a su papá un pañuelo floreado de los más rutilantes.
Sabía cantar y bailar. Y hacía a todos desternillarse de risa.
De tanto que pedía corbata, la mamá había recogido todas las que ya no usaban el papá ni los tíos. Y tenían que ser, aquellas que le colgaran del cuello, las que tuvieran colores vivaces y brillantes.
Y cuando se las enlazaba al cuello tenía que echarse el nudo por el lado angosto de la corbata, porque si lo hubiera atado por el lado normal le hubiera quedado tan ancha como un babero.
Pero cuando la mamá está apurada en otras cosas y él insiste para que le pongan su corbata, ella le amarra lo que encuentra a la mano, con tal que sea colorinche.
Entonces el pobre Javier anda a veces por la casa con una media de colores colgada al cuello.
Y ¡cuidado!, que nadie se la puede quitar porque para él es su corbata apreciada.
2. La cantaleta
¡Y sí que es un chiquillo muy gracioso!
Le gustan las cosas que lucen intensas, frescas y hermosas.
Un día se le ha ocurrido pedir que le compren unos zapatos de charol que se exhiben en el escaparate del bazar del pueblo.
Pero esos zapatos cuestan carísimo para el presupuesto de la familia. Más de lo que el padre gana en una semana completa de trabajo.
Desde esa fecha todos los días, ni bien se levantaba, pide:
– Papá, ¡cómprame mis zapatos de charol!
Y sigue con su letanía en el desayuno:
– Papá, ¡cómprame mis zapatos de charol!
Y en el almuerzo una sola es su cantaleta:
– Papá, ¡cómprame mis zapatos de charol!
Se acuesta en la noche con el mismo disco rayado:
– Papá, ¡cómprame mis zapatos de charol!
3. La luz del sol
Hasta que un día el papá, para sorpresa de toda la familia, le dice:
– Mañana te compro tus zapatos de charol.
Javier ha corrido a pasar la voz a primos, vecinos y amigos del barrio:
– ¡Mi papá, mañana, me va a comprar mis zapatos de charol!
Y así ha sido.
Hoy día verdaderamente se los compró.
Pero este mes se ha tenido que prescindir y privarse de muchas cosas. Y no ha alcanzado para cubrir los gastos que demanda adquirir leche, pan, carne, azúcar.
Cuando se los ha puesto, Javier se debe haber sentido en las nubes.
A todo el mundo les enseña sus zapatos, que reflejan como espejos los rostros de los niños que se acercan asombrados a admirarlos.
En ellos parece que nunca se oculta la luz del sol.
4. ¿Y, tu mamá? Murió
Esta mañana nublada en que anda luciéndose como un pavo real, la mamá le ordena que vaya a comprar un carrete de hilo a la tienda del señor Urquizo.
Cuando está de vuelta encuentra en la calle a un niño muy pobre que tiene la camisa llena de agujeros y el pantalón hecho flecos.
Por ahí se le ven unas rodillas escuálidas. Los pies descalzos le sangran. Y recostado a la pared tiembla en la acera.
Javier muy conmovido le pregunta:
– ¿Cómo te llamas?
El niño se encoge un poco asustado. Tiene el rostro reseco pero tirita afiebrado.
– ¿En dónde vives?
Tampoco responde nada.
– Y, ¿tu papá?
– No tengo papá–, atinó a escuchar Javier.
– Y, ¿tu mamá?
– Murió.
5. Una mata de cabellos
Javier se aproxima más a él. Ve que tiene los ojos casi llagados y las manos llenas de ampollas.
– ¿Has tomado desayuno?
– Yo no tomo desayuno, –responde.
– Y ¿no te da frío caminar así, con los pies descalzos y que te sangran?
El niño no contesta.
– ¿Y no te da hambre estar así sin desayuno?
Tampoco reacciona y, al contrario, hunde el rostro ensombrecido hacia su pecho.
– ¿Y no extrañas a tu papá y a tu mamá?, –pregunta.
Al niño se le enturbia la mirada y agacha aún más la cabeza.
Javier observa el cartílago casi transparente de sus orejas, su cuello lánguido y enjuto, la piel amoratada de sus mejillas.
Entre la ropa y la espalda doblada su débil piel morena pegada a los huesos. Y una mata de cabellos puntiagudos apareciéndole por la nuca.
6. He regalado mis zapatos
Javier se sienta en el suelo, se desata lentamente los pasadores y se saca los zapatos de charol, mientras el niño mira sin entender. Luego lo alza recostándolo mejor en la pared, y le pone en los pies sangrantes, uno a uno, los zapatos relucientes.
