1. Gozo y expiación
– ¡Viva el barrio Santa Mónica!
– ¡Que viva! –Es el coro de la multitud.
Y así resuenan los vítores y aplausos, a todo lo largo de la calle.
El tropel de muchachos se agita adelante dando hurras:
– ¡Viva el equipo del barrio Santa Mónica! ¡Ji jip!
– ¡Rá! ¡Rá! ¡Rá!
Al pasar delante de la casa de Silvia –lo digo con enorme rubor– corean el nombre de nuestro equipo. Pero, además, su nombre y el mío. Con lo cual una flecha ardiente de gozo y expiación se incrusta para siempre en el fondo de mi alma.
Hemos vencido esta tarde por un gol a cero al cuadro más recio, organizado y campeón de fútbol, por largos años consecutivos, en la Provincia de Santiago de Chuco.
2. En el minuto final
Era hasta hoy día invisto, indómito, invencible. En realidad un portento, que a nosotros mismos nos llena de orgullo y coraje.
En realidad, nadie intentó con ellos ni siquiera desafiarlos, menos empatarlos. Imposible, ni imaginarse jamás ganarles un partido.
Sería insensatez y quimera.
Ni equipos de Trujillo que han venido, han osado atreverse. Jugar a empatar es su estrategia.
En cambio nosotros, un tropel de chiquillos, que lo único que tenemos es ganas de jugar, les hemos hecho arar tierra, morder polvo y rechinar sus dientes. Hasta ahora no salen de su asombro.
Los hemos ganado delante de todos. Los hemos humillado, por eso todo el pueblo ahora, saliendo del estadio nos sigue lanzando proclamas y dando vítores.
Les hemos ganado por un gol a cero. El gol del triunfo lo he conseguido de cabeza y en el minuto final.
3. No podían creer
En hombros de mis compañeros, apenas puedo ver quién ha arrojado mi camiseta, con la cual he jugado esta tarde y que la tenía como lazo envuelta en mi cuello.
Y ha ido a caer al balcón de la casa de Silvia, la niña más hermosa, seria y recatada, admirada por todos nosotros por su discreción y compostura.
Mi camiseta se ha quedado prendida en un balaustre, amarilla, con fintas rojas y azules, brillante como es.
El gol lo hemos hecho en el último minuto del partido, que ha sido intenso y en el que han llovido codazos y patadas de parte de ellos que son nuestros mayores y que en el segundo tiempo no podían creer ni soportar que un equipito de niños les pudiera hacer tanta pelea.
Y más, habiendo apostado con quienes les tienen ojeriza por ser, el “Sport Santiago”, un cuadro de comerciantes acaudalados, insuflados hasta el día de hoy de insolente soberbia.
4. Trombas y torbellinos
Nuestro equipo lo hemos fundado cansados de que nos ahuyentaran de las chacras recién cosechadas, adonde entramos a ver si podemos jugar, abriendo un portillo por las pencas, haciendo rebotar la pelota un buen rato, para probar si alguien aparece y entonces fugar por donde sea.
Si se demoran en corrernos seguimos pateando el balón, esta vez a un arco imaginario. Y, después, formando dos bandos que levantamos una polvareda infernal en un terreno que los dueños no quieren que se pisotee, porque luego allí luego sembrarán trigo, cebada, maíz. ¡O lo que fuera!
Muy pronto los surcos desaparecen bajo nuestros zapatos malhadados, cuyas suelas y cueros muy pronto dejan una boca abierta y delatora. Y la tierra la ponemos dura como cemento. Hasta el día en que aparece el guardián o el dueño en persona y nos desbanda blandiendo en el aire un grueso garrote. Entonces corremos en estampida, olvidándonos en los arcos morrales, casacas, trompos y boliches, como uno y otro cachivache que allí hemos puesto:
– ¡Fuera! ¡Fuera dañinos! –Vocifera impotente el hombre que cuida–. ¡Fuera de aquí, forajidos!
– ¡Calla viejo! –A lo más alguien le grita. Y eso es más que suficiente para que se desaten trombas y torbellinos.
5. Y tomamos acuerdos
– ¡Ya te conozco! ¡Ya te conozco malcriado! –Es la amenaza.
En esos momentos recién nos acordamos que nuestros padres nos han enviado a hacer algún mandado.
O que todavía no hemos llegado a nuestras casas, saliendo de la escuela o del colegio, esperándonos entonces reprimendas y resondros.
Pero si el dueño de la chacra ha ido a quejarse a nuestros padres, allí sí el castigo tremendo.
– ¡Me ha venido don Lizandro con la queja que has entrado a jugar a su chacra! ¡Y encima que le has insultado! ¿Tú, mi hijo? –Nos dicen durante la cueriza.
– ¡No he sido yo, papacito! ¡No he sido yo!
– ¡Entonces con quién te juntas! ¿No sabes, además, que ese señor es tu tío?
En esos casos el castigo es tal que para qué voy a martirizarme yo mismo recordándolo.
Por eso, ha surgido la idea de formar un equipo de fútbol hecho y derecho, que juegue de manera formal y organizada. Y que nos de el aval para pedir permiso en nuestras casas y jugar en el Estadio Municipal, de manera más libre y menos arriesgada.
Solemnemente nos reunimos en cualquier esquina y tomamos acuerdos. Entre otros, que el presidente sea don Lorenzo Risco, hombre jovial y entusiasta de nuestro barrio, que tiene una tienda próspera y una casa que es motivo de orgullo para todos nosotros.
6. Pregunta candoroso
Es la única casa de tres pisos, airosa y bonita. Y creemos ingenuamente que el adelanto y el desarrollo se miden por los pisos que tienen las casas en nuestros pueblos.
En patota nos dirigimos a buscarlo, designando a César Bocanegra para que tome la palabra y exprese nuestra decisión trascendental.
Don Lorenzo nos recibe un tanto sorprendido por la nutrida concurrencia de chiquindrujos.
Nos invita una Coca Cola que apenas alcanza para mojarnos los labios.
Y allí mismo, de pie, frente a su mostrador, le exponemos nuestro propósito.
Acepta complacido, mirándonos hacia abajo mientras despacha a uno y a otro cliente.
– ¿Pero son buenos jugando? –Pregunta candoroso. Y al principio, mirándonos, no sabemos qué contestarle.
– ¡Le prometemos que nos esforzaremos, don Lorenzo! –Es, finalmente, nuestra respuesta.
7. Aceptaron de inmediato
Y subiendo él a una escalera de tijera entonces baja de un armario de su tienda un paquete de camisetas envueltas en papel celofán. Otro de pantalones cortos. Y otro de medias. Todo de color amarillo con fintas rojas y azules que nos gustan mucho.
Ellos se hicieron así nuestros colores distintivos, prendas que paseamos por las calles con la reverencia y devoción con que nuestros mayores portan el “Ínter” del Apóstol Santiago en las velaciones anteriores a su fiesta.
Al llegar a nuestro lugar de reuniones y animados por el esplendor de nuestros uniformes, inmediatamente cursamos una invitación, retando nada menos que al “Sport Santiago”, el club más poderoso y campeón del torneo de fútbol que organiza la liga de la provincia.
Quizás porque los cogimos en su cuarto de hora, o por querer acrecentar su vanidad, aceptaron de inmediato nuestra invitación, burlándose de don Lorenzo, al decir:
– ¡Quien se junta con mocosos amanece mojado! –Que lo repiten con burlas y desprecio.
8. Es una tarde luminosa
Y, lógicamente, prometen darnos una paliza, por el atrevimiento que hemos tenido de querer medirnos con ellos.
El primer tiempo del cotejo termina cero a cero. Y al inicio del segundo, a los del «Sport Santiago» se les nota terriblemente ofuscados, empezando entonces el juego brusco.
Como somos chiquitos y algunos de ellos son nuestros tíos, nos cogen de la camiseta y nos dan vueltas en el aire, tirándonos por tierra a ocultas del referí. Lo hacen una o dos veces pero no más, porque pronto nos escabullimos quitándoles en buena forma la pelota.
Es una tarde luminosa por el verdor de los campos. La nitidez del sol del atardecer en el perfil de los cerros, en torno al estadio, es diáfana.
Nuestra barra se hace mucho más bulliciosa en este segundo tiempo por los resultados que venimos obteniendo. Es inimaginable que a estas alturas del partido estemos empatando.
Un público numeroso nos contempla desde las tribunas y muchas otras personas están apostadas alrededor del campo y a los costados de los arcos.
9. Un ángulo del arco
Es un enfrentamiento agotador. Ya se hacen sentir las sombras del crepúsculo y el resultado parece vislumbrarse como una igualdad, hecho que ya lo estamos celebrando como un triunfo tremendo, que a ellos los enrojece y los hace bufar de rabia, cólera e ira.
Es allí que se sanciona un corner a favor nuestro. Y corre a cobrarlo Manuel Ángulo desde el vértice del estadio que da a la hondonada del río.
El tiro viene bombeado y la bola con efecto. Lo veo desde que parte el esférico elevándose y entrando al centro del área chica. Yo estoy un poco atrás y al extremo final del sitio de peligro.
Pasa por una multitud de cabezas que se elevan. Y yo, más por instinto que por pensar que voy a llegar hasta donde pueda alcanzarlo, salto impulsándome desde atrás, calculando la trayectoria de la pelota, en un salto oblicuo, casi imposible de hacer por la posición en que me encuentro.
Tengo aún la sensación de estar en el aire y, sobre todo, siento el impacto del balón en mi frente, que hago girar unos centímetros al dar el golpe, a fin de impulsarlo hacia un ángulo del arco y de acuerdo a la rotación de la esfera.
10. Concluida la contienda
De reojo, mientras desciendo, veo al arquero hacer un esfuerzo supremo por desviarla, pero ya es demasiado tarde, la pelota se introduce por el costado superior del arco.
Mientras, yo caigo en el piso, salpicado de piedrecillas que me rasmillan desde el hombro pasando por el muslo de la pierna, la rodilla y el tobillo.
– ¡Gol! –gritan súbitamente pero tímidamente mis compañeros de al lado.
Veo sin oír nada que el público levanta las manos y se agita como un mar en las tribunas.
– ¡Goool! –estalla íntegro mi equipo, cayendo en pirámide sobre mí y buscándome con sus manos por entre la tierra.
– ¡Gooooool! –se oye rugir luego en tremenda explosión al público en las tribunas y alrededor del estadio, llegando hasta el último confín del pueblo.
Es un gol en el minuto final, porque tan pronto el “Sport Santiago” vuelve perturbado a mover la pelota, suena el silbato del árbitro dando por concluida la contienda.
11. Al adivinar la intención
En cámara lenta veo al público levantarse como un oleaje e invadir la cancha. Pronto la respiración me falta por la sobrecarga de abrazos de personas que se abalanzan para felicitarme por la conquista obtenida.
Inmediatamente me siento suspendido en el aire y ya estoy sobre los hombros de la gente eufórica y jubilosa.
Mi primo Francisco Javier me muestra desde lejos que tiene mi maletín y demás prendas.
Y enrumbamos entre vítores por las calles que llevan y traen al campo de juego.
Cerca a las tiendas de comercio intento bajarme, pero me es imposible; me sujetan fuertemente para mantenerme en alto.
Pero, en lugar de seguir en línea recta por la calle Grau, como hubiera sido lo natural, mis compañeros, a quienes sigue la multitud, tuercen en el Alto de San José y luego voltean para subir a la plaza por el jirón Bolognesi.
El corazón empieza a palpitarme aceleradamente al adivinar la intención de pasar por la casa de Silvia, de quien toda la muchachada anda enamorada.
12. Dulcísima muerte o agonía
Es ella la chica más hermosa y recatada, a quien idealizamos aún más en nuestros sueños, pero a quien ninguno de nosotros se atreve a decirle siquiera una palabra convencional, menos un requiebro de amor.
Allí es que, al pasar delante de su puerta se une, en un solo coro, su nombre y el mío.
– ¡Silvia! ¡Silvia! –Y pronuncian su nombre, que aquí mismo yo no lo puedo ni escribir.
