2.
Una adhesión sincera, amorosa y comprometida
¿Cómo
graficar estos hechos en la historia? Del siguiente modo y con los
siguientes datos: Cuando estudiamos en la educación primaria en las
escuelas elementales, se nos enseña que los lugares más pobres del
Perú son aquellos donde habita la población indígena y que abarca
varios departamentos, como: Ayacucho, Apurímac, Huancavelica,
cubiertos por “la mancha india”.
De entre todos esos departamentos a mí me quedó marcado, por la
fuerza y el estigma de lo que es doloroso, saber que el más pobre
de todos ellos era Huancavelica. ¡Pobre entre los pobres!
La lógica era pensar entonces que la rémora del atraso es el
indio, por ser raza inferior, embrutecida y hasta llena de
aberraciones.
Desde entonces una adhesión sincera, amorosa y comprometida tengo
siempre a dicha región, por ese dato conturbado, que se nos decía
ya sin ninguna emoción, de modo indolente, ya sin sensibilidad y
hasta de forma maquinal.
3.
Coca y látigo a sus diezmados pobladores
Pero
luego me enteré de algo mucho peor, de un asunto más atroz todavía,
de un detalle verdaderamente perverso y hasta inicuo, cual es que esa
pobreza existía sobre una riqueza de fábula. Que Huancavelica y toda
esa región eran ricas en los tesoros más preciados del mundo, en
minas de oro, de metales preciosos, de uranio que se lo llevan
vorazmente las empresas a costa de la pobreza y del dolor de la gente.
Por eso de Huancavelica Guaman Poma de Ayala se estremeció al
decir: "oro en piedras”, “oro en polvo" y hacha de
atrocidades, abusos y crímenes. Porque su pobreza tenía entonces el
cariz del estigma de la explotación, del sojuzgamiento, y de la
esclavitud.
Porque era inmensamente rica. Allí existía la mina más custodiada
de toda la corona española. Mina de fábula, de la cual era dueño
nada menos que el Emperador de España, mina estratégica que ostenta
en su puerta el escudo del Rey Felipe V. Era la mina de azogue, del
mercurio del cual se proveía a todo el imperio. Pero que para
explotarla se tuvo que embrutecer con alcohol, coca, látigo e
iniquidad a la población indígena que fue muriendo en esa mina en un
holocausto colectivo.
4.
Genocidio rapaz y silencioso
Así,
el promedio de vida de un joven indígena sano y fuerte que era
enganchado y entraba a trabajar al socavón, hasta el momento en que
moría, era de solo apenas cinco a seis meses.
El sistema para enrolar era la mita, trabajo obligado de los indios
para esta mina, llamada primero De los Santos y después Santa Bárbara.
La mita era un tributo en trabajo ineludible y de segura muerte,
siendo lo que diezmó totalmente a la población indígena.
Esta obligatoriedad se iba ampliando de radio de acción: de 50 a 100
kilómetros. Y después a 200 kilómetros a la redonda.
A finales del siglo XVIII se censa que los pobladores de raza indígena
en la mina eran más de Ayacucho y de Puno, porque ya habían
muerto en sus socavones los indios del lugar.
Se impuso allí un genocidio rapaz, silencioso y corrupto, como
producto de un sistema de usura y asco que imperó en toda la colonia
en contra del indígena peruano.
Fray
Buenaventura de Salinas y Córdoba que era un sacerdote que no
acostumbraba a exagerar, relata en 1630 que era muy frecuente que las
madres indígenas, que daban a luz a sus hijos varones, los ahogaran
en el momento de nacer.
Y esto a fin de librarlos de ser enrolados años más tarde para
trabajar en las minas de azogue. Este mismo fraile relata un triste
suceso en palabras literales, cual es el siguiente:
"Habiendo llegado al valle de Jauja un indio que volvía de
la mina de Huancavelica para ver a su mujer y a sus hijos y
descansar en su tierra, halló muerta a su mujer; y a sus hijos de 4
y 6 años en la casa de una tía suya. Llegó detrás de él el
Curaca y queriéndole llevar otra vez a la mina le dijo:
– Bien sé que te hago agravio, pues acabas de salir del socavón
y te hallas viudo y con dos hijos que sustentar, flaco y consumido
del trabajo que has pasado. Pero no puedo más; no hallo más indios
para completar la mita. Y si no cumplo el número me quemarán,
azotarán y beberán mi sangre.