– ¡Te quedan bien! Son lindos, ¿no es cierto?
– ¿Qué?
– ¿No te aprietan?
– ¿Ah?
– Son tuyos. Te los regalo.
Javier pegó sus ojos a los ojos del niño haciendo piruetas. Danzó su mejor baile. Le hizo "el salto del gato" que tanto hace reír a su abuela.
¡Nada! El niño no ríe.
Se despide y Javier prosigue su camino con los pies desnudos, sorteando a saltos las piedras ásperas de la calle.
Y entra por la puerta de su casa.
– ¡Qué te ha pasado!, –gritó la mamá al verlo.
– He regalado mis zapatos a un niño pobre.
– ¿Qué? –dice la madre, asombrada.
Javier entonces camina hasta la habitación en donde está su padre.
– ¡Papá! He regalado mis zapatos a un niño pobre.
7. En este instante
– ¿Cómo?, –dice el padre levantándose de su asiento–. ¡Te han robado!
– ¡No! Había un niño pobre, un niño que no tiene papá ni mamá. Su ropa la tiene descosida, por donde se le ve su piel. Tampoco ha tomado desayuno. Y yo le he regalado mis zapatos de charol.
– ¿Qué cosa dices?, –increpa el papá, alarmado.
– ¡Te los ha robado!, –volvió a alzar la voz la mamá.
– ¡No! ¡Yo le he regalado mis zapatos!
– ¡Estás loco!, –dice fuera de sí el padre–, ¿Por qué hiciste eso? ¿Has perdido tus zapatos que tanto me han costado?
– ¡No los he perdido! ¡Los he obsequiado a un niño pobre!
– ¡Como sea! ¡Me los traes ahora mismo!, –sentencia colérico.
Y va hasta el sitio donde cuelga un látigo de cuero trenzado.
– ¡No, papá! He regalado mis zapatos a un niño triste.
– ¡Te los ha robado!
– ¡Yo mismo los he puesto en sus pies lleno de llagas!
8. Acunados en los brazos
– ¡Y quién eres tú para regalar los zapatos que tanto me han costado!
– ¡Es un niño enfermo!
– ¿Quién te autorizó a hacerlo? ¡Me los traes en este instante!
Y enrolla enfurecido el fuete en la mano.
– ¡Habla! ¿Dónde está ese niño?, –interviene la madre, impaciente.
– Lo encontré al venir de comprar de la tienda del señor Urquizo.
– Entonces corre. ¡Vamos a buscarlo!
– ¡Yo, no iré! –E intenta enfadarse.
Lo agarran a la fuerza y lo arrastran por la puerta.
Y no tienen que ir lejos, porque ahí está el niño, en el mismo sitio de la calle desolada, postrado y tiritando.
Se ha sacado los zapatos y los tiene acunados en los brazos.
– ¡Por qué tienes estos zapatos si no son tuyos! –Grita la mamá.
– Señora, –dice, haciendo el mayor esfuerzo por hablar–, tómelos, yo no los quiero.
9. ¡Nunca! ¿Oyes?
– Pero, te pregunto, ¡por qué los tienes! ¡Los has robado! –Le increpa violenta.
– No, señora. Su hijo, él mismo, los ha puesto en mis pies.
– ¡Y, mira cómo están! ¡Los has ensuciado!
– Me los puso su hijo. No he caminado con ellos. ¡Pero, no lo castigue por favor! Yo no quiero tener esos zapatos. –Y se pone también a gemir.
La mamá recoge bruscamente los zapatos. Jalan a Javier y ya de regreso le ordenan:
– ¡Póntelos, que te lastimas los pies!
– ¡No quiero ponérmelos!
– ¡Póntelos, te digo!
– ¡Jamás me los pondré! ¡Y no me toques!
– ¡Vas a ponértelos, he dicho! –Interviene el padre
– ¡No me los pondré nunca! ¿Oyes? –Y por primera vez el padre escucha que lo tutea. Y esto le asusta.
– ¡Y escúchenlo ambos! ¡De ahora en adelante nunca les pediré ni recibiré nada de ustedes!
– ¡Y, además, eres un insolente!
10. Los abraza y llora
– ¡Para mí, ni tú ni mi papá ya existen!
Y lo ha dicho en un tono de voz que ha asustado a su madre, y a su padre. Y que por primera vez no es la de un niño.
Y Javier no se los volvió a poner jamás, porque nunca más los consideró suyos.
Relucieron con un brillo triste en uno de los armarios de la casa.
