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2012, Año de la defensa del agua para la vida y construcción de Los Andes nuevos
 

Octubre, mes de la salud, la alimentación, la gesta de Angamos;
vida y ejemplo de Mario Florián y Luis De La Puente

 

8 de octubre
Día del Combate de Angamos
Grau, ¡santo y seña!

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 
 
 

1.

A partir de Grau todos somos Grau. Somos vigilantes en la proa de una nave. A partir de entonces todos somos nave, horizonte y bandera inhiesta.

La moral de aquella gesta es que entonces navegamos en la proa de una estrella, que nos reúne a todos.

Porque para él no había enemigos, porque a todos salva. Antes de bombardear al Matías Cousiño hizo que la tripulación desalojara la nave. ¿Quién lo hace? ¿En qué página de la historia figura un hecho como este?

Y era porque para él el enemigo no era el ser humano, sino quizá alguna máquina, quizá algún artefacto, tal vez algún aparato Quién sabe, incluso, alguna idea, estrategia o cálculo mezquino.

¡Increíble, inaceptable que fuera el hombre y su codicia! Porque en tu corazón, ¡oh, Almirante!, cabíamos todos. Todos cabemos en tu corazón basto e ínclito como el mismo mar.  

2.

A partir de entonces todos navegamos en esas aguas sempiternas. Y todos estamos de pie en El Huáscar.

Porque tú lo justificas todo. Oh, Almirante.

Yo he llegado hasta este punto por ti. Y desde aquí otearé las constelaciones del firmamento.

Estoy aquí devoto, creyente, ungido, ante esta eternidad que lleva tu nombre.

Soy heredero tuyo. E invocando tu nombre he llegado, encontrando que contigo no hay tema ni problema que deba ni pueda soslayarse.

En ti encuentro la fortaleza, la visión, como también el sueño y la utopía.

En medio de las aguas de ese mar proceloso, confío que tú estás conmigo en la nave.

¡Y en ti, padre amado, toda esperanza! 

3.

Angamos desde entonces es faro, atalaya, prominencia desde donde se avizora. Y, para nosotros, insignia y medalla en nuestra incrustada en el fondo del alma.

No fue en vano que tú volaras por los aires, que te hicieras explosión con la torre de mando, e incendio.

A partir de entonces tenemos contigo un puesto de vigía desde la eternidad, adonde hemos llegado en la proa de tu nave y la bandera en lo más alto.

Esa nave que era un bólido, como un cometa, como una bola de fuego o un relámpago, se ha quedado así para siempre.

Oh, Almirante, nos enseñaste a vigilar el horizonte. Y quizá a hacernos horizonte.

A ser indulgentes en las horas en que lo bestial se exacerba. A mirar alrededor con mirada piadosa y paterna. A ser indestructibles por inercia propia. 

4.

Eres leyenda, mito, romance en defensa de la vida, incluso de quienes finalmente te dieron muerte. Pero dejar ejemplos para el enemigo es lo más difícil de la guerra. Y esa proeza nos engrandece.

Encarnas el espíritu, la moral y la virtud, en cada mente y corazón de quienes creen en la paz de los pueblos. Y eres quimera que se erige en los mares encrespados.

Como escribió de ti José Luis Bustamante y Rivero:

“Vuestra nave minúscula ha crecido Almirante:

Y hay un sutil poder de fuego que envidian los cañones en el silencio austero de sus cubiertas desmanteladas.

No fue infructuoso vuestro sacrificio ni un vago gesto de inmolación de quienes con vos cayeron en la brega.

Vuestras sombras augustas presiden nuestros mares; y hay un altar para vuestro busto en cada nave de nuestra flota.

Y un rincón de emoción en cada pecho nuestro”. 

5.

El relato más atroz que yo escuché de niño fue el de Caín matando a su hermano Abel. Y no podía creer que eso lo hiciera su hermano, y más aún porque era bueno. ¿Hay algo atávico en el odio?

Pero sinceramente no creo que nos atacaran hermanos, ni vecinos a los cuales prodigamos todo respeto y cariño.

No creo que fueran seres humanos las hienas que luego asesinaban heridos.

Y que pronto se atacaron entre ellos mismos, como ocurrió en el incendio de Chorrillos, en donde murieron mil de ellos como en el mito bíblico de Caín, con la quijada de burro que es el corvo chileno.

¿Cuál fue la razón? Únicamente la disputa del botín. ¡Y quién era más fiero descuartizando a civiles, como las familias y mujeres masacradas de la comunidad italiana!

No creo que eran gente. Por no querer decir otra cosa, eran bancos, empresas, casas de negocios.

No creo que eran seres dignos. Eran máquinas, entes preparados para matar, acuchillando heridos por la espalda.