6.
Y me haces tal agravio
– Duélete de mí y volvamos a la mina. –Le ruega.
Le respondió el indio a su Curaca:
– Tú eres el que no te dueles de tu sangre pues viéndome
tocado del polvillo de la mina y que hallo muerta a mi mujer y con
estos dos hijuelos que sustentar, sin tierras que sembrar, ni ropa
que vestirles, me haces tal agravio.
Y al ver que el Curaca no aceptaba la razón y la justicia de
este indio, este cogió a sus hijuelos, los sacó a una legua del
pueblo y abrazándolos y besándolos tiernamente, diciéndoles que
los quería librar de los trabajos que el pasaba, sacando dos
cordeles se los puso a sus gargantas y, hecho verdugo de sus propios
hijos, los ahorcó de un árbol.
Y sacando, luego que llegó el cura y el Curaca, un cuchillo de
carnicero se lo clavó en su propia garganta, entregando el alma a
los demonios, por verse libre de la opresión de las minas".
Hace
pocos días estuve nuevamente en Huancavelica para desarrollar un
taller en el marco del programa: “Perú lector”. Y tuve ocasión
de visitar otra vez la mina de Santa Bárbara en esa localidad,
llamada también Villa de Oropesa, donde se ubica la famosa mina de
azogue que se remonta a principios de la colonia española. Luce allí,
encima del pueblo, como un emblema de luto y dolor.
Mina en donde la gente se enterraba en vida porque dentro vivían
personas que nunca pudieron ver la luz del sol. Y no porque era grato
estar enterrado en vida sino porque eran esclavos. Mina en cuyo
interior existía incluso una plaza de toros.
Para mantener presos a estos esclavos ya no era necesario utilizar
cadenas porque eran fosos para salir de los cuales se hubiera
necesitado construir escaleras equiparables a aquellas que nosotros
necesitaríamos construir para escalar el cielo.
Allí nacían y morían en condiciones paupérrimas e infrahumanas.
Mina sin sistema de ventilación que sólo se hizo siglos después de
su intensa explotación.
8.
Un animal valía mucho más que la vida de un indígena
Mina
sin seguridad, en donde en uno solo de sus derrumbes murieron
centenares de indios.
Está escrita la crónica por la cual un visitador de la corona española
que tenía que hacer una inspección descendió unos cuantos metros y
se sintió asfixiado.
Delante de él sacaron varios cadáveres de indios muertos en ese
mismo instante. Sin embargo no hizo figurar estos hechos en su Informe
al Rey. ¿De qué valían visitadores e informes si la estructura de
explotación era la supervivencia en los cargos públicos y en la
burocracia del Estado? Y, de otro lado, era impensable hubiera podido
el Rey corregir estos hechos.
Ir hacia ella era pues un suicidio voluntario, y se lo hacía porque
era preferible esa suerte a seguir viendo morir de hambre y miseria a
la mujer y a los hijos.
Situación en la cual el suicidio era laborioso, porque se buscaba la
muerte pero trabajando para darle un pan a la familia, suicidio con
cantos de tristeza y de nostalgia
Donde no se usaron llamas o animales de carga para extraer el mineral
porque esos animales valían mucho más que la vida de un indígena en
el mercado de aquella época.
Para
intentar bestializarlos, ¡y no lo pudieron! sino que al contrario
siguió siendo un grupo humano límpido y prístino, se repartía a
los indios o peones ya como una costumbre el “icha carami”.
Esto era, o es, porque todas esas prácticas siguen todavía vigentes,
la porción diaria de alimento que se daba al indio peón, o
trabajador de la mina.
También se les da a los trabajadores del campo para hacer leña del
árbol derribado, o para hacer el cerco de piedras o adobes, o para
levantar el muro del corral, o para azuelar madera a fin de tener
vigas de refuerzo para el corredor de la casa hacienda.
Sea para aporcar, que es sacar la tierra de adentro para afuera para
airear la raíz de la planta. Sea de la papa. O sea del maíz, no se
le da comida sino el “icha carami”.
¿Cuál
es ese alimento del mediodía?
Es un costalillo de coca para repartir entre el grupo que trabaja, es
una talega grande de cal con la cual armar el "bolo". Y es
el coñac o pisco. Y todo ello entregado o repartido al mediodía,
como almuerzo.
Con lo cual prácticamente se los droga o se trata de idiotizarlos. Y
todo ello a fin de que el trabajo sea rudo y ciego, sin medir fuerzas
ni peligros.
¿Y qué es lo que significa esta expresión del "Icha Carami"?
Al final algo tierno, pleno de dolencia y resignación, significa:
"dame lo que quieras".
En cambio a la bestia, sea caballo, buey o pollino, se le da un buen
forraje, agua limpia y descanso.
Al indio no, a él se lo droga. De allí que Guamán Poma de Ayala
cuando escribía de todos estos sufrimientos de los indios de su época,
en la colonia, decía “Escrivillo es llorar”.
11.
La esperanza que nos toca a nosotros recoger
Sin
embargo, esos mismos hombres, –los quechuas, los nativos peruanos,
los llamados "indios", pongos, yanaconas, runas, nos se los
ha vencido; al contrario, nos donan ahora, nos regalan a los peruanos
un acto de coraje increíble y de valor inmenso. ¿Cuál es?
Que no se dejaron atraer por los hechizos fáciles de una sociedad
opulenta como fue la sociedad colonial, que los atrajo de múltiples
maneras una de ellas la droga y el alcohol, para hacerlos siervos en
el peor sentido.
Porque no pudieron hacerle renegar de su identidad, tendiéndoles los
puentes de plata de la vida sin contratiempos, dándoles siempre las
sobras de sus privilegios, queriéndolos sumarlos como sociedad de
segunda clase a sus residencias palaciegas de Lima, Cuzco, Arequipa o
Trujillo.
Porque nos han donado la respuesta de no haber transigido, de haber
conservado su lengua, sus costumbres, su dolor de siglos, su espíritu
pero a la vez sus cantos, su alegría y su esperanza que nos toca a
nosotros recoger y proyectar al futuro y al mundo.
Aparentemente
lo lograron. Parecía que habían sucumbido, pero en el fondo y en
esencia fue imposible.
Fueron anexados pero ya muy tarde o era una cultura invencible para
que ellos fueran remedos de sus amos. Ahora han descendido. Ya
llegaron. Han venido a las ciudades pero manteniendo siempre su
identidad.
Ellos han salido de sus cerros y quebradas después de haber sido
fieles consigo mismos, con su historia, con su identidad. No se han
dejado ganar por lo fácil, por lo inmediato ni rentable, como fue el
uso y dominio pleno del idioma castellano que les hubiera dado más
tener, pero restado, disminuido y anulado su ser.
Ese espíritu está incólume, ese grito está vivo, ese clarín del
amanecer está vigilante en lo alto de las montañas.
13.
Entusiasmo supremo por la vida
Con
ello los indígenas peruanos nos han dado un ejemplo al mundo entero,
el de haber decidido por el espíritu en vez de fascinarse y dejarse
hechizar por las cosas, de dejarse arrastrar por las distracciones.
Con lo cual a partir de cualquier momento para ellos estará
garantizado un verdadero progreso y evolución.
Y, en segundo lugar, han dado un grito de independencia porque todo
aquel que afirma su lengua, su habla y su voz es soberano y es digno.
Así la resistencia andina es hacia nosotros un legado, una herencia
invalorable.
Es una llama viva para que nosotros nos acerquemos y extraigamos de
allí coraje y fervor.
Y entusiasmo supremo por la vida.
14
¡Y ya está despertando Inkari!
De
este modo se está desenredando el ovillo.
De este modo se está extendiendo la hebra y el tejido de nuestra
identidad que estaba tan anudado, tan hecho un amasijo agitado, tanto
que dolía, que sangraba cabeza abajo.
De este modo el ovillo de lo que somos, de aquello que corresponde que
seamos, que volvamos a ser, se está desenvolviendo y haciendo
elipsis, pirámide, arco iris.
De este modo se está configurando la utopía, de aquello que
imaginemos incluso cómo ser.
El ovillo de nuestra sangre, del corazón que nos alienta y hace
sufrir. Y llenarnos de pleno gozo.
Es el tiempo del resurgimiento, del despertar.
De desenterrar los dioses dormidos. Es el tiempo del regocijo, de
despertar las huacas.
Porque las huacas no están muertas sino apenas dormidas.
¡Y ya están despertando, Inkari! ¡Kausachum hermanos!