Cuento
El Espantapájaros...
(Al final de este
texto)
Enfoque:
Libros para niños y jóvenes
Danilo Sánchez
Lihón
“No hay fragata
como un libro
para llevarnos hacia tierras lejanas;
ni caballos como una página
de poesía que cabriola.
Esa travesía la puede tomar el más pobre
sin que le oprima la fatiga.
Cuán austera es la carroza, el libro,
que transporta hasta las estrellas
al alma humana”
Emily Dickinson
1.
Nutrirse con el pan
de nuestros propios hornos
Un viejo profesor, en la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, nos decía que “la mejor
manera de hacer patria era componiendo un vals, una marinera, un huayno,
un taquirari o una mulisa”. Y es aquello en lo cual más he creído
cuando he visto cómo culturalmente nos subordinamos hasta en nuestras
fiestas y alegrías a todo patrón social, cultural y artístico que nos
viene de los centros de poder mundial.
Sin embargo, y
parafraseando la afirmación de ese viejo maestro, ecuánime e
impecable, ahora diría que la mejor manera de identificarse con nuestro
pueblo, su historia y su destino, es haciendo libros para niños,
promocionando la lectura, animando la literatura infantil, activismo y
voluntariado a favor de hacer que de manera voluntaria el niño, joven
y ciudadano en general lean y adopten valores de manera
autónoma, que es lo que ocurre cuando se siembran libros y lectura que
él acoge, adopta y recrea.
Creo, sinceramente, que
es un imperativo moral de todo intelectual en nuestro medio –aparte de
aquel compromiso ineludible de asumir y expresar toda la verdad, ética
como estética– escribir buena parte de su obra destinándola a
los niños y jóvenes, tan carentes y desasidos de lecturas y textos
pertinentes para su edad, momento en el cual se tiene la mejor
disposición anímica y el tiempo para leer, y no están cerradas
sino abiertas y lacerantes las preguntas y las heridas que nos impulsan
a retarle a los dioses con nuestras querellas e interpelaciones, como es
la infancia y la juventud.
Por cumplir este
compromiso debería estársenos prohibido –quizá exageremos el
sentido de la expresión– morir, perecer o perder la vida; en razón
de este propósito debiera denegarsenos a los escritores toda
complacencia, descanso y jubilación. Y hasta debe regir que si no
cumple con ese imperativo categórico está prohibido que la muerte se
apiade de su cuerpo descalabrado y maltrecho.
2.
Algo que nos va a permitir
salvarnos a todos
Escribir para niños,
hacer un libro o editar una revista dirigida a ellos, aquí y ahora, es
la respuesta adecuada y correcta a nuestra responsabilidad de mayores de
edad, de padres de familia y de intelectuales cuyo primer deber es hacer
que existan libros propios para nuestros hijos, obras legítimas,
nacidas aquí, al calor de nuestras hogueras, desde nuestras propias dudas
y perplejidades y arrancadas desde el fondo de nuestras entrañas.
Y no estar consintiendo
el hecho inmoral que ellos tengan que nutrirse mayormente con el pan de
otras mesas y el yantar de otras casas, el mismo que resulta alimento
que no les nutre; o, peor aún, mendrugo, menudencia o plato sobrante
del banquete de otras fiestas, cuando en este aspecto es intransferible
que la celebración sea en nuestra propia casa y en base a nuestros quereres
más sentidos.
Proceder a escribir para
niños y jóvenes es un acto que considero dichoso artísticamente
y moral, que nos redimiría a todos. Lógicamente, no contribuye, por
ahora, a ganar prestigio a un intelectual canónigo, dado que no da esa
aureola de cosmopolitismo, de vanguardia perspicaz y clarividente, de
escribir con tanta furia y genialidad -artificialidad pura- que pocos,
ninguno y hasta los autores mismos no se entienden ni menos
son capaces asumir como pauta de vida, razón por la cual tienen que
usar poses y un lenguaje afectado y críptico.
Este compromiso incluso
puede significar trabajar en algo que se considera pueril, venido a
menos y hasta mediocre, porque así se tipifica al arte para niños,
género que bien puede condenar a un autor al menosprecio, porque se
valoran más las actitudes de intelectual maldito, anormal y hasta psicópata,
en suma inescrupuloso; comportamiento que curiosamente asegura
imagen y su consiguiente publicidad. Hay por eso el prurito de escribir
difícil y aparentar ser soberbio aunque en el fondo seamos unas moscas,
se alucina -y se actúa así- ser vandálicos e iconoclastas aunque en
el fondo tengamos la cobardía de una malagua; pero es la moda
que marca e impone la alienación.
