1. Lluvia que oculta el paisaje
– ¡Ha llovido toda la
noche! –dice mi madre, envolviéndose en el rebozo de color negro ya
raído y desteñido, que deja al descubierto sus brazos de niña engreída
y mimada en algún tiempo ya lejano.
Al mirar hacia la
ventana a esa hora del amanecer distingo que una niebla opaca la mañana
y de las tejas chorrean abundantes las goteras. Entre una y otra, una
cortina implacable de lluvia oculta el paisaje cotidiano de los techos
próximos y de los cerros un tanto distantes.
– ¡Hijo, levántate
ya y enciende el fogón! –me pide, mientras sube al mirador de la casa
a arrimar las cosas que la lluvia ha empezado a mojar llegando a más de
la mitad del corredor. Acaba de volverse tempestad.
Es el primer mandato.
Pero hay todavía unos minutos para gozar de la tibieza de la cama y
darse vueltas, sintiendo que el mundo es también abrigado y llano y no
sólo frío y vertical como se ha impuesto ser afuera con el agua que
cae inclemente.
Y, que así como existe
lo frío, lo triste y lo cruel, de naturaleza y aspecto, hay también sábanas
y frazadas acogedoras y una almohada confidente, solidaria y
comprensiva.
2.
Zigzaguea un relámpago
y atruenan los cielos
– ¡Ya, levántate
hijo!
– Sí mamá. ¡Es que hace mucho frío!
– Frío ha de hacer hoy todo el día. Por eso, enciende de una vez la
candela.
Al bajar por la escalera
y entrar a la cocina la lluvia salpica sus gotas mojando los cimientos
del muro enlucido de barro, dejando ver ya algunas piedras oblongas.
Mucho más húmedo
y entumecido está el fogón apagado. Tiritando yace la parrilla de
fierro que atraviesa de lado a lado la hornilla y donde se colocan las
ollas.
Rebrillan también gotas
de lluvia en la barriga tiznada de sartenes y cazuelas que cuelgan hacia
el otro lado, prendidas de sus clavos mientras zigzaguea un relámpago y
atruenan los cielos.
Parecieran que van a
derrumbarse y caer los adobes de que están hechas las bóvedas
celestes,
– ¡Está que zapatea
duro esta lluvia! –me digo, sintiendo que me moja las manos y me
salpica a la cara.
– ¡Dios mío, que pase esta tormenta!, –reza mi madre.
3.
¡Impoluta! ¡Libre!, e ¡intacta!
La ceniza del día
anterior luce reseca y polvorienta; apachurrada y enferma bajo semejante
tormenta de agua y truenos. El frío mató todo vestigio de la candela.
Además, resentida de padecer por los dos jarros de agua que le
arrojamos anoche, antes de irnos a dormir y que hizo chisporrotear,
retorcerse y encarrujarse a las últimas brasas que quedaban de lo que
hacía un rato eran lenguas vivaces de fuego.
El agua le arrojamos
para que no vaya a reventar una chispa y, al saltar, ocurra por la noche
un incendio.
Pero yo rebusco todavía
con inútil esperanza, en el límite de la ensoñación y la nada, entre
ese montón de cenizas inertes, una chispa del día anterior.
Lo revuelvo ya con
torpeza como quien castiga o desprecia algo o a alguien que no responde
a nuestros anhelos más sentidos. Y cuando ya pierdo toda ilusión ¡Ahí
está!
¡Impoluta! ¡Libre!, e
¡intacta!
¡Es un rubí mínimo de
prodigioso esplendor! ¡Un ápice de sol, de luna extasiada, de lucero
del alba! Es, en verdad de verdades, todos los soles, todas las lunas,
todos los luceros. Es una estrella viva en el fondo de ese montón de
escombros que es la ceniza o la candela muertas.
4.
Mínima pero gigante por la proeza
de haberse mantenido encendida
¡Y yo sé cómo recoger
ese astro de infinita nimiedad, que es un milagro que viva entre la
feroz inundación de las aguas que asolan campiñas, casas y caminos!,
haciendo que hasta los animales estén bajo los techos con las orejas
gachas, la pelambre opaca y la mirada perdida entre tanta aflicción.
Atónitos frente a la
lluvia que se desploma y que otra vez arrecia con frenesí, haciendo
retumbar rayos y truenos el universo. ¡Y todo esto cuando ni siquiera
ha empezado la mañana!
Pero allí está la bella, la insigne, el hada; el diamante heroico
entre tanta muerte, que ha esperado entre abrojos y millares de cadáveres
de moléculas muertas; y ha esperado solitaria, indesmayable, estoica.
Aquí está el fuego milenario y multánime aunque reducido esta vez a
una partícula casi invisible por lo mínima.