Javier también dejó para siempre su mameluco blanco, sus corbatas con estampas multicolores y sus pañuelos de colores encendidos.
Y junto con otros objetos amados, los zapatos de charol, que él quiso tanto, se fueron quedando olvidados entre las cosas hermosas, unas pequeñas y otras grandes de su infancia.
Hasta hoy día, en que él es ya joven y deambula desorientado por las calles.
Pero, ha venido acezante; con la mirada que le brilla y respira agitado, conmovido hasta las lágrimas.
Ha entrado atropelladamente y los saca de su armario después de tantos años. Los abraza y llora:
– ¡Éstos son! –dice–. ¡Éstos son! –Y se ahoga en sollozos.
Los envuelve y va con ellos hasta la Plaza Mayor en la cual aún continúa la concentración, donde el Presidente ha dicho a la multitud desde el balcón del Municipio:
11. Cambió mi vida
– Yo estaba derrotado y enfermo. Pero un día cambió mi vida aquí. En una calle de este pueblo. Porque yo ya estaba casi muerto. Y fue un niño quien aquí me dio una lección que cambió totalmente mi vida. Yo estaba vencido y sin ninguna esperanza. Nunca conocí a mi padre y mi madre había muerto. Y fue un niño quien me regaló lo más precioso que tenía en esos momentos. Si hubiera tenido un diamante me lo daba.
O si su corazón lo hubiera podido extraer de su pecho me lo hubiera puesto en el lugar de mi corazón malherido. Pero, ¿qué es lo más precioso que tenía en esos momentos? ¡Sus zapatos nuevos y finos que los llevaba puestos! Recuerdo cada detalle de cómo se los sacó y me los puso en mis pies llagados, en una calle que no he olvidado nunca. Y que me acompañará siempre en la vida como una bandera o un estandarte.
Es el acontecimiento más trascendente que me ha ocurrido, porque cambió mi vida. Ese niño, por lo que hizo, fue duramente castigado, delante mío. Hubiera querido hacerme fuerte en ese momento para abrazarme a él y juntos recibir los azotes. Y, quizá, si he triunfado es porque me he abrazado a él en toda mi vida. Y lo sigo haciendo.
12. En quién creer
¡No sé quién fue!, pero él me enseñó un valor muy importante que debemos hacer prevalecer entre nosotros los hombres: la solidaridad, la hermandad y la ayuda mutua. Y mucho más cuando ella se hace a favor de un desconocido y más aún si nos cuesta dolor y sacrificio como a él le costó. Que Dios lo bendiga siempre. Y ruego de todo corazón que en la vida le haya ido bien y sea feliz.
Javier tiene el rostro bañado en lágrimas. Cuando oyó esto último se recostó contra la pared de la calle y se fue resbalando a la vereda como un mendigo se echó a gemir, y lo hubiera abrazado diciéndole: “No hermano”. Tal como aquél que ahora está en la tribuna gimió en la calle desolada. De eso hacía algunos años. Aquél ahora le anhela felicidad y se siente el ser más desdichado. Hubiera querido gritarle cuánto dolor lleva en el alma desde entonces por no tener a nadie en quién creer.
Javier volvió a acariciar los zapatos y con ellos en los brazos escribió una nota que decía:
"Creí que todo estaba perdido en mi vida.
Y ahora soy yo quien es salvado por usted.
He caído muy hondo. Pero le prometo:
desde ahora lucharé para rehacer mi vida".
13. Renacía otra vez a la vida
Pide, al pie de la tribuna, con las manos suplicantes que le tiemblan, que le alcancen esos zapatos al Presidente. ¡Que éstos eran aquellos zapatos que había referido en su discurso! Los guardaespaldas quisieron retirarlo a empellones al ver sus ojos vidriosos y enrojecidos, sus cabellos desgreñados y su cuerpo esquelético de enfermo terminal. Pero, cerca estaba un miembro importante de la comitiva que se aproximó a él y a quien dijo:
– ¿Tú eras ese niño?
– ¡Sí! ¡Yo soy, señor! ¡Y éstos son los zapatos a los cuales se ha referido el Presidente! Quisiera que lo haga llegar como la ofrenda prohibida que hasta hoy estuvo aguardando esta hora.
Y entregó los zapatos que en ese instante volvieron a relucir con su brillo antiguo.
Al pasar por una calle arrojó en una alcantarilla los últimos cigarrillos con droga que él mismo había envuelto y reservaba para fumarlos esa noche.
Y desapareció entre la multitud, que seguía aplaudiendo, lleno de un gozo que no había experimentado hacía muchos años. Y sintiendo que renacía otra vez hacia la vida. |