14 de febrero |
1.
Te buscaré siempre, así como hoy: en los sitios escondidos, en los rincones inhallables, en las playas aún por explorar, en los lugares adonde nadie va. En los camposantos ya en olvido, tras los muros y las puertas de los huertos sin abrir, donde los adobes derrumbados han cedido a la incuria del tiempo, a la lluvia, al cadillo y a la zarzaparrilla distraída. Te buscaré en los sitios sin presente ni memoria. Y allí yo te encontraré. 2. Te buscaré donde crecen –en las grietas– cardos, tulipanes y alhelíes extasiados de vivir sólo para sí; entre libélulas sonámbulas y abejas que atruenan la calma con el rumor azul y naranja de sus alas; donde sólo moran tú y la tarde desmayada; donde las mostazas preteridas se mecen con belleza acrecentada por saber o no saber acerca del morir, prendidas a las ramas del olvido, sin que nadie pose en ellas ni sus ojos ni sus alas, ni siquiera su imaginación. Y allí te encontraré. 3. Te buscaré en todo lo que sea final e irrecuperable. En el niño que se queda atrás. En quien no puede entrar y llora. En la madre que no vuelve. En el hijo desaparecido. Te buscaré en lo más secreto y recóndito que tiene el mundo. Allí donde es imposible llegar y arriesgado transponer. Te buscaré en mis derrotas y en lo más callado de mis triunfos (si algún día los tuviera, yo vendría, silencioso, a ponerlos a tus pies). Y allí te encontraré. 4. Te buscaré, como ahora te busco, en el perfil de las montañas miradas hacia el fondo en el amanecer, mientras el ómnibus emerge tambaleante desde la niebla y la noche intrincadas, llevándome a mí, y dentro de mí a ti. Te buscaré en los amatistas de las ciudades sin nombre, vistas desde la ventanilla, mientras el avión se tambalea y rueda por los abismos de donde sólo tú sales ilesa porque eres eternidad. Te buscaré en la tristeza infinita de quienes van a morir, ¡y lo saben! Y allí te encontraré. 5. Te buscaré en el estupor de quienes, tras una catástrofe, lo han perdido todo; en la última carta de los suicidas, en los reflejos del sol que se aferra compasivo a brillar en los barrotes de la celda del condenado a purgar pena inmerecida y de por vida. En ese fulgor que recoge lentamente el día que se opaca y la noche que ilumina, ¡entre los desahuciados que ya no se aferran a nada! entre los resignados a no encontrar perdón ni consolación. ¡Y yo sé que allí recién te encontraré! 6. Iré tras tu rostro dormido en la primera línea de combate de los ejércitos enfurecidos. Y, tras los escombros, tendré por divisas tu falda y tu blusa, más encendidas que nunca en el fragor de las batallas. Luchando ya no por alcanzarte sino por no poderte olvidar, aunque el ejército que va detrás sucumba por otros motivos que yo, en realidad, no sabré. Y es probable que allí yo te encontraré. 7. Avanzaré por la nieve, el frío y la nevasca sabiendo que estás al fondo y detrás de todo lo que existe. ¡Más allá de las banderas arriadas, de los estandartes sepultos y de las heridas que sangran o dejan de sangrar porque tú estás allí! Más al fondo de los torreones que estallan, de los relojes en punto y de los otros que se dañan. De los altares que vuelan hechos trizas y de las muñecas que flotan después de una gran explosión. Más allá del fin del mundo estás tú, idéntica a mi pena. Y allí te encontraré. 8. Me asiré, para eso, a un gesto tuyo, a algo imperceptible: a la manera de voltear y girar los ojos al mirar; o al rictus de tu boca. En los derrumbes y el crepitar de los incendios estarás límpida, fragante y espléndida, sin que te toque ni el humo ni el lodo ni las esquirlas de las detonaciones, ni la ceniza demente que flota. Y, ya para morir, entre tanto desastre me acunaré suavemente recostado y dolorido junto a ti. Pero dichoso de haberte seguido hasta el fin de la vida y la muerte, ya en la eternidad. Y allí te encontraré. |
Danilo
Sánchez Lihón
Instituto
del Libro y la Lectura del Perú, Inlec
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