Amigos protectores de Letras-Uruguay

Capulí, Vallejo y su Tierra

Construcción y forja de la utopía andina

18 de enero
Día de Lima, la mítica

Ciudad de dioses y reyes

Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com 

“¿Y, en qué casas
de la dorada Lima vivían
los obreros que la construyeron?

Bertolt Brecht



1. Hijos de la tierra

Wiracocha, dios creador del universo, hacedor y ordenador del mundo, la vida y las cosas; deidad todopoderosa que tiende sus dominios por todos los ámbitos y confines; creó el cielo y la tierra, mandó al sol y a la luna ocupar su lugar y dispuso a las estrellas su sitio y su movimiento, conjurando al caos a retroceder y esfumarse en la nada.

Entonces las aguas se empozaron y se elevaron las níveas cordilleras. En su quehacer todo lo fue componiendo por pares: arriba y abajo, día y noche, antes y después, tierra y agua, frío y caliente, océano y continente. Al borde de los mares alzó los acantilados y tendió solazado las playas de arena y guijarros.

Y convocó a los hombres a que vinieran y poblaran estas riberas saliendo de diversas pacarinas que había por uno y otro contorno.

– ¡Tampuy! ¡Tampuy!, –diciendo se acercaban.

Y fue surgiendo la humanidad a tientas. La tierra daba a luz a los hombres, pariéndolos satisfecha por las aberturas y pliegues que tienen los valles y las montañas. Y amanecían gozosos y expectantes proviniendo no del aire sino hijos y frutos legítimos desgajados de la tierra.

2. Gritó airado

Hijo de Wiracocha es Pachacámac, el benefactor, quien fue el primero que visitó estos lugares. 

Y quedó complacido por la llaneza de sus parajes, la belleza de sus paisajes, la prodigalidad del agua, el viento y la luz; y por la laboriosidad de sus hombres y mujeres. 

Y repartió dones. Y fue reverenciado. 

Esto encendió los celos del dios Kon quien tenía jurisdicción en toda la zona yunga o costera, al borde de las montañas y encima de los acantilados. 

Y de enojo determinó que se hiciera estéril toda la extensión desde la orilla del mar hasta el pie de la cordillera, porque no se le adoraba, ni se le rendía culto, ni se le elevaban ofrendas como él anhelaba.

Kon es un dios irritable, díscolo, que más siembra desiertos, desolación e inflinge castigos.

– ¡Que no haya lluvia! –Dijo primero.

Gritó después, airado:

– ¡Sumérjanse bajo tierra los manantiales! –Y los manantiales se sumergieron. Y no contento con esto estalló aún más severo: 

– ¡Y los ríos vuélvanse arenal! –Y arena los ríos se volvieron.

3. Kon, dios tronante

Más colérico sentenció todavía:

– ¡Séquense las aguas! –Y las aguas se secaron.

Y ya delirante y fuera de sí:

– ¡Deténgase toda manifestación de vida en estos confines!

Profiriendo así una condena a muerte, insensata y proterva.

Desde ese momento la sombra se tornó sofocante, la arena se hizo ardiente y hasta el viento se hizo fuego.

En su cólera separó los montes e hizo un abismo. Y allí arrojó a la humanidad doliente.

Y transformó lo que era verde pradera por un campo pedregoso y agreste, lo que era campiña lo tornó en campos eriazos y desolados.

El sol dio muchas vueltas por el firmamento, confuso y conturbado. Se sucedieron solsticios y equinoccios durante muchas lunas inconsolables.

Un día viniendo por estas riberas Challhua descubrió una playa y en ella restos de una humanidad enterrada. 

Y averiguó qué había ocurrido. Y de lo que escuchaba dedujo que Kon, dios tronante y del fuego que calcina, la había sepultado.

4. Al viento las espigas

Pero, siguió observando más allá. Los hombres habían resurgido inquebrantables: 

Cavaron la tierra en busca de agua.

