1. El lenguaje como don de creación
Dios para crear la aguas, la luz y las estrellas no emplea materiales ni
empieza a componerlas mecánicamente, ni a armarlas pieza tras pieza,
sino que la manera de crearlas es pronunciando palabras, que es así cómo
se nos refiere no solo en la Biblia sino en la mayoría de textos
sagrados de las diversas culturas del mundo.
Es mediante la voz y haciendo uso del habla, con el lenguaje verbal que
Dios va diciendo: “Hágase la luz”, y la luz aparece. “Sepárense las
aguas de la tierra”, y los mares se agitan en ondas relumbrantes y se
calman contenidas entre orillas estupefactas. Para después pronunciar:
“Hágase el hombre a mi imagen y semejanza”, obteniéndose de todo ello y
como resultado la creación humana.
Ese es el punto de origen, el orden y el sentido de todo lo creado. Y
Dios, coherente con lo que decía de hacernos a su imagen y semejanza,
insufló al hombre de palabras, desde el primer hálito de la creación del
universo.
Es decir, la palabra aparece claramente como un don de creación, como un
poder frente a lo material y a las cosas. Inherente a la naturaleza
divina, al don de ser Dios y atributo sagrado concedido al hombre.
2. Necesita confiar en sí
Pero, además, se posiciona al lenguaje de la palabra como la clave, el
hechizo y el sentido que alcanza a tener cada ser en su interior,
diciéndonos con esto que en el fondo del más mínimo corpúsculo que vaga
en el espacio estelar hay una palabra. O bien un collar, o una diadema,
o un ramillete, o un crisol de palabras. Y que ellas son infinitas. Y
reconocer ello como portento y maravilla.
De allí que, el niño necesite apropiarse del lenguaje no sólo en el
nivel de la comunicación cotidiana, espontánea y natural, sino también
en aquel de los grandes ejes de la existencia a fin de que le sirva para
significar –en el nivel de lo que es el plano cultural– sus
experiencias, nociones de la realidad y de sus ideas nacientes.
Para eso, la escuela debe propiciar el cultivo, lo más posible, de la
significación de la palabra. Y, también, la valorización del ser del
niño, de su mundo circundante y de las relaciones que él establezca.
Necesita confiar en sí mismo, en lo que es, siente y piensa. Necesita
saber quién es él, reconocerse y quererse.
Y posteriormente propiciar a que se utilice el lenguaje logrando mayores
significaciones y mensajes acerca de esa realidad.
3. Mayores sentidos
Todas estas posibilidades deben lograrse tanto en el ámbito del lenguaje
oral como también en el nivel de la lengua escrita.
Porque el ser humano necesita hacer y saber que su vida, su experiencia,
sus nociones y conceptos de la realidad trascienden y se proyectan
plenos de significado en sus escritos.
Para ello, es necesario que esa materia y esos contenidos se conviertan
en signos permanentes como son las palabras escritas que tienen la
inmensa ventaja de hacerse instrumentos, medios y hasta argamasa
concreta para a partir de ellas operar en la realidad y transformarla
propiciando que se canalicen a través del texto escrito emociones e
ideas en donde se logren mayores sentidos, resonancias y matices, como
vínculos y relaciones insospechadas.
Porque en el ser humano, y mucho más cuando se es niño, importa mucho el
plano emocional, anímico y afectivo de cada asunto. Y también el
estético que se alcanza a lograr cuando la palabra se insufla de encanto
y de belleza.
Por eso, en la adquisición y relación con el lenguaje más que los
aspectos conceptuales y mucho más que los aspectos formales, que a este
corresponden como la prosodia y la ortografía, interesan al niño las
repercusiones subjetivas, sensoriales y significativas que la palabra
contiene.
4. Con el lenguaje inventamos nuestro destino
Es en estos niveles en los cuales cabe que haya un encuentro o una
atención cabal de las vivencias de los educandos, las mismas que muchas
veces son desestimadas.
La destreza en el uso del lenguaje, la capacidad de comprender y de
expresar, no es efecto ni del conocimiento teórico ni del dominar las
normas ni preceptos lingüísticos, sino de una vinculación constante con
la vida mediante el uso y la práctica de la verbalización continua.
La apropiación del lenguaje ocurre cuando la persona se hace libre,
plena y poderosa para entenderse a sí misma, como para expresarse y
decir lo que siente y piensa y comprender a cabalidad lo que los demás
comunican.
También para concretar en lenguaje lo que se anhela y aspira, lo que se
intuye y sueña; y ello con total y exacta medida, con sana y perfilada
pulcritud, con plena y equilibrada solvencia.
El poder expresarse con las palabras, sea de manera oral o escrita es
hacerse un ciudadano de primera clase y probablemente un líder social.
Si algunos o muchos lo son sin duda ha de ser por el dominio de las
palabras que como un prodigio sus bocas pronuncian.
Y el que los haya en una sociedad es contar con un contingente de
personas esclarecidas para afrontar cualquier reto social o desafío de
la historia que sea necesario afrontar, resolver y cumplir.
