–
¡Alto! –gritó al chofer–. ¡Destrozamos este carro, con todos los
cachacos que van dentro, si avanza un milímetro más!
Cien mujeres ya se habían tirado en la carretera y algunas tendidas en
el suelo, estaban pegadas a las llantas del vehículo.
– ¡Regrésense! ¡Fuera de aquí! –Gritaban las mujeres apostadas a
los costados de la carretera a la entrada del pueblo de Santiago de
Chuco.
– ¡Regrésense por donde han venido! –Dijo tratando de modular bien
la voz doña Raquel Aguilar. –Será mejor. ¡No provoquen aquí una
matanza! –Ordenó, hablando por la ventanilla hacia dentro del
transporte militar.
– ¡Retírense, vamos a pasar! –se oyó al Comandante decir, desde
adentro.
– ¡Atrévase y no queda ni uno vivo!
– ¡Retrocedan! ¡Fuera de aquí!
– Si lastiman a las madres que están delante de las llantas recen y
despídanse de sus esposas y de sus hijos. ¡Juramento de honor!
–
¡Juramento de honor! –Exclamaron todas.
2.
Uno a uno fueron saliendo entre vítores y aplausos
Una
multitud de mujeres al costado de la carretera tenían la llurimpa
llena de piedras. En una mano portaban una de ellas y en la otra un
grueso garrote.
Así detuvieron al ómnibus repleto de soldados que había venido a
reforzar a los policías para llevarse presos a varios maestros,
padres de familia y ciudadanos de Santiago de Chuco.
Era tanto el gentío que no pudieron los soldados ni apearse del porta
tropas por miedo de que ahí no más los cogieran y los hicieran
pedazos
Dudaron solo tres breves minutos sintiendo que pegadas a las llantas
estaban los cuerpos vivos y palpitantes de madres e hijas. Y se
volvieron, tal y conforme habían venido.
Las mujeres decididas luego que vieron que el carromato desapareció
por las alturas de Chollagueda, de regreso tal y como había venido,
fueron al puesto policial y exigieron que pusieran en libertad a todos
quienes habían sido tomados presos por los últimos sucesos acaecidos
en Santiago de Chuco.
Y así ocurrió. Uno a uno fueron saliendo entre vítores y aplausos.
3.
La represión no se hizo esperar
¿Qué
había sucedido? Por represalia política habían trasladado al maestro
Encarnación Saavedra de Santiago de Chuco al distrito de Cachicadán.
Sabiendo que era un abuso el pueblo se levantó. Y por el prestigio de
que gozaba dicho maestro, encomiando su rectitud, los profesores, padres
de familia y ciudadanos en general protestaron, capturando la escuela y
declarándose en huelga.
La represión no se hizo esperar: cogieron presos a una veintena de
personas que lo único que querían es que prime el bien y no la
arbitrariedad. Y desde Trujillo se ordenó trasladarlos en calidad de
subversivos.
Allí es que se levantaron las mujeres capitaneadas por doña Raquel
Aguilar Verau.
Y ahí fue que ellas detuvieron a la entrada del pueblo al transporte
que portaba a más de 60 soldados armados.
4.
Era también el primer levantamiento de mujeres
Pero
sabiendo que en cualquier momento iban a regresar con peores tretas, doña
Raquel y otras mujeres ensillaron acémilas y partieron al galope y de
madrugada, habiéndose reunido antes el grupo en la curva de Las
Guitarras.
Primero hasta Shorey y después rumbo a Lima.
Allí pidieron entrevista en el Palacio de Gobierno, donde dialogaron
con el Presidente de la República, don Augusto B. Leguía, presentándole
un memorial con muchas firmas y explicándole en vivo acerca de la
verdad de los hechos que estaban ocurriendo en su pueblo.
Esa delegación de mujeres fue la primera de Santiago de Chuco en llegar
hasta Palacio de gobierno y traer una orden de restitución para un
maestro ejemplar como era don Encarnación Saavedra.
Era también el primer levantamiento de mujeres que ocurría un 25 de
abril del año 1937, en Santiago de Chuco.
5.
Cuando se defienden los derechos de uno
La
comitiva de mujeres trajo en su retorno de Lima la orden de restitución
en su puesto del maestro Encarnación Saavedra, quien al conocerla se
trasladó a pie desde Cachicadán adonde había sido trasladado y fue a
tomar posesión de su nuevo puesto.
Al llegar, fue recibido con ramos de flores, “La parinón” que es la
banda de músicos, y por toda la ciudadanía en Collosgón, donde
termina la cuesta de “Salesipuedes” que va y viene de Cachicadán.
El Concejo Provincial de Santiago de Chuco, en 1946, rindió homenaje a
la señora Raquel Aguilar Verau con medalla y pergamino de honor, que
dice: “Por el cumplimiento de sus deberes maternales” –y
ella ostentaba que dijera así: maternales–, como reza el Diploma que
ahora luce en su sala.
Alguna vez se le preguntó si se consideraba una mujer líder, luchadora
y de avanzada en la defensa de los derechos de la mujer. Ella dijo:
– Cuando se defienden los derechos, cualquiera sea, se defienden los
derechos de todos, porque basta que avasallen los derechos de uno para
que nos ofendan a todos los seres humanos.
