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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos |
Octubre, mes de la
salud, la alimentación, la gesta de Angamos; |
12 de octubre |
1. Me han preguntado, y requerido alguna explicación, acerca de por qué en Capulí, Vallejo y su Tierra hemos adoptado para este año y años futuros el lema Construyendo los Andenes Nuevos. Y entre otras razones expongo que nada tipifica mejor la grandeza de concepción y la energía puesta de manifiesto en el imperio incaico, y consecuentemente en la utopía andina como su correlato, que la construcción de los andenes, tecnología que se ideara y pusiera en práctica como política de Estado en la época del Tahuantinsuyo. Porque en la construcción de los andenes se dio la clave de la solidaridad humana, porque ellos nunca podrían haberse hecho sino de manera colectiva, inspirados en el bien común, como himno solidario, cantando y bailando como fue y es la característica principal del mundo andino. Porque cantar y bailar es reverenciar a la tierra, confundir y entregar a su pálpito nuestro pálpito, a su exaltación nuestra gratitud, a su generosidad nuestra esperanza. 2 Construyendo los Andenes Nuevos, es una perspectiva no solo de un momento, sino permanente y para siempre, queriendo dar ahora el campanazo de anuncio de toda una concepción y una filosofía de vida. Pero, ¿cómo fue posible que se concibieran, se levantaran y finalmente alcanzara a concretarse su portentosa construcción? Indudablemente, son los sabios amautas quienes llegan a la conclusión, luego de comprender la nomenclatura de nuestra geografía, la conformación de nuestras montañas y suelos, y la necesidad de tener una agricultura sostenida para resolver el problema de la alimentación, quienes conciben y plantean la construcción de los andenes. Porque no hay tierras más abruptas y empinadas que las nuestras, ¡y había que recuperarlas! Porque no hay abismos de espanto y alturas de vértigo más abruptas que las nuestras, ¡y había que allanarlas! 3. ¡Porque las tierras eriazas había que hacerlas fecundas! ¿Cómo? Juntándonos en la proeza, hombres y mujeres, jóvenes y niños, de volver a enfilar las piedras, de buscarles un nuevo sitio, siguiendo el contorno de los cerros, y haciendo escalas sucesivas, llanas para recibir las semillas, germinar y florecer. Y los andenes se alzaron y extendieron por otros pueblos y regiones. Y abrimos caminos. Y florecieron el maíz, la quinua, la cañihua, la papa. Y las familias en grupo cultivaban la tierra. Y al unísono floreció la poesía: Ayáu haylli, ayáu haylli… ¿tiene acaso ají tu sementera para que vengas en su nombre? ¿Tiene acaso flores tu sembrío para que vengas en su nombre? ¡Esa es la reina! Ahaylli ¡esa es la bailarina! Ahaylli ¡solo por el borde! Ahaylli ¡esa es la princesa! Ahaylli ¡esa es la muchacha! ¡Ahaylli! 4. Y se eliminó el hambre sobre la faz de la tierra, porque los andenes se extendieron a lo largo y a lo ancho de todo el imperio. Los españoles al llegar los encontraron pletóricos y fecundos, pero no los vieron porque solo tenían ojos para ver el oro, la plata y las piedras preciosas. Y si lo vieron no lo comprendieron. Es más, ni siquiera lo miraron porque no les era útil. Y así como los andenes encontraron aquí una sociedad inocente, que cambiaba los espejos entregando valiosas piezas de oro. ¿Quién tenía más espíritu? Indudablemente quiénes en los cristales podían verse y multiplicar el mundo. Siempre hemos hecho burla y escarnio de un hecho como este. Tal la superioridad del invasor occidental en cuanto a su mentira y a su doble intención en el engaño. Y en la codicia de apoderarse de lo que consideraba valioso, aunque sea a costa del abuso. Pero creo que tesoros son la gracia, el encanto, la alegría de vivir como lo tenían los indígenas y naturales. Por eso, el día 12 de octubre en que el mundo occidental celebra el Descubrimiento de América, nosotros afirmamos nuestra identidad y con entereza lo sentimos como un día de reivindicación y homenaje a nuestra cultura y a lo que es el Perú como esencia. 