En cambio tú, qué hidalguía:

6.

 

Monitor Huáscar

Al ancla, Pisagua, Junio 2 de 1879.

Dignísima señora:

Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla. En el combate naval del 21 próximo pasado, que tuvo lugar en las aguas de Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno y valeroso esposo, el Capitán de Fragata don Arturo Prat, comandante de la “Esmeralda”, como usted no lo ignorará ya, fue víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria. Deplorando sinceramente tan infausto acontecimiento y acompañándola en su duelo, cumplo con el penoso y triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia y por eso me he anticipado a remitírselas.

Reiterándole mis sentimientos de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios, consideraciones y respetos con que me suscribo de usted, señora, muy afectísimo seguro servidor.

Miguel Grau

 

7.

 

Tú sí fuiste generoso y no te comprendimos. Y en ese momento no lo aceptamos.

¡Qué generosidad entre tanta infamia! Doblemente grande para serlo.

¿Qué magnificencia seguir practicándola, después del repaso que hicieron, cuando ametrallaron a nuestros náufragos que se debatían en las olas, de nuestra nave encallada, La Independencia.

Y en esas condiciones, no deja de ser significativo recibir los disparos de cañón desde los cuatro flancos que barrieron las torres del Huáscar, porque a partir de entonces la Rosa de los Vientos viste los colores de la gloria de la bandera que tú defiendes.

Uno a uno iban asumiendo el mando de la nave esa pléyade legendaria, y uno a uno iban cayendo.

¡Oh, nobles marinos, ínclitos, gigantescos. Nos han trazado el camino para sin dejar de ser héroes ser compasivos incluso con los inicuos. 

8.

Era el tuyo un solo buque frente a cuatro blindados que te excedían en potencia de fuego, en velocidad y en tamaño.

Aun así, presentaste combate, y fuiste el primero en abrir fuego, como que nada te arredraba.

Dieron tus cañones en el blanco, pero ningún proyectil nuestro podía horadar ni hacer la menor mella en el blindaje enemigo.

Entonces pudiste rendirte, porque era imposible una victoria o el escape. Eso se hubiera entendido. Era razonable e incluso calculadamente una buena estrategia.

Pero en tu caso era imposible. ¡Eso, jamás! Tu apuesta era esta perennidad que te rememora y te salva.

Nos enseñaste en la mañana neblinosa, pero insigne de Punta Angamos, que se lucha no para ganar sino para dejar ejemplo de coraje, verdad y trascendencia.

Y nos enseñaste a no rendirnos jamás, pese a las adversidades.

Y pronto un disparo de artillería voló la torre de mando y te tornaste lo que en el fondo eras: aura, horizonte e infinito.  

9.

Murieron junto a ti los primeros de tu comando: Diego Ferré, el capitán Elías Aguirre y el Teniente Melitón Rodríguez.

Cayeron, con gravísimas heridas, el Teniente Enrique Palacios y el capitán Melitón Carvajal.

Y el mando se fue sucediendo en esas dos horas funestas de uno a otro héroe, hasta Pedro Gárezon, de apenas 25 años, que ordenó hundir la bandera en el mar.

Y allí, desde entonces permanece, encendida para siempre.

Cien hombres de fábula murieron en la cubierta del Huáscar, aquel amanecer del 8 de octubre de 1879, inmortalizándose para la historia humana de los pueblos del mundo.

Es nuestra misión, ahora, velar en la torre. Es nuestra misión recoger la estela de su magisterio.

Haciendo constar que nosotros siempre nos defendimos, nunca atacamos. Nuestro afán no ha sido ni de agresión ni de conquista, sino defender la heredad de nuestros ancestros.  

10.

Grau es el quien vigila y se erige en baluarte.

Desde entonces es la noche de la espera, es la noche de la víspera, es la noche que da inicio al alba.

Y el Perú, es el mañana, en esta noche honda y larga de Punta Angamos.

A partir de entonces es sagrado el ser. Y la muerte en defensa de lo justo y lo digno es un canto heroico.

Y Angamos es el espacio mítico donde ha quedado izada para siempre una bandera.

Y, al final, más importante que el mar, el sol, la luna y las estrellas es el corazón del hombre.

Más importante que cualquier victoria es el sentido moral de los hechos.

Más radiante y florido que cualquier día de primavera es la conciencia humana del bien, la verdad y la belleza.

Y, en este contexto, que hay deberes sagrados qué cumplir. Es tu santo y seña que hoy y siempre recogeremos, ¡oh, mi Almirante!

 

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Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com

Danilo Sánchez Lihón
capulivallejoysutierra@gmail.com
dsanchezlihon@aol.com

 

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