Arañaron los surcos para sembrar de nuevo las semillas que rescataban.

Deshicieron los terrones resecos en exploración de una gota de lluvia.

Delinearon viviendas en el arenal y en la tierra resquebrajada. Y levantaron los ojos al cielo clamando por la lluvia a que viniera.

Más allá el desierto se extendía sediento e interminable. 

Todo era reseco, cuarteado y rugoso. Pero, aún así, el hombre pugnaba por hacer crecer una planta que hiciera estallar una flor.

Batallaba por hacer que se erigieran y ondularan al viento las espigas.

Luchaba porque las ramas con las hojas tejieran sus sombras y crecieran frescas y se esparcieran otras cabañas por la llanura.

Challhua lloró de compasión y de pena. 

5. Es su ídolo

Challhua es hija de Pachacámac y hermana de Rímac, el más jovial de los mancebos, dos hijos preciosos del dios compasivo.

Challhua es mayor y Rímac menor. Pero ambos hermanos se aman entrañablemente. Es conmovedor el afecto que se tienen.

Challhua es fina, delicada y sensible. Con una extraña rareza en los ojos, que no se sabe qué color o destello poseen.

Rímac es súbito, de alegrías explosivas, así como de amargas y lacerantes tristezas. Le gusta la música, el canto y el baile. Es hablador hasta más no poder. 

Challhua le reprocha a Rímac por el temperamento impetuoso que tiene, pero en el fondo lo adora. Es su ídolo.

– Challhua, hermana mía, ¡mira lo que te traje desde muy lejos! ¡Toda clase de frutas para que seas más fuerte y sana! Pero veo que aún pruebas las que te traído antes, arriesgándome tanto por cogerlas.

– ¡Claro que las como y me deleitan, hermano! ¡Pero, traes tantas! ¿Cómo pretender que voy a poder terminarlas?

6. Hermanos de alma

– ¡Yo quiero una hermana que me gane en la carrera y me detenga en la lucha! ¡A ver!

Rímac es impetuoso, estallante. Le gusta hacer reír. Es hablador. Hechiza. Y a todos cae bien. 

– ¡Rímac! ¡Detente! ¡Vas a destrozarme con tus brazos que parecen rocas!

– Challhua, hermana, ¿por qué no sales más? En vez de estar aquí, encerrada. ¿Por qué no te diviertes? Ven conmigo. Hay dioses que a cada momento me preguntan por ti. Y que quieren casarse contigo. 

– ¡Rímac!, si quieres hacer de tu vida un jolgorio, tú sufrirás las consecuencias. A mí me gusta la calma y el silencio. ¡Y las cosas tranquilas que hago! Y deja de fastidiarme, por favor.

Así hablan, a veces aparentando resentirse. Pero, en realidad son hermanos que se quieren de alma.

Challhua es recogida y discreta. En todo bondadosa. Es la hija más querida de su padre, Pachacámac.

7. La gente es buena y sencilla

A ella le gusta caminar solitaria por estas riberas. Le encantan las orillas del mar, deambula por sus playas y ensenadas. Por eso, ahora ha ingresado abrupta, impaciente e indignada:

– ¡Padre! ¿Estás? ¿Padre? ¿Dónde estás? Padre: yo sé que tú me quieres y siempre harás que se respete el lugar por donde pasea, permanece y se distrae tu hija amorosa y querida, ¿no es cierto?

– Sí, preciosa, ¿que ocurre? ¿Qué sucede?

– Hoy deambulando y deteniéndome por donde suelo ir siempre, paseando por la playa y por la costa, por territorios que tú asignaste a Kon, he visto cómo él implacable y despiadado ha castigado a los pobladores de este lugar. ¡Y sufren un horrible castigo, padre! ¡Mueren de sed entre piedras y cascajo! ¿Por qué permitir eso, padre?