6.
Se escuchan gritos de un tumulto
Esto
he recordado ahora cuando he bajado a la Plaza de Armas de Santiago de
Chuco, a acompañar al Apóstol Santiago el Mayor en su procesión, hoy
día 25 de julio.
Desde la esquina del chorro Pichi Paccha, en la calle alta, se ven los
andamios de carrizos de los castillos de fuegos artificiales que se
quemarán esta noche.
Y también se divisan las estructuras renegridas de otros que ya se
quemaron anoche, Día del Alba de la fiesta, y que por ser tan altos
sobresalen sobre los techos rojos.
Habiendo ya pasado la puerta del Convento, con las calles congestionadas
de gente, que visten atuendos y lucen aires de fiesta, estando ya casi
delante de la comisaría se escuchan gritos de un tumulto.
– ¡Suéltenlo! ¡Suéltenlo!
7.
Es casi una niña, con una criatura en la espalda
–
¡Adentro! ¡Hay que meterlo adentro! –gritan los policías.
– ¡Devuélvanme mis llaves! ¡Policías desgraciados!
Es un muchacho esmirriado, con atuendo de bayeta, ágil e impetuoso, de
cabello ensortijado y abundante, el rostro encendido, apenas un
adolescente que lucha con seis policías.
Unos lo empujan de atrás y otros desde adelante. Quieren arrastrarlo
hacia la puerta. Pero él mismo se coge de los parantes y allí se
atraca.
– ¡Al calabozo! ¡Al calabozo! –Gritan los policías.
– ¡Suéltenlo! ¡Oigan! ¡Suelten a mi marido! –Grita la mujer.
Es casi una niña, con una criatura en la espalda, que arremete
deteniendo a los policías y prendiéndose del muchacho para ayudarlo a
zafarse de los custodios con uniforme verde.
8.
Revolotean por el aire sus dos trenzas
Por
fin logran meterlo y desaparecen por el callejón de la comisaría. Ella
queda afuera, atajada por otros policías.
Pero la mujer se suelta, empuja y entra. Y logra, no sé cómo, sacarlo
hacia fuera al muchacho, que se defiende que lo apresen con puños y
patadas.
– ¡Suelten a mi marido! ¡Oigan! ¡Por qué van a detenerlo! ¡Abusivos!
Pollera roja, blusa verde con bordes blancos y amarillos. Encarnada el
rostro por la emoción y la cólera.
Revolotean por el aire sus dos trenzas negras, donde lucen bien sujetas
unas flores silvestres.
Otra vez los seis policías lo arrastran al muchacho pero ella como una
fiera, alzando los brazos se prende de él y lo rescata, arrastrándolo
calle abajo, tropezándose en las piedras.
Los policías se quedan anonadados.
–
¡Desgraciados, devuélvanme mis llaves! –Vocifera el muchacho.
– ¡Ya cállate! ¡Vámonos! –Le grita ella.
Y pocas son sus fuerzas para sostener a su marido que quiere soltarse y
arremeter otra vez contra todos los policías que se han quedado inmóviles.
– ¡Afuerinos! ¡Jijunas malnacidos!
Uno de los policías, el más corpulento, se adelanta amenazante, con la
vara en alto:
– ¡Vamos todos a cogerlo! –Dice y anima a sus compañeros a
seguirlo.
– ¡Devuélvanme mis llaves, cachacos hideputas!
– ¡Ya cállate! –Y ella hecha un revoltijo le tuerce la cabeza para
que ya no mire hacia atrás.
– ¡No me voy a callar los abusos! ¡Hideputas!
Y allí corren decididos a castigar al insolente.
10.
Así es mi pueblo. ¡Y así es su gente!
–
¡Ya ándate! ¡Llévalo! –grita una mujer con una fuente de mermelada
en las manos que se interpone.
– ¡Ayuden! ¡Llévenlo!– grita otra que también se ha interpuesto.
Y ahora hay una muralla de mujeres
La mujercita como sea arrastra a su marido. Y lo sigue jalando calle
abajo.
Cuando las bombardas en el cielo anuncian que ya está saliendo a la
plaza el Patrón Santiago en su anda de oro.
– ¿Cómo se llamará esta mujercita? –Escucho que dice el policía.
– ¡Raquel Aguilar! –le digo.
– ¿Así se llama? –Me mira curioso e incrédulo.
– ¡Claro! ¡Todas las mujeres aquí se llaman Raquel Aguilar! ¿No ha
visto cómo las otras les han atajado?
– ¡Qué manera de pelear por su compañero! ¡Ya quisiera que alguna
vez alguien me hubiera defendido de ese modo!
– Así es mi pueblo, Santiago de Chuco. –Le digo yo. ¡Y así es su
gente!
– ¿Y qué significa afuerino, señor?
– Y, ¿las otras palabras?
– Las otras palabras creo que ustedes las entienden.
– Y, ¡qué manera de hablar tiene aquí la gente!
– ¡Por algo, de aquí surgió también César Vallejo, señor!
– Precisamente, es por eso. ¡Es la Pacha Mama!, de ella deviene toda
virtud y toda sabiduría, señor.
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