Frente a todo ello un
acto de valor es ser sencillos, cabales y auténticos. ¿A qué tanta
farsa? Comportémonos más de acuerdo a nuestra realidad. Un buen
intelectual, para nuestro país, no es aquel que logre escribir obras
insólitas o extravagantes o que ostenten una calidad fuera de lo
común, sino aquel que mejor responde a su circunstancia, a su sociedad
y a su misión.
Y debemos también dejar
la arrogancia de creer que somos más sutiles, acrisolados y superiores
a los niños, entendiendo de una vez por todas, que trabajar por ellos
es trabajar no únicamente por algo diáfano y justo sino por aquello
que ha de permitir que nos salvemos todos.
3.
Tiempo valioso:
el tiempo de ser niños
Sylvia Puentes de
Oyendard, Presidenta Fundadora de la Asociación Uruguaya de Literatura
Infantil-Juvenil, quien dirige además la Cátedra de Literatura para Niños
y Jóvenes “Juana de Ibarbourou”, en coordinación con el Ministerio
de Educación y Cultura y la Biblioteca Nacional del Uruguay, ha señalado
que el Perú cuenta con uno de los mejores planteles de especialistas en
literatura infantil de América Latina; y precisa en su libro Girasol
de poesía:
“En pocos países,
como en el Perú, existen tantos grupos trabajando por la literatura
para niños y jóvenes. La multiplicidad ha enriquecido la variedad de
opiniones sobre las fuentes originales. Numerosos ensayistas han
abordado el tema desde la rica tradición incaica hasta nuestros días…”
De otro lado acaba de
fundarse, y ya viene funcionando en Lima, la Maestría Internacional
de Literatura Infantil-Juvenil y Animación a la Lectura,
organizada por la Universidad Católica Sedes Sapientiae en
convenio con universidades de varios países como Brasil y Chile. Sin
embargo, la pujanza de la literatura infantil en una sociedad no radica
en el debate ni en la crítica, tampoco en los estudios de las personas
versadas, ni en los planteamientos novedosos en la promoción de la
literatura infantil como tema, sino que ella reside en la presencia de
libros infantiles propios para los niños en sus hogares, en sus
escuelas y en su ámbito comunal.
En donde se centra, se
plasma y se concreta la literatura infantil no es en las consideraciones
acerca de su importancia y su rol, menos radica en las buenas
intenciones, ni en la óptica que como adultos nos esforcemos en
entender, sino que se anima y resuelve en actos de lectura concreta y
efectiva –y ojalá apasionada– basada en la presencia de libros
infantiles originales, en la lectura creativa de dichas obras que hagan
los niños ilusionados de nuestras comarcas.
La literatura infantil
no tiene por qué estar limitada al escritorio de los expertos, a
existir en las fichas minuciosas de libros raros que hacen diez o veinte
personas que nos hemos dedicado a hablar últimamente de este asunto que
a la mayoría deja perplejos; de autores a los cuales hay que buscarlos
en las guías telefónicas o en los directorios circunstanciales de los
eventos académicos.
La literatura infantil
no puede ser solo asunto de entendidos, hecho injusto de aceptar
sin que nos subleve y erice, desperdiciando así un tiempo valioso: el
tiempo del niño, período de exploración y conocimiento del mundo
y de sí mismos, etapa de formación que hay que orientar e impulsar
para que después haya lectores de poesía, novela, ensayo, teatro; e
infatigables contertulios de libros científicos, de obras de tesis,
de ensayo y de reflexión; lectores que hoy hacen falta para
acometer con fortaleza y eficacia el desarrollo de nuestros pueblos.
4.
Edición
de publicaciones infantiles
Reconozcamos en cada
libro para niño que se edita en nuestros países, en este acto
paciente, devoto y amoroso, felizmente no sensacional, un gesto que en
el fondo tiene un extraordinario valor. Y celebrémoslo como una
festividad, como un suceso afortunado y trascendental, e integrémoslo
al hecho cultural más significativo y al devenir histórico fundamental
de nuestras sociedades.