– Hija mía. Tú sabes cómo es Kon. Tiene un carácter obstinado y violento. No vaya a ser que por ayudarlos les traigamos peores y más crueles pesares y aflicciones. Según sé, la gente no le hacía ofrendas.

– Quizá no, pero si bien no le hacían reverencias, la gente es buena y sencilla. Por eso, intercedo ante ti, padre: ¡no es justo que padezcan tanto!

8. Y crezcan las espigas

Y continuó rogando:

– Observa, padre mío, cómo los hombres se afanan por sembrar. Míralos agobiados y sedientos. Y no es justo que purguen tanto si dedican tanto empeño en superarse. Tú me enseñaste que hay que ayudar a quienes se esfuerzan.

– Sí. Es cierto. Pero es a Kon a quien asignamos dominio y mandato sobre ellos.

– Por eso recurro a ti. Para que hables con él. O tú mismo envíes alivio a esa gente.

– ¡No hija! No puedo hacer eso. A Kon ya lo he desautorizado en varios aspectos. Y no es bueno que tenga con él una mayor desavenencia.

– Entonces permíteme a mí, padre, ayudarlos.

– Y, ¿de qué modo lo harías?

– Convirtiéndome en lluvia, para ensombrecer por un momento la tierra. Y caer pródiga para que renazcan los campos, aparezcan los manantiales, carguen las acequias, broten las flores y crezcan las espigas. Y se remocen los bosques murientes y resecos. Contra mí no va a poder descargar Kon su furia porque yo soy hija tuya.

9. ¿Quien te causa pesar?

– No hija. Yo te quiero a mi lado. Eres a quien más prefiero. Y a quien anhelo encontrar cuando yo regreso a mi morada. Quédate con tu padre, hija mía.

– Yo estaré contigo siempre, padre. Como una sombra o como una luz. O como un rincón en tu alma. Nunca me apartaré de ti. Además, tú podrás bajar a estar conmigo. Me verás todo el tiempo que quieras desde esta morada, cuando te asomes a mirarme. Yo saldré para encontrarme contigo. Y tejeré siempre para ti el más hermoso arco iris.

– No, no, ¡y no! Desiste. Y evita asimismo enojar a Kon. Esa es mi última voluntad.

Y fue tajante en esto Pachacámac. 

Lloró Challhua y así lo encontró Rímac, sollozando llena de congoja. A Rímac le conmovía mucho verla sufrir de este modo. ¿Y, a quién no?

– ¿Qué ocurre Challhua, mi hermana adorada? Dime, ¿quien te causa pesar que soy capaz de enfrentarme al más fiero de los peligros? Dime, por favor.

10. Y, ¿no tener alma?

Y Challhua le contó todo, concluyendo así su relato:

– ¡Ay, hermano! Es quemante el sol en lo que antes eran huertos y jardines. Las personas se agobian sin tener agua. Y si los vieras cómo se prenden de unos cuantos chorrillos que penden de los acantilados.

– ¡Challhua! ¡Challhua! Tiemblo al oír tus gemidos y verte llorar de ese modo. Pero si es como me cuentas, tiene razón nuestro padre. ¡Tiene toda la razón! Y en esto debes ser ¡como siempre has sido!, juiciosa, perspicaz y obediente.

– ¿Ver sufrir y no tener alma? ¿Eso es lo que quieres que sea?

– Tú eres buena, pero además muy frágil y delicada. Si intentas lo que piensas, no podrás ni siquiera ser lluvia. En cambio nuestro padre te necesita. Tu presencia lo fortalece. Para ser lluvia hay que tener otro carácter. Ser incluso un poco torpe y salvaje. Tus buenos deseos no alcanzarán a cumplirse. Ven, te voy a llevar por sitios amenos a fin de que no estés triste.

Pero Challhua cada día se volvía más solitaria y apenada.