5. Porque pertenecemos a una cultura que hicimos los muya, o jardines de flores para regocijo de los sentidos, como los ojos y el olfato, como para fines alimenticios. Construimos en una latitud los waruwarus o camellones, para obtener y lograr allí productos de otras latitudes. Hicimos las macamacas o chacras hundidas. Las sojjas o chacras cercadas. Las colcas o depósitos de alimentos. Los reaccas o acequias de riego y filtración. Los occonales o bofedales. Y, sobre todo, somos solidarios. Entre nosotros no hay rencor, insidia, mala intención. Desechamos el individualismo, la complacencia en el ocio y el desafecto. Concurrimos a todo sitio con ofrendas, a dar, a obsequiar. Somos tiernos, generosos, delicados. Y construimos los andenes como maravillas tecnológicas, pero más como un portento cultural, porque es la expresión máxima de nuestra cohesión social. 6. Pero, cualquiera que viene aquí diría con toda razón: si era la característica principal de una organización como el Tahuantinsuyo, ¿dónde están? – Han desaparecido. Solo quedan algunos en zonas muy alejadas. – Y ¿cómo así? Les contaré. Hace poco viajaba yo de Moquegua a Puno, con dirección a la ciudad de Desaguadero, para ingresar a Bolivia en donde tenía que concurrir a un certamen académico. Después de recorrer el breve valle de Moquegua la carretera poco a poco empieza a ascender por terrenos adustos, áridos e inclementes, en donde no se registra ningún signo de vida, sino las desérticas estridencias de esas cadenas de cerros interminables, opacos de cascajo, polvo y piedras difuminadas que parece un castigo de Dios o de la naturaleza. Sin embargo, de trecho en trecho yo divisaba unos letreros, de fondo blanco sobre una pared de ladrillo enlucido para soportar los rigores del ambiente, con letras pintadas de color azul, rojo y negro, donde se anuncia el nombre del lugar y luego en grandes caracteres muy visibles el aviso de ser Zona Arqueológica. 7. Pasamos por lugares desolados que oprimen el corazón en donde hay varios de esos anuncios, pensando yo que a la vuelta de aquellos cerros seguramente correría el agua y estarían los lugares fértiles, vivibles y amenos, con campos verdecidos y bosques. Mientras tanto, donde se extendiera nuestra vista todo eran páramos ariscos e inhumanos. Tierra parda, yerma y baldía. ¿Dónde por aquí hay algo verde, florido, con signos de vida? ¡Nada! Entonces, me preguntaba ya más explícitamente: Si no hay nada por aquí que pudiera dar lugar a la vida, ¿dónde pudieron florecer aquellas poblaciones para que estos sean sitios arqueológicos? ¿Acaso son cementerios? Pero, ¿tantos cementerios para ninguna vida? Entonces, ¿por qué estas son zonas arqueológicas? ¿Quiénes eran los que antes vivían aquí? ¿Marcianos? ¿Máquinas? ¿De qué se alimentaban? ¿Dónde corre el agua que aplaque su sed? ¿Dónde un fruto que alivie su hambre? 8. Andaba en estas cavilaciones cuando otra vez, otro anuncio de Zona Arqueológica. Me enderecé en el automóvil para descubrir algún vestigio de vida en estos parajes desolados e inertes. O para preguntar a mis soñolientos acompañantes en el vehículo: ¿que si dice Zona Arqueológica cómo pudieron vivir en estos cerros inclementes? O, ¿cómo es que pudo haber vida en estos parajes estériles e implacables en donde resultaba resulta difícil incluso que se pudiera ver volar a un ave o ver cruzar un saltamontes. O corriendo a algún alacrán, o atravesando a algún roedor o haciendo algo a cualquier alimaña. Ojalá dando su salto vertiginoso a cualquier otro animal desorientado, sea ave o reptil. Ya inquieto por mi propia pregunta, me dije: ¿pero de repente algo distinga en este páramo, algún resto de vid, algún rastro de presencia humana. 