5. Didáctica del lenguaje
Ahora bien, en cuanto a la enseñanza del lenguaje, que haga posible
formar estos cuadros de líderes, la escuela comete el error de enseñarla
en abstracto, como si perteneciera a un mundo distante, lejano y
solamente conformado de ideas, como si el habla perteneciese a un lugar
remoto, desconocido y ajeno.
Se lo ubica y se lo confina en un lugar irreal en donde está la
gramática y sus categorías, con su corte celestial conformada por las
clasificaciones, conjugaciones, desinencias; en donde operan las reglas
del buen uso y correctas costumbres, que ante los ojos del niño no puede
ser menos que unas señoronas dictatoriales, antipáticas y abusivas.
Peor aún ocurre con la ortografía, la prosodia o la sintaxis, donde todo
son reglas tajantes, endriagos y espantos. Y donde al enseñar se
muestran ejemplos de equivocaciones, un mar de errores entre pocos,
desvalidos y minúsculos aciertos.
Y más son malos usos, gazapos y equivocaciones porque la norma es una
sola y los usos múltiples, variados y hasta inmensos, como es la vida.
Y a una caída de estas se la vuelve tan grande y garrafal que ante ella
el niño se hace súbdito, paria y esclavo. Y le rinde servidumbre y
pleitesía al leve error que se torna por arte de la preceptiva en
inmenso fracaso.
6. Huye de él
El ser humano en general terminará consintiendo en que debe reconocer la
superioridad de la preceptiva lingüística y, consecuentemente, en ser él
su vasallo y prisionero.
Y entonces pasa de ser amo, dueño y señor del lenguaje a ser reo y hasta
andrajo. Y su relación con la palabra de espléndida pasa a ser precaria,
inservible y de triste enajenación.
¿Qué hemos logrado? A los niños, que son genios del lenguaje,
condenarlos en vida a ser parias, haciéndolos ilotas y apátridas del
lenguaje. Ese universo de abstracciones poco a poco el niño y todos
empiezan a creer que existe de un modo implacable e imperioso.
Uno de los primeros engañados acerca de ese hecho es el profesor para
quien el mundo de la academia y de la normatividad lingüística se vuelve
en su icono, en poder absoluto, despótico y hasta en ciencia infusa.
Ese mundo el niño poco a poco, a su vez, empieza a temerle. Y si al
principio le era indiferente, aburrido e insulso, con el correr del
tiempo, más y más, resulta que altera y amarga su vida sustancialmente.
Y como le teme y produce rechazo se aparta de él; huye entonces del
habla, de la lectura, de la escritura, de la narrativa, del teatro y de
la literatura.
Se escabulle y deserta del encantamiento de la palabra hecha fiesta y
poesía que tenía al principio, cuando él aprendió a hablar y gozaba con
el habla.
7. Al otro lado del muro de ladrillos y púas
Sin embargo, a cuenta de ese mundo artificial, fantasmagórico, de tinta
y papel dictatoriales; de los manuales y textos de gramática está el
mundo intenso, pletórico y extasiante del lenguaje ligado a la vida.
Pero de él terminamos por olvidarnos, del verdadero mundo en el cual el
lenguaje y la literatura existen de manera henchida, abrumadoramente
hermosa, rica y bella.
Dejamos el habla real por crear esa otra plataforma formal, estática y
malsana del lenguaje de laboratorio.
De allí que debamos hacer el esfuerzo por volver a instalar el lenguaje
y su enseñanza de tal modo que tenga sentido y valor en la circunstancia
ineludible del mundo cierto, este el de la vida, aunque azorada y
convulsa siempre llena de entrega y de pasión.
Hagamos que el lenguaje sea actuante y feliz.
Y enseñemos a conversar, a exponer, a debatir. A ejercer medida y
control sobre la palabra, como también a exaltarse, emocionarse y
vincularse amorosamente a través de ella con el prodigio de la creación.
8. Otro universo
Que el lenguaje vuelva a ser maravilloso, que otra vez se torne hechizo
y milagro en la boca del profesor y del niño, que se escriban cartas,
que se haga el periódico mural, que establezcamos conexión con los
medios de comunicación, que editemos un diario en el aula.
Que los niños instalen sus propias emisoras radiales y televisivas en el
salón de clases; que se formen clubes de lectura, de teatro, de
periodismo, de poesía; que haya juegos florales promovidos desde la
biblioteca y en el centro educativo.
Porque debemos preguntarnos: ¿cuál es el producto que queremos lograr?
Queremos un ser que desde el plano de la comunicación sea efectivo y
afectivo; capaz de referir un hecho con precisión, contarnos un suceso
que le ha impresionado con realismo, claridad y hasta encanto.
Que sea capaz de persuadir, animar y proteger con el lenguaje; que sea
capaz de resolver un asunto controversial mediante la palabra, sea de
modo actual o diferido, sea de modo directo o mediante el uso del
teléfono, sea con la palabra oral o mediante la escritura; capaz de
tener una óptima y excelente comunicación. Y de crear sobre este
universo, con frecuencia pobre y precario, otro universo real y mejor
hecho de lenguaje acrisolado. |