11. Eso recordaba

– Padre, sé lo que quiere Challhua, pero tú nunca consientas lo que ella te ha pedido. Es muy débil y tenue. ¡Y nunca podrá ser lluvia que haga germinar las plantas! Menos podrá ser tempestad para roturar la arcilla endurecida. O para deshacer los terrones macizos como piedras. Su carácter no da para eso. Pero ella se aferra a esa idea descabellada. Tú no cedas. Nunca podrá ella hacer surgir la agricultura. En cambio es intuitiva, maternal y sabia. Y, a tu lado, es imprescindible.

– Tú no sabes lo que podemos hacer las mujeres querido hermano, –dijo Challhua entrando y sorprendiéndolos en la conversación a su padre y a su hermano...

Eso recordaba ahora Rímac que dijo ella aquella vez en su deambular casi enloquecido.

Pero hay que reconocerlo.

Nunca pudo Challhua convencer a Rímac de lo que ya había decidido hacer, aunque pensó que con el tiempo llegaría él a aceptarlo. 

Cuando Rímac se ausentó por un tiempo, al volver ya no encontró a Challhua.

12. Tú sabes cuánto te quiero

Pero, aquella vez él lo recuerda muy nítidamente ahora, que ella terminó amargamente la confrontación, como nunca había sucedido:

– ¡No podrás ser lluvia, Challhua! 

– Y, ¿por qué no?

– La lluvia es varón, para fecundar la tierra. 

– ¡Ah, ustedes, que se creen que lo son todo!

– La lluvia es ímpetu, que tú no lo tienes.

Esta manera de desestimarla la hirió en su amor propio. Y solo alcanzó a decir, como si hablara consigo misma:

– Eso no es palabra concluida. Yo probaré si eso es o no es cierto.

– Ustedes las mujeres no toman muy en cuento lo que decimos los varones. Y después lloran y gimotean inconsolables. Y nos buscan para solucionar los problemas ya consumados. Tus intenciones son buenas, Challhua, pero ilusas. Y no darán resultado. ¡Pobrecita!

– Es que ustedes los hombres dudan, no se arriesgan y no se arrojan. 

Pachacámac, quien había permanecido en silencio, pausadamente se expresó así:

– No voy a responder a estas últimas palabras. Pero debes tú recapacitar acerca de cuánto te queremos. 

13. Unas flores pequeñas

Challhua entró en una profunda depresión. 

Soltó su largo cabello, levemente purpurino. Y sus ojos se entrecerraron en un gesto de dolor. Y se posaron en la lejanía.

Fue en ese instante que Challhua, despidiéndose de su padre y de Rímac apenas con un susurro y un resuello imperceptible, se esfumó en lluvia.

Pero duró poco y tal como lo había advertido Rímac, se fue haciendo una nube lánguida, un viento de agua, una lluvia difusa, fina y casi imperceptible.

Eso sí, sutilmente cálida y encantadora.

Como si fuera una diadema, o una aureola de brillo y de fulgor.

Y, porque dentro de ella ya están los hermosos ojos de Challhua, y su larga cabellera purpurada. Y sus brazos, más que rosados blanco azulados. 

Ahora hay unas flores pequeñas y finas que flotan en los desiertos o en los cercos de los corrales, que son idénticas a los ojos de Challhua.

14. La garúa de Lima

Pero no pudo ser lluvia. Ni solución al agobio y a la sed de los habitantes de estos parajes. 

Era tan débil que solo cubría con una leve capa de humedad la tierra. 

Eso sí, pudo ser un techo de neblina que alivia el calor de la gente, pero no dar de beber ni poder ayudar a sembrar a la gente menesterosa.

Pudo ser apenas lluvia menuda y volátil: ¡la garúa de Lima! 

Rímac sufrió un colapso cuando fue conciente de la ausencia definitiva de su hermana. Vagaba sin rumbo fijo y perdido.