E insuflemos a la
literatura principalmente de identidad. Europa hizo una cuentística
para niños y jóvenes en base a su folclore y que ha sido reconocida y
aceptada después por todos los pueblos de la tierra como la literatura
universal. Porque así es. Es una paradoja, dado que nada puede ser más
local que el folclore. Pero a la vez es la expresión más
reveladora, genuina y significativa de una comunidad. Hagamos también
lo propio, eduquemos y formemos lectores en base a nuestra identidad y a
nuestro folclore para alcanzar universalidad.
Cuando la imprenta de
caracteres móviles apareció en occidente manipulada por Johannes
Gutenberg, hacia el año 1450, se dio inicio a la actividad editorial
que fue inmediatamente calificada como la “madre de todas las
ciencias”. Hecho que también es verdad. Las ediciones de libros
aseguran el registro y la memoria de todos los conocimientos, así como
su propagación y consecuente recreación.
Antes, para editar un
libro se necesitaba licencia de los Reyes. Eso queda evidente y
palmariamente demostrado al revisar una obra muy a la mano: las primeras
páginas de El Quijote de la Mancha donde su propio autor, don Miguel de
Cervantes, lo aclara y deja muy bien establecido. Ahora bien, en
muchas de estas gestiones se arriesgaba la vida porque de la lectura que
hacían los censores se podía pasar a la cárcel y después a la
hoguera denunciado como hereje, apóstata o subversivo. Ahora que
no se necesita tal anuencia, ni hay el temor de ir al cadalso por
escribir o editar un libro, entonces ¿por qué no hacer más
profusas las ediciones de libros para niños y jóvenes en nuestra
realidad?
Los libros echan más
luz a la luz del sol que ilumina el mundo, llenan la infancia de
asombro, maravilla y espectación; añaden al milagro de la vida el
esplendor de todo aquello que el alma y la mente humana y divina han
logrado develar. Nos colman de esperanza.
Hacen que a lo inmenso y
sorprendente de la vida le agreguemos el hecho inefable de tocar
con ellos el infinito y la eternidad.
EL
ESPANTAPÁJAROS
QUE HABITA EN EL PARAÍSO
DE LOS PÁJAROS
– Eres realmente
feo, tal y como yo quería que fueras para que ningún animal que
vuela se acerque y coma de mis sembríos.
– Pero, amo, yo
me siento triste con este aspecto. Mejórame un poco, papá.
– No, no, no. Quiero un espantapájaros horrendo, que ahuyente a las
aves y a la gente que ronda por estor lugares.
– Papá, no te
pido que me hagas hermoso, pero por lo menos hazme común y corriente.
– Ya estás hecho y si pudiera hacerte más feo no dudes que lo haría.
Y ya sabes, ni los cuervos más atrevidos, ni las alimañas más
insolentes del bosque pueden acercarse, ni coger de mis cultivos.
– Papacito, todo
es bello a mi alrededor, todo florece y es precioso. ¿Por qué yo he
de ser deforme y malo?
– Porque ése es tu destino. Para eso has sido hecho. Como el mío
es ser rico y poderoso.
– Entonces, ¿cuál
será mi suerte?
– Ahuyentar a las aves. Hacer que cunda el miedo con el movimiento
de tus brazos, que pájaros de toda clase se vayan a otro lado. Que se
larguen a comer de otras haciendas.
Y, así, se
despidió el amo, Y estaba en lo cierto.
Al ver al espantapájaros
las aves huyeron hacia otros parajes.
Sin embargo, el
espantapájaros batía sus brazos diciéndoles:
– No se vayan,
amigos, no se vayan, acérquense, no soy malo.
Al verlo
comportarse así, más huían las aves pensando que los amenazaba con
los gestos de sus inmensos brazos.
El espantapájaros
se sentía solo y triste.
Un día pasó el
amo en su caballo y se rió de buena gana:
– Verdaderamente
eres feo –le dijo mirándole de arriba para abajo.
– Pero, amo... yo estoy triste.
– No, no, no. Yo estoy contento y satisfecho de tu trabajo. Siendo tú
así, nadie se acerca ya a mis campos.
– Yo no me siento bien siendo de este modo.
– Así como eres estás bien de lo contrario... te mataría.
A esto el espantapájaros
no respondió nada, prefirió callar. Ni siquiera quiso que viera las
lágrimas que se empozaron en sus pupilas y calladamente se deslizaron
por sus andrajos.
