2º domingo de abril Danilo Sánchez Lihón |
"La
mejor alabanza que puede hacerse de un hombre es compararlo a un niño". "El
niño es un amor hecho visible"
Ser niño no se reduce y limita a una edad, ni a unos cuantos años en el desarrollo humano. La infancia no queda confinada a una etapa de la vida, ni al período inicial en el transcurso vital de una persona. Las diferentes épocas vividas de manera auténtica no son sino diversas instancias de niñez. Ser niño es el centro de la vida. Es la esencia e identidad del individuo; lo inherente a él e innato a su ser. Ser adulto es ser adulterado. Sintonizar con la vida del niño no significa empequeñecerse o hacerse trivial. Ser niño es lo ínsito, fundamental y consustancial al hombre. La niñez es nuestra verdadera patria; es la patria universal, la patria de todos los hombres; la raíz y el meollo de lo que verdaderamente somos. Ser niño es punto de origen y de arribo, hontanal de donde mana y hacia donde llega el agua prima y nueva de toda fundación. 2. Infancia no es pasado, es futuro No hay edad en el ser humano que a la vez sea tan honda, densa y llena de abismos como la infancia; ninguna época más cósmica, enfrentada a misterios y absolutos. Ninguna edad cuestiona tanto al destino indescifrable como la infancia, que es la edad del mundo y la vida. En ella cabe todo lo esencial, lo más terso y arduo, lo más tierno y violento. Es también la edad más henchida de encanto, magia e ilusión, donde tras unas imágenes inocentes se anuncian y avizoran los hondos enigmas del alma. No hay algo mayor o supremo que aquellos contenidos y significados que podemos vivenciar en la infancia. Afortunadamente es fuente y manantial no situada en el pasado sino en el presente y futuro del Hombre. Es ella un estado de gracia, una manera sublime de vivir y un espíritu elevado que es posible aspirar y asumir. No solo el hombre tiene infancia sino la naturaleza, el mundo y el cosmos. 3. La infancia se construye La infancia es una larga construcción natural y social. No se vive de modo inevitable y hasta inconsciente. Es legítima educación que empieza cien años antes de que el niño nazca Es una larga travesía, una ardua tarea. Es más horizonte de llegada que punto de partida. Está lejos, al fondo y más allá del infinito. Es un mundo por construir de modo continuo y en esfuerzo incesante; es un universo por conquistar y una utopía por aproximar a nuestras vidas. Es el sentido vasto y trascendente que se alcanza a obtener paso a paso en la vida. Tendremos niños con infancia real y efectiva en la medida en que hagamos hogares luminosos, sociedades felices, gobiernos probos y colectividades responsables. El mundo de la infancia se acuna en el alma; se lo sueña y se propicia; tal y como se construye un parque: se promueve que se lo visite, se recrean juegos en sus glorietas y se da vida plena a sus jardines. La infancia se prueba que es verdadera en quienes luego de haber vivido mucho, llegan a una condición de mayor plenitud, asombro y sabiduría, idéntica a como son los niños. Se lo ve en aquellos que han depurado todo lo vano. Se la encuentra evidente en aquellos que después de tramontar todo advienen a la verdadera tierra del anhelo. 4. El niño es una plegaria de fe Hay una verdad que olvidamos frecuentemente, cual es que el niño es un ser hondo, sutil, exquisito y perspicaz en todas sus preferencias y decisiones. Desde una postura de adultos empañamos su visión y la actitud con la cual mira y se vincula con el mundo terminando por hacerla opaca, oscura y tenebrosa. Destruimos sus mejores potencialidades, hasta hacerla trizas, tanto que él nunca podrá remontarse lejos, ni hoy, ni mañana ni siempre. Cortamos sus alas imponiéndole miedos, esquemas y prejuicios. Y en educación aprendizajes y tareas ominosas. Es mucho más lo que podemos aprender del niño que lo que podamos enseñarle. Si queremos hacer de sus destinos flechas arrojadas hacia lo alto y lejos atendamos más al prodigio de sus dones y cualidades. Es él un ser ingrávido, fantástico y valeroso, que bastará un leve impulso y se elevará hasta las estrellas. No se desciende hasta el niño, sino que se asciende hacia él. No nos agachamos o inclinamos para estar a su nivel sino que nos empinamos, erigimos y encumbramos para quedar a su altura. Quizá nos confunda el gesto físico de doblar la rodilla, encogernos para hablarle y brindarle cariño. Es el mismo gesto y genuflexión que hacemos cuando nos dirigimos a Dios y oramos. Ante el niño y ante Dios bajamos la cabeza, doblamos el espinazo, apoyamos la rodilla en el suelo y balbuceamos ilusionados una plegaria de fe. 5. El niño es un fin en sí mismo La infancia es una constante aspiración y un fin en sí mismo. Es una decantación del alma a la cual nunca se terminará de amarar porque sería pretender agotar toda la experiencia humana en lo que ella tiene de maravilla. Es un ideal; de plena inocencia, de colmada y bendita felicidad, de adoración total. Jesús la definió en el Evangelio al explicar que ¡quienes no se hagan niños no entrarán en el reino de los cielos! Así, dejó dicho que la infancia es una ascensión, una estrella rutilante titilando en el horizonte; un destino que nos costará trabajo edificar. El amor bondadoso es el camino propicio para alcanzar a realizarla y aproximarla a nuestras vidas; también toda predilección por lo noble, lo simple, la verdad y la belleza. Infancia es una caricia, una mano cogida de otra mano, dos miradas que se juntan y sonríen; es cuando la vida canta su romanza y melodía profunda. Es una palabra que nos levanta cuando hemos caído, es todo lo que remplaza al mal, al caos y a la nada. Es cuando aparece el sol, la naturaleza florece e irradia magnificente la creación. |