– ¡Ya ves Challhua! –gritaba hacia lo alto–. ¿De qué ha valido tu sacrificio? ¿Has podido acaso ser lluvia? En cambio me has dejado el corazón roto y triste, sin compadecerte de tu hermano y tampoco de tu padre. ¡Ingrata, así has sido con nosotros! ¿A quién llevaré ahora flores y frutas del campo? ¡No te he importado nada!

– ¡Rímac! ¡Soy Challhua!

– Challhua, ¿por qué has hecho esto sin importarte lo que yo siento por ti?

15. Los colores del vestido

– ¡Rímac, claro que me importas mucho! ¡Y mucho! Mira, estoy aquí a tu lado. ¿Acaso te he abandonado? ¡Estoy aquí! Tú sabes dónde estoy y puedes hallarme. Y hablarme. Y verme siempre. ¿Acaso me he escondido? ¿Acaso soy otra de la que siempre he sido?

– ¡Oh, padre!, –le ruega Rímac enloquecido.

– ¡Rímac, no creas que yo no sufro también esta pérdida! ¡Pero los hijos también tienen una voluntad que hay que respetar!

– ¡Oh, padre!, al menos en homenaje a Challhua insúflale poder y has que llueva y germinen las plantas y tengan frutos como ella tanto quería, para que su muerte no sea en vano.

Pero era inútil. La garúa en que se ha convertido Challhua no alcanza a germinar ninguna hoja siquiera, salvo un breve musgo que ahora los campesinos llaman Challhua.

Es hierba pegada al suelo, de flores mínimas, amarillas, violetas y blancas, que son los colores del vestido de Challhua cuando ella misma se entregó a la tierra.

16. Lo ayudó a cumplir su destino

Ya fuera de sí, Rímac abandonó el palacio de su padre. Y se dedicó a caminar cada vez más lejos, subiendo por los contrafuertes andinos. 

Se palpaba el rostro. Se miraba las manos impregnadas de unas breves gotas de agua y las besaba diciendo:

– Challhua, ya ves. Tu corazón es grande, pero débil. ¿En qué te has convertido? ¿Alcanzas a ser lluvia?

Rímac en su vagancia subió hasta la serranía.

Y le bastó ver el cielo despejado, sin nubes ni neblina para sentirse lejos de Challhua, entonces buscó cualquier recodo. Suspiraba y se escondía a llorar.

Y todas sus lágrimas se fueron juntando y haciendo arroyuelos.

Su desconsuelo era también que Challhua hubiera fracasado, que no alcanzara a ser lluvia. Que no tuviera fuerzas. Que poco a poco se iría convenciendo que su vida había sido en vano, sin alcanzar a cumplir su destino.

17. Y se hizo río

– ¿Qué harás Challhua cuando veas que tu vida ha sido inútil? ¿Qué de tus gotas leves no alcanzan a crecer árboles ni plantas ni a fecundar flores ni a madurar en frutos, como tú querías? ¿Te irás secando? Y eso lo apenaba sobremanera.

Subiendo por las montañas ya vio que de sus lágrimas surgían enormes torrentes. 

Entonces se enterró en el suelo con dos orificios en el lugar de sus ojos y sus lágrimas empezaron a correr más abundantes todavía. 

Ya eran un río.

De sus lágrimas se fueron formando arroyos diversos que cada vez fueron más grandes.

– ¡Pero yo te ayudaré, Challhua! Yo te ayudaré. Ahora me uno a ti. –Y empezó a bajar gritando otra vez jubiloso, feliz y retozón como había sido antes.

Se despojó de sus sandalias, se remangó la túnica que vestía y se deslizó por los pedruscos ágil y pleno. 

Y se hizo río caudaloso.

18. Se unieron cuatro hermanos

Así le entregó todo su aliento, su sangre y su corazón a Challhua. Y bajó fuerte, impetuoso, lleno de gozo, cantando y dando gritos, como él era siempre.

Y con él empezó a florecer y a fecundar la tierra de estos valles.