9. Ya con esta ansiedad en el alma empecé a rastrear con la mirada a lo cerca y a lo lejos, tratando de distinguir siquiera alguna ruma de piedras, siquiera viendo la huella de un camino. Pero, ¡nada! En eso distingo, en los cerros de al frente unas hileras borrosas. Eran como renglones en algunos sitios, o como peldaños de una escalera que se sucedía desde la honda cañada hasta la cumbre de los cerros. ¿Eran andenes? O, ¿qué eran? ¡Sí! ¡Eran viejos andenes! Mi exaltación en silencio no tuvo límites, como si volviera a sintonizar con la vida después de muchos siglos. Permanecí extasiado y mirando un largo tiempo. Y cada vez descubría más vestigios. Ya no me cabían dudas. Ya había pasado por todas las pruebas de mis cavilaciones. Sólo me faltaba una comprobación definitiva. Si había vestigios de andenes al frente, y por todos lados, indudablemente lo habría también aquí en el cerro por el cual la carretera ascendía y que atravesábamos en ese momento. 10. Pedí al conductor que se detuviera un breve momento y yo podría comprobar en el mismo sitio si eran andenes esas hileras desmayadas de piedras de al frente. Se detuvo el auto a mi pedido. Bajé y corrí ladera abajo un buen trecho, para tener una buena perspectiva. Manifiestamente, aunque erosionados pero ahí estaba la construcción de los andenes, en este paisaje de muerte, de abandono y de miseria. Eran andenes antes de la conquista española que pude reconocer entre estas cárcavas, montículos y despojos. E imaginé en vez del espectáculo polvoriento y devastado de ahora, vergeles de cultivos de diferentes matices que habrían antes. Y una explosión de vida invadió mi ánima estrujada; de cánticos de hombres y mujeres, de trinos de aves, de rumor de cascadas, de voces familiares, de vida feliz y exultante. Imaginé un pueblo henchido, alegre, jubiloso, compartiendo las experiencias diarias del mundo cotidiano, del trabajo y de la vida. 11. Imaginé un paisaje inabarcable, tal y cual lo estaban viendo mis ojos, pero en vez del páramo gris, obscuro y cruel por lo inhóspito y desalmado, imaginé el colorido de las flores, los aromas de las plantas, la armonía de los sonidos que la vida natural e inocente concordaría en armonizar aquí. Lo que tenía ahora eran los tinglados de líneas que se extendían en el horizonte y que la erosión todavía no había culminado de borrar totalmente. Imaginé cómo todo era antes fraternal y solidario. Cómo todo era cordial, amable y tierno. Imaginé los cariños, los afectos, la exaltación del alma. Imaginé, imaginé, imaginé. Solo que esta imaginación no es de algo futuro sino de lo que fue aquel mundo ideal y soñado. De allí que Capulí, Vallejo y su Tierra instale su utopía no como algo irreal o posible, tampoco como lo que recién haremos, sino como aquello que hemos sido, recuperando lo esencial de nuestro hermoso pasado. En cinco siglos de abandono todo aquello se ha secado. Se ha vuelto grava y desierto, montes pelados y escombros. 