Mínima pero gigante por
la proeza de haberse mantenido encendida cuando los mundos conflagran
sobre nuestras cabezas, desatando aluviones, huracanes y aniegos de
cielos, mares, suelos y sistemas solares; derrumbes de cerros y
arrasamiento de puentes en este invierno inclemente que se desencadena y
derrama desde el firmamento anubarrado.
5.
Yo sé como es el abismo
en que se debate esta avecilla aterida
¡Divinidades del alto
cielo! ¡Ayúdenme!
¡Ayúdenme a tenderle
una mano a esta chispa humilde, pero en el fondo prodigiosa!
¡Auxílienme en
proteger a este regazo de mujer pobre, pero en el fondo madre del mundo!
¡Permítanme salvar a
este corazón fervoroso que se ha mantenido vivo y con todo el fulgor de
su esencia, pese a que el mundo se derrumba arriba, abajo y hacia todos
los confines!
Ella ha resistido y
mantenido la creación del mundo, olvidada por todos, mientras dormíamos
a pierna suelta, abrigados por nuestros pellejos de ovejas y sin saber
de la desgracia en que se debatía el universo.
¡Ella ha sido
consecuente pese al espanto reinante que se cierne sobre el orbe!
Ella ha permanecido
alerta y vigilante a fin de que todo no muera, para que algo del sentido
del mundo permanezca y perviva.
Yo sé como es el abismo
en que se debate esta avecilla aterida, aparentemente débil y
vulnerable pero en el fondo portentosa por indestructible, hecha de un
alma inmortal ante tanto peligro, adversidad y atentado que acosa, cerca
y amenaza el universo.
6.
La soga que cuelga del cielo
al infierno en que ella se debate
– ¡Hijo!, ¿ya
encendiste la candela?
– ¡Estoy intentando, mamá!
En realidad, puede morir
en mis brazos, en el ultimo segundo de gracia que el destino le daba
para subsistir; puede sucumbir ahora mismo ante mí si es que mis manos
tiemblan, si es que no actúo seguro de lo que hago, si es que parpadean
mis ojos o si mi corazón duda siquiera un instante.
Puede morir en el ultimo
relámpago de eternidad que le toca si es que no me arrojo, abiertas las
alas todo lo que pueda o bien plegadas las alas en un tajo de vida y de
muerte, a fin de intentar salvarla, pero sobre todo llegando a tiempo a
ponerle mi soplido.
Todo se acabará si es
que no detengo los golpeteos de mi corazón y mi pulso que se agitan y
pugnan por jugar entero su destino.
Todo será irremediable
si es que no muero súbitamente por ella, para que no dude y se coja de
la mano que le tiendo, del gusto y la devoción que le arrojo para que
viva, si es que no alcanza a cogerse de la soga que cuelga del cielo al
infierno en que ella se debate y yo blando la última espada.
7.
Con mi pulso medido a su brillo,
con las palabras confidentes que le confío
Pero allí está ahora,
cogida al tizón de leña que le tiendo, donde luce más roja que nunca,
como una gota de sangre intachable, virginal y excelsa.
Nueva en el universo en
donde yo le soplo ya mi aliento estremecido, diciéndole e implorándole
que viva y se encienda, que juegue conmigo a chisporrotear por entre mis
dedos y mis cabellos.
A reflejarse si quiere
en mis ojos que la miran arrobados; a ser dueña de mis latidos,
pensamientos e ilusiones que la esperan.
Le digo secretamente que
vivamos el uno para el otro, desde el origen que somos hasta la
eternidad que urdiremos.
– ¡Hijo! ¿Ya está
encendida la candela?
– ¡Un momento, mamá!
– ¡Ya se hace tarde el desayuno!
– Creo que ya encendió.
Ya en el carbón, con
los soplos pequeños, cariñosos y llenos de amor que le prodigo, con mi
pulso medido a su brillo, con las palabras confidentes que le confío,
se va expandiendo e incrustándose en lo hondo de la leña.
8.
Al fogón de mi casa, al mundo,
a los elementos terráqueos y al cosmos
Ahora ya es un trozo de
granada espléndido, con un infinito interior inconmensurable.
Y pronto, como un
hechizo o un milagro nace de ella una lengua de fuego impoluta, una
llama viva distinta al rubí aparentemente sin alas.
Ahora es una explosión,
un estallido, una descarga de vientos, soles y estrellas donde
conflagran el amarillo y el blanco.
Y después el prisma de
todos los colores, al cual yo rodeo de astillas de leña que pronto
hacen brotar una candela vivaz y sublime.
Nadie sabe el recorrido
del mundo que ha tenido que hacer este fuego para empezar a lamer las
ollas donde se hierve la leche para el desayuno de este día que, como
todos los días, vuelve a crearse y descrearse, bajo el pavor de la
tempestad que nos ahoga y sumerge en su vórtice.
Y así como al fogón de
mi casa, al mundo, a los elementos terráqueos y al cosmos.
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