Challhua es la neblina y la garúa que nos alivia del calor. Y nos enternece la vida; nos da gracia, esplendor y aureola estos paisajes.

Rímac calma nuestra sed, lo estamos probando a cada momento y fecunda el valle del Rímac. Eso sí, es de carácter indomable, impredecible y estacionario. ¡Pero nosotros lo queremos así!

Es el agua que bebemos todos los días.

Su padre Pachacámac se conmovió mucho al enterarse de su sacrificio, por amor a su hermana. Y envió a cuatro hermanos que quisieron acompañarlo para siempre, y estar compartiendo su cauce.

Pachacámac dispuso que los cerros se abrieran para que ellos se juntaran. Ellos son los ríos: Santa Eulalia, San Mateo, río Blanco y río Surco, que acrecientan sus aguas. 

Y otro hermano bullicioso como él se conmovió y quiso correr siempre a su lado, haciéndole la corte, como príncipe que es el río Chillón. 

19. La flor de amancaes

Y Pachacámac quiso que el cauce del Rímac fuera el más hermoso de todo el continente. Que alrededor de sus playas hubiera campiñas y en torno a sus chorreras se alzaran los bosques. 

– Mi cariño a ti, Rímac, hijo amado, es que alrededor tuyo surjan muchos pueblos y la ciudad más hermosa que derivará de tu nombre: Lima. Será ciudad acicalada de flores. También la llamarán “Ciudad jardín”. Será una perla bellísima. Con gente que será como tú, generosa, pujante, con puentes airosos. Y te celebrarán festejos por haberte consagrado al amor de tu hermana y de tu pueblo.

– Padre amado, estoy feliz de ayudar a mi hermana y a la gente. Te agradezco por tus regalos. Pero quiero pedirte un favor. Siento ser música al bajar entre rocas y piedras donde yo arrullo y canto. Pero quiero ser también palabra que enseña y defiende.

– Concedido, hijo mío. Serás el oráculo más respetado de este reino. Y fundo ese pueblo digno arrojando esta semilla a tus aguas, que florecerá en tus orillas: la flor de amancaes, símbolo de verdad y de esperanza.

20. En un tiempo ya infinito

Lima ha tomado la figura de Challhua: misteriosa, susurrante, soñadora. Tiene en sus ojos el misterio de los crepúsculos que estallan en los confines del océano. Su clima es benigno y primaveral siempre. Y tiene el ímpetu de Rímac con los dones que le diera su padre.

Así empezaron a fundarse aquí los primeros señoríos, las casas de adobe y de quincha. La flor de amancaes floreció en el patio del palacio del gobernante, y la adoptó como emblema el cacique Taurichusco.

El dios Kon, de la aridez y el desierto, fue confinado a habitar en las profundidades. A veces se lo siente revolverse, entonces la tierra tiembla y se sacude. Y se desatan temblores y terremotos. 

– ¡Kon, –le advierte Pachacámac– este lugar es sagrado, desde que mis hijos lo han venerado con sus vidas! 

Challhua y Rímac fundaron Lima y Pachacámac la ha consagrado. La flor de amancaes luce en el patio del Palacio de Taurichusco, donde ahora se levanta el Palacio de Gobierno del Perú. 

Así se creó Lima, ciudad de los dioses, en un tiempo ya remoto. Y Ciudad de los Reyes y ciudad de todas las sangres hacia el infinito.

Revisar otros textos en el blog:

 


Obras de Danilo Sánchez Lihón las puede solicitar a:
Editorial San Marcos:
ventas@editorialsanmarcos.com
Editorial Bruño, Perú: ventas@brunoeditorial.com.pe
Instituto del Libro y la Lectura: inlecperu@hotmail.com

Danilo Sánchez Lihón

Instituto del Libro y la Lectura del Perú

Ir a índice de América

Ir a índice de Sánchez Lihón, Danilo

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio