Instituto del Libro y la Lectura, INLEC del Perú

y Capulí, Vallejo y su Tierra

Telúrica en Huamachuco, en el Centenario del nacimiento de Ciro Alegría, 2009
30 y 31 de octubre y 1 de noviembre
 
27 de agosto 
Día de la defensa nacional 
Glorioso ejército de runas

Danilo Sánchez Lihón
www.danilosanchezlihon.blogspot.com

1. Construir aquí y ahora una patria hermosa

 

¡Niños!


Revivo en mi mente hoy día los momentos cuando de niño yo entonaba en el patio de mi escuela, el Centro Viejo de Varones 271 de mi pueblo, Santiago de Chuco, el Himno Nacional del Perú.


Junto a mis compañeros de aula, lo hacíamos a pulmón lleno, gritando jubilosos  y con nuestros pechos henchidos.


Revivo en mi mente los aleros de los techos por donde vagabundeaba una nube impoluta, sobre el cielo de un azul profundo y los gorriones tejiendo la greca de sus vuelos ilusos


Revivo en mi mente el sol radiante que bajaba de los aleros a los pilares, de los pilares a las tapias; de tapias a las macetas de geranios que hacían estallar sus flores rojas y blancas.


Y al entonar el himno con nuestras voces límpidas y esperanzadas, se abría el germen y la flor, que es la misma que se abre hoy día en este espacio y tiempo entrañables.


Se ofrece para celebrar a quienes defendieron esta tierra, nos dieron dignidad y con su ejemplo valor y coraje para construir aquí y ahora una patria hermosa.

 

2. Por proteger a los suyos, más que por agredir al extraño
 

¡Niños!


Formaban el ejército de la resistencia en la Guerra del Pacífico, gente pacífica, sencilla, humana.


No eran militares.


No estaban adiestrados para matar sino para dar vida, para sembrar, aporcar la tierra, cosechar las mieses.


Quienes pastaban ovejas, hilaban su lana, la trenzaban, la teñían con cardenillo y nogal, tejían un poncho o una manta, escardándola después.


Eran campesinos querendones, tiernos y amorosos quienes salieron a defender esta heredad.


Eran maestros que se preciaban de que todo floreciera, sonriera y cantara el prodigio de la creación.


Se alistaron a la guerra más por amor que por odio, más por adhesión irrenunciable que por inquina, animadversión o violencia.


Por proteger a los suyos, más que por agredir al extraño.


Más por ternura que por aquello que termina por imponerse en la guerra, cual es la crueldad, la atrocidad y la muerte.


Más por erigir que por avasallar o destruir.

 

3. Hasta el fondo de las líneas de fuego

 

En nosotros dominaba la emoción, los afectos y el sentimiento. No el cálculo de cuánto ganar o arrebatar o echar abajo, sino de cuánto proteger y defender. ¡Y de acunar!


La actitud al enrolarse y partir a la guerra era ir al sacrificio y muerte segura en aras de la dignidad, del honor, de la moral como género humano.


Era ir a entregar como ofrenda el corazón por aquello que se sabe que se ama, por aquello que se valora y reconoce o se intuye que es sagrado.


En el conflicto con Chile hubo gente noble e inteligente que inmediatamente acudió al llamado de la sangre y al clamor de luchar para defender aquello de lo cual no se puede renunciar.


¡Y se introdujeron hasta el fondo de las líneas de fuego!


No hubo hogar, en ese holocausto, que no hubiera perdido por lo menos a dos miembros directos y queridos, que podía ser el padre o el hermano.


Después de la batalla de Huamachuco hubo casas en donde se velaban hasta diez cadáveres de esos guerreros inmarcesibles.

 

4. Uniforme blanco, del color de las espigas

 

Cuando llegaron algunos prisioneros de guerra después de la batalla de Arica el periodista chileno Vicuña Mackenna se molestó de no encontrar a soldados blancos, altos, garridos. Hechos y derechos. ¡Y apuestos, como él los hubiera deseado y querido!


Y escribió esta frase: que los despojos de nuestro ejército eran: Una gavilla desordenada de “abigarradas bayetas”.


¡Qué homenaje dentro de la iniquidad, la infamia y la vileza!


¡Eso éramos y eso somos: abigarradas bayetas!


Bayeta, niño, es el tejido indio, la trama amorosa de los telares rústicos de lo cual se hace pantalones y camisas. Tiene todo el sabor de lo aldeano y lo noble.


De bayeta era nuestro uniforme blanco, del color de las espigas, de los campos cultivados, del color de los seres buenos. No es un uniforme en realidad de gendarmes. Es un uniforme de pan.


Y ciertamente, no eran soldados. Eran gente del campo, obreros y artesanos.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

5. De haber sido interrumpidos en el trabajo

 

Aquél, para su orgullo quería un ejército de blancos derrotados. Fue un desengaño. Jamás comprenderán con quiénes luchaban. Lo hacían con un país sublime y misterioso.


Un país al cual solo se lo puede amar. ¡Y comprender amándolo!


Y quizá esa fuera la razón profunda de la guerra, como lo precisó ese apóstol cubano como es José Martí, quien al defender al Perú de esta agresión denunció en su momento que el motivo era la envidia a un país y a una cultura excelsa.


El nuestro era un ejército de artesanos, obreros, maestros. Fueron campesinos los que salieron a luchar.


Y, es cierto. Era un ejército de harapos y de ojotas.


Pero, ¡qué honor es este! Y no ser esbirros, ni mercenarios, ni sabuesos.