12. La desgracia es que se impuso un orden nefasto, el europeo que todo lo veía con ojos de rapiña, que todo lo arrasó en aras de su codicia. La representación de lo que significa esa concepción y ese modo de considerar la vida es ver estos andenes rotos y deshechos que antes prodigaban alimentos para sustentar la vida humana; es ver estas hileras indecisas de piedras esparcidas en donde fecundaron los frutos y se abrieron los capullos de las flores en el horizonte. Porque es miseria el individualismo atroz y aberrante que nos trajeron y que lo siguen imponiendo, sustituyendo al más idóneo colectivismo y expresión de la vida auténtica. Porque es miseria el estar solos, el estar separados, aún más cuando la naturaleza es arisca e implacable como ahora. Porque es miseria el desamparar a los débiles, huérfano e indefensos. Los europeos eran codiciosos, arranchadores, cicateros, quienes jamás practicaron la generosidad. Incluso la caridad y la misericordia tuvo que enseñársela Jesús, y no pudieron aprenderlas jamás. Pero la caridad y la misericordia no es lo mismo que la solidaridad. Y jamás pudieron producir nada colectivamente, como sí lo hicimos y lo seguimos haciendo nosotros. 13. Estas maravillas y portentos, ¿cómo se construyeron? – Faltan alimentos. –Se quejan unos. – No alcanza la comida. –Claman otros. – ¡Vengan! ¡Vengan! –Dicen los Amautas. Y les explican: – ¿Han visto cómo los terrenos aquí son pendientes muy inclinadas y abruptas, casi barrancos, en los cuales no podemos cultivar porque las lluvias arrastrarían con las plantas que se cultiven? – Sí. – Tenemos una tierra seca, pelada y la lluvia se lleva poco a poco la tierra. – Sí. – Miren estas montañas desérticas. En ellas hemos de hacer andenes. –Dijeron. – Pero solos no podemos solucionar este problema. La solución será entre todos, en grupos. Por eso seremos un pueblo unido. 14. – Entonces, hombres y mujeres, jóvenes y niños vamos a construir unas terrazas sucesivas en el sentido que nos marque la pendiente y que llamaremos andenes. – Así haremos que en los terrenos horizontales se siembren productos alimenticios. Y en las líneas verticales se propaguen enredaderas que den lugar a que se inserten flores que alimenten a las abejas que nos prodiguen de ricas mieles. – En esos terrenos vamos a cultivar la papa, el maíz, la quinua, las ocas, la cañihua. – ¡Sí, hagámoslo ya! – He aquí, que ya está en relieve, en esta maqueta, los cerros y quebradas, ya cubierta de andenes. – Así vamos a erradicar la falta de alimentos, con trabajo solidario, trabajo mancomunado. – Así vamos a construir un mundo colectivo de fiesta comunal, de fiesta colectiva. – Entonces, ¡manos a la obra! –Hablaron los Amautas. 15. Allí es cuando desborda el entusiasmo, el cariño, se colma la copa del buen ánimo, del coraje y la iniciativa. De la ternura y el amor. Tal y como somos los andinos, rebosantes de afecto y colmados de adhesión. Se oyen las tinyas, los pífanos, los huáncares. Y cantando y bailando unos van hacia el poniente por tierra, acarreándola en mantas y morrales; otros traemos agua en vasijas, porongos y cantimploras. Se sirve la chicha entre el trabajo alegre, esperanzado y feliz. Trabaja el hombre junto a la mujer. Trabaja el anciano junto al niño en lo que pueden hacer. Así brotamos, así crecemos, así nos multiplicamos. Y así morimos. Felices por la labor cumplida. Porque un grano de maíz tiene que morir para dar vida nueva. Porque el mundo es simple, natural y tiene un orden claro. El mundo es cordial, es atento y es generoso. – ¡Tincuy! ¡Tincuy! –Por eso nos saludamos todos al pasar. 16. – Nunca podremos solos. Lo que podemos hacer lo haremos todos juntos. – ¡Sí, yo voy por agua! – ¡Sí, yo voy por tierra! Y en tanto que actuamos nos organizamos. Así construimos los andenes, los caminos, los acueductos. El canto a la vida. – ¡Fiesta, fiesta de afirmar la vida con el trabajo! ¡Alegría, alegría de hacerlo todos juntos! – Nos abrazamos, nos protegemos, nos queremos. Es la fiesta del canto, es la fiesta de la danza. Es el grito de júbilo. – ¡Wífala! Es el don del brote de la planta, es el don del surgir de las espigas, es el don de la flor y de los frutos que nos da la tierra; de distintos colores, aromas, texturas y sabores gratos y propicios al paladar. 