Pero llegó un día
en que un cernícalo pasó por lo alto del cielo llevando entre sus
garras a un pichoncito.
Lo había atrapado
en las ramas de un árbol para devorarlo en lo alto de la peña en
donde vivía.
– ¡Hey, suelta
al pajarillo! –gritó el espantapájaros con su voz tronante,
agitando sus brazos.
El cernícalo se
asustó y soltó al pajarillo.
Este, cayó y cayó
como dando tumbos.
El espantapájaros
se estiró cuanto pudo y en sus dedos de viejo trapo amparó al
avecilla y rápidamente lo escondió dentro de su pecho.
El cernícalo,
furioso, empezó a atacarle, destrozándole la camisa en busca de su
presa. Esparció la paja y los trapos de los que el espantapájaros
estaba hecho. A picotazos le destrozó la barriga.
La furia del cernícalo
le producía dolores horribles. Aquel parecía un loco, pero cada vez
que este arremetía con más cólera, escondía más al pichoncito.
El cernícalo ya
cansado, se fue.
A partir de
entonces, el espantapájaros se dedicó a cuidar al pichoncito, y no
pasaron muchos días en que ya revoloteaba a su lado. Así fue
creciendo.
Pronto el pichón
ya saltaba por la hierba, feliz y lozano.
Y cada vez voló más
lejos, pero siempre volvía a guarecerse en el pecho del espantapájaros
que lo acogía con cariño.
Y cada vez que
volvía el pajarillo venían con él otras avecillas. Después de
retozar aquí y allá se iban. Cuando emprendían el regreso, el
espantapájaros les decía:
– Coged y llevar
cuanto les plazca. Aquí los frutos se pudren sin ser cogidos de los
árboles ni de las espigas. Aliméntense cuanto puedan y sean fuertes
y sanos. Llevad, llevad.
Las aves pronto
volvieron a poblar estos predios.
Un día, pasó el
patrón y vio con espanto lo que ocurría ante sus ojos: bandadas de
gorriones, jilgueros y torcazas sobrevolaban en sus sementeras.
Deteniendo
bruscamente su caballo ante el espantapájaros le increpó:
– Dime, ¿qué
espectáculo es éste? ¿Por qué han invadido mis campos otra vez las
aves?
– Es que yo...
– ¿Qué ocurre con tu trabajo? ¿Para qué yo te he puesto en este
sitio? ¿Acaso para que haraganees y te complazcas?
Dos fuetazos que
nublaron su visión por un rato cruzaron el rostro del espantapájaros.
– Mañana volveré
y cuidado que encuentre a uno solo de estos bichos y alimañas.
Entonces verás lo que te pasa.
El Espantapájaros
no contestó. No dijo nada a su amo. Ni tampoco a los pájaros.
El dueño volvió
al otro día y vio que nada había cambiado, que todo estaba como el día
anterior.
Cogió una vara
larga y empezó a golpearlo en el pecho y la espalda.
Fue en ese instante que salió volando el pichoncito que se cobijaba
en el corazón del espantapájaros.
– ¡Ah! ¡Traidor!
Yo te puse en este lugar para que cumplieras bien tu trabajo y mira cuál
es el pago y la recompensa que me das.
– Es que amo...
– Yo te mandé que ahuyentaras a las aves, no que las criaras.
– Patrón...
– Si no sirves para nada, acabaré contigo.
Y se fue galopando
furioso hasta desaparecer.
Al rato regresó
con varios peones de su hacienda a quienes ordenó que desclavaran las
patas de madera del espantapájaros, enterradas entre las piedras.
Puesto ya fuera y
tendido en el campo verde, cuan largo era, ordenó que lo cargaran y
fueran tras de él, que iba adelante montado en lustroso caballo.
Lo llevaron
primero por un camino serpenteante, pero luego empezaron a subir hacia
una alta montaña. El espantapájaros aún respiraba.
Llegaron hasta la
cima del monte. El amo ordenó:
Y lo impulsaron al
abismo.
Mientras caía,
todas las aves que se habían reunido en la altura salieron presurosas
y lo sostuvieron con sus picos y sus alas.
Y entre todas
juntas lo llevaron rumbo al cielo, en donde mora como el único
espantapájaros que hasta ahora ha entrado al paraíso de los pájaros.
|