Alguien jala de mi cuello la camiseta con la cual he jugado y la arroja a su balcón, felizmente vacío a esa hora. Y pasamos. Y, otra vez, todos corean su nombre mi nombre.
Una sensación de abismo, de difícil mentira y de imposible verdad, remueve y agita mi alma en ese momento. ¡Y desde entonces ya para siempre!
Ninguna gloria humana ha de ser comparable ¡y nunca mayor! a los minutos vividos frente a ese balcón y con una multitud atronadora.
Ni el laurel de la Reina Sofía, ni el galardón del Príncipe de Asturias, ni el Premio Cervantes, ni siquiera la distinción de la Academia Sueca del Premio Nóbel, ha de compararse jamás a ese instante, mezcla de rubor, de timidez, de pavor y hasta de dulcísima muerte o agonía.
13. Quizá algo
Recién puedo apearme y verme libre en la pileta de la Plaza de Armas. Y allí estamos dando hurras por nuestro equipo y nuestro barrio, riéndonos y celebrando las incidencias del partido.
Yo, pensando en lo ocurrido delante de aquella casa y de aquel balcón, con una flecha ardiente de gozo y sufrimiento infinitos en el fondo de mi alma.
Esta noche, a la hora de comer y de dormir vuelvo a vivir con emoción enorme las incidencias de este día. Y mi corazón se sobresalta al pensar en la camiseta que se ha quedado prendida en el balaustre de aquel balcón desde entonces insomne y desvelado.
Me invade una vergüenza lacerante al pensar que ella hubiera estado dentro de la casa y entonces escuchado todo. O quizá algo.
Durante mucho tiempo se comenta en uno y otro lugar los detalles del partido entre el “Sport Santiago” y nosotros, el equipo de chiquillos del barrio Santa Mónica, nombre de mi equipo y de mi barrio. Y sobre todo el gol.
Paso por la calle y desde los balcones me saludan. Y el comentario es:
– ¡Qué buen gol! Bien hecho: ¡al “Sport Santiago”, esos creídos!
14. Por la noche o al amanecer
Pero, felizmente nunca se habló de la camiseta, como si fuera un tema secreto, íntimo y vedado. Pero, para mí, ardiente e inconfesable, hasta ahora.
A veces pensé, delirante, que quizá nunca hubiese ocurrido nada. Y que todo no fuese sino una fantasía, una alucinación y una quimera; un sim¬ple espejismo de mi alma ilusa y atribulada.
Pasó el tiempo y llegué a pensar, ya tranquilo, que ese día por la noche o al amanecer, el viento la había desprendido del balcón y alguien, quizá un campesino que llegaba o salía de madrugada, la había recogido y hecho suya.
Concluí mi Educación Secundaria en Santiago de Chuco. El fútbol lo dejé para dedicarme más a los estudios y, felizmente, obtuve notas sobresalientes en los últimos años en el Colegio Nacional César Vallejo.
Fui Brigadier General y Presidente de los Clubes de Aula de todo el plantel. Y una que otra vez, estuve cerca de Silvia, que estudió en el mismo colegio tres años después de mí, y que también era Brigadier de su sección y Presidente de su aula.
15. Nunca la olvidaré
Las veces que hablamos fueron en reuniones generales y creo que ambos dominados y envueltos por sonrojos y con una absoluta timidez.
De mi parte, además, con secreta e inmensa adoración.
Terminado el año escolar, y pasadas las navidades, sólo esperé el día de entrega de libretas y certificados, así como la actuación de clausura de mi promoción para venirme a Lima y postular a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, a la cual ingresé.
La noche anterior al viaje, en que me despedía de mi tierra una angustia inexplicable embargaba mi espíritu.
Fue allí que se recibió en mi casa un paquete misterioso. Es mi camiseta de fútbol de aquel día memorable, limpia y perfumada.
Dentro de ella había una nota, escrita en letra redonda, sin firma, en frases escalonadas que decían:
Sé que te vas,
y quiero agradecerte
por haber compartido
conmigo una ilusión
en todos estos años,
y que nunca la olvidaré. |