17. Y que suenen cornetas. Y que suenen tambores. Y que suenen pincullos. Es la fiesta del ayni, es la fiesta del ayllu es fiesta del alma por ser y sentirnos hermanos. Unos van erigiendo los muros de piedra canteada, otros empezando desde diversos sitios. Porque la piedra también canta y tiene música. Y baila hacia adentro y nosotros ante las nieves perpetuas. Otros van rellenando con piedras sueltas. Primero y abajo los pedruscos grandes y toscos. Encima se ponen las piedras medianas. Y sobre estas las piedras menudas. Otros traen en morrales y canastas la grava que se esparce, todo para que por los resquicios se cuele el aire y de oxígeno a la tierra. Y para que el agua filtre y haya humedad interna. Encima va una capa de arena. Y de remate y en la superficie esparcimos la tierra de cultivo que se acaricia y hasta se la confunde con nuestra sangre porque ella nos da los fritos espléndidos que la tierra nos prodiga. 18. Cada andén, o terraza, bordeado de canales de regadío que distribuyen las aguas en las diferentes parcelas, captadas por las compuertas que la regulan y prodigan. Los andenes también son formas de adoración a todo aquello que reverenciamos: la tierra, el sol, la lluvia y a cada ser viviente que puebla el universo. De allí que su construcción se inicie con ritos, abluciones y cánticos. Y se lo hace saludando al sol en la alborada, ascendiendo y descendiendo de los cerros en comparsas, atronando los pincullos y tambores y toda la comunidad cantando y bailando, las voces finas de las mujeres unidas a las voces enérgicas y recias de los varones en gritos de júbilo. Es la vida de comunidad, es el ayllu, es el trabajo matinal, de alborada. – ¿Por qué será tan plena y dichosa? – Porque es de todos, porque todos estamos unidos y vibrando al unísono. Porque nadie falta ni sobra. Porque todos somos hermanos. Los andenes que hacemos son de todos, trabajamos en conjunto y las cosechas las hacemos en comunidad. 19. Escuchamos risas, cantos, bailes. Miradas tiernas y arrobadas, porque aquí decantamos las penas y tristezas y las hacemos ternura. Y es porque las plantas se siembran, germinan, brotan, crecen, florecen y fructifican. Y ellas nos inspiran Construimos con hojas de palmeras los captores de neblinas en las cumbres y plantamos bosques de queñuales para atraer las lluvias. ¡Y fluyen los arroyos y abundan las acequias de agua rumorosa. ¡Y todo es florido! – Aquí ya están. Aquí ya están. ¡Ajajailla! – Ya sembramos entre nosotros. Ya sembramos, ya tenemos. Es de todos. Entre todos lo hicimos. Entre todos lo cultivamos. Entre todos lo cosecharemos. – ¡Ajajaylli! Nunca se removió una cantidad tan grande de tierra como en los andes para erigir estas cumbres y esas construcciones ciclópeas que son los andenes. 20. El Perú es una geografía para la vida en común y colectiva, para el trabajo organizado y en comunidad. Será el verdadero Perú cuando volvamos a ser solidarios. Por eso se enseñó a vivir aquí como hermanos entre los hombres. Por eso la construcción de los andenes más es en el alma de los niños y jóvenes. Se cuidan los bosques, las aguas, los pastos, los animales, la flora y la fauna porque son sagradas. Es la minga y la fiesta comunal, en la cual toda la comunidad participa. No hacen ruido las aves cuando están empollando. Porque la utopía entre nosotros no es aquello que puede ser sino lo que ya ha sido. ¡Y hay que restaurarlo!
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