¡Qué honor no ser máquinas de guerra, sino llevar y cargar con el lado humano, el lado bueno de haber sido interrumpidos en el trabajo, en las faenas del campo, en los talleres, en el aula de clases!


El ser personas de bien, honestas, cariñosas, leales por las causas nobles de la vida y de lo verdadero. Personad fraternas, que saben ser hermanos.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

6. La resistencia andina, heroica y sobrehumana

 

Y en esta circunstancia luchó la familia. Al lado del padre estaba el hijo, y al lado de este el hermano. Y cayeron juntos.


¡Porque al lado o detrás de la huestes de luchadores iban las mujeres!


Iban con sus criaturas tiernas en los brazos o en la espalda, peleaba la familia. Ahí estaba el párvulo recién nacido. Las niñas que consolaban al moribundo y sepultaban su cuerpo al morir.


Porque el ejército de Chile practicó en esta guerra el “repaso”, con corvo y bayoneta a todos los caídos. Y ahí estaban las mujeres para auxiliarlos dándole el último adiós.


¿No es esto supremo? Hasta en la guerra somos familia. Hasta en la guerra le ponemos humanidad, cariño y estima a las situaciones protervas.


Era su mujer. No era la cantinera de los ejércitos europeos. O la cantinera del ejército contrario, porque hubo cantineras en aquel ejército. En nuestro caso, no.

 
O era su hermana, o su madre, campesinas siempre. Era la resistencia andina, heroica y sobrehumana.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

7. ¿No es esto de moral suprema?

 

El nuestro fue en aquella contienda un ejército de arcilla, de humus, de entraña de la tierra.


Un ejército de dignidad, de emoción pura. De hombría que da el coraje de saber que se defiende una causa sacrosanta.


De estar envestidos de honor y de gloria, porque la gloria no la corona una victoria sino la causa que se defiende.


Porque al final perdimos militarmente, pero ganamos moralmente.


Victoria íntima, ética y contundente, de la cual a veces no nos damos cuenta.


Por eso, no traicionemos a quienes ofrendaron su vida augustamente.


Porque pelearon los más pobres. Ya lo dijeron: las “abigarradas bayetas”.


Lo anoto y lo advierto, para que sepas en quién confiar, para que sepas quién te va a defender, quién pone aquí más coraje y más pundonor y pómulo morado.


Fueron ellos los más pobres los que lucharon desde el principio hasta el final. ¿No es esto de moral suprema?


Es el hombre gleba, lo andino incorruptible, el serrano, el cholo, el indígena invencible, porque está ahí con su sufrimiento y su heroísmo.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

8. Lo que engrandece son las virtudes morales

 

Son los Ejércitos del Inca, ecuánimes, probos, austeros! ¡Glorioso ejército de runas de piedra!


Son los Ejércitos del Inca, civilizadores, protectores, que sabían que lo que más engrandece son las virtudes morales.


Son los Ejércitos del Inca que en el fondo nosotros somos.


Porque se puede perder una guerra, pero no perder nuestra categoría de seres humanos.


Son los Ejércitos del Inca, que jamás hicieron pillaje, ni incendiaron aldeas, ni violaron mujeres, ni remataron heridos, ni impusieron cupos a las poblaciones inermes.


Son los Ejércitos del Inca que jamás aplicaron el “repaso”, ultimando a los hombres caídos en batalla ni a las mujeres que los socorrían.


Que ni siquiera eran militares sino civiles.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

9. Razón de ser en el universo

 

Son los Ejércitos del Inca que persuadían, enviaban ofrendas de paz y estaban atentos a cualquier gesto para dar paso al entendimiento.


En vez de arrasar, quemar, hacer esclavos, ofrendaban culto a los dioses del lugar, enaltecían a sus autoridades, rendían pleitesía a sus costumbres.


Por eso somos una de las siete grandes culturas de la civilización humana.


Por eso es que tenemos razón de ser en el universo.


Celebraban fiestas en honor de los pueblos anexados y trazaban un plan de obras públicas para dotar de agua, caminos, edificios y templos a las poblaciones que encontraban a su paso.


No dinamitaban molinos, fábricas, haciendas o bienes que no podían sustraer o llevárselos consigo.


Por eso, al final ganamos una guerra porque nos envestimos de gloria, de coraje, de valor.


De valor que la muerte no apaga.


Porque fue la guerra que asumieron los indígenas del Perú milenario, andino y eterno.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

10. Flor suprema para ser en la vida

 

Y así como recordé al inicio el patio de mi escuela, termino evocándolo nuevamente con las malvas de las tapias sobre sus muros.


Con la misma fe, con el mismo coraje, con la misma intensidad de alegría que cuando nos reuníamos a primera hora de la mañana en ese patio soleado de mi vieja escuela a entonar el Himno Nacional del Perú, ungidos en el amor y devoción por la tierra que nos vio nacer.


Alegría de haber nacido donde nací. Alegría de tener el padre que tuve y la madre que tengo. Alegría de saber que en mis raíces está el batallón de mi pueblo que salió a defender su heredad con sus herramientas de labranza.


Alegría por la seguridad de tener al lado y bajo nuestros pies un mundo sagrado que defender, ni ancho ni ajeno, sino nuestro.


Protegido por el hálito bueno de la vida, de la naturaleza, de la sabiduría de nuestros ancestros y caros maestros


Y el espíritu de los que murieron que nos han dado dignidad, gloria para siempre y compromiso.


Y del valor que nos legaron como flor suprema para ser en la vida.


¡Solo que ahora estar alertas, preparados y